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  • “¿Quién es sabio y entendido entre ustedes?”
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1958
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1958
w58 15/2 págs. 108-111

“¿Quién es sabio y entendido entre ustedes?”

SI LE hiciéramos esta pregunta que se presenta en Santiago 3:13 a media docena de personas, probablemente consiguiéramos igual número de diferentes respuestas. Una de las personas quizás conteste: El hombre verdaderamente sabio es el hombre de letras, el hombre que ha asistido a una escuela de educación superior o universidad y ganado un doctorado. Otra pudiera decirnos que el hombre realmente sabio es el que se interesa sinceramente en lo que concierne a su patria y que por lo tanto selecciona la política como carrera y luego dedica todos sus esfuerzos a obtener algún puesto político alto ocupando el cual pueda ayudar a dar forma y dirección al proceder de su país y el destino de su prójimo. Todavía otra respondería: ¡El dinero es seguridad! Por eso el proceder sabio es el de emprender una carrera de comercio y luego acumular tanta riqueza material como sea posible. Ese derrotero, dice esta persona, significa seguridad para uno mismo y para su familia.

Todos estos hombres tal vez sean sabios según la sabiduría de este mundo, pero al seleccionar el trabajo al cual dedicar su vida no han tomado en cuenta su relación para con el Creador. A todos sin excepción los impulsa el interés egoísta en una forma u otra. Si acaso creen que existe un Creador no se detienen para considerar lo que su Creador espera de ellos ni cuál sería la mejor manera de complacerle. Quizás logren conseguir riquezas, poder, influencia o popularidad, pero ¿qué provecho sacan de ello? Jesús contestó esa pregunta en Mateo 16:26: “Porque ¿de qué beneficio le será a un hombre si adquiere todo el mundo pero pierde su alma?” Al fin no sacan ningún provecho de ello. Además, su sabiduría no es de naturaleza duradera. Gran parte de ella no está en armonía con las normas de Dios, ni con los principios justos que están registrados en su Palabra. Por consiguiente ‘la sabiduría de sus sabios perecerá.’ (1 Cor. 1:17-27) Los razonamientos de los que no toman en cuenta a Dios son inútiles y de ningún valor permanente.

¿Quién, entonces, es verdaderamente sabio? El hombre sabio es el que busca sabiduría de lo alto. (Sant. 3:15-18) Jehová Dios es la fuente de toda sabiduría verdadera. Sus pensamientos y caminos son mucho más altos que los de los hombres. La sabiduría es uno de sus atributos cardinales. “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos, dice Jehová. Porque como los cielos son más altos que la tierra, así mis caminos son más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos que vuestros pensamientos.”—Isa. 55:8, 9, Mod.

¿Cómo es posible conseguir esa sabiduría? No se nace con ella. Hay que adquirirla. (Deu. 17:18, 19) Esto fué cierto aun en el caso del mismo Hijo de Dios. (Luc. 2:52) Consiguió su conocimiento por medio de estudiar la Palabra de su Padre. Se familiarizó con ella del modo más cabal. Como resultado de su estudio entendió claramente por qué había sido enviado a la tierra y cuál era el propósito de su Padre para con él. Jesús no escogió su propio derrotero en la vida. Apreció su relación para con su Padre, como el enviado, y que su misión en la vida era la de hacer la voluntad de su Padre.

Debido a que Cristo Jesús reconoció lo que le atañe a su Padre como gran Soberano universal y apreció la obligación que le atañe a la criatura de obedecer al Creador, Jesús hizo una dedicación a Jehová: “He aquí yo vengo . . . para hacer, oh Dios, tu voluntad.” (Heb. 10:7, Mod) ¿Cuál fué esa voluntad? “Para esto nací, y a este intento vine al mundo, para dar testimonio a la verdad.” (Juan 18:37, Mod) Durante los tres años y medio de su ministerio Cristo Jesús se dedicó a hacer exactamente eso. Dado que era hombre perfecto él podría haber cobrado fama en cualquier cosa a que hubiese puesto manos, pero él no adoptó el proceder de la sabiduría mundana. Al contrario, él adoptó un proceder que los de sabiduría mundana consideraban insensato y que con el tiempo lo llevó a su muerte en el madero de tormento.

Bastaba para Cristo Jesús el que esto fuera la voluntad de su Padre para él. La idea de ganancia egoísta estaba enteramente ausente. Su obra era la de proclamar la verdad concerniente a su Padre y los propósitos de su Padre para que otros llegaran a conocerlo y a servirle. La verdad central que él proclamaba tenía que ver con el reino de su Padre, que había de establecerse en el futuro y que traería las bendiciones de vida a criaturas obedientes. Muchas de sus parábolas fueron ilustraciones acerca de varios aspectos de ese reino. Les enseñó a sus seguidores a orar por éste. Los entrenó para que predicaran las buenas nuevas del Reino y llevaran adelante esta obra después de su muerte. ¿Por qué? Porque “plugo a Dios salvar a los creyentes, por medio de la insensatez de la predicación.”—1 Cor.1:21, Mod.

