Siguiendo tras mi propósito en la vida
Según lo relató Tomás R. Yeatts
AL REFLEXIONAR sobre cómo yo he seguido tras mi propósito en la vida hallo muchos defectos. En cambio, gracias a la bondad inmerecida de Jehová Dios, tengo más motivo para sentirme agradecido que para lamentarme. Aunque fuí criado en la verdad, no la he considerado como cosa común, sino que siempre he apreciado que la verdad es algo muy especial, una joya de gran valor.
Soy el mayor de una familia grande criada en una hacienda en cuyas cercanías no había ninguna congregación de los testigos de Jehová. Por lo tanto, cuando en 1931 nos trasladamos a un sitio más cercano a la ciudad comencé mis actividades en la obra de dar el testimonio a la edad de 17 años. En aquellos días no había ningún programa de entrenamiento. Un hermano sencillamente me dió unos libros y me dijo: “Vaya a esa casa.” Fuí, pero me sentí muy nervioso. Sucedió que las personas de esa casa eran de buena voluntad y me ayudaron considerablemente. Al fin de ese primer día me sentí ya todo un publicador veterano. Entre 1931 y 1938 estuve ocupado como publicador de congregación. En 1938 asistí por primera vez en mi vida a una asamblea de amplia asistencia, es decir, que no fuera estrictamente local. Esta se celebró en College Park, Maryland, y escuché al hermano Rútherford hablar desde Londres, Inglaterra, sobre “Llenad la tierra” y “Enfréntense a los hechos.” En esa asamblea me bauticé y llegué a conocer al hermano Eduardo Keller, viéndolo por primera vez; pero siete años más tarde llegué a conocerlo mucho más en la clase de español de Galaad.
En 1939 asistí a la asamblea que se celebró en la ciudad de Nueva York y pasé una temporada muy divertida viajando en los trenes subterráneos y viendo la gran ciudad por primera vez, sin mencionar la emoción del motín en Madison Square Garden durante el discurso público el domingo. Llegué a Nueva York con cuatro dólares en mi bolsillo y al regresar me quedaba uno.
En 1940 asistí a la asamblea de Detroit, Míchigan, donde se presentó el libro Religión. Allí fué que vi al hermano Cóvington por primera vez. También un amigo me presentó a la que había de ser mi esposa, una pelirroja de Syracuse, Nueva York, que emprendió el precursorado en esa asamblea y ha continuado en ese servicio hasta ahora.
En la primavera de 1941 fuí detenido (por primera vez en mi vida) junto con otros cuarenta hermanos mientras hacíamos la obra con las revistas en las calles en una asamblea de circuito en Staunton, Virginia. Se nos detuvo en la jefatura de policía como una hora mientras el hermano Macmillan iba a la oficina del fiscal de la ciudad y daba lectura a la decisión de la Corte Suprema; al oír ésta el fiscal declaró que no había tenido la menor idea de que habíamos gozado de una tan dulce victoria. Llamó al jefe de policía para decirle que nos libertara. Regresamos a la calle y colocamos todas las revistas que teníamos. En ese mismo año asistí a la asamblea de San Luis. Ya era siervo de congregación. En octubre de 1941 recibí mi cuestionario para el ejército, un año entero después de haberme inscrito para el servicio militar. En noviembre, unas dos semanas antes del ataque a Pearl Harbor, siendo todavía publicador de congregación, se me concedió una clasificación 4-D como ministro exento del servicio militar, y retuve esa clasificación a través de la guerra sin comparecer ni una sola vez ante la junta de conscripción.
En la primavera de 1942 un precursor joven, de paso en nuestro pueblo, me dijo entre otras cosas que yo debía demostrar más aprecio por mi clasificación de ministro y emprender el precursorado ministerial de tiempo cabal. En ese tiempo yo tenía un nuevo automóvil y ganaba buen sueldo además de hacer mi servicio ministerial. Algunas personas de la congregación local me detenían (no era cosa difícil) diciendo que debía dejar a otro que no estuviera ganando tanto dinero emprender el precursorado. No obstante, el 4 de julio de 1942 declaré mi independencia y comencé a servir como precursor. Estábamos en una campaña con los folletos y en ese mes yo coloqué unos 400. Llevé un registro exacto de mi renta y mis gastos y al terminar el mes tuve $10 más de lo que había tenido al principio del mes. Desde ese tiempo nunca me he hallado en apuros en lo que se refiere a dinero y ciertamente nunca me ha “faltado una comida.”
Yo tenía un automóvil pero no tenía carro-casa; mi novia tenía un carro-casa pero no tenía automóvil; de modo que llegamos a la conclusión de que el mejor recurso sería casarnos. Después de la asamblea de Cléveland en septiembre de 1942 viajé a Syracuse, desatendiendo los consejos de algunos de mis amigos del Sur, y conseguí mi esposa yanqui con su trailer y los dos continuamos de precursores en Virginia con éxito y felicidad.
