Siguiendo tras mi propósito en la vida
Según lo relató George R. Phillips
YO NACÍ en Glasgow, Escocia. Mis padres eran buenos presbiterianos; durante algunos años mi padre sirvió como maestro de escuela dominical. En 1902, cuando yo tenía cuatro años, mi padre llegó a conocer la verdad. Cayó la semilla en buen terreno y él pronto se hizo un publicador activo y celoso. Todos sus parientes, amigos, asociados en los negocios y toda persona con quien podía comunicarse recibieron información acerca de El Plan Divino de las Edades y el maravilloso milenio que pronto vendría. Recibió nombramiento de siervo en la congregación de Glasgow, pero su ministerio terrenal terminó en el otoño de 1904.
Durante los años en que mi padre gozó de la verdad y le rindió servicio él hizo lo mejor que pudo para entrenar a sus hijos en conformidad con la Palabra de Dios. Aunque yo era muy joven en ese tiempo puedo recordar la instrucción matutina basada en las Escrituras. Tarde en 1902, o temprano en 1903, tuve mi primera experiencia en el servicio en el campo. Mi padre solía llevarme consigo los domingos por la mañana para repartir los tratados Antigua teología trimestral, que se usaban en aquellos días. Yo deseaba saber por qué era necesario salir cuando había nieve en el suelo, o cuando llovía, pero se me aseguraba que los tratados traerían gozo y consuelo a los que tuvieran la correcta condición de corazón.
Mi madre continuó la obra de entrenamiento que mi padre había comenzado. Ella nos llevaba a las reuniones, y los hermanos que nos visitaban siempre se prestaban para someternos a un examen respecto a nuestro conocimiento de las doctrinas fundamentales. Cuán satisfecho me sentía yo cuando podía dar respuestas correctas acerca de la caída, el rescate, la resurrección y otras verdades bíblicas. Recuerdo, también, ese gran día cuando por primera vez pude repetir los nombres de todos los libros de la Biblia en su orden correcto sin mirar el índice. Ahora al reflexionar sobre lo pasado verdaderamente agradezco ese entrenamiento que recibí como niño, porque desempeñó una gran parte en ayudarme a hacer decisiones en armonía con la Palabra de Dios más tarde en la vida.
Los acontecimientos sobresalientes en aquellos días eran las visitas del primer presidente de la Sociedad, el pastor C. T. Rússell, a Glasgow. Siempre se contrataba el salón más grande de la ciudad y se le notificaba a la ciudad entera de casi un millón de habitantes acerca de la reunión. Por mucho la mayor proporción de la gente en Glasgow vive en casas de vecindad (apartamientos, de tres o cuatro pisos de alto, sin ascensores). Pasé muchas tardes y fines de semana subiendo y bajando esas escaleras. Ciertamente tenía todo el ejercicio necesario para mantenerme en buen estado físico. Y qué emocionante era ver el salón apiñado hasta la puerta, de modo que no se les podía permitir a algunos entrar, y oír al vasto auditorio entonar al unisón “Gloria,” y, sobre todo, escuchar la presentación clara y lógica desde la plataforma del mensaje bíblico por el siervo de Jehová. ¡Qué favor maravilloso, pensaba yo, conocer la verdad, y tener una parte pequeña en dársela a conocer a otros!
SERVICIO DURANTE LOS AÑOS DE LA JUVENTUD
En julio de 1912, a la edad de catorce años, simbolicé mi dedicación por medio de inmersión en agua. Nadie, ni siquiera mi madre, trató de hacerme tomar ese paso; tampoco trató alguien de desanimarme o aconsejarme que esperara hasta que tuviera más edad. De eso me alegré. Estaba cabalmente resuelto. Comprendía claramente que era el privilegio de la criatura servir al Creador y Dador de vida; que eso era lo mínimo que uno podía hacer para mostrar gratitud por todas las bendiciones de la vida y por la esperanza maravillosa de vida eterna que se da en las Escrituras. ¡Y qué privilegio era el saber y entender estas cosas mientras aún era joven y así poder seguir tras mi propósito en la vida, acordarme de mi Creador y servirle en los días de mi juventud con lo mejor de mi salud y energías, más bien que esperar hasta que sólo pudiera ofrecer los restos desgastados de mi vida!
