Logrando la victoria en el guerrear cristiano
Si la guerra carnal fuera proscrita mañana, el cristiano seguiría peleando. ¿Por qué? ¿Cómo?
YA NO puede considerarse la guerra como “un medio de ajuste práctico para las diferencias internacionales. La enorme destrucción que les acarrea a ambos bandos de oponentes bien equiparados hace imposible que el vencedor la traduzca en algo que no sea su propio desastre.” “La ciencia claramente la ha dejado anticuada como árbitro factible.” Así declaró el general del ejército estadounidense Douglas MacArthur.
Aunque el realismo científico haga al mundo abolir la guerra, el soldado cristiano todavía tendrá que seguir peleando antes que se logre y realice la victoria final. Su lucha no puede ser abolida en este mundo ni por este mundo. El suyo es un conflicto continuo, de toda la vida, una batalla diaria, sin ningún licenciamiento, ninguna tregua, ningún armisticio. Aunque los cristianos “busquen la paz con toda persona,” son, no obstante, los más grandes guerreros que el mundo ha conocido. La lucha de ellos se hace en el interés de lo que es bueno, verídico, noble, puro y piadoso. La suya es una batalla por la justicia. Y el apóstol Pablo les anima: “Lucha por la victoria en la correcta contienda de la fe.”—Heb. 12:14; 1 Tim. 6:12, NM.
¿Quiénes son estos luchadores a quienes Pablo les dice que peleen? Son hombres y mujeres de todas las clases que se han entregado a Dios en dedicación cabal. Estos reconocen la autoridad del Rey y sus mandatos. Pablo no estaba dirigiéndose al mundo en general, ni se dirigía a cristianos que lo son sólo de nombre y que nunca se han dedicado a Dios para emprender la contienda de la fe. La llamada de Pablo a acción se dirigió a los que tenían fe, que estaban cabalmente dedicados a Jehová. Es a éstos que vienen las instrucciones respecto a la lucha que ahora se libra.—2 Tim. 2:19, NM.
¿Contra quiénes pelean los cristianos? La batalla de ellos no es contra sus semejantes ni es con armas carnales. Se les manda que se amen los unos a los otros y que hagan bien a sus enemigos, que cada uno se mantenga “reprimido bajo lo malo, instruyendo con apacibilidad a los que no están favorablemente dispuestos, pues quizás Dios les conceda [a los malhechores] arrepentimiento que lleve a un conocimiento acertado de la verdad.” Se les manda a los cristianos que devuelvan bien por mal, docilidad por rudeza, bondad por descortesía; para que el mundo inicuo discierna que hay tales cosas como el espíritu de Dios, el espíritu de amor, generosidad, bondad, y que no toda persona está impulsada por el espíritu malévolo de egoísmo que domina los sistemas envilecidos de dicho mundo inicuo.—2 Tim. 2:24-26; Mat. 5:44, NM.
La lucha del cristiano es contra toda injusticia, la cual es pecado. Por seis mil años el pecado ha estado pagando regularmente la terrible pena de la muerte, con todas las angustias concomitantes de enfermedad, dolor, pesar y aflicciones. Sí, el pecado es un enemigo formidable. Y aquel que influyó en el primer hombre de modo que éste entrara en pecado y esclavitud es otro adversario nuestro, a saber, Satanás el Diablo. No que los cristianos luchen directamente con el Diablo. Él es un poderoso ángel espiritual que en un instante podría reducirlos a la nada. La lucha que llevan contra él se hace resistiendo sus influencias, engaños y esfuerzos por descaminarlos al pecado otra vez; por consiguiente, por llevarlos contra Dios. Pablo aclara este punto, diciendo: “Tenemos un pleito, no contra sangre y carne, sino contra los gobiernos, contra las autoridades, contra los gobernantes mundiales de esta oscuridad, contra las inicuas fuerzas espirituales en los lugares celestiales.”—1 Juan 5:17; Efe. 6:12, NM.
Sí, Satanás es un enemigo poderoso. Él es el gran instigador de todas las varias influencias con las cuales el cristiano tiene que luchar. Su astucia, sus ardides, son las cosas que superentienden la guerra contra el siervo dedicado de Dios. Este siervo tiene que luchar contra el ánimo e inclinación del mundo que está bajo dominio satánico. Si quiere lograr la victoria él tiene que resistir y contender contra el modo de pensar del mundo, los motivos que lo impulsan, sus ambiciones, su vanagloria de la vida, la falsía de las riquezas—sí, contra todo esto, este avalúo erróneo de las cosas según se ven desde un punto de vista netamente mundano.—1 Juan 2:15-17.
Finalmente, tiene que luchar contra carne—su propia carne. Desde que Adán cayó de la perfección la carne se ha inclinado hacia la degradación mental, moral y física. La tendencia de ella es continuamente hacia lo malo. Sólo a medida que el guerrero de Cristo se deshace de las influencias que ciegan y los perversos gustos y deseos, ambiciones y esperanzas y amores, cosas que el pecado cultiva en la carne, sólo en proporción a eso podrá él llegar a ver los asuntos en su luz verdadera y comenzar a tener un concepto de su propia condición degradada y así estar en una posición más favorable para combatirla.—Gén. 6:5.