Aproximadamente un año antes que esto yo había llenado una solicitud para servicio en Betel y casi me había olvidado de ella. Más o menos una semana después de nuestras bodas recibí una carta de la Sociedad notificándome que si era soltero todavía podía presentarme en la Hacienda del Reino en South Lansing, Nueva York. Informé a la Sociedad que ya no era soltero pero que en caso de haber una vacante para un matrimonio los dos tendríamos gozo en aceptarla. Poco tiempo después recibimos una carta del hermano Knorr informándonos que no había ninguna vacante en ese tiempo pero que siguiéramos en el precursorado y Jehová nos bendeciría. Lo hicimos y Jehová nos ha bendecido.
En junio de 1944 llegué a ser precursor especial. Se nos asignó a Appalachia, Virginia, un pueblo minero ubicado justamente al otro lado del monte Big Black cerca del condado de Harlan en Kentucky. Allí hallamos gente algo ruda, pero muy buena y generosa una vez que llegaba a conocer a uno. Encontramos y conocimos amigos que todavía están entre los mejores que tenemos. Esta era la primera vez que yo me había ausentado de mi casa por más de diez días seguidos y se me hizo bastante duro. Nunca en mi asignación en el extranjero (a 3,000 kilómetros de mi casa) me he sentido tan lejos de mi casa como me sentí en aquellos montes a la distancia de solamente 300 kilómetros. Este entrenamiento fué justamente lo que necesitábamos para Galaad y una asignación en el extranjero. Todos los precursores varones habían sido echados del condado de Harlan por chusmas, pero había dos fieles hermanas ancianas trabajando allí como precursoras y me llamaban casi todos los meses para llevar a cabo algún servicio. El primer servicio de funeral que conduje fué en el condado de Harlan, con un matasiete mirando por encima de mi hombro para ver si leía de la Versión del Rey Jaime de la Biblia (lo que sí estaba haciendo). El primer servicio del Memorial que conduje y mi primer discurso público se efectuaron allí.
Pero en esa asignación la experiencia sobresaliente aconteció en Appalachia, Virginia. Una mañana, mientras iba de casa en casa en uno de los mejores barrios del pueblo, le dejé un ejemplar del Kingdom News a una mujer tratable. Más tarde, cuando salía de una casa, un hombre vino corriendo por la calle como un toro enfurecido, ultrajándome, diciendo que se me debía echar del pueblo, etc. Era un médico de la localidad. Pocos meses después subí a la montaña en una noche fría y nevada para conducir un estudio con un joven de buena voluntad a quien encontré muy enfermo. Me pidió que bajara al pueblo para llamarle a este mismo médico. Lo hice. Por teléfono el médico me dijo: “¿Tiene usted un automóvil?” “Sí, señor.” “Pues, usted tendrá que llevarme allí porque yo no voy a subir a ese cerro en mi automóvil esta noche; venga a buscarme al hospital.” Estaba oscuro cuando el médico salió, de manera que no me pudo ver bien. Yo me quedé callado mientras él comentaba sobre cómo iba la guerra. Cuando habíamos subido como kilómetro y medio de la cuesta me dijo: “A propósito, ¿quién es usted?” Quedó estupefacto cuando le dije. Esperé y lo llevé de regreso al pueblo. Eso fué arrojarle un cubo de ascuas sobre la cabeza. No oí nada más acerca de ser echado del pueblo.
Mientras trabajábamos en esta asignación especial asistimos a la asamblea de Búfalo, Nueva York, en 1944; y allí llenamos nuestras solicitudes para matricularnos en Galaad. Tanto habíamos oído de cuán difícil era el curso en Galaad que mi esposa se opuso a la idea. Yo le dije que no nos haría ningún daño asistir y escuchar lo que el hermano Knorr decía a los que pensaban ir a estudiar en Galaad. Nos sentamos en un puesto atrás y al final llenamos nuestras solicitudes.
En diciembre de 1944 recibimos nuestras solicitudes definitivas para Galaad. Mi esposa sugirió que las devolviéramos en blanco, pero yo dije: ‘Vamos a llenarlas y les diremos que tú no estás muy bien de salud y no nos llamarán.’ Hicimos esto y en junio de 1945 recibimos una llamada para presentarnos para la sexta clase.
Pocos meses antes de irnos a Galaad recibimos la visita de un celoso siervo de circuito que andaba con una regla de cálculo midiendo casi todo lo que encontraba. Cuando llegamos a Galaad la primera persona con quien me encontré fué nuestro siervo de circuito. Le dije: “No me diga que usted va a ser nuestro compañero de estudios.” Él: “No, me han traído aquí para enseñar.” Yo me reí, pero me quedé verdaderamente sorprendido cuando descubrí que realmente era nuestro profesor de matemática.
Galaad fué una experiencia maravillosa y ciertamente no tan difícil como se nos había dicho, aunque siempre estábamos muy ocupados. Mientras estuve allí viví una vida completamente normal, saliendo al servicio casi todos los sábados y domingos y leyendo mis La Atalaya y ¡Despertad! de cabo a rabo como siempre lo he hecho desde que supe leer. También seguí escribiendo regularmente a mi familia y amigos.
