¿Qué parte lee usted?
CUANDO lee la Biblia, ¿qué parte lee usted?, ¿Presta atención a la parte que aplica a usted, o a lo que aplica a otra persona? Es fácil pensar en la otra persona, difícil considerarse a uno mismo. La otra persona no es responsabilidad de usted, pero sí lo es el proceder de usted. Cuando considera la admonición sana de Pablo acerca de la familia, ¿qué parte lee usted, la parte que aplica al resto de la familia, o la parte que aplica a usted?
Como marido, ¿se interesa en la parte que aplica a su esposa, o en lo que aplica a usted? Como esposa, ¿se interesa en las instrucciones que se le dan a su marido, o en la parte que dice lo que usted debería hacer? Como padre o madre, ¿piensa usted en las instrucciones dadas a sus hijos, o en lo que se dice a usted? Como niño, ¿presta oídos a la parte suya, o a lo que se les dice a sus padres que hagan? Como esclavo, ¿está usted interesado en sus propias responsabilidades, o en las de su amo? O como amo, ¿se interesa usted en las instrucciones a los esclavos, o en las que se le dan a usted?
¿Qué dijo Pablo a todas estas personas? Él dijo: “Estén sujetas las esposas a sus esposos como al Señor. Esposos, continúen amando a sus esposas, así como el Cristo también amó a la congregación y se entregó por causa de ella. Hijos, sean obedientes a sus padres en unión con el Señor, porque esto es justo. Y ustedes, padres, no estén irritando a sus hijos, sino sigan criándolos en la disciplina y consejo autoritativo de Jehová. Ustedes, esclavos, sean obedientes a los que son sus amos en un sentido carnal, con temor y temblor en la sinceridad de su corazón, como al Cristo. Ustedes, los amos, también, sigan haciéndoles las mismas cosas a ellos, cesando de las amenazas, porque ustedes saben que el Amo tanto de ellos como de ustedes está en los cielos, y no hay parcialidad con él.”—Efe. 5:22, 25; 6:1, 4, 5, 9, NM.
¿Qué parte recuerda usted? ¿La responsabilidad de su esposa? ¿La de su marido? ¿La de sus hijos? ¿La de sus padres?, ¿La de sus siervos? ¿La de su patrón? La primera parte que debería recordar es la de usted mismo. ¿Lo hace?
El que se interesa más en la responsabilidad de otra persona que en la suya espera una ventaja injusta. Él espera que otra persona obedezca las instrucciones antes que él lo haga, o está procurando justificarse por no obedecer estos mandatos, basándose en que la otra persona no los obedece.
Pero no hay nada en estas instrucciones que diga que usted no tiene que seguirlas si la otra persona no lo hace. No hay nada en estas instrucciones que diga que usted puede pasarlas por alto simplemente porque el resto de su familia lo hace, o que usted puede esperar hasta que los otros comiencen a aplicarlas antes que empiece a hacerlo usted. Cada persona tiene que cumplir con su propia responsabilidad ante Dios. Esa responsabilidad no se modifica por lo que otras personas hagan, o no hagan. Deje que la otra persona lea y considere su propia responsabilidad, pero cada uno de nosotros tenemos que leer y considerar las instrucciones que aplican a nosotros y cumplir con nuestras propias responsabilidades, sea que otros lo hagan o no.
Tal vez se sorprendería usted del efecto que podría tener en su misma familia una aplicación más cabal de estos principios. Sería una manifestación de su amor, y el amor responde al amor. Sólo por medio de darlo podemos recibirlo de vuelta. Juan dijo acerca del amor que le tenemos a Dios: “Nosotros . . . amamos, porque él primeramente nos amó a nosotros.” Lo mismo aplica a las relaciones humanas. El mostrar amor, y el demostrarlo por medio de acciones correctas, como Dios ha instruído en su Palabra, incita a otros a amarnos, y puede producir resultados excelentes aun en una familia dividida.—1 Juan 4:19, NM.
Pero el que produzca o no esos resultados no es la cosa que realmente importa. La cosa que es realmente importante es que usted personalmente haga lo que Dios requiere, obedeciendo sus instrucciones y poniendo el ejemplo correcto, cumpliendo con su propia responsabilidad antes de interesarse en la de otros.
La Biblia también muestra la responsabilidad de tomar este derrotero correcto aun cuando otros no lo hagan. Dice ella: “De la misma manera, ustedes esposas, sométanse a sus propios esposos, para que, si algunos no son obedientes a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, por haber sido testigos oculares de su conducta casta junto con profundo respeto.” Y tanto a los maridos como a las esposas se les dice que tienen que estar “ejerciendo amor fraternal, tiernamente afectuosos, humildes de ánimo, no devolviendo mal con mal ni injuria con injuria, sino, por lo contrario, dando una bendición.”—1 Ped. 3:1, 2, 8, 9, NM.
Aquí, de nuevo, la responsabilidad es la de leer teniéndose presente a uno mismo, no de leer pensando en cómo su esposa o su marido, o cualquier otra persona podría aplicar esto a su vida, sino cómo usted puede aplicarlo de la mejor manera a la suya. Nadie es perfecto en estos asuntos, de manera que no deberíamos pasar por alto tales instrucciones como si aplicaran a otros y no a nosotros.
La Palabra de Dios está escrita para cada uno de nosotros. Aplica individualmente. Dice lo que deberíamos hacer. Muestra cómo recibir el favor de Dios y la vida eterna. Pero tenemos que leerla como si estuviera hablándonos a nosotros. Tenemos que reconocer lo que ella dice que hagamos, percibir los cambios que requiere que hagamos en nuestra propia vida, y luego tenemos que hacerlos.
No somos responsables de la otra persona. No podemos forzarla a proceder de la manera correcta. Pero sí somos responsables de nuestra propia acción. Y podemos poner el ejemplo correcto para que la otra persona lo siga. Para hacer esto es preciso que leamos, no solamente la parte de las Escrituras que aplica a la otra persona, sino primariamente la parte que aplica a nosotros. Y entonces tenemos que aplicarla, cambiando nuestra vida para que se modele conforme a sus instrucciones sanas y piadosas, en vez de fijar la mente en las cosas en las cuales alguna otra persona falta.