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  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1958
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1958
w58 1/4 págs. 201-203

Siguiendo tras mi propósito en la vida

Según lo relató T. E. Klein

FUE en un hermoso día de verano de 1917 que, como muchacho de diez años, recogí de una acera en Blue Island (barrio de Chicago) un tratado que daba publicidad a un discurso bíblico: “El hombre rico en el infierno.” Mi hermano y yo fuimos a oírlo. Al explicarle a nuestra madre lo que el orador había dicho, ella convino en que era la verdad, aunque nuestro padre era un predicador metodista. Con mi hermano comencé a asistir a esas reuniones de estudios bíblicos; también, los domingos, comenzando a las cinco de la madrugada (como se acostumbraba en ese tiempo), participamos en la distribución de tratados bíblicos. Había poca gente joven en la verdad en ese tiempo; no obstante, para mí era un verdadero placer llevar a los mayores al servicio en mi automóvil cada domingo. Estaban avanzados en años pero maduros en la verdad y gocé mucho con ellos.

Aprecié la verdad y para 1925 había simbolizado mi dedicación y hablaba constantemente acerca del Reino, siguiendo de ese modo tras mi propósito en la vida. Durante el frío invierno de 1930 uno de los representantes viajeros de la Sociedad, mientras visitaba la congregación de Chicago, pasó unas noches en nuestro hogar. Nos pusimos a hablar sobre el precursorado. Él señaló cuán gran privilegio era estar en el servicio de tiempo cabal como guerrero teocrático para el único gobierno, el gobierno teocrático. Sin desperdiciar tiempo decidí que no había nada que fuera más útil o más importante y nada que yo quisiera hacer más que usar todo mi tiempo en el precursorado. Avisé a mi patrono que iba a dejar mi empleo y en seguida emprendí el precursorado. Al contemplar ahora los pasados veintisiete años, ha sido para mí tal como el apóstol Pablo les escribió a los efesios: que Dios puede “hacer más que sobreabundantemente en exceso de todas las cosas que pedimos o concebimos.”

En 1931, el primer día de abril, el tiempo estaba todavía frío cuando mi esposa y yo salimos de Chicago camino a Iowa, viviendo sin comodidades por tres meses y durmiendo en el automóvil. El ser precursores allí fué una experiencia gozosa. Muchos obtuvieron el mensaje del Reino y la mayoría de la gente nos recibió bondadosamente. Tres meses pasaron y llegó el tiempo de partir para la gran asamblea internacional que se celebró en Columbus (Ohío), asamblea en la cual todos aprendimos nuestro nuevo nombre. Las iniciales J w impresas en el programa tenían a todos adivinando. ¿Podría ser Jehovah’s warriors (guerreros de Jehová)? ¿O Jehovah’s worthies (dignos de Jehová)? Antes del fin de la asamblea habíamos aprendido que era Jehovah’s witnesses (testigos de Jehová).

Después de esa asamblea adquirí un carro casa, un hogar cómodo sobre ruedas. Pronto estuvimos en camino a la próxima asignación, Gulfport, Misisipí, y el condado. En Gulfport y Biloxi había varios suscriptores a La Atalaya a quienes se organizó de modo que formaran un grupo de estudio. Un matrimonio joven que tenía algún conocimiento de la verdad me acompañó en el servicio por primera vez. Cuando volví a saber de ellos, años más tarde, los dos habían ido a la Escuela bíblica de Galaad y eran misioneros en el extranjero.

Misisipí septentrional fué nuestra próxima asignación. En esa área productora de algodón hallamos mucha pobreza, pero el mensaje del Reino realmente le agradó a esta gente humilde. Colocábamos hasta sesenta libros al día con ella. En 1933 la Sociedad anunció que se usaría algo nuevo en el servicio del Reino, la máquina portátil de transcripción y sermones grabados. Gozamos de muchas experiencias interesantes presentando los discursos de noche bajo los árboles, en pórticos, en salones escolares y en iglesias. Se daba publicidad a estos discursos sólo de boca, pero fué muy eficaz. Mucho antes de que hubiera de comenzar el discurso la iglesia estaba llena. De lejos y de cerca venían para escuchar las buenas nuevas del Reino, siempre llevando de vuelta consigo un ejemplar gratuito del discurso. ¡Qué contraste con lo que estaban acostumbrados a oír!

En el otoño de 1934 una nueva asignación—manejar un automóvil con equipo sonoro, viajando desde Nueva York hasta California vía Florida. Los discursos presentados con este equipo podían oírse a más de tres kilómetros de distancia. Tuvimos muchas experiencias interesantes. Al llegar a California en la primavera de 1935 terminó el viaje del automóvil con equipo sonoro. Aquí me fueron asignados cinco condados en la cordillera de la Sierra Nevada, donde muchos recibieron con ansias el mensaje del Reino. Pudimos usar el equipo sonoro de nuestro automóvil con buen provecho.

Mientras testificaba en este territorio conocí a un matrimonio joven que tenía casi todo lo que el dinero podía comprar: un buen hogar, un automóvil, etc. Tenían un buen conocimiento de la verdad. Se les explicó el precursorado, que éste constituye una vida que está libre de toda preocupación, cuidado y carga de este viejo mundo, una vida feliz; sí, la única vida. No había ningún Galaad en ese tiempo, peto cuando volví a tener noticias acerca de ellos también habían ido a Galaad y estaban sirviendo en Panamá.

