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  • Siguiendo tras mi propósito en la vida
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1958
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1958
w58 15/2 págs. 105-107

Siguiendo tras mi propósito en la vida

Según lo relató A. E. Tharp

HABIENDO completado un cuarto de siglo en el servicio de tiempo cabal a Jehová y su Rey, estoy reflexionando sobre lo agradable y ocupado que ha sido este tiempo.

En 1929 mi padre era suscriptor a Luz y Verdad. Él también tenía algunos libros de la Watch Tówer de aquellos días. “Cuando el mundo se volvió loco,” un artículo en serie por Daniel Morgan en Luz y Verdad, me llamó la atención y me gustó. El siguiente verano vi en la casa de un vecino el ejemplar del libro Creación que pertenecía a mi padre. Yo tenía dieciséis años, y habiendo recién terminado un curso de geología en la escuela secundaria, llevé ese libro a casa y lo leí con interés creciente. Al llegar a la parte acerca de la “consagración,” me dediqué incondicionalmente a Jehová. El verano después de graduarme de la escuela secundaria fuí bautizado en un estanque de castores y comencé a salir en el servicio con los pocos hermanos locales, siguiendo tras mi propósito en la vida.

Ese otoño La Atalaya anunció que nos visitarían dos representantes viajeros de la Sociedad, A. H. Macmillan, acompañado de G. Y. McCormick. Durante esa visita el hermano Macmillan me preguntó: “¿Por qué no emprende el precursorado?” Me aseguró que la Sociedad me dejaría ser precursor aunque todavía era menor de edad; de manera que se mandó a toda prisa una carta a Brooklyn. Pronto llegó el nombramiento apreciado. En enero de 1932 estaba “cruzando el cerro” a pie para ir a mi territorio que estaba a unos cinco kilómetros de distancia. El verano siguiente usé la bicicleta de mi hermano; entonces se me dió una yegua vieja y usé un carruaje hasta el otoño, cuando mi hermano vino a acompañarme y siguió de precursor conmigo hasta que murió, dos años más tarde.

En Miles City, Montana, otro compañero y yo esperamos recibir una asignación como precursores especiales. Resultó ser a Milwaukee, Wisconsin. Allí ese año (1938) tocábamos un disco de fonógrafo en el umbral de las puertas y colocábamos el libro Enemigos. Muchas fueron nuestras experiencias. Entre ellas se destaca la que tuve cuando conseguí una audiencia con el director general de la corporación Allis Chalmers y toqué el disco “Resolución” para él y sus oficinistas. En esos días, también, presenciamos los principios de la violencia de turbas que había de encenderse por toda la nación dos años más tarde. Recibimos también valioso entrenamiento en cuanto al modo de trabajar con una congregación grande. Allí también recibí mi primer entrenamiento en el arte de hablar en público, lo cual requirió bastante pulimento años más tarde en Galaad.

Finalmente Aarne y yo fuimos separados permanentemente; a mí se me asignó a hacer la obra de siervo de zona, luego otra vez la obra de precursor especial, seguida por la obra de siervo a los hermanos. Durante este tiempo, en Kansas y Oklahoma, las turbas y los arrestos eran acontecimientos frecuentes. Estas experiencias nos unieron más firmemente y nos enseñaron a obedecer más cabalmente las instrucciones de organización.

Después de la muerte del hermano Rútherford supimos que un edificio construído por la Sociedad mientras él vivía, situado en la parte septentrional del estado de Nueva York, había llegado a ser la escuela de Galaad, donde los hermanos serían entrenados para servicio misional. ¿Iría yo si se me invitara? ¿Estaría dispuesto a renunciar a amistades y vínculos existentes en el interés del ministerio en algún otro país?

El valor inmensurable del entrenamiento que se recibe en Galaad se me hizo patente en el otoño de 1943 en Danville, Kentucky, cuando me encontré con un graduado de la primera clase. Él estaba trabajando de siervo a los hermanos. Nos habíamos conocido años antes en Tejas. ¡Qué notable diferencia en él!, parte de la cual, por lo menos, la atribuí a su entrenamiento en Galaad. La conversación que tuve con él me dejó convencido de que Galaad era un paso serio, uno digno de darse.