Yo todavía estaba en la escuela en ese tiempo, y tuve muchas oportunidades de hablar con mis condiscípulos acerca del “fin del mundo en 1914” y del dominio nuevo que comenzaría cuando terminaran los “tiempos de los gentiles.” Al mismo tiempo, procediendo de acuerdo con el consejo dado en la literatura de la Sociedad, las amistades que yo cultivaba estaban todas dentro de la organización. Siempre rehusaba cortésmente las invitaciones para pasar los fines de semana o ir de vacaciones con compañeros de clase. Hallaba verdadera felicidad en la asociación con otra gente joven del mismo parecer, fuera participando en el servicio en el campo, en las reuniones o cuando nos recreábamos juntos. ¡Cuán agradecido estoy ahora por ese buen consejo y de haber procedido de acuerdo con él! ¡Cuántos hijos de padres que están en la verdad se han dejado llevar al mundo por haber adoptado un proceder contrario!
Llegó el otoño de 1913. ¡Un solo año más y entonces la iglesia terminaría su carrera y sería llevada al cielo! ¡Pero parecía que todavía se tenía que hacer tanto! Seguramente sería buena cosa, razoné, pasar por lo menos un año en el precursorado, esparciendo el mensaje del Reino antes del fin de los tiempos de los gentiles y el Armagedón. Por eso, a principios de enero de 1914, cuando acababa de cumplir dieciséis años, dejé la escuela y emprendí la obra de precursor. Mis profesores pensaron que me había desequilibrado cuando les dije lo que iba a hacer, pero nada de lo que dijeron me hizo alterar mi decisión. ¡Cuánto ha bendecido Jehová esa decisión!
¡1914 d. de J.C.! ¡Qué año fué ése para mí! Después de servir sólo unos pocos meses como precursor regular y de participar en la “Campaña de extensión de clases (congregaciones) por toda Escocia,” la cual tenía como su objetivo el dar el testimonio en toda parte de Escocia y establecer nuevas congregaciones tras una serie de reuniones públicas, fuí invitado por la oficina británica de sucursal a participar en la obra especial que siguió a la serie de conferencias públicas que el hermano Rútherford pronunció ese verano a través de las Islas Británicas. Hasta ese tiempo yo nunca había colocado más de un libro encuadernado a la vez al hacer una colocación. Esta invitación implicaba el ofrecer la colección completa de seis tomos de Estudios de las Escrituras más una suscripción de un año a La Atalaya. ¿Qué estaban pensando en la oficina de Londres? ¿Cómo podía yo, un muchacho de dieciséis años, con solamente unos cuantos meses de experiencia en la obra de precursor, esperar hacer tal obra? Pero después de reflexionar un poco me di cuenta de que la invitación provenía del Señor por medio de su organización. “Aquí estoy yo; envíame a mí,” fué la respuesta. Mi compañero precursor, que era como año y medio mayor que yo, y yo tuvimos asignaciones en Inglaterra, Escocia y Gales y pasamos un tiempo maravilloso. ¡Las colecciones salieron y las suscripciones entraron! El hermano Rútherford estaba en la flor de su vida y pronunciaba tan bien sus conferencias que en muchas ocasiones cuando visitamos a la gente e hicimos la oferta por $2.50 (EE. UU.) la gente exclamaba: “Pues, ¡la conferencia sola valía eso!” Lo demás era fácil. ¿Tenía yo algún remordimiento por haber emprendido el precursorado en vez de haber ido a la universidad o conseguido un empleo seglar? ¡Fuera lo que fuere lo que el Señor tuviera reservado para nosotros en el cielo, tendría que ser sumamente bueno si el gozo había de sobrepasar el que estábamos experimentando en Su servicio en ese entonces!