Después de pasar más de un año llevando el mensaje del Reino a los hacendados, guardamayores de bosques y montañeses entre los bosques de sequoias, los parques nacionales (inclusos el Yosemite y el lago Tahoe) y los hermosos riachuelos y cascadas alimentados por los montes coronados de nieve y engalanados con flores que crecían a sólo unos pocos metros de donde estaba la nieve, recibimos una asignación a la tierra desértica de Yuma y Phoenix, Arizona. El cambio en cuanto al paisaje y clima al principio pareció ser tremendo. La temperatura pasaba de los 38 grados C., y no había sombra. ¿El paisaje? Un árido desierto desolado. Pero en sólo cosa de días me acostumbré a los nuevos alrededores con toda su belleza única. Había los espejismos, las muchas variedades de cactos con sus hermosas flores, y la vida animal, que no habíamos notado al principio. Era fácil dar el testimonio a la gente del desierto, hasta a los indios en los terrenos reservados para ellos.

Con sentimientos mixtos dejé la tierra desértica con su gente, a la cual yo había llegado a amar. Ahora se nos asignó a trabajar en los sectores comerciales de ciertas ciudades tejanas, Sweetwater, Brownsville, San Angelo y Beaumont. Hallé que los comerciantes eran oyentes agradables. Entonces vino la convención de 1937 en Columbus, Ohío. Aquí el hermano Rútherford anunció que varios precursores serían asignados a lo que él llamó la “escuadra ligera.” El rasgo principal de esta obra era el presentar los discursos bíblicos grabados en varias lenguas, reemplazando los varios centenares de radioemisoras que en ese tiempo los transmitían. Galveston, Tejas, y Lafayette, Luisiana, fueron mi asignación. Allí los discursos fueron bien recibidos. La gente de habla francesa de Lafayette nunca había oído discursos bíblicos tan interesantes ni tan buen francés. Les gustaron muchísimo, pero no fué así en cuanto al sacerdote católico. Él hizo que nos arrestaran. Cuando yo estaba explicando el mensaje del Reino a la policía, uno de ellos me recordó esto: “La ciudad de Lafayette, y no Jehová, firma nuestros cheques de pago.” Pero el juez municipal estuvo deseoso de soltarme después de haber pasado yo cinco días en la cárcel.

En 1938 comenzó la obra de zonas y fuí asignado a la Zona 1 de Luisiana. Mientras yo servía a la congregación de Nueva Orleans en el campo “la iglesia” otra vez hizo que se me arrestara. Aquí la policía, diferente a la de Lafayette, quiso saber por qué. Gustosamente recibió toda pieza de literatura que yo tenía en mi maletín. El tribunal recibió un buen testimonio, después que yo había pasado parte de un día y una noche en la cárcel. El caso, que se apelaba, fué descartado.

Llegando a su fin la obra de las zonas en 1941, mi próxima asignación fué de precursor especial en Gretna, Luisiana, entre muchos católicos. Escuchaban, sin embargo, y pronto se organizó un grupo de estudio. Aquí una carta vino de la oficina del presidente invitándome a asistir a la primera clase de Galaad (febrero de 1943), con la esperanza de ir a un campo en el extranjero. Emocionante de veras fué esto, algo que me estimuló nuevamente a seguir tras mi propósito en la vida. Después de graduarme y mientras esperaba mi asignación extranjera, se me envió a Del Río, Tejas, para servir a muchos mejicanos. Entre esta gente humilde tuvimos hasta treinta estudios bíblicos en español por semana, y se organizó una congregación. En 1945 fuí asignado a Denver, Colorado, donde la congregación de Englewood manifestó buen progreso. Con ésta compartimos el privilegio de edificar el primer Salón del Reino en la ciudad, en la calle Broadway. Poco después de la terminación de éste partí para mi primera asignación en el extranjero, las Islas Vírgenes.

Saliendo de Nueva York el 3 de enero de 1947, a bordo del Marine Tiger, llegamos el 7 de enero al pequeño pueblo amenamente arcaico de Charlotte Amalie, I.V. Después de ubicarnos allí, el testificar comenzó en serio el día siguiente. La campaña de La Atalaya estaba en progreso y éste en realidad era territorio virgen. Se tomaron varios centenares de suscripciones y eso hizo que el correo tuviera que inaugurar la distribución del correo en sectores rurales. Comenzamos tantos estudios durante los primeros dos años que aquello quiso decir volver a casa regularmente alrededor de la media noche para poder cuidar de todos ellos.

La primera conferencia en la Plaza del Mercado contó con una asistencia de mil personas. A éstas se les regaló 800 folletos en inglés, francés y español. Para la conferencia en Coral Bay, San Juan, I.V., la escuela estuvo llena. Después de la conferencia nadie quería irse; querían oír más, y se les dió la oportunidad. Se hizo un anuncio del estudio de La Atalaya y de las otras reuniones. Al principio sólo tres o cuatro asistieron, pero gradualmente la concurrencia creció. Estos pronto daban publicidad a las conferencias públicas por medio de los volantes.

Pero ahora se nos ha cambiado nuestra asignación otra vez y actualmente estamos continuando nuestro servicio misional en Cayey, Puerto Rico, donde tenemos muchos gozos todos los días mientras seguimos tras nuestro propósito en la vida.

Sabiendo que la paciencia es para la salvación, uno pronto aprende a ejercer la más grande paciencia y bondad entre los hermanos y hermanas recién encontrados, y ellos aman al misionero por ello. En cuanto al misionero, estas personas se le hacen más queridas con cada año que pasa a medida que él las ve crecer a la madurez, producir frutos del Reino, predicar el mensaje del Reino de casa en casa, hacer revisitas y comenzar y conducir sus propios estudios bíblicos. El gozo que he tenido al seguir tras mi propósito en la vida y ver la bendición de Jehová seguir sobre el servicio del Reino no puede describirse por escrito. Es obra de Jehová, y todos los que de manera alguna puedan hacerlo ansiosamente desearán participar en este ramo del servicio.

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