Siguiendo tras mi propósito en la vida
Según lo relató Gertrude Steele
ASÍ que estás listo para acostarte y quieres que te relate un cuento, Jan. Ahora que eres un publicador regular y dices que quieres ser precursor algún día, ¿te gustaría que te cuente la historia acerca de cómo llegué yo a ser precursora y cómo comencé a seguir tras mi propósito en la vida?
“¡Oh! Eso me gustaría, abuelita.”
Bien, la abuela de Tommie y Duggie fué la primera que llamó a mi puerta en el verano de 1922 en Chickasha, Oklahoma, con el folleto ¡Millones que ahora viven nunca morirán! Unas cuantas semanas más tarde me trajo el libro El Arpa de Dios. La música más dulce que se haya tocado en el arpa no podría haber sido para mí más dulce que la manera en que se hizo que todas esas doctrinas bíblicas produjeran una sola melodía armoniosa de alabanza a Dios.
Los meses subsiguientes estuvieron muy llenos de actividad. Tu papito nació ese octubre. Tu tío David aún no andaba y tu tío Donaldo tenía sólo dos años y medio. Yo tenía que hacer todos mis quehaceres sola, de manera que la única oportunidad que tenía para leer la conseguía levantándome temprano. A las cinco solía prender fuego en la estufa a carbón y leer una hora antes del desayuno.
El conocimiento que conseguí en esas tempranas horas de la madrugada fué lo que me capacitó para hacerle frente a una de las pruebas más difíciles de mi vida el verano siguiente. La hermana Golden (y preciosos como el oro son los recuerdos de su tierno cuidado durante esos años) me ayudaba a salir a las reuniones y en el servicio cada semana y esta actividad en asociación con un grupo religioso tan falto de popularidad no venía bien a la esposa de un próspero hombre de negocios.
Un día tu abuelo me dijo que me daría sólo treinta días para quemar todos los libros y revistas que yo tenía y olvidarme de todo ello, o si no él iba a dejarme. Yo no sabía qué haría sola con tres bebés, pero una cosa sí sabía, y eso era que yo había hallado la verdad. De modo que lo miré directamente en los ojos y dije firmemente: “No tienes que darme treinta días. Esta es la verdad; sé que es la verdad y nunca la dejaré.” Él comenzó a hacer la maleta para irse, pero en vista de que su abogado le aconsejó que no actuara precipitadamente, se arreglaron las cosas por un tiempo.
En 1925 fuimos trasladados desde Chickasha a Hutchinson, Kansas. Él pensó que al llevarme a otra parte donde no hubiera nadie que me ayudara a ir a las reuniones pronto me olvidaría de la verdad. Todavía puedo ver la expresión en su rostro cuando le dije casualmente que los testigos de Jehová tenían todas sus reuniones en la casa que estaba justamente al frente.
Tengo recuerdos preciosos de esa asociación estrecha que tuve con aquellos queridos amigos. Me impresionó mucho una hermana que llevaba sus cuatro hijos en un viejo Ford para trabajar de precursora en territorio aislado en las colinas de Kentucky. El oír acerca de sus experiencias gozosas y de cómo Jehová suministraba lo que necesitaban me llenó del deseo de ser precursora.
En 1927 nos mudamos de nuevo a nuestro pueblo natal en Wichita, Kansas. Todos los niños iban a la escuela ahora; de modo que yo tenía mayores oportunidades de servicio y un deseo más ardiente de seguir tras mi propósito en la vida—el de ser precursora. A medida que pasaban los meses pensaba más y más en ello. Sencillamente no podía desalojarlo de mi mente. Entonces una noche se me ocurrió la idea de usar la diferencia entre las tarifas de congregación y las de precursor para mandar el lavado fuera. Plancharía de noche y así tendría dos días más cada semana para el servicio. Conseguí un territorio cerca de mi hogar y cuando los niños salían para la escuela a las 8:30 a.m. yo estaba lista para ir a mi territorio. Regresaba a las 11:30 y tenía el almuerzo preparado para cuando ellos llegaban a las 12:10. Cuando ellos salían a la 1 p.m. yo iba a mi territorio hasta las 4 p.m., hora en que terminaban las clases en la escuela. A veces tenía veinte camisas que planchar en la noche. Estaba cansada del día de servicio; de modo que aprendí a planchar sentada en mi escabel de cocina. ¡Cuántas veces me sentía más refrescada y descansada cuando terminaba que cuando comenzaba!
Estaba muy feliz, pero pronto comenzaron a venir pruebas. No alcanzaba el número de horas que se requería y tuve que admitir que se debía al mal manejo de los asuntos del hogar, porque yo sabía que podría vencer unos pocos días de enfermedad y otros obstáculos si seguía trabajando sin malgastar minutos en cosas no esenciales.
