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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1958
w58 1/4 págs. 197-200

Haciendo obras cristianas correctas

Jesús predijo que en nuestro día algunos dirían que habían hecho muchas obras en su nombre, pero que él los repudiaría. ¿Qué clase de obras tenemos que hacer para que él nos reconozca y consigamos su aprobación?

“CREA en el Señor Jesús y será salvo.” Esas palabras del apóstol Pablo, dirigidas a un carcelero filipense aterrorizado—aterrorizado porque un terremoto a media noche acababa de abrir todas las puertas de las celdas y soltar todas las cadenas de sus presos—se interpretan por muchos como queriendo decir que todo lo que se requiere de un cristiano para que consiga la salvación es que crea.—Hech. 16:31.

Pero no es así. Si un pescador o un labrador oyera una advertencia acerca de un huracán o un tornado, ¿se salvaría si no hiciera nada acerca de ello, sólo porque creyera la advertencia? Tendría que dar todo paso de precaución que pudiera, y lo haría si en realidad creyera la advertencia. De modo que, como bien señala el discípulo Santiago, no basta con sólo creer; porque si nos detenemos con la creencia solamente, en realidad no creemos. “¿De qué provecho es, hermanos míos, el que cierta persona diga que tiene fe pero no tenga obras? Esa fe no puede salvarlo, ¿no es verdad?” No, no puede salvarlo, porque “en verdad, así como el cuerpo sin aliento está muerto, así también la fe sin obras está muerta.”—Sant. 2:14, 26.

Pero quizás alguien diga: ¿no pugna eso con lo que el apóstol Pablo enseñó en su carta a los romanos acerca de que uno es declarado justo por la fe? ¿No muestra él que Abrahán fué declarado justo debido a su fe, y no insiste además en que las obras no les impartieron justicia a los judíos? Lutero y otros han razonado así, y por esa razón algunos de éstos hasta han llegado al extremo de dudar que la carta de Santiago sea inspirada.

No, lo que Santiago escribió no pugna con lo que Pablo enseñó. La Biblia no se contradice. Solamente parece que se contradice cuando no la entendemos. Santiago y Pablo hablan de obras de dos clases, obras separadas y distintas. Pablo mostró que las obras que la Ley requería, la circuncisión, sacrificios, sábados, etc., no podían hacer justos a los siervos de Dios: “Así es que por obras de ley ninguna carne será declarada justa ante él, porque mediante la ley viene el conocimiento acertado del pecado.” Tales requisitos de la Ley representaban pictóricamente mejores cosas, que podrían hacer justo a uno. Además, las obras de la Ley podían hacerse sin que el corazón de uno estuviera en ello, como se muestra en el capítulo uno de Isaías.—Rom. 3:20; Heb.10:1.

Ahora bien, Santiago no contradice esto, porque él no está tratando de obras de la Ley, sino más bien de la necesidad imperativa que hay de que uno respalde su fe con obras consistentes. El proverbio: “hechos y no palabras,” podría aplicarse aquí. También, como observa Santiago: “Tú crees que hay un solo Dios, ¿verdad? Haces bastante bien. Y sin embargo los demonios creen y se estremecen.” Sí, pero no actúan en armonía con su creencia.—Sant. 2:19.

OBRAS DE MISERICORDIA

Jesús dió énfasis a lo importante de las obras tanto por medio de su vida ocupada como por medio de sus enseñanzas: “Mi Padre ha seguido trabajando hasta ahora, y yo sigo trabajando.” “Tenemos que obrar las obras del que me envió.” De modo que la noche en que se le traicionó él pudo decir a su Padre: “Te he glorificado sobre la tierra, habiendo acabado el trabajo que me has dado para hacer.”—Juan 5:17; 9:4; 17:4.

¿De qué constaban estas obras? Muchos que hacen confesión pública de ser cristianos declaran que si obedecen las leyes eso es todo lo que Dios requiere de ellos. Es cierto que la Biblia manda que hagamos trabajo honrado: “Que el que roba no robe más, sino más bien que haga trabajo duro, haciendo con las manos lo que es buen trabajo, para que tenga algo que distribuir a alguien en necesidad.”—Efe. 4:28.

Pero se requiere mucho más del cristiano que el sólo hacer labor honrada. Sin duda Jesús hizo tal trabajo honrado como carpintero durante muchos años antes de presentarse en el Jordán para ser bautizado. Pero no fué con el propósito de ser carpintero que él vino a la tierra y fué ungido o hecho el Cristo. Las obras cristianas, por lo tanto, tienen que ser obras de la clase que Jesús hizo después de su bautismo y ayuno en el desierto.