Sí, se me invitó; y estuve en la tercera clase de Galaad junto con los demás que fueron escogidos para esa clase. ¡Cuán arduamente trabajamos! Por primera vez me atrasé en la lectura de La Atalaya y Consolación. El trabajo era agradable, sin embargo, y casi todo el mundo se esforzaba hasta lo máximo para cumplir con los requisitos. La bondad y paciencia que nos manifestaron los instructores nos impresionaron. Tanto había que estudiar que deseábamos disponer de un año en vez de cinco meses. Pero ahora julio, la graduación, asignaciones y el esparcimiento. Mi asignación fué a la obra de siervo a los hermanos, aun más gozosa después de Galaad que lo que había sido antes.

Alrededor de febrero de 1946, al recibir una carta del hermano Knorr, estaba en McMinnville, Oregón. Por fin había sido asignado a Trinidad, Antillas Menores. Pronto la hallé en el mapa: una isla pequeña cerca de la costa de Venezuela, unos diez grados al norte del ecuador. Primero pasé unos cuantos días con mis padres para despedirme, entonces una semana en el Betel de Brooklyn para aprender algo del procedimiento de oficina, y entonces ¡de viaje a Miami y en seguida a Trinidad!

Un aterrizaje al amanecer en el aeropuerto de Trinidad reveló un hermoso lugar verde cercado en derredor por bellas montañas y campos de caña de azúcar—¡mi nuevo hogar! Un hermano de mi clase de Galaad, asignado a una isla vecina, estaba de visita en Trinidad. Con dos otros él había venido para asistir a la asamblea en que iban a discursar los hermanos Knorr y Franz. El siervo de sucursal estaba en el aeropuerto también, y pronto nos conocimos y estuvimos de viaje al pueblo. ¡Qué diferente! Carretas tiradas por bueyes, palmeras, pequeñas chozas y gente de tez obscura—me recordó mucho de mis días en Laredo, Tejas. El hermano Knorr compró el edificio que había de ser la casa misional y oficina de sucursal. Allí viví solo desde mayo hasta octubre, cuando los demás misioneros llegaron. Casi todos los domingos los hermanos locales y yo salíamos en grupo a dar el testimonio en algún lugar, y a menudo presentábamos un discurso público, pues eran muy fáciles de arreglar al aire libre y siempre contaban con buena concurrencia en ese tiempo lo mismo que hoy. Cuando los otros llegaron hubo nueve de nosotros en el hogar. Había mucho trabajo que hacer; pronto se dieron a ver los resultados. Había una sola congregación (60 publicadores) en la sección que correspondía a Puerto de España cuando se abrió el hogar. Ahora hay cerca de 400 publicadores con siete congregaciones. Eso pronto se efectuó a través del territorio de la sucursal, y tantas como 3,500 personas asistían a las asambleas que se celebraban regularmente aquí y también en otras partes.

La sucursal está bien organizada y da evidencias de tener la bendición de Jehová. De los nueve misioneros originales algunos todavía están aquí; una misionera de ese grupo vino a ser mi esposa.

A todos ustedes, y me dirijo a ustedes como a hermanos menores míos, que ahora están pensando en complacer a Jehová, permítaseme decirles que es bueno acordarse de su Creador en su juventud. Sea precursor; permanezca precursor; jamás lo lamentará. Si se le invita a Galaad, vaya, y no se vuelva atrás. Persista. La persecución no debilita; fortalece a los de corazón puro que temen a Jehová. Recuerde, la sociedad del nuevo mundo es de Jehová, y él cumplirá su buen placer por medio de ella y la corregirá en todo cuanto no le guste. No hay por qué preocuparnos; nos es preciso crecer en cuanto a fe y aguante paciente, y como siervos dedicados exclusivamente a Jehová seguir siguiendo tras nuestro propósito en la vida. Si cumplimos con nuestra parte, podemos estar segurísimos de que Jehová cumplirá con la suya, siempre. Ahora trabajemos todos para tener éxito mediante la bondad inmerecida de él, continuando bajo su aprobación para la vindicación de su nombre y los privilegios interminables de que disfrutaremos en su nuevo mundo.

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