Luego llegó la crisis de 1929. Ese invierno tu abuelo perdió su empleo, pero eso resultó ser una bendición. Ya no mostraba oposición y era más humilde. Fueron felices esos meses, pero de muy breve duración. Un nuevo empleo con dinero en su bolsillo cambió todo. Me dió sólo dos semanas para cambiar mi proceder y estar en casa de la mañana a la noche. Era mi religión, dijo él, lo que lo impulsaba a inmoralidad que confesaba. La admonición: “Pero si el incrédulo procede a apartarse, que se aparte” aplicaba adecuadamente y al fin de sus dos semanas señaladas él se fué.
Seguí siendo precursora, siguiendo tras mi propósito en la vida; pero esos meses subsiguientes fueron muy difíciles. Había una herida tan profunda que sólo el tiempo lleno de servicio a Jehová la podía sanar. Me hallé muy ineficiente para desempeñar tanto el papel de padre como el de madre. Había ocasiones cuando la mano firme, austera, de un padre hacía falta. Vez tras vez leí el capítulo acerca de obligaciones paternales en el sexto tomo de Studies in the Scriptures (Estudios de las Escrituras), pero me daba cuenta de cuánto me faltaba para cumplir éstas y oré que el espíritu de Dios compensara por mis faltas. ¡Cuánto lo alabo, porque a pesar de mis faltas tuve la bendición de ver a mis tres hijos abrazar el servicio de tiempo cabal!
Hasta 1935 yo trabajaba como precursora solamente durante los nueve meses de las clases escolares. Mil novecientos cuarenta trajo muchos cambios. Tu tío Donaldo se casó. Tu papito se graduó de la escuela superior, de manera que se suspendió todo el apoyo financiero que recibíamos de su padre. Los tres que quedamos consideramos el asunto y concordamos en que sería mejor que cada uno de nosotros se hiciera responsable de sí mismo más bien que tratar de mantener el hogar con las rentas escasas de ellos.
Me puse en contacto con el siervo de zona y le dije que ahora yo estaba libre para ir a dondequiera que se me necesitara. Él me dió una lista de los pueblos en los cuales el sector comercial no se había trabajado en muchos años. Trabajé en varias ciudades hasta 1941, cuando fuí seleccionada como una de un grupo de cuatro para trabajar como precursora especial en Newton, Kansas.
Nuestros esfuerzos concentrados pronto despertaron oposición y se nos amenazó con el arresto si aparecíamos otra vez en las calles. El sábado subsiguiente fuimos aprehendidos y encerrados tras rejas por dos días hasta que se hicieran arreglos para depositar fianza. Y ¿quién crees tú que fué mi pequeña compañera en la cárcel? Una muchachita que había venido a vivir conmigo, para poder ser precursora después que se graduara de la escuela superior. Fué llamada a la segunda clase de Galaad, luego trabajó como misionera dos años en Cuba hasta que la artritis la lisió y tuvo que volver. Más tarde llegó a ser tu madre.
“¡Mi mamá!”
Sí, Jan. Ella fué arrestada cuatro veces y yo tres. Se nos impuso una multa de setenta y cinco dólares o treinta días en la cárcel. Apelamos el caso, pero mientras tanto continuamos la obra de casa en casa y de revisitas. Fuimos detenidas una vez más y encerradas tras rejas otra vez. Esa vez me puse muy enferma. Tuve que tomar tres meses de vacaciones para recuperarme, pero me regocijé en mi privilegio de sufrir, porque fué buena la concurrencia a todas las sesiones de la corte y se abrió el camino para un testimonio mayor.
Nuestra próxima asignación a Ottawa, Kansas, también estuvo coloreada por la intervención policíaca. Esta vez estábamos mejor preparadas y aprendimos de las equivocaciones cometidas en el caso de Newton. Jehová dió una victoria abrumadora desde el principio hasta el fin.
Desde Ottawa fuí enviada a Grand Island, Nebraska. Gocé de muchas bendiciones allí, pero mi emoción más grande vino un día cuando recibí una larga carta de la oficina del presidente. ¡Cómo latía mi corazón! ¿Podría ser lo que tanto anhelaba yo? Sí, una invitación a Galaad. Hice mi última visita a la prisión federal de Leavenworth donde mis tres hijos estaban cumpliendo sentencias de tres y de cuatro años debido a su integridad a Jehová. Quisiera que tú pudieses haberles visto el rostro brillar de gozo cuando les di las noticias. Estaban tan excitados como yo acerca de que iba a Galaad y no hubo ni un pensamiento acerca del hecho de que no habría más visitas.