CONOCIMIENTO Y RESPONSABILIDAD

Apreciando el hecho de que Cristo Jesús dejó un ejemplo que debería seguirse, el que es de corazón honrado deseará adquirir conocimiento para que pueda servir a Dios de una manera aceptable. ¿Dónde puede conseguirse tal conocimiento? Pronto llega a saber que no puede conseguirse en las organizaciones religiosas ortodoxas. Sin excepción éstas han enervado o hasta abandonado la Biblia. (Jer. 8:9, Mod) Enseñan por doctrinas los mandamientos de hombres. Sólo en la Biblia puede uno conseguir información respecto a la debida relación de la criatura para con su Creador y cómo hacerse verdaderamente sabio.

A medida que uno estudia con las ayudas provistas por la organización teocrática de Dios crece en conocimiento y pronto llega al punto donde se da cuenta de que el conocimiento trae responsabilidad. Hay algo que hacer. Y por eso inquiere de Jehová: “Señor, ¿qué quieres que haga?” Y recibe la respuesta: “Dedícate a mí.” Sí, se requiere de uno la misma cosa que se requirió de Cristo Jesús. Uno tiene el privilegio y obligación de dedicarse a Jehová para hacer su voluntad, y luego simbolizar esa dedicación por inmersión en agua. Al dar esos pasos uno revela que está actuando a base de la sabiduría que ha recibido de lo alto. Ha obtenido entendimiento. Percibe que Dios requiere devoción exclusiva.

Pero ¿cuál es la voluntad de Dios para uno? Exactamente la misma que era para Cristo Jesús, a saber, dar testimonio a la verdad, predicar la Palabra, difundir el conocimiento de Dios y de Cristo y contar a otros las glorias del reino de Dios y sus maravillosas obras. El que el cristiano dedicado ha recibido esta comisión de predicar se muestra cabalmente tanto en las Escrituras Hebreas como en las Griegas. Jehová pone su espíritu sobre éste y lo unge para predicar buenas nuevas a los mansos.—Isa. 61:1, 2; 43:10-12, Mod; Mat. 24:14; Apo. 22:17.

Por dos razones principales se ha dado esta comisión. La primera de éstas tiene que ver con la vindicación del nombre de Jehová. Jehová siempre advierte, dando publicidad a su propósito de ejecutar juicio, de castigar a los inicuos y librar a los justos. Lo hizo en el día de Noé; antes de la destrucción de Sodoma y Gomorra; antes de la destrucción de Jerusalén en el día de Sedequías en 607 a. de J.C. y otra vez en 70 d. de J.C. La Palabra de Dios muestra claramente que antes que fuera destruído el presente sistema de cosas a la generación que entonces viviera se le advertiría, y que Dios tendría un pueblo sobre la tierra que le serviría como testigos. La presentación de dicho testimonio probaría cierta la Palabra de Dios y por lo tanto sería algo hecho en vindicación de su nombre.

La razón secundaria por la que se ha dado la comisión de predicar es la salvación de la criatura. (1Cor.1:21) La proclamación del mensaje amonestador les proporciona a todos la oportunidad de aprender acerca de los propósitos de Jehová y luego de actuar en armonía con el conocimiento que se les proporciona, o rehusar hacerlo. Los que son sabios y entendidos oyen y obedecen. Lo importante y necesario que es predicar como medio a la salvación es algo a que el apóstol da énfasis en Romanos 10:13-17. Antes que uno pueda invocar con fe a Jehová es preciso que oiga y aprenda acerca de la provisión de Dios por medio de Cristo. Pero uno no puede conseguir este conocimiento vital a menos que alguien sea enviado a él para predicarle y dirigir su atención a lo que las Escrituras enseñan en conexión con esto. Los que ya han oído y obedecido las buenas nuevas son las personas a quienes Dios envía y comisiona para predicar. Estas personas son sabias, y el servicio sagrado que rinden es algo hermoso a vista de Dios.

PREDICACIÓN SABIA

Por lo tanto, debiera ser obvio que ninguna otra actividad pudiera encerrar más importancia para la humanidad que la predicación. Los “sabios” según este mundo quizás la consideren una pérdida de tiempo, impráctica y algo que no logra nada. Pero los humildes y mansos de la tierra aprecian la información. Buscan más conocimiento y, al aprender que puede conseguirse, estudian la Palabra de Dios y se asocian con Su organización teocrática bajo Cristo y aprovechan toda oportunidad de aumentar su conocimiento. A medida que adquieren el conocimiento dador de vida pronto aprenden que ellos también tienen que predicar. Tienen que producir el fruto que Jehová busca. (Luc. 8:11, 15, 18) Fruto de esa clase puede producirse solamente por medio de predicar, y al participar en la obra de predicar ellos demuestran que son sabios y tienen entendimiento.