En agosto de 1914 estábamos haciendo esta obra de atender a los interesados en Barrow-in-Furness en el noroeste de Inglaterra cuando llegaron las noticias de que había estallado la guerra (la I Guerra Mundial). Esas noticias me estremecieron. Esto seguramente era el principio del gran tiempo de angustia—una confirmación de lo que habíamos estado predicando durante años. Pensé en mis compañeros de escuela y en cómo algunos de ellos se habían reído tontamente cuando yo les había hablado acerca de la angustia que estallaría en el otoño de 1914. ¿Qué estarían pensando aquellos jóvenes ahora?
TRIBULACIONES DE LOS AÑOS DE GUERRA
Hubiera guerra o no la hubiera, mi compañero y yo seguimos haciendo la obra de precursor y recibimos asignaciones en Escocia e Irlanda, trabajando en conexión con la exhibición del Foto Drama de la Creación—dando publicidad a la película cinematográfica, ayudando a presentarla con éxito y luego visitando a los interesados. Al concluirse cada exhibición del Drama se presentaban dos conferencias públicas: “Examen de las enseñanzas del pastor Rússell” y “La segunda venida de Cristo.” Las personas entregaban sus nombres y las visitábamos con colecciones de Estudios de las Escrituras. Los salones se llenaban por completo dondequiera que se exhibía el Foto Drama y tuvimos muchas experiencias verdaderamente gozosas. Era fácil trabar amistad con la gente. Rara vez había una crítica adversa del Drama, y muchos en aquellos días ingresaron en la organización después de verlo.
Hacia el fin de 1916 se introdujo la “obra pastoral”—la de prestar el libro El Plan Divino de las Edades sin que se contribuyera por él, por un período de dos semanas a los que desearan leerlo, particularmente en los distritos más pobres. Entonces se les volvía a visitar con la mira de colocar literatura y aumentar el interés. Esto en realidad fué el principio de lo que conocemos hoy en día como la obra de revisitas. Yo tuve parte en esta obra también y saboreé el placer de alimentar sistemáticamente a los que tenían hambre de la verdad, muchos de los cuales verdaderamente apreciaban nuestros esfuerzos por ayudarlos.
En el verano de 1916 Inglaterra adoptó su acta de reclutamiento militar. Hubo mucha discusión en la congregación de Glasgow respecto a cuál era el proceder correcto y bíblico que se había de seguir. Algunos pensaban que no había nada malo en unirse a una unidad no combatiente; otros pensaban que estaría bien entrar en una fábrica de municiones y hacer proyectiles y de ese modo evitar el servicio militar. Ellos sostenían que los juicios de Dios ahora se estaban expresando en contra de las naciones y que la persona que orara a Dios que él dirigiera los proyectiles para cumplir su voluntad estaría cooperando con el Altísimo y de ese modo podría tener la conciencia limpia. Para los jóvenes este proceder tenía el atractivo adicional de ofrecerles “mucha plata.” Un tercer grupo creía firmemente que las Escrituras no permitían ninguna transigencia en cuanto a esta cuestión. Yo me hallaba en este último grupo. Todos los que estaban en el primer y el segundo grupos abandonaron la organización dentro de unos pocos años después de eso.
Un año más tarde, habiendo mientras tanto llegado a la “edad militar,” yo estaba compareciendo ante tribunales locales y de apelaciones, dando una ‘razón por la esperanza que había en mí.’ Pero aunque se me había criado en la verdad y había sostenido mis convicciones, arraigadas en las Escrituras, durante años antes del estallido de la guerra, la corte de apelaciones me informó que no tenía suficientes años de edad como para tener opiniones maduras acerca de cosa alguna. En otras palabras, tenía suficientes años de edad para pelear pero no para saber si era correcto o no era correcto pelear.
