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  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1957
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1957
w57 15/6 págs. 361-364

Siguiendo tras mi propósito en la vida

Según lo relató Harry W. Arnott

EL GOZO y las bendiciones que recibí del discurso del 3 de abril de 1955 y la actividad que siguió después, junto con la temporada del Memorial y con la bendición tan patente de Jehová, han despertado en mí el deseo de relatar mi historia por escrito. Tiene su principio más o menos alrededor de julio de 1939, porque fué en ese tiempo que por primera vez llegué a tener conocimiento de la verdad cuando mi abuela me habló de ella durante una temporada que ella pasó en nuestra casa. Y desde el mismo comienzo aprendí unas lecciones que me han servido mucho durante todo el tiempo que ha transcurrido desde aquel año. Abuelita había estado activa en la obra de dar el testimonio desde el año 1915, pero durante todo el tiempo transcurrido desde 1915 hasta 1939 pocos fueron los frutos que vió que fueran resultado directo de su predicación del Reino, si es que vió algunos de esa clase. De manera que usted puede imaginarse el gozo que ella tuvo al ayudarme a mí a decidirme a favor de la verdad. Desde ese entonces ella ha tenido muchas otras bendiciones pero la paciencia de ella durante aquellos años me sirvió de verdadero ejemplo. Ella medió buenos consejos bíblicos también. Me acuerdo muy bien de como, justamente después que yo comencé a participar activamente en el servicio y antes de que ella concluyera su estadía con nosotros, me dijo: “Siempre ten presente esto: no te dejes desanimar o vayas a tropezar a causa de lo que haga o lo que diga alguno de los hermanos. No olvides que estás sirviendo a Jehová no a los hombres. Si te apegas a Jehová y a su organización todo te saldrá bien.”

Me bauticé en marzo de 1940 y en junio del año siguiente emprendí el precursorado. Desde esa fecha en adelante realmente comencé a seguir tras mi propósito en la vida, y durante todos los años hasta esta fecha me he sentido muy complacido al emplear todas mis energías en el servicio del Reino.

Reconozco que actualmente en muchos países el precursor general tiene que hacer trabajo seglar durante parte del tiempo para cuidar de las necesidades de la vida; pero agradezco el que desde el mismo comienzo yo no tuve que hacer eso. No era que yo tuviera dinero propio, ni ayuda de otras personas. Creo que tenía unas £6 esterlinas (unos diecisiete dólares) como todo mi capital cuando emprendí el precursorado a la edad de 18 años, y no recibí ninguna ayuda monetaria de mi familia. Tal vez piensen algunos que eso era actuar temerariamente. Quizás tengan razón; pero yo confié en Jehová, y aunque llegué a saber lo que era estar “escaso de provisiones” a veces, nunca me hallé desprovisto de lo esencial. Mirando las cosas retrospectivamente, me alegro de que haya sido así, porque me parece que muchos han perdido las bendiciones del precursorado porque consideraron que ciertas cosas, ciertas posesiones materiales, cierta cantidad de dinero ahorrado, eran necesarias antes de que pudieran dar el paso de hacerse precursores—y parece que nunca logran dar ese paso. De manera que yo nunca tuve un trabajo de tiempo parcial. Pero más tarde, en 1942, se me designó precursor especial en la Gran Bretaña como parte de la expansión en los territorios aislados, y aprecié mucho la provisión monetaria con que me ayudó la Sociedad.