Nunca en el guerrear cristiano debe menospreciarse la carne en su lugar de enemiga potente. Es a los deseos degradados de ella que Satanás hace llamada. Él procura animar a éstos en su guerra contra la mente cristiana renovada. Es por medio de estos deseos torcidos que el espíritu del mundo llega a atacar más de cerca, que captura al soldado de Cristo y se lo lleva de nuevo a la esclavitud al pecado. Los cristianos están, por decirlo así, rodeados de enemigos por todas partes, los cuales traman el desastre para ellos y volver a meterlos en esclavitud. Ellos, por lo tanto, tienen que pelear y seguir peleando. Tienen que luchar por ellos mismos, luchar por su derecho de predicar, luchar por la victoria sobre sus propias debilidades, luchar contra los engaños y asechanzas del adversario. Con razón, entonces, se les insta a estar continuamente despiertos, a estar alerta, y constantemente se les aconseja: “Pónganse la armadura completa que proviene de Dios,” no sea que se descuiden en cuanto a su libertad y caigan víctimas del adversario y no consigan la victoria. Reconociendo su carne como enemiga, Pablo dijo: “Trato mi cuerpo severamente y lo guío como a un esclavo, para que, después de haber predicado a otros, yo mismo no sea desaprobado de algún modo.” Todos los guerreros imitan a Pablo. Mantienen estricta vigilancia sobre su carne.—Efe. 6:11; 1 Cor. 9:27; Rom. 7:14-25, NM.
DIRECCIÓN Y ARMAS SUPERIORES
Sin la dirección superior de Jehová Dios y Cristo Jesús y el equipo de guerra que éstos le proveen al soldado cristiano, la contienda en realidad sería muy desigual e infructífera. Por eso el guerrero de Cristo dice: Gracias a Dios por el Capitán de nuestra salvación, Jesucristo, quien nos redimió de la esclavitud al pecado por medio de su propia sangre preciosa. Gracias a Dios por el gran arsenal de su Palabra, del cual obtenemos el yelmo de la salvación. Gracias a Dios por la armadura de la justicia, por el escudo de la fe, de la confianza, de la seguridad. Gracias a Dios, dice él, por las sandalias, la preparación para sobrellevar dificultades pacientemente. Y gracias por la espada del espíritu, la Palabra de la verdad, que es una defensa por medio de la cual podemos resistir al adversario y salir completamente victoriosos mediante aquel que nos amó.—Hech. 2:37-39; Apo. 19:11-16; Efe. 6:13-20; Rom. 8:35-39, NM.
Los cristianos pelean no sólo a favor de sí mismos, sino a favor de sus hermanos también. Están listos y dispuestos a morir por sus hermanos si se hace necesario. Están listos para asistir, para alentar, para ayudarlos tanto en actos pequeños de servicio como en asuntos más grandes. También derivan gran placer y provecho de defender la honra del nombre de Jehová y la majestad de su justo gobierno. Son valientes e intrépidos en la batalla, llevando la lucha hasta dentro de las ciudadelas del enemigo para libertar a todos los que la organización inicua de Satanás todavía tiene en cautiverio.—Neh. 4:14.
Ellos guerrean de manera sistemática e inteligente, peleando estrictamente de acuerdo con las direcciones de su Capitán Cristo Jesús. Ellos pelean el buen combate de la fe por medio de rehacer su mente, mediante el quitar y echar totalmente de su propio corazón y disposición toda ira, enojo, injuria, habla abusiva, habla obscena, “toda inmundicia de la carne y del espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios,” por medio de despojarse de la vieja personalidad con sus prácticas y vestirse de la nueva personalidad, la cual, por medio de conocimiento acertado, está siendo renovada según la imagen de aquel que la creó.—2 Cor. 7:1; Rom. 12:2; Efe. 4:17-32; Col. 3:2-10, NM.
El combate de ellos es uno de fe en todo respecto. Es un combate bajo un líder invisible y en contra de un enemigo invisible; sólo por fe reconocen ellos al Capitán de su salvación, y sólo por fe en la Palabra de él reconocen al líder astuto que se opone a ellos. Por fe aceptan la Palabra de Dios y sus conclusiones. Los cristianos luchan por una libertad y una gloria acerca de cuya realidad nada saben fuera de lo que aceptan por fe. Y es contra esta fe cristiana que el entero mundo satánico, impío, más el pecado y las debilidades de la carne caída, están aliados. Por eso, sólo por medio de tener la fe que Dios inspira podrá el guerrero de Cristo permanecer de pie y salir victorioso. “Esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe.”—1 Juan 5:4, NM.
No basta con sólo alistarse en el ejército de Jehová, sino que es obligatorio ir a su arsenal, su Palabra, la Biblia, y allí ponerse cuidadosamente toda la armadura que él ha provisto. El que no lo haga así seguramente fracasará en la batalla. La armadura de por sí no asegura la victoria. Se requiere más que eso. Vestido con la armadura, el cristiano tiene que pelear según dirija Dios por medio de Cristo, permaneciendo leal aun hasta la muerte.—Apo. 2:10.
Recuerde siempre, la victoria en el combate cristiano tiene que venir por medio de la fe en Jehová Dios y Cristo Jesús. Por lo tanto, teniendo en mira la victoria final, junto con Pablo decimos: “¡Gracias a Dios, porque él nos da la victoria mediante nuestro Señor Jesucristo!”—Heb. 2:10; 1 Cor. 15:57, NM.