La ley de Dios y la ley de los hombres estaban en pugna. ¿A quién debería obedecer yo? ¿Debía continuar siguiendo tras mi propósito en la vida? Seguí el ejemplo del apóstol según se da en Hechos 5:29. Pronto fuí arrestado y sentenciado por un consejo militar de guerra a cumplir un año de encarcelación con trabajos forzados. Mientras esperaba el proceso tuve muchas oportunidades de testificar a muchachos que estaban para salir hacia las trincheras del frente en Francia. Casi sin excepción expresaban la esperanza de que lo que yo les había dicho fuera verdad, y entonces me alentaban a “seguir firme.” Los primeros catorce días de mi sentencia los pasé en prisión solitaria. Un ejemplar de la Biblia de la prisión era la única literatura que se permitía. ¿Había seguido yo el proceder correcto? A medida que leía las Escrituras no tenía ninguna duda de ello en mi mente. Además, muchos pasajes que ya conocía asumieron un significado más lleno y profundo. Ahora podía realmente entender y apreciar y penetrar más cabalmente en las experiencias de los siervos de Jehová de tiempos anteriores, muchos de los cuales fueron encarcelados debido a su fe en la Palabra de Dios y su adherencia a ella.
Hacia fines de 1917, mientras todavía cumplía mi sentencia, hubo una escasez de alimento en el país, debido a la campaña alemana de submarinos que en ese tiempo estaba en plena actividad. Las raciones de la prisión se hicieron muy escasas. Sentí los dolores del hambre. De noche podía oír a algunos de los prisioneros golpear las puertas de sus celdas con los puños, mientras que perdían la razón. Los zepelines de Alemania pasaban sobre Londres frecuentemente y dejaban caer sus bombas. Había el estallido continuo de los cañones antiaéreos durante el bombardeo. Aunque estos ataques aéreos frecuentes trajeron muerte y destrucción, me proporcionaron las únicas oportunidades que tuve de hablarles a mis compañeros de prisión acerca del Reino. En estas ocasiones siempre se acomodaba a tres o cuatro prisioneros en una misma celda en el piso bajo y, mientras duraba el ataque yo hacía buen uso del tiempo hablándoles acerca de las buenas cosas que·contenía la Palabra de Dios.
En septiembre u octubre de 1917 un recién llegado a la prisión trajo la noticia de que el libro The Finished Mystery (El misterio terminado) se había publicado y que la iglesia sería llevada en la primavera de 1918. ¿Sería contado digno yo? ¿mis parientes allá en mi casa en Glasgow? ¿los hermanos por todas partes? Y, exactamente, ¿de qué manera sería llevado yo?
Antes que cumpliera mi sentencia fuí excarcelado y mandado por las autoridades a un campamento de trabajo, una fábrica de abonos sintéticos, donde tuve que trabajar diez horas al día con picota, pala y carretilla. Cada fin de semana viajaba 110 kilómetros en bicicleta sin importar el tiempo, para asistir; las reuniones y asociarme con los hermanos. Trabajé en ese campamento un año. A las 11 a.m. del 11 de noviembre de 1918 yo todavía estaba en esta fábrica y, mientras ayudaba con una pala a vaciar un furgón de carbón, las sirenas anunciaron el fin de la I Guerra Mundial. ¿Ahora qué? Yo no me había ido al cielo en abril. ¿Había más trabajo que hacer sobre la tierra?
LIBERACIÓN, ENTONCES SERVICIO EN GLASGOW
El fin de la guerra no trajo liberación inmediata de las restricciones gubernamentales. Durante el siguiente año se me obligó a trabajar en un astillero fabricando barcos de cemento, a cincuenta kilómetros de Glasgow. Aquí, con horas extraordinarias, tuve que trabajar ochenta horas a la semana. Pero cada domingo me hallaba en Glasgow participando en las actividades de la congregación allí. Por fin fuí puesto en libertad en septiembre de 1919.
Durante los próximos cuatro años y medio tuve muchos privilegios de servicio con la congregación de Glasgow. La obra de servicio, como la conocemos hoy, se puso en marcha. Glasgow fué dividido en cuatro distritos. Fué privilegio mío el tener la superintendencia de un distrito y ayudar a los publicadores de congregación de esa área a concentrarse en el servicio regular y sistemático en el campo. Tuvimos algunas experiencias maravillosas trabajando con tales instrumentos como The Finished Mystery, The Golden Age (Luz y Verdad) N.° 27 y más tarde el folleto ¡Millones que ahora viven nunca morirán! y El Arpa de Dios. Ciertamente fué grandioso también el tener una pequeña parte en cuidar de tales deberes como los de un siervo de literatura y siervo de cuentas, y el servir en el comité de congregación.
