Obras de fe y amor
“PERMANECEN la fe, la esperanza, el amor, estos tres, pero el mayor de éstos es el amor.” (1 Cor. 13:13) ¿Por qué es el amor el mayor? El amor es una fuerza que impulsa a uno a ser fuel, y es especialmente importante que sea así en la actualidad porque vivimos en los “tiempos críticos y difíciles de manejar” de los que nos advirtió Pablo en su segunda carta a Timoteo. Vivimos en “los períodos de tiempos posteriores” en que “algunos se apartarán de la fe, prestando atención a declaraciones inspiradas desviadoras y a enseñanzas de demonios, por la hipocresía de hombres que hablan mentiras.”—2 Tim. 3:1; 1 Tim. 4:1, 2.
Esto quiere decir que a menos que la fe de uno esté basada en un cimiento sólido y esté firmemente establecida, existe peligro de que lo eche abajo el remolino de dudas e incertidumbres debido a la inundación de estas “declaraciones inspiradas desviadoras.” Esto claramente da énfasis a la importancia vital de adquirir conocimiento acertado de la verdad de la Biblia, que es la mismísima base de la fe. Al cristiano sincero esto también indica la importancia de ser maestros de la verdad, capacitados para instruir a otros respecto al camino de la vida. Las palabras de Pablo al joven Timoteo aplican con vigor hoy día: “Presta constante atención a ti mismo y a tu enseñanza. Persiste en estas cosas, pues haciendo esto te salvarás a ti mismo y a los que te escuchan.”—1 Tim. 4:16.
Cuán a menudo llegamos a conocer a alguna persona y tal vez estudiamos la Biblia con ella, y después de estudiar con ella varios meses y ver que hace poco progreso decimos: ‘Conoce que es la verdad, pero no quiere declararse de parte de ella. Ha completado el estudio del libro “Sea Dios Veraz” y parece que le gusta y tiene algún conocimiento de la esperanza de vida en el nuevo mundo, pero no progresa más allá de este punto. Todavía hay que alimentarla de la leche de la Palabra a cucharaditas.’ ¿Cuál es el deber de los testigos de Jehová en casos como éste?
También presentan un problema las personas que asisten a las reuniones de estudio de las congregaciones pero que nunca hacen un comentario o conversan con otros acerca de las verdades bíblicas; no obstante les gusta asociarse con los testigos de Jehová e informan que dedican algún tiempo al servicio en el campo. ¿Cuál es la situación verdadera de estas personas?
El apóstol Pablo da una advertencia muy severa a las personas que hacen lo susodicho. Cuando uno recibe algún entendimiento básico de la verdad de la Biblia y entonces se queda estancado, o retrocede, se halla en situación peligrosa. Es algo que no puede tratarse livianamente. Es una expresión de amor de parte del cristiano maduro el que éste trate de ayudar a esa persona a reconocer la grave situación en que se halla y también ayudarla a progresar a la madurez. El no hacer esto pudiera resultar en que los dos perdieran la vida en el juicio del Armagedón; el uno por no cumplir su deber como ‘atalaya’ de Jehová, y el otro por no haber ‘buscado a Jehová ni inquirido por él.’ (Eze. 33:7; Sof. 1:6, Mod) El apóstol Pablo advierte que los que han recibido alguna iluminación, “que han probado la palabra correcta de Dios y los poderes del venidero sistema de cosas, pero que han apostatado,” ‘se acercan a ser maldecidos,’ e, igual que el suelo que no produce fruto ‘terminan por ser quemados.’ (Heb. 6:4-8) Hay muchos hoy día que tal vez no hayan llegado a tal extremo que merezcan la maldición de Dios, pero están en peligro. Pueden ser salvados de su situación actual, y los que están en la debida situación para hacerlo tienen la obligación de prestarles toda la ayuda posible para ‘arrebatarlos del fuego.’ Tal vez hayan sido hechos objetos de burla dirigida contra ellos por fanáticos religiosos o miembros de su familia, y esto esté restringiéndolos. Puede que las “declaraciones inspiradas desviadoras y . . . enseñanzas de demonios” hayan logrado descaminados. Posiblemente hayan caído en el lazo de los “deseos insensatos y dañinos que hunden a los hombres en destrucción y ruina,” y al esforzarse por conseguir más riqueza material hayan “sido desviados de la fe.” (1Tim.6:9, 10) ¿Qué deben hacer los que son maduros en la fe para ayudar a personas a quienes les haya sucedido alguna de estas cosas? Judas nos dice qué hacer:
“‘En el último tiempo habrá ridiculizadores, procediendo conforme a sus propios deseos de cosas impías.’ Estos son los que hacen separaciones, . . . Mas ustedes, amados, edificándose sobre su santísima fe, y orando con espíritu santo, manténganse en el amor de Dios, mientras esperan la misericordia de nuestro Señor Jesucristo con vida eterna en mira. También continúen mostrando misericordia a algunos que tienen dudas; sálvenlos arrebatándolos del fuego.”—Judas 18-23.