Al salir de Galaad se nos asignó a trabajar con la congregación de Bayonne, Nueva Jersey. Fué una de las asignaciones más agradables que hemos tenido y los hermanos de la localidad nos trataron en forma regia. Nunca nos olvidaremos de ellos.
Nuestra asignación en el extranjero fué en las Antillas Holandesas y el 16 de mayo de 1946 llegamos a Willemstad, Curazao. La primera noche en una reunión pequeña el hermano que oró agradeció a Jehová tan fervorosamente nuestra llegada que jamás podríamos pensar en abandonarlos. En ese entonces había escasez de casas en Willemstad y por seis meses pasamos una vida difícil hasta que finalmente hallamos una buena casa. El agua era terrible y nos atacó la disentería vez tras vez, pero no nos desanimamos. Los hermanos de la localidad eran muy buenos y nos trajeron varias clases de hierbas para curarnos.
Se ha dicho que cuando uno sale de Galaad y llega a su asignación en el extranjero se termina la emoción y comienza el trabajo arduo. Pero para mí la emoción no se ha terminado nunca. Lo que hace la vida interesante, especialmente para los ministros de Jehová, no son las condiciones, ni los paisajes, ni aun el idioma, sino las personas, y de éstas hay en toda asignación.
Una cosa que sí nos causó tristeza fué que después de haber estado aquí aproximadamente un año mi padre murió repentinamente. Realmente habíamos esperado verle otra vez, ya que parecía estar de muy buena salud cuando salimos de los Estados Unidos. Fué un testigo fiel que había criado una familia grande en la disciplina y amonestación del Señor.
En la asamblea que se celebró en el estadio Yanqui en 1953 toda nuestra familia se reunió por primera vez en ocho años. Esta asamblea no fué una fecha sobresaliente únicamente en la historia de la sociedad del nuevo mundo, sino también en la historia de mi familia.
En 1950 el hermano Knorr visitó por primera vez las Antillas Holandesas y estableció una oficina de sucursal, asignándome a mí como siervo de sucursal, y todavía me hallo en ese puesto por la bondad inmerecida de Jehová. El ser siervo de sucursal en un lugar pequeño significa que uno también actúa como siervo de distrito y a veces como siervo de circuito, lo que hace más emocionante el servicio. Nunca me olvidaré de la primera vez que fuimos a la isla de Bonaire. Cuando llegamos para el discurso público había más de cien personas esperando. Dijimos: “¡Qué buena concurrencia!” Cuando sólo unas treinta personas entraron pensamos que los demás tenían timidez, pero cambiamos de idea cuando comenzaron a llover piedras sobre el techo de zinc como el granizo en Egipto, se soltaron triquitraques y la gente empezó a golpear baldes y gritar. ¡Qué baraúnda! Todavía no me explico como nadie salió herido esa noche. Pero la mayor parte de las personas ya ha cambiado. Últimamente cuando exhibimos la película La Sociedad del Nuevo Mundo en Acción el teatro de Bonaire estaba atestado, y algunos de los concurrentes habían estado entre los que anteriormente habían causado molestia, y les gustó la película.
En una asignación en el extranjero no siempre es necesario aprender otro idioma, pero generalmente es así; y eso es algo interesante. Aunque uno nunca aprende a hablar el nuevo idioma perfectamente bien, sí aprende a entenderlo, y eso es emocionante. Aquí aprendimos papiamento.
Cuando recién llegué a Curazao fui arrestado por segunda vez en mi vida, por el mismo motivo que la vez anterior, la obra en las calles con las revistas. Se me llevó a la jefatura de policía, pero cuando expliqué la índole de mi obra y el hecho de que no era comercial el encargado me dijo que continuara en ella, cosa que disgustó mucho al policía que me trajo. El día siguiente fuí de casa en casa y un holandés me invitó a entrar y explicar mi misión a su esposa. Cuando salía le dije: “Me parece que nos conocemos; ¿dónde lo he visto a usted?” Se rió y dijo: “Yo soy el encargado de la jefatura de policía que lo libró ayer.” No lo había reconocido sin su uniforme.
Jesús ciertamente habló con entendimiento cuando dijo que el que sacrificara casa y familia por causa de él y por causa de las buenas nuevas hallaría cien de ellas en este tiempo y la vida eterna en el nuevo mundo que ha de venir.
Si bien es verdad que no son básicamente necesarias las cartas y los paquetes procedentes del país de uno para tener una carrera misional próspera no obstante éstos pueden ser una fuente de gran gozo. Cada número de La Atalaya y ¡Despertad! es como una carta de la casa de uno, siempre llena de sorpresas, siempre con algo nuevo. Aquí se incluyen solamente unas pocas de las muchas experiencias que he tenido. Se necesitarían tomos para contarlas todas, tales como, por ejemplo, exhibir la película La Sociedad del Nuevo Mundo en Acción al gobernador y su familia en el patio de su propia casa.
Muchos dicen: “Oh, si sólo tuviera la oportunidad de vivir mi vida de nuevo.” Yo digo, si pudiera hacerlo mi meta sería la misma: seguir tras mi propósito de vivir una vida de alabanzas a Jehová mi Creador.