La congregación de Glasgow creció hasta que hubo más de 1,200 asociados, y con regularidad se verificaban cincuenta reuniones cada semana. También, había oportunidades de servir a congregaciones más pequeñas en otras partes de Escocia los fines de semana. Para los que respondieron a la llamada de clarín de “Anunciar al Rey y el Reino” éstos eran días ocupadísimos, días felices.
Los eventos sobresalientes de estos años eran las visitas del segundo presidente de la Sociedad, y siempre recibíamos gran estímulo de las asambleas que se celebraban en esas ocasiones. Pero éstos eran años de prueba también, y Glasgow no fué ninguna excepción a la regla general. Hubo los que servían al Señor y los que no le servían, y otros que querían que las cosas se hicieran al gusto de ellos. De modo que cuando la gran sacudida vino (llegó a Glasgow en 1922) muchos salieron de entre nosotros porque no eran de nosotros. Los que quedaron fueron fortalecidos por estas experiencias y vinieron a estar unidos más firmemente para la obra que todavía quedaba por hacer.
En mayo de 1924 durante la visita del hermano Rútherford a Glasgow, él anunció en la asamblea que se estaba celebrando que iba a mandar a un hermano de la oficina de sucursal británica a la Unión Sudafricana para servir como siervo de sucursal. La mañana siguiente, mientras estábamos sentados en una antecámara esperando para subir a la plataforma, el hermano Rútherford me dijo: “Usted me oyó hacer ese anuncio anoche acerca de mandar a un hermano a la Unión Sudafricana. ¿Le gustaría ir con él?” “Aquí estoy yo; envíame a mí,” fué la respuesta. “Piénselo cuidadosamente y avíseme esta tarde,” contestó él. Cuando confirmé mi decisión esa tarde, me dijo entre otras cosas: “Jorge, tal vez sea por un año, o tal vez sea por un poco más que eso.” Él todavía tenía gran fe en que los príncipes regresarían el año siguiente, y en que se efectuarían grandes cambios en seguida.
No había ningún Galaad en aquellos días y no teníamos la ventaja del entrenamiento maravilloso que se les da a los misioneros ahora antes de ir a una asignación en el extranjero. Es verdad, teníamos nuestra “escuela de los profetas” en Glasgow, donde recibíamos algo de entrenamiento en el arte de hablar en público, pero no teníamos nada como los cursos maravillosos que ahora se dan en Galaad. Se me concedieron dos semanas en que “hacer mi maleta” y contemplar seriamente por la primera vez cómo Abrahán debe haberse sentido cuando salió de su propia tierra para ir a una tierra acerca de la cual él no sabía nada.
EN LA SUCURSAL DE LA UNIÓN SUDAFRICANA
Unas pocas semanas más tarde estaba yo en la Unión Sudafricana. ¡Qué diferente de Escocia y otras asignaciones que había recibido en las Islas Británicas! Las condiciones eran totalmente diferentes y todo lo relacionado con la obra era más pequeño. En aquel tiempo sólo había seis personas en el servicio de tiempo cabal y no más de unas cuarenta que trabajaban un poco en la obra del servicio. Nuestro territorio abrazaba todo desde el Cabo hasta Kenia. ¿Cómo podría trabajarse y darse un testimonio eficaz en un año? ¿Para qué preocuparnos acerca de eso? Lo que tenía que hacerse era entrar en acción, usar los instrumentos que estaban disponibles, y dejar los resultados en manos de Jehová.