No todos, sin embargo, obedecen las buenas nuevas. Los insensatos rehusan oír. (Pro. 23:9; 28:9, Mod) No tienen excusa. Los sabios no dedican mucho tiempo a personas de esta clase. Más bien, buscan a los que tienen ‘oídos que oyen,’ los que temen a Jehová y respetan su Palabra y que ven lo sabio que es actuar en armonía con ella. (Luc. 11:27, 28, Mod) El hecho de que muchos se muestren indiferentes y no respondan al mensaje del Reino no prueba que el mensaje esté equivocado, ni que no debiera de predicarse. Las Escrituras aclaran bien que muchos oirán y hallarán el camino que conduce a la vida en el nuevo mundo de justicia de Dios. (Isa. 29:18; 35:5, 6, Mod) Y ya que la predicación, sea verbalmente o por la página impresa, es el método de Dios los sabios se deleitan en usarlo y hallan gozo en ello.

Algunos que pueden ver claramente que Jehová requiere que todo cristiano dedicado sea un predicador de las buenas nuevas al principio se contienen. Creen que no están capacitados; piensan que no tienen suficiente conocimiento o que les falta la educación necesaria y que esperarán hasta más tarde. ¿Es éste el proceder sabio? ¡Seguramente que no! La mayoría de los apóstoles y los primeros discípulos no fueron educados en escuelas de educación superior. No eran más que “hombres del vulgo” de término medio, pero con la ayuda del espíritu de Dios pronto llegaron a estar capacitados como predicadores. (Hech. 4:13; 1 Cor. 2:1-5; Col. 2:8) Nadie es competente en sí mismo, pero todo siervo dedicado de Jehová puede confiar en que Jehová lo capacitará adecuadamente para el ministerio. (2 Cor. 3:4, 5) El mensaje es de Jehová. Él ha prometido poner sus palabras en nuestra boca y respaldarnos mediante su espíritu. Los sabios creen lo que él dice y predican.

En vista de lo importante que es la predicación, ¿cuánto tiempo debemos dedicar a ella? Jesús y los discípulos dedicaron todo su tiempo a ella. Es cierto que Pablo hacía tiendas de vez en cuando, pero esto siempre fué secundario a su misión principal en la vida. Él hacía las tiendas para no serles una carga a sus hermanos. Los sabios hoy en día tratan de imitar estos ejemplos. Arreglan sus asuntos para poder estar libres de los enredos y cuidados del viejo sistema de cosas. Si acaso tienen que ‘hacer tiendas,’ mantienen esto al mínimo para poder emplear el máximo de tiempo en su obra de predicar el evangelio.

Siempre se ha manifestado oposición a la predicación de la verdad. ¿Será proceder sabio transigir y permanecer en silencio, esconder la luz bajo una canasta, cuando uno se encuentra con oposición? Puesto que la comisión de predicar proviene de las más altas Autoridades del universo debería ser patente que sean cuales fueran las circunstancias que surgiesen no debería haber nunca ninguna disminución en nuestra actividad de predicación. Tal vez tenga uno que trabajar clandestinamente, pero, sean cuales fueran las condiciones, hay que ‘predicar la palabra’ y ‘persistir en ello a tiempo y fuera de tiempo.’ (2 Tim. 4:2, Mod) Los discípulos de Jesús pusieron el ejemplo correcto. Cuando se les mandó que no predicaran ellos respondieron denodadamente: “¡Es menester obedecer a Dios más bien que a los hombres!”—Hech. 4:18-20; 5:29, 32, Mod.

Hoy día la necesidad de predicar es más apremiante que en cualquier otro tiempo. Es durante la vida de la presente generación que se peleará la guerra del gran día de Dios el Todopoderoso. (Apo. 16:14-16) Las condiciones que se predijeron para antes del Armagedón se han hecho realidad. Estamos en los últimos días del presente sistema de cosas. Los sabios según las normas de este mundo confían en su sabiduría y filosofías para crear un mundo nuevo y mejor. Vuelven oídos sordos al consejo de la Palabra de Dios. La sabiduría de ellos perecerá. Los que son verdaderamente sabios, los que son bendecidos con sabiduría procedente de lo alto, escucharán y sin demora obedecerán el mandato de Dios de ‘predicar la palabra.’ Participarán en diseminar las buenas nuevas del reino de Dios. Saben que estas nuevas tienen que predicarse por toda la tierra habitada con el propósito de dar un testimonio a todas las naciones. Lo harán de casa en casa, verbalmente y por medio de la página impresa, desde la plataforma pública, por la radio y por todo otro medio legítimo. Al hacerlo se salvarán ellos mismos y también a sus oyentes y participarán en la vindicación del nombre de Jehová.—1 Tim. 4:16.

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