Es muy posible que nosotros tengamos fe completa, basada en un conocimiento acertado de la Palabra de Dios, pero ¿basta con eso? Las Escrituras nos muestran claramente que es esencial tener fe para la salvación, pero ¿es eso todo lo que se necesita para la salvación? “Sin fe es imposible lograr su buen agrado [es decir, el de Dios].” (Heb. 11:6) Pero la fe de por sí no tiene valor. No tiene valor si no está acompañada de obras, y las obras tienen que ser de la clase correcta para hacer que tenga valor. “La fe, si no tiene obras, está muerta en sí misma.” (Sant. 2:17) Y Pablo advierte de nuevo: “Si tengo toda la fe como para trasladar montañas, pero no tengo amor, yo soy nada.” (1 Cor. 13:2) Estos textos hacen muy patente que la fe es sólo el cimiento. Hay que edificar algo sobre ese cimiento; tiene que haber una sobreestructura, y la corona de dicha sobreestructura tiene que ser el amor. O, refiriéndonos de nuevo a las palabras de Judas que acaban de citarse, tiene que haber una edificación de nuestra fe, y tiene que hacerse con la ayuda de oración, para mantenernos en el amor de Dios. Esto se hace por medio de obedecer la “ley real,” a saber: “Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo.” (Sant. 2:8) Podemos hacer esto por medio de ‘continuar mostrando misericordia a algunos que tienen dudas, salvándolos por medio de arrebatarlos del fuego.’
Para mantenernos en el amor de Dios tenemos que ser “hacedores de la palabra, y no solamente oidores.” (Sant. 1:22) El que sólo es un oidor y no un hacedor puede ser comparado al hombre que edifica una casa sobre la arena, la cual, cuando viene la tempestad, se desmorona por completo. (Mat. 7:26, 27) Se nos da suficiente amonestación en las Escrituras de que la más grande de todas las tempestades, el más aterrador de todos los torbellinos, pronto llevará a la destrucción en el Armagedón todo vestigio de los sistemas de este viejo mundo. Y es ahora, precisamente antes de la ejecución de ese juicio divino, que los demonios están especialmente activos inspirando a los hombres que no tienen fe a hacer “declaraciones inspiradas desviadoras” con el fin de hacer que los que carecen de madurez y “algunos que tienen dudas,” apostaten de la fe.