Uno de estos instrumentos era una pequeña prensa de platina de alimentación manual, la cual llegó a nuestras manos procedente de la oficina de Brooklyn unas pocas semanas después de nuestra llegada. Afortunadamente en ese tiempo había en Ciudad del Cabo un hermano que era impresor. Bajo su guía hicimos un aprendizaje de cinco años en unos cinco meses de trabajar tres horas casi toda noche de la semana después de terminar nuestro día normal de trabajo, y los sábados por la tarde. Descubrimos lo que significa poner los puntos sobre las íes y lo poco apetitoso que puede ser un “pastel de imprenta.” La pequeña prensa pronto estaba produciendo miles de hojas sueltas para reuniones públicas, tratados y formularios de servicio.
La Unión Sudafricana es un país complejo con muchos diferentes idiomas y razas. Era un verdadero gozo el llegar a conocer a estos diferentes grupos, su manera de vivir, sus costumbres, etc., y luego hacer los arreglos necesarios para conseguir literatura en sus idiomas respectivos. La literatura ha sido traducida e impresa en la Unión Sudafricana en quince diferentes idiomas para uso en esta parte del campo. El organizar la obra en un campo tan vasto y colocar los fundamentos necesarios sobre los cuales edificar no fueron tareas fáciles, especialmente con tan pocas personas en el servicio de tiempo cabal. La misma pequeñez de las cosas era una prueba y resultó ser demasiado para mi colaborador, de modo que salió de su asignación hacia fines de 1927, después de haber estado en el país tres años y medio. Yo seguí luchando, siguiendo tras mi propósito en la vida, convencido de que si persistía en el trabajo la bendición de Jehová estaría con nosotros y él daría el aumento al debido tiempo.
Y así fué que durante los años de la gran depresión continuamos con nuestras campañas de reuniones públicas e hicimos buen uso de la “Serie del arco iris” (los tomos por el juez Rútherford). Las máquinas portátiles de transcripción (cuánto nos reímos a veces por la naturaleza “portátil” de éstas a medida que dos hermanos subían tambaleando las gradas de alguna plataforma casi desplomándose bajo el peso de una de ellas) y sus discos de larga duración desempeñaron su trabajo, y tuvimos unos días repletos de actividad. Recuerdo haber tocado un discurso de una hora, como por ejemplo “Gobierno y paz,” ocho veces en un solo día en diferentes partes de Ciudad del Cabo. Había precursores viajando en automóviles con altoparlantes a través del país y el nombre del juez Rútherford llegó a ser tan bien conocido como el del primer ministro. Muchos escuchaban con apreciación, pero, por lo general, la mayoría de la gente nos decía que no le agradaban discursos “en conserva” y que preferiría escuchar a un orador a quien se pudiera ver.
Los fonógrafos con los sermones cortos de introducción hicieron posible que entráramos en muchos hogares y prepararon el camino para colocaciones y revisitas. Yo ciertamente tuve muchas experiencias interesantes en ese rasgo de la obra y realmente me gustó. Con el tiempo el fonógrafo vino a ser tan bien conocido que cuando íbamos a las puertas no era necesario anunciar quiénes éramos.
La campaña con el folleto del Reino es una que permanece siempre fresca en mi mente, cuando, por la primera vez en muchos casos, buscábamos entrevistas con los gobernantes y otra gente prominente para colocar el mensaje del Reino en sus manos y anunciar a todos en general nuestro nuevo nombre: “testigos de Jehová.” Durante los primeros años después de 1930 pudimos arreglar varios contratos con la Corporación Africana de Radiodifusión, y la transmisión de discursos grabados que se hizo cada mes desde las radioemisoras de ésta en Johannesburgo, Ciudad del Cabo y Durbán dió un amplio testimonio a la verdad. Muchos que oyeron estos discursos los recordaron por años después.
LUCHAS EN LAS CORTES Y GUERRA MUNDIAL
Mientras tanto la obra estaba creciendo constantemente y los africanos, tanto como los europeos, estaban aceptando el mensaje. Esto no era del agrado de algunos. En las Rhodesias se hizo un esfuerzo por perjudicarnos haciendo que nuestra literatura fuera declarada sediciosa. Siguieron luchas en las cortes de las Rhodesias y de la Unión, saliendo victoriosa la Sociedad, y esto dió constancia en las cortes de que nuestra literatura no es sediciosa. Fué un verdadero privilegio el ayudar a abogados y defensores a prepararse para estos pleitos y, en la corte misma, buscar los textos bíblicos pertinentes para que ellos los leyeran al presentar nuestra defensa.