Mientras yo seguía persistentemente tras mi propósito en la vida, la única interrupción durante los quince años pasados en el precursorado fué involuntaria. Esta fué durante los años de la guerra, cuando yo quise continuar en mi ministerio pero otros que pensaban de manera diferente me encarcelaron. Realmente me considero afortunado por haber compartido esta clase de experiencia con otros hermanos y hermanas, que también rehusaron violar su devoción exclusiva a Jehová. Resultó ser una experiencia sumamente fortalecedora, aunque fué una prueba. Con tanto tiempo libre (durante las primeras diecisiete semanas fuí encerrado solo por diecinueve horas de cada veinticuatro, y aun durante las cinco horas de trabajo comunal no se me permitió hablar a nadie) tuve tiempo para meditar. Entonces volví a pensar en todas las dudas que en ocasión alguna había tenido en cuanto a la verdad: ‘¿Estaba malgastando mi vida por una ilusión?’ ‘¿Me había dejado arrebatar por alguna experiencia emocional de la juventud?’ ‘¿Por qué estaba pasando por estas experiencias?’ Entonces me acordé también de lo que Pablo escribió: “Sigan examinándose para ver si están en la fe, sigan probando lo que ustedes mismos son.” Y, aunque reconocí que tenía mis muchas faltas, me dió verdadero ánimo hallar que en mi corazón sí amaba la verdad y quería agradar a Jehová. Ahora habían desaparecido las dudas que había tenido en cuanto a la verdad, y aunque yo fracasara, la verdad duraría; de modo que resolví apegarme a la verdad con la ayuda de Jehová.

Lo que me ayudó durante ese período fué el hecho de que junto con estas experiencias en la cárcel yo había pasado muchos ratos maravillosos en el servicio como precursor especial. Siempre me acuerdo de una asignación en territorio aislado en especial. Tenía un muy buen compañero, quien se graduó después en Galaad junto con su esposa, y ahora está con ella en la Unión Sudafricana. El amor cristiano y el compañerismo que compartimos fué una bendición maravillosa para los dos e hizo que la obra fuera muy deleitosa. A las pocas semanas de haber llegado a aquella asignación aislada estábamos conduciendo veinte estudios en un pueblo, y fué posible organizar una nueva congregación antes de terminar el año. Me conmoví de felicidad al ver la “semilla productora” de la Palabra de Dios reproducir en tan poco tiempo. Desde luego, había mucho trabajo junto con las experiencias gozosas. Algunos días teníamos que viajar cien kilómetros en bicicleta para cuidar de los estudios en las haciendas esparcidas entre las colinas. Pero esa muestra del verdadero precursorado vivificó el deseo de emprender el servicio misionero algún día, si esto fuera la voluntad de Jehová. Recuerdo claramente las veces que regresábamos a casa en bicicleta cerca de la medianoche después de diez o doce horas en el servicio. En el transcurso del viaje hablábamos de las bendiciones del día, o muchas veces admirábamos las maravillas del universo al ver las estrellas y la luna resplandecer magníficamente en la atmósfera refrescante y despejada del norte de Escocia.

La primera vez que oí de Galaad quise estudiar allí. Supongo que en parte tenía la idea de experimentar cosas nuevas con espíritu de aventura. Pero me parecía, también, que era un paso lógico el registrarme para ir a Galaad cuando se presentara la oportunidad. Además me parecía que si me retraía estaría restringiendo el uso que pudiera hacer de mí la organización. Si no se me llamaba después de registrarme, pues yo habría hecho el esfuerzo. Pero ciertamente es mejor dejar que Jehová nos dirija en nuestras asignaciones, y ya que me había dedicado a hacer su voluntad no veía ninguna razón para dejar de seguir tras mi propósito en la vida.

Después de dedicarme y emprender el servicio de tiempo cabal, el ir a Galaad fué el paso más importante de mi vida. Tanto se ha dicho acerca del entrenamiento en Galaad que sería difícil añadir algo. Pero creo que lo que más me impresionó no fué tanto el aprender cosas nuevas (aunque sí aprendí muchas cosas nuevas), sino más bien que Galaad fué para mí como tomar la verdad y manejarla desde un nuevo punto de vista, reuniendo las muchas cosas aprendidas (y en su mayor parte oscurecidas por falta de uso) y compaginándolas en un cuadro brillante y claro, haciendo así más profundo que nunca nuestro aprecio y entendimiento de la verdad.