¿Y cuáles fueron esas obras? Una cosa hay: ciertamente incluyeron muchos actos de misericordia. Él, milagrosamente, dió de comer a los que tenían hambre, sanó a los enfermos, echó fuera demonios, y hasta resucitó a los muertos. Sin duda él hizo mucho para aliviar el sufrimiento físico en su día.

Debido a esto, muchos que profesan que son cristianos han concluído que lo único que tienen que hacer es contribuir a la caridad, ayudar a construir hospitales, orfanatos y otras instituciones semejantes. Otros van más allá y hasta dedican su vida a ayudar a los enfermos y necesitados, como ha hecho Alberto Schweitzer, médico, músico y clérigofilósofo, el cual ha pasado décadas en Africa ministrando a los enfermos.

Es verdad, el hacer cosas como éstas es mostrarle misericordia y amor al prójimo. Y en una ilustración que Jesús usó se encomienda a un samaritano por mostrar de ese modo amor al prójimo. Leemos también acerca de una mujer de los primeros tiempos del cristianismo, Dorcas, que “abundaba en buenas obras y regalos de misericordia.” De igual manera se hace referencia con aprobación a Cornelio como uno que “hacía muchos regalos de misericordia a la gente.”—Luc. 10:30-37; Hech. 9:36; 10:2.

No cabe duda acerca de ello, los cristianos de aquellos tiempos se distinguieron por la generosidad que se mostraban unos a otros. Fué por este mismo motivo que Pablo instó a los cristianos corintios a apartar algo el primer día de cada semana. Sin duda eso explica por qué Santiago usó la manifestación de tal bondad para ilustrar que la fe sin obras está muerta; y por qué Juan dijo que hemos de amar no sólo de palabras sino también con hechos.—1 Cor. 16:2; Sant. 2:15, 16; 1 Juan 3:17, 18.

Parece, sin embargo, que algunos cristianos dedicados de tiempos modernos tienen la tendencia de faltar en este respecto, sin duda a causa de descuido. Al apreciar que el dar de lo material no es la manera más importante de dar y que hay mucho que hacer en cuanto a dar de lo espiritual, éstos aparentemente van al otro extremo y pasan por alto enteramente las oportunidades de prestarles una mano de ayuda a sus hermanos que quizás necesiten cosas materiales. Incluído estaría el visitar a un ministro compañero que esté enfermo.

No hace mucho que un miembro del cuerpo de trabajadores de los despachos matrices de Brooklyn tuvo la oportunidad de dirigir la palabra a unos setenta miembros de un grupo de la Iglesia congregacional acerca de la obra de los testigos de Jehová. ¿A qué se debió esta oportunidad? Al hecho de que el presidente de este grupo había notado cuán fielmente un testigo visitaba a su vecina, también testigo, durante el tiempo que estaba enferma, leyéndole la Biblia y publicaciones bíblicas. Tanto le impresionó esto que quiso saber más acerca de los testigos, y que su grupo también aprendiera más acerca de ellos. Por lo tanto, que los cristianos dedicados mantengan su equilibrio en este asunto también y no descuiden oportunidades de ayudar a sus hermanos de una manera material.

OBRAS CRISTIANAS CORRECTAS

Sin embargo, por más buenas que sean todas las obras de esa clase, a lo más son sólo secundarias. Aun en lo que concernía a Jesús la obra que realmente importaba era la de predicar que “el reino de los cielos se ha acercado.” Fué principalmente por esa razón que vino a la tierra, como le dijo a Pilato: “Con este propósito he nacido y con este propósito he venido yo al mundo, para dar testimonio a la verdad.”—Mat. 4:17; Juan 18:37.

Por eso Jesús dijo: “Felices son los que están conscientes de su necesidad espiritual,” pero increpó a los que le seguían solamente por causa de los panes y pescados, los que estaban conscientes sólo de sus necesidades materiales. Él sabía que la adquisición de panes y pescados significaba meramente vida temporánea, pero que “esto significa vida eterna, el que ellos adquieran conocimiento de ti, el único Dios verdadero, y de aquel a quien tú has enviado. Jesucristo.”-Mat. 5:3; Juan 17:3.