Fué memorable el año 1938, porque en ese año la organización vino a ser enteramente teocrática y las instrucciones que recibimos entonces y aplicamos aceleraron el aumento de una manera muy notable. Aun con el advenimiento de la II Guerra Mundial, y las restricciones subsiguientes, la obra siguió adelante a grandes pasos.
Durante la II Guerra Mundial hubo más luchas en las cortes y de nuevo hubo el privilegio de defender los intereses del Reino y luchar para mantener abierta la puerta. La contienda duró durante la mayor parte de la guerra, pero más de un año antes del fin de ésta tuvimos la satisfacción de ver el levantamiento de la proscripción que se había impuesto a la importación de nuestra literatura. Durante los años desde 1941 hasta 1944, mientras estaba en vigor la proscripción, tuvimos muchas experiencias emocionantes y las evidencias más maravillosas del cuidado amoroso de Jehová y de la protección que da a su pueblo. Nunca perdimos ni un solo número del ‘alimento a su tiempo’—la revista La Atalaya. Muchas veces solamente un ejemplar de un número alcanzaba a llegar a nuestras manos. A veces era un suscriptor en una de las Rhodesias o en el África Oriental Portuguesa o en una granja solitaria de la Unión Sudafricana o una visita que bajaba de un barco que arribaba a Ciudad del Cabo el que suministraba lo que nos hacía falta, y todos gozábamos de nuestro alimento a su debido tiempo.
Las provisiones de que se disfrutó en las asambleas en los Estados Unidos de América en esos años también llegaron a nosotros de una manera u otra y nos impartieron fuerza y denuedo para seguir adelante con la obra. Mucho significaron para nosotros los esfuerzos que hicieron nuestros hermanos de Brooklyn para mantenernos con surtido en esos días y se lo agradecíamos muchísimo.
HASTA AMÉRICA Y GALAAD Y REGRESO
Llegó el fin de la II Guerra Mundial y también una invitación para asistir a la asamblea de Cléveland en 1946. Desde cuando era un niño en la escuela y empezaba a leer los “Informes sobre asambleas” yo había abrigado la esperanza de que algún día pudiera tener el privilegio de asistir a una de las grandes asambleas que se celebraban en América. Galaad había estado funcionando por tres años. Ya había pasado yo el límite normal de edad para matriculación en Galaad, y sin embargo, ¡cuánto anhelaba recibir el entrenamiento que se daba allí! ¡Si sólo pudiera haberlo tenido veinticinco años antes! La octava clase, la primera clase internacional, había de comenzar después de la asamblea y para gran gozo mío el hermano Knorr dió su consentimiento para que yo asistiera. Los cinco meses y medio pasados en Galaad siempre permanecerán en mi memoria como una de las experiencias más gozosas de mi vida. El hermano Knorr me dijo antes de ir a Galaad: “Allí usted recibirá entrenamiento y experiencia que no podría adquirir de ninguna otra manera.” Pude descubrir que eso era verdad, y estoy verdaderamente agradecido a Jehová por esa provisión maravillosa que Él ha hecho para los ministros de tiempo cabal en estos últimos días del viejo sistema de cosas, para que el testimonio acerca de su nombre y reino pueda darse más eficazmente.
¿Cuál sería mi asignación? Los que éramos de la octava clase podíamos escoger tres posibilidades. Mi primera selección era la Unión Sudafricana; ¡también lo era mi segunda selección, y la tercera! Sí, yo había aprendido a amar la asignación que me había dado la organización del Señor en 1924, la cual había de ser “por un año o un poco más.” Resultó ser por “un poco más,” pero después de casi veintitrés años en el trabajo allí yo no solamente estaba dispuesto a volver, sino que estaba muy deseoso de hacerlo por cualquier cantidad de tiempo que Jehová quisiera.
