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  • Preguntas bíblicas dejan estupefactos a clérigos
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1957
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Preguntas bíblicas dejan estupefactos a clérigos

AL SER instigadas por algunos de sus parientes, dos mujeres testigos de Jehová asistieron a un servicio de cuaresma a mediados de semana en una iglesia presbiteriana de Nueva Jersey. Esto lo hicieron, sin embargo, sólo porque se les aseguró que habría oportunidad de hacer preguntas por medio de tarjetas escritas, las cuales al hacerse pudieran ayudar a exponer el error.

Al entrar el grupo en la iglesia se le dió a cada cual una tarjeta que contenía espacio para dos preguntas. Había tres clérigos en la plataforma y mientras hablaba el clérigo convidado, un hombre algo joven en comparación con el clérigo residente que había estado predicando por unos cuarenta años, estas dos testigos escribieron sus preguntas. Al concluirse el discurso el clérigo que era huésped pidió a los acomodadores que recogieran las tarjetas de preguntas. Puesto que las únicas personas que ya habían escrito preguntas eran las dos testigos, sus preguntas se usaron en seguida.

La primera pregunta fué: “En vista de la definición de la trinidad, que declara que el Padre, el Hijo y el espíritu santo son todos iguales en poder, substancia y eternidad, ¿cómo es que aun en los cielos el Hijo está en sujeción al Padre?—1 Cor. 11:3; 15:28, etc.”

El huésped leyó la pregunta y mientras iba haciéndolo su cara cambió de colores. El convidado avanzó lentamente con la cabeza inclinada, pensando con esfuerzo y tomadas las manos detrás de sí. Entonces se encogió de hombros, levantó las manos en un gesto de desesperanza, y con una sonrisa de avergonzado dijo: “Ahora bien, ésa es una pregunta muy profunda y estoy seguro de que el que la hizo no quedará satisfecho con esta respuesta—tomaría alrededor de una hora el contestarla cabalmente—y ésta es, que la trinidad es un misterio divino y no se espera de nosotros que la entendamos.” Con eso se sentó.

Entonces se leyó la segunda pregunta: “¿Por qué se nos hace creer que inmediatamente después de la muerte vamos al cielo o al infierno, cuando, como cristianos, toda nuestra fe se basa en la resurrección, la cual, según nos dice la Biblia, no se llevará a cabo sino hasta después del fin del mundo, tiempo en el cual Cristo levantará a todos los que están en su memoria?”

El clérigo convidado repitió otra vez sus ademanes de impotencia, y tanto la gente del auditorio como los dos clérigos que estaban en la plataforma se sonrieron. Finalmente él dijo: “Estas son preguntas muy difíciles esta noche,” por lo cual a duras penas contuvo todo el mundo la risa franca. Luego repitió que tomaría demasiado tiempo contestar esta pregunta y que aun entonces eso no satisfaría a la persona que la hacía. Si alguien quería hablar con él después del servicio no habría inconveniente, pero debería tenerse presente el que después se efectuaría una reunión de miembros nuevos. Concluyó diciendo: “No hay por qué preocuparnos acerca de ultratumba de todos modos, lo que debe interesarnos es el vivir una buena vida ahora.”

La próxima pregunta que se leyó inquiría en cuanto a por qué la cruz debería usarse tanto por religiones “cristianas” en vista del origen pagano que tiene. Por tercera vez el auditorio vió a este clérigo admitir que una pregunta bíblica lo había dejado estupefacto, pues esta vez también sacudió la cabeza. Entonces comentó que había diferentes clases de cruces, ilustrándolas con las manos, y añadió que no importaba de dónde se había originado la cruz.

Entonces vino la cuarta y última pregunta planteada por las testigos: “En vista de 1 Corintios 1:10, donde Pablo dice que los cristianos no deberían tener división alguna entre ellos y que todos ellos deberían hablar la misma cosa, ¿cómo es que hay tantas religiones diferentes, todas profesando ser cristianas?”

Esta vez el clérigo que era huésped y que había estado leyendo las preguntas escogió contestar. Relató que cuando él primero vino a ser clérigo había unos veintisiete diferentes grupos presbiterianos, pero que ahora, debido a la lucha por la unidad, sólo había ocho, y que dentro de pocos meses ellos esperaban que hubiera sólo siete. Confesó que la desunidad entre los protestantes era una deshonra, pero añadió que estaban empleando todo esfuerzo para lograr la unidad.

Para este tiempo otras veinte tarjetas se sostenían en alto, pero no había más tiempo para preguntas. Al concluir, el huésped le dió las gracias al convidado y le dijo: “¡Ciertamente me alegro de que no me haya tocado a mí contestar esas preguntas esta noche!” De humor pensativo, la gente salió en fila; las testigos, sin embargo, se regocijaban en silencio.

Verdaderamente los clérigos de la cristiandad hoy día son la copia moderna de aquellos líderes religiosos del día de Isaías, acerca de los cuales está escrito: “Y así toda visión os ha venido a ser como las palabras de un libro sellado, que se le da a uno que sabe leer, diciendo: Ruégote me leas esto; y responde: No puedo, porque está sellado.”—Isa. 29:11.

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