No cabe duda acerca de ello, para seguir a Cristo no sólo tenemos que hacer obras de misericordia sino, ante todo, tenemos que predicar la verdad acerca de Dios, su Palabra y su reino. Eso explica por qué Jesús, al final de su ministerio, declaró que por medio de glorificar a su Padre en la tierra él había terminado la obra que su Padre le había encomendado. De modo que el apóstol Pablo nos insta: “Háganse imitadores de mí, así como yo lo soy de Cristo.” Tan en serio tomó, no la obra de aliviar el sufrimiento físico, sino la obra de predicar, que exclamó: “Ahora, si yo estoy declarando las buenas nuevas, eso no es motivo para que me jacte, porque necesidad me está impuesta. Realmente, ¡ay de mí si no declarara las buenas nuevas!”—1 Cor. 11:1; 9:16.

Así como Jesús vino a la tierra principalmente para dar testimonio a la verdad, así también por esa razón principalmente es que uno se hace seguidor de él. Como muestra Pedro, los cristianos son “ ‘un pueblo para posesión especial, para que declaren en público las excelencias’ de aquel que los llamó de la oscuridad a su luz maravillosa.” De hecho, la salvación de ellos depende de ello, como se nos dice: “Porque con el corazón se ejerce fe para justicia, pero con la boca se hace declaración pública para salvación”; declaración, incidentemente, que combina el énfasis dado por Pablo a la justicia por medio de la fe con el énfasis que Santiago puso en obras consistentes con la fe de uno.—1 Ped. 2:9; Rom. 10:10.

NO HAY LEGOS CRISTIANOS

En su mayoría las personas que profesan ser cristianas creen que hacen bastante bien si, además de ser honradas y dar a la caridad, van a la iglesia los domingos, escuchan un sermón y contribuyen para el sueldo del clérigo y otros gastos de su organización religiosa. Sin duda este concepto erróneo que abrigan se basa en gran manera en la distinción falsa que se hace entre el clero y los legos. Tal distinción, aunque era muy común entre religiones paganas, nunca tuvo cabida en el verdadero cristianismo; ciertamente no existía en la congregación cristiana en los principios del cristianismo. Como dijo una revista religiosa acerca del “Domingo de los legos”:

“Ciertamente en el pequeño grupo de Jesús y sus discípulos no hubo ninguna división de clero y legos. Por más que quisiera cualquiera [de entre el clero] considerar a Jesús como la parte que, en la situación de remotos tiempos, corresponde a él, la manera de obrar [de Jesús], su habla y su disposición eran lo que hoy en día llamaríamos ‘del lego.’ Y asimismo, los discípulos que desde aquí pudieran dar las apariencias de ser un arreglo [recientemente formado] de legos eran en realidad los predicadores que eran enviados.

“En el resto del Nuevo Testamento la palabra para clero (kleros) no significa una orden especial entre los cristianos, sino todos los cristianos. Y la palabra para legos (laós) no significa una parte recipiente de la congregación sino, de nuevo, todos los cristianos. A todos se les llama para un solo servicio, y todos forman el pueblo de Dios. Nuestra distinción entre el clero y los legos no se conoce en el Nuevo Testamento, de modo que San Pablo no podría haber añadido ‘clero y legos’ a la lista de judíos y gentiles, esclavos y libres, ricos y pobres, hombres y mujeres que son uno en Cristo. Si él hubiera vivido en el segundo siglo, sin embargo, podría haber ensanchado así su lista.”—The Christian Century del 12 de octubre de 1955.

Esto, no obstante, no significa que para hacer obras cristianas correctas uno tenga que subir al púlpito o a la plataforma pública y predicar allí. Uno puede hallar muchas oportunidades para dar testimonio en su propio hogar y en su lugar de empleo así como cuando esté haciendo compras o viajando. Y uno siempre puede crearse oportunidades ya sea yendo de casa en casa o dirigiéndose a extraños en las esquinas de las calles y en los mercados, todos los cuales métodos los usaron Pablo y los otros apóstoles.—Hech. 5:42; 17:17; 20:20.

Desde luego, para que siempre nos sea posible “hacer una defensa ante todo aquel que les demande una razón de la esperanza que hay en ustedes,” es menester que nos apliquemos al estudio de la Palabra de Dios, obedeciendo las instrucciones de Pablo: “Haz todo lo posible para presentarte aprobado a Dios, un trabajador que no tiene de qué avergonzarse, manejando la palabra de la verdad correctamente.” También es esencial que nos congreguemos, tanto para instrucción mutua como para esfuerzos cooperativos.—1 Ped. 3:15; 2 Tim. 2:15; Heb. 10:25.

Así vemos que aunque les es menester a los cristianos hacer trabajo honrado y no pueden descuidar el hacer obras de caridad, las obras que los identifican como cristianos son las de ministrar a las necesidades espirituales de la gente, dando testimonio al nombre y reino de Dios.

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