Siguiendo tras mi propósito en la vida
Según lo relató Bennett Berry
EN EL pequeño pueblo estadounidense de Hebrón, Misisipí, crecí. En este distrito productor de ganado y algodón había terminado mis estudios en la escuela de segunda enseñanza. Aunque yo no era un gran lector ni estudioso, más tarde me hice un profundo amante de los libros, especialmente de historia mundial. Vine a ser lector habitual de la Biblia, las publicaciones de la Watch Tówer y buenos periódicos.
Al lado nuestro vivía un subscriptor a La Atalaya y evidentemente un representante viajero de la Sociedad (siervo de circuito ahora) lo había visitado en el otoño de 1939, pues en ese entonces no había ninguna congregación de los testigos de Jehová aquí. El marzo siguiente, en la ocasión de su próxima visita a nuestra comunidad, simbolicé mi dedicación a Jehová. Dentro de seis meses yo realmente estaba tratando de decidir entre el hallar empleo en alguna próspera industria bélica para hacerme de dinero rápidamente o, en lugar de eso, hacerme predicador de tiempo cabal del reino de Dios. Durante la próxima visita de ese siervo de zona él por casualidad supo que yo estaba jugando con la idea de emprender el precursorado. Antes que terminase esa semana yo había firmado y echado al correo una solicitud para ser precursor. Ahora le doy las gracias a él, dondequiera que esté. Eso fué el 1 de mayo de 1941; yo tenía 23 años. Ahora tengo casi 40. En los caminos polvorientos de las secciones rurales de Misisipí comencé a seguir tras mi propósito en la vida, caminando día tras día, colocando muchos libros, gozando de muchas experiencias. Todos los días temprano por la mañana solía empezar a trabajar todas las casas del lado derecho del camino hasta el mediodía, y entonces emprender el camino a casa, trabajando el otro lado. En menos de un año vi la pequeña congregación de allí aumentar desde diez hasta treinta publicadores del Reino. Para el fin de otro año la Sociedad me invitó a ser precursor especial. Fuí asignado a Clarksville, Tennessee, a 1,125 kilómetros de distancia, con dos compañeros. Estuvimos allí apenas un año cuando dos otros y yo fuimos enviados a París, Kentucky. Eso fué en diciembre de 1942. Como pueblo París estaba completamente aislado, y hubo muchos días allí en que cada uno de nosotros colocamos de diez a quince libros encuadernados. En menos de un año tuvimos el placer de ver a una nueva congregación echar raíces.
Mientras estábamos en París nos llegaron noticias acerca de la escuela de Galaad, en las páginas de The Watchtower del 15 de febrero de 1943. Esto lo leí varias veces, pero pensé que todo ello estaba demasiado fuera de mi alcance—que Galaad sería solamente para los que tuvieran una educación mucho mejor que la mía y que hubieran sido precursores por muchos años. No obstante, estaba dispuesto a esperar, y razoné que la única manera de llegar allí sería seguir en la obra del precursorado. Entonces vino la noticia acerca de la asamblea teocrática de “La nación libre” de 1943 que había de celebrarse en Minneapolis, Minnesota, del 20 al 23 de agosto.
Durante años ya una hermana precursora y yo nos escribíamos. Cada año solíamos asistir a las mismas asambleas. Nuestro cambio de cartas se estaba haciendo más frecuente. De hecho, planeábamos casarnos durante la semana de la venidera asamblea en Vicksburg, Misisipí—la cual había de estar conectada telefónicamente con la asamblea principal en Minneapolis. Por supuesto, los dos esperábamos seguir en el precursorado. Yo todavía abrigaba esperanzas de ir a Galaad, pero pensaba que pasarían muchos años antes que yo tuviera mi oportunidad. Pero justamente un mes antes de esa asamblea vino mi invitación para asistir a la segunda clase de Galaad. Ahora yo estaba dividido entre dos deseos fuertes. Día y noche trataba de llegar a una decisión, hasta que al fin me resolví a esperar y junto con ella considerar el asunto. En ese tiempo ella era más madura en el servicio. Durante una semana tratamos del asunto. Ella, teniendo interés en mi bienestar y progreso espiritual, gustosamente consintió en que yo aceptara la invitación a Galaad.