“Te encantó Galaad, ¿no es cierto, abuelita?”
Sí, Jan, fué una de las experiencias más felices de mi vida, y yo aprecio esos recuerdos.
Pero la emoción trascendental vino cuando recibí mi asignación extranjera para Puerto Rico. Sólo tres semanas después nuestro grupo estaba comiendo su última comida en los Estados Unidos en el Betel de Brooklyn y luego nos llevaron para embarcarnos en el Marine Tiger. Cuatro días más tarde arribamos a Puerto Rico. Para mí era un mundo diferente y muy interesante. Las montañas hermosas, los árboles y arbustos que florecen han sido nuestro deleite continuo. Estábamos felices de tener una esperanza verdadera que ofrecerle a esta gente tan amistosa que escuchaba tan atentamente al mensaje del Reino. Era la asignación que Dios nos había dado y la amábamos.
En casi toda casa se nos invitaba a entrar para que nos sentáramos y estuviéramos completamente cómodos, salvo que no podíamos hallar las palabras para decir cabalmente lo que teníamos en el corazón. La paciencia y la bondad de la gente eran irresistibles y estábamos resueltos a aprender el idioma a toda costa. Nos divertimos mucho al tratar de hacerlo, también. Mi compañera todavía me recuerda cómo por muchos meses yo estuve diciendo “huevos” en vez de “jueves.”
Mucha era la expectación a medida que anunciamos nuestra primera reunión pública y nuestra copa de gozo estuvo llena cuando vimos que todos los asientos de nuestro Salón del Reino estaban ocupados. Después de seis meses se organizó la congregación de Ponce y algunos de los que estaban allí en la reunión forman parte de la floreciente congregación de 123 publicadores hoy día.
En mayo de 1948 se nos llamó a mi compañera Gladys y a mí para reemplazar vacantes en el hogar de Santurce. Ese mes la congregación tuvo un promedio de 43 en asistencia al estudio de La Atalaya. En siete años he visto crecer esa congregación y dividirse cinco veces y nuestra unidad de Santurce el mes pasado tuvo un promedio de 110 asistentes al estudio de La Atalaya. Cuando evoco esos años y veo que, durante cinco años, de casi todo territorio que me fué asignado salieron algunos publicadores, uno de ellos una precursora, me regocijo en la parte que Jehová me ha dado, porque él dió el aumento.
Después de pasar tres años y medio en una asignación en el extranjero es bastante emocionante tomar licencia y vacaciones para recuperar en los Estados Unidos, pero no para permanecer allí. Gladys tuvo que quedarse debido a enfermedad y he sentido agudamente la pérdida de su compañerismo congenial, amable, durante estos últimos cinco años. En una carta reciente ella dijo: “Esos años en Puerto Rico fueron los más felices de mi vida y no los cambiaría por nada en el mundo. Nunca sentí nostalgia por los EE. UU. de América, pero ciertamente la he sentido por Puerto Rico.” Y así es justamente como yo me siento acerca de ello, también.
“Pero ¿no sientes a veces nostalgia por mis tíos Donaldo, David y por nosotros, abuelita?”
Aunque tus tíos Donaldo y Earlene y David y Julia son misioneros en Corea y en las Filipinas, sin embargo parece que estuviéramos muy cerca, porque la distancia es un factor pequeño cuando la mente y el corazón están fijos en Jehová y su reino. Es tal como Jesús dijo: “Y todo el que haya dejado casas o hermanos o hermanas o padre o madre o hijos o terrenos por causa de mi nombre recibirá muchas veces más” en este período de tiempo. (Mat. 19:29, NM) ¡Cuánto quisiera que tú pudieras conocer a algunos de esos parientes y hermanos e hijos que tengo en Puerto Rico!
Jan, espero que tú nunca pierdas tu deseo de ser precursor y si el Armagedón estuviera todavía diez o quince años en lo futuro, ¿no te gustaría ser misionero?
“Por supuesto, abuelita.”
Verdad, tendrás muchas pruebas y echarás de menos a tus padres cuando a veces te parezca que no tienes ningún brazo de carne en que apoyarte, o tal vez no seas bien comprendido o se te hiera profundamente, pero es en esas ocasiones que te acercarás más a Jehová. Acudirás a su Palabra, y a medida que él hable contigo y tú escuches perderás esas cargas. El amor que te tengo no puede librarte ni de la disciplina ni del gozo que provienen de aprender a seguir tras un propósito correcto en la vida, ese camino más excelente. Sí, el servicio de precursor misionero suministra una oportunidad excelentísima para aprender ese camino más excelente, el camino del amor, que conduce hacia arriba, sí, que conduce hacia arriba por todo ese camino hasta la vida eterna en el nuevo mundo de Jehová.