Después de Galaad se me envió a Rhodesia del Norte, y aquí he permanecido hasta ahora por casi ocho años. ¡Y cuán memorables años! Al llegar trabajé por un tiempo como precursor especial, gozando de muchos meses felices al ver a muchos europeos aceptar la verdad. Era un privilegio para mí ayudar a establecer nuevas congregaciones. Al principio, sin embargo, sentí que el clima tal vez iba a ser un obstáculo que me impediría continuar en esta asignación. Casi todos lo consideran un clima ecuable, pero yo lo hallé muy enervador. Comencé a sufrir ataques de agotamiento a causa del calor. Una vez mientras discursaba en una asamblea me desmayé en medio de la conferencia. Quería pedir un cambio de asignación, pero hasta la fecha me alegro de que no pedí definitivamente que se me trasladara. No ha resultado ser tan duro como me había imaginado. Una vez más han sido las bendiciones espirituales que he encontrado en la asignación las que me han dado ánimo para continuar. Si no hubiera sido por eso y la ayuda de Jehová por medio de su espíritu y su organización, tal vez habría renunciado, porque la carne es débil—sé que la mía lo es. Pero el solo hecho de estar presente en una asamblea de los hermanos africanos aquí, escuchar los cánticos, tener el privilegio de hablar con ellos y observar cuán ansiosa y asiduamente siguen cada detalle de consejo e instrucción a medida que se desenvuelve el programa, hace que todo valga la pena.

Después de haber estado aquí por seis años me casé con una joven que se graduó con la misma clase que yo en Galaad. Los dos trabajamos en la sucursal. Los meses siguientes fueron los más felices de mi vida, mientras compartía un compañerismo bendito con una muchacha hermosa cabalmente dedicada a Jehová que era para mí una ayuda idónea. Habíamos esperado mucho tiempo, tanto ella como yo, para compartir tan feliz compañerismo y nos resolvimos por la ayuda de Jehová a usar esta nueva bendición de manera que redundara en alabanzas a él. Entonces, a los cinco meses de casados, mi esposa murió en un accidente de tránsito. Eso fué hace poco menos de un año, de manera que no es difícil recordarlo. Yo mismo estuve en el accidente, pero escapé sin consecuencias serias. Pude seguir con mi trabajo en la sucursal a los pocos días. Pero por mucho tiempo me quedé desconcertado por la tragedia. Fué entonces que aprendí a apreciar cuán maravillosa bendición es la verdad, y especialmente el tener el privilegio del servicio de tiempo cabal. No hay duda de que la verdadera curación espiritual proviene de Jehová, y mientras más nos apegamos a él y su organización, mientras más participamos activamente en las cosas de la sociedad del nuevo mundo, más efectiva es la curación.

De manera que aquí estoy en Rhodesia del Norte después de siete años y medio de experiencias variadas, todas las cuales han fortalecido mi esperanza y confianza en Jehová. Yo sé que no he continuado en el servicio de tiempo cabal por mis propias fuerzas. Existe la tentación (y a veces yo caigo en ella) de confiar en uno mismo, más bien que confiar enteramente en Jehová. Por otra parte, existe el peligro de llegar a estar desesperanzado, sintiéndose uno incapaz de llevar a cabo una asignación—otra vez por no confiar en Jehová. De modo que yo he estado especialmente agradecido durante estos años pasados por el consejo continuo del ‘esclavo fiel y discreto,’ que nos ayuda a siempre esperar en Jehová, dando lo mejor que podemos y dejando lo demás en manos de él; porque él es El que nos puede mantener en su servicio. Regocijándome agradecidamente ahora en mis privilegios como siervo de sucursal, mi deseo es el de continuar en el servicio de tiempo cabal hasta el Armagedón, y, por supuesto, más allá, en el nuevo mundo, por la bondad inmerecida de Jehová, y hacerlo en cualquier capacidad que desee emplearme la organización de Jehová. Espero tener la salud y las fuerzas necesarias para hacer eso y, sobre todo, mantener la condición correcta de corazón y mente, siguiendo adelante adonde Jehová y su Rey reinante, Cristo Jesús, conduzcan a su pueblo. Me alegro de haber comenzado a servir como precursor y de haber seguido tras mi propósito en la vida. Jehová ciertamente ha agregado su bendición.

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