Al volver de Galaad yo estaba mejor equipado para cuidar de mi asignación anterior como siervo de sucursal en la sucursal de la Unión Sudafricana. El trabajar dos meses en los despachos matrices de la Sociedad en Brooklyn y luego ir a Galaad me hizo apreciar mejor que nunca antes lo que es la organización y cómo funciona. Durante los diez años que han transcurrido desde entonces he tenido muchas oportunidades de usar la información y aplicar el consejo y entrenamiento que recibí en esa maravillosa escuela de la enseñanza más elevada. Nos han visitado dos veces los hermanos Knorr y Hénschel. Estas han sido ocasiones gozosas y memorables. Mucho ayudaron la obra en esta parte de la tierra, así como en otras partes, los arreglos que ellos hicieron para que hubiera expansión. El movimiento general de la obra ha aumentado. ¡Qué contraste se ve al comparar el arreglo sumamente efectivo de la organización actual con lo que era hace cincuenta años! ¡Cuánto más puede hacerse en un período más breve de tiempo y con tanta más eficacia! Ahora, con el programa de entrenamiento en plena acción y con la película “La Sociedad del Nuevo Mundo en Acción” dando a todos los que la ven una apreciación mejor de cómo trabaja la organización teocrática, se está ayudando a muchos a alabar el nombre del Creador. ¡Qué gozo trae el estar viviendo en este tiempo y ver la grande muchedumbre entrar a torrentes en la sociedad del nuevo mundo! ¡Qué privilegio es poder dedicar uno todo su tiempo y energías a magnificar el nombre de Jehová! Hay experiencia gloriosa tras experiencia gloriosa. Es magnífico el tener bastante que hacer y siempre algo esperando para mañana. Desde el puñado de personas interesadas en el mensaje del Reino en esta parte de África en 1924 la obra ha crecido hasta que ahora hay, en el territorio de la asignación original, cuatro sucursales y más de 63,000 publicadores. Jehová ciertamente ha dado el aumento.
Si yo pudiera volver atrás en el tiempo cuarenta y tres años y hallarme en la escuela otra vez, ¿escogería yo de todos modos la obra del precursorado? Seguramente hay muchísima más razón para decir “sí” hoy. ¿Conoce usted a alguna persona que haya hecho de una profesión u oficio su carrera que haya tenido una vida siquiera la mitad de lo interesante que ha sido la mía o tan interesante como la de cualquier otro miembro de la sociedad del nuevo mundo que al salir de la escuela emprende el servicio de tiempo cabal, pone su hombro al trabajo de precursor, llena los requisitos para Galaad, acepta su asignación misional adondequiera que sea y luego persiste en su asignación? Sea honrado con usted mismo cuando contesta. A través de los años la provisión amorosa de Jehová para todas mis necesidades, su protección, guía y bendición siempre se han manifestado abundantemente. He aprendido que “es grande ganancia la piedad, unida con un espíritu contento” y que si uno ha de permanecer en “el retiro del Altísimo” tiene que adherirse tenazmente a su organización y trabajar con ahinco haciendo su obra de esta manera. El servicio de la verdad me ha mantenido joven de corazón y de mente, y hoy día, pasados los cincuenta y nueve años de edad; por la bondad inmerecida de Jehová todavía puedo rendir un buen día de trabajo e ir al mismo paso que los que tienen menos que la mitad de mi edad.
Este relato muy breve acerca de mis cincuenta y cinco años en el servicio activo de Jehová no estaría completo si no hiciera referencia a mi querida esposa, Estela. Durante veintisiete años, desde 1930, ella ha sido una verdadera ayuda idónea, cooperando lealmente en todas las experiencias que juntos hemos compartido. Ella también sacó mucho provecho de su entrenamiento en Galaad. Nuestro solo deseo ahora es continuar sin cesar en el servicio de tiempo cabal y bendecir el nombre de Jehová para siempre jamás.