Llegué a Galaad en septiembre de 1943. Todos fuimos entrevistados individualmente por el hermano Knorr, se nos llevó a ver los terrenos y se nos dió tiempo para familiarizarnos generalmente unos con otros. Se nos hizo fácil acostumbrarnos a Galaad. Los instructores eran benignos y serviciales y directos al hablar. Durante las dieciocho semanas subsiguientes la profecía bíblica, la historia de la Sociedad, manuscritos de la Biblia, la organización de los circuitos, distritos y sucursales pasaron como relámpago ante nuestra mente. Fué como contar las estacas de una cerca por la ventanilla de un tren que estuviera moviéndose a gran velocidad. Deseábamos más que nada poder retener más. El amor que le tenía a Jehová, a la Sociedad, y a la gente de buena voluntad hacia Jehová aumentaba con cada hora que pasaba. Para el final del período de estudios yo me sentía muy humilde, pues tenía una visión mucho más aguda de la grandeza de Jehová y de su organización. Mis convicciones eran más fuertes, mi fe más firme, y mi deseo de enseñar a otros más intenso. Galaad había quitado algo de lo tosco y rudo, desbastado algo de lo basto, y había hecho mucho en cuanto a moldear una nueva personalidad en armonía con la voluntad de Jehová. El entrenamiento en Galaad colocó en mi mente y corazón un cimiento contra el cual han azotado muchas tempestades desde entonces. El día que firmé una solicitud para ser precursor y la noche que salí de Galaad, después de graduarme, son dos ocasiones que nunca olvidaré.
A todo precursor joven, y también a todo aquel que ahora esté en la escuela y que abrigue una esperanza oculta de ser precursor algún día, permítaseme decirles: Sea Galaad su meta. Recompensa las dificultades incidentales. Aun cuando se tuviera que ser precursor cincuenta años antes de ir a Galaad, valdría más que la pena.
Después de Galaad fuí a Betel en Brooklyn por unos días. Ya que había recibido mi asignación inmediata, junto con otros seis graduados, a Montgomery, Alabama, nos pusimos en camino pronto. Tuvimos muchas experiencias gozosas allí y vimos aumentar la congregación. En espacio de un año fuimos enviados a Augusta, Georgia; y dentro de otro año vimos mudarse esta congregación a un nuevo Salón del Reino, habiendo aumentado desde veinticinco hasta cincuenta y cinco publicadores. No fué nada raro el que colocáramos 150 libros encuadernados al mes allí.
Por fin llegó la carta esperada por largo tiempo. Fechada el 28 de julio de 1945, era nuestra asignación al extranjero, a la sucursal de Barbada, Antillas menores británicas. Fuimos a Nueva York para conseguir visas y allí también nos dió instrucciones finales el hermano Knorr. Entonces abordamos un tren rápido que iba para Miami, Florida. Desde allí, por avión vía Cuba, Haití, la República Dominicana, Venezuela y Trinidad, por fin llegamos a la hermosa isla de Barbada el 14 de octubre. Puesto que éramos los primeros misioneros que habían venido para trabajar con esta sucursal, toda la pequeña congregación se reunió con nosotros en su Salón del Reino en Bridgetown esa tarde, una bienvenida muy afectuosa. Aquí todo era diferente a la vida allá en nuestra tierra. Los mercados eran diferentes; la gente parecía hacer todo de modo diferente, hasta los automóviles transitaban por el lado izquierdo de las calles. Pero después de todo, no nos dedicamos a Jehová para servirle solamente en nuestro país natal con las normas de vida más altas y hablando sólo nuestro idioma natal, ¿verdad? La dedicación fué incondicional.
Después de más o menos dos años en Barbada mis dos compañeros, por motivos de salud, volvieron a los Estados Unidos. Yo estaba solo en el hogar. Ahora las congregaciones de la isla estaban bien organizadas. El número de publicadores aquí, que en un tiempo había sido 40, ahora era 300. Algunos de ellos desde entonces han asistido a Galaad.
En agosto de 1947 fuí nombrado primer siervo de circuito regular de esta sucursal. Con el tiempo visité a catorce de las muchas islas que hay, viajando por barco, por avión, a caballo y a pie, a menudo caminando veintiocho o treinta y dos kilómetros a través de montañas escabrosas, algunas de 1,500 metros de altura. A veces me iba a alguna isla donde nunca se había hecho la obra, y dejaba literatura. Carriacou, una de esas islas, ahora tiene trece publicadores; otra, Nevis, veinticuatro publicadores. La obra de esta sucursal ha crecido continuamente—primero a 500 publicadores, luego al número máximo de 1,570.
El 19 de enero de 1949 me casé con una misionera en Trinidad y regresamos ese mes a los Estados Unidos. Al llegar a Louisville, Kentucky, pronto nos dimos cuenta del error que habíamos cometido al regresar con planes tan definitivos de quedarnos. Nuestro matrimonio era excepcionalmente feliz, pero el amor a una asignación en el extranjero lo teníamos metido hasta los huesos. Aunque recuperé mis fuerzas físicas dentro de pocos meses, como todos los demás misioneros no estábamos exactamente felices fuera del servicio misional en el extranjero. Pronto estábamos en el precursorado de nuevo, en Kentucky; y allí recibí de la Sociedad un nombramiento como siervo de una congregación en Filadelfia, Pensilvania, seguido esto más tarde, en 1951, por privilegios como siervo de circuito en Nueva Inglaterra y, dos años más tarde, una asignación a Honduras.
Grandes cosas, como el ir a Galaad y luego participar en la predicación del Reino en el campo extranjero, valen años de esfuerzo. De modo que, persista en la obra del precursorado.