Podemos sembrar semillas de verdad, pero a menos que éstas sean regadas y cultivadas Dios no las hará crecer, de la misma manera que no hace crecer las semillas literales si no reciben agua y sol. Pero Jehová ha levantado a un grupo de personas para que haga este trabajo de sembrar y regar, y promete que hará que estas semillas de verdad crezcan y lleguen a ser plantas maduras para alabanza de él. “Nos otros somos los colaboradores de Dios. Ustedes son el campo de Dios que está bajo cultivación.” (1 Cor. 3:9) “Trabajando junto con él, nosotros también les suplicamos que no acepten la bondad inmerecida de Dios y pasen por alto su propósito.” (2 Cor. 6:1) En otras palabras, todos deben ser maestros de la Palabra de Dios. A menos que uno esté capacitado para enseñar a otros no ha logrado la madurez. Es semejante a un niñito que necesita que alguien lo alimente. La madurez cristiana requiere que uno esté capacitado para ‘hacer una defensa ante todo aquel que le demande una razón de la esperanza que hay en uno.’ (1 Ped. 3:15) El pueblo de Jehová sobre la tierra hoy día consta un cuerpo docente. Jehová ha provisto “misioneros, algunos como pastores y maestros, teniendo como mira el entrenamiento de los santos para la obra ministerial, . . . hasta que todos lleguemos a la unidad en la fe y en el conocimiento acertado del Hijo de Dios, a un hombre ya crecido,” y es deber y obligación de los que son maduros ayudar a otros para que éstos también “sean enteramente capaces de comprender con todos los santos cuál es la anchura y longitud y altura y profundidad” de los propósitos de Dios. (Efe. 4:11-15; 3:18) Ellos enseñan, no la sabiduría de este mundo, sino la sabiduría que viene de arriba, la sabiduría que Jehová le enseñó a Jesucristo. Jehová es el gran Maestro. Jesús recibió toda su instrucción en cuanto a qué hacer y qué decir de Jehová su Padre. (Juan 5:19, 20; 7:16; 8:28, 38) Entonces Jesús, a su vez, les enseñó a sus discípulos qué hacer y decir, y ellos nos transmitieron a nosotros ese conocimiento acertado respecto a la voluntad de Jehová, conocimiento que los testigos de Jehová tienen la obligación de transmitir a otros. “Dando estos consejos a los hermanos” llegamos a ser ‘ministros de la clase correcta de Cristo Jesús, nutridos con las palabras de la fe y de la enseñanza correcta.’—1 Tim. 4:6.
Nótese que al exhortar a uno a pasar adelante a la madurez, Pablo especifica que no hay que estar “poniendo un cimiento de nuevo, a saber, arrepentimiento de obras muertas, y fe hacia Dios.” (Heb. 6:1) Al hablar de “arrepentimiento de obras muertas” Pablo estaba refiriéndose, por supuesto, principalmente a aquellos judíos que en su día se habían convertido al cristianismo y que habían aprendido que las obras que hicieran en justificación de ellos mismos nunca podrían darles vida. Eran obras “muertas” en el sentido de que no le podían proveer salvación a nadie y ahora habían sido reemplazadas por las obras de fe. Pero era necesario enseñar a aquellos primeros cristianos que no bastaba con hacer obras de clase cualquiera. Tenían que ser “obras rectas.” (Mat. 5:16) Algunos cristianos primitivos estaban un poco perplejos en cuanto a lo que constituía obras rectas, y le preguntaron a Jesús: “¿Qué haremos para obrar las obras de Dios?” En respuesta Jesús les dijo: “Esta es la obra de Dios: que ustedes ejerzan fe en aquel a quien Ese envió.” (Juan 6:28, 29) Con este texto de base algunos alegarán que lo único que hay que hacer para conseguir la vida eterna es creer en el Señor Jesucristo, como si no fueran cosa de importancia las obras. Pero Santiago, bajo inspiración, nos dice: “Ustedes ven que el hombre ha de ser declarado justo por obras, y no por la fe sola.” (Sant. 2:24) Otros dirán que sus obras poderosas en la forma de hospitales, orfanatos, centros sociales, etc., constituyen obras de fe y amor, pero Jesús predice claramente que “muchos me dirán en ese día: ‘Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y echamos fuera demonios en tu nombre, y ejecutamos muchas obras poderosas en tu nombre?,’” y él no les dará reconocimiento, sino que en realidad los despedirá como “obradores de lo que es contrario a ley.”—Mat. 7:22, 23.
Jesús puso el ejemplo en cuanto a lo que constituía obras rectas. Cuando envió a los doce apóstoles y setenta predicadores Jesús les instruyó en cuanto a qué decir y hacer. Dijo: “Al ir, prediquen, diciendo: ‘El reino de los cielos se ha acercado.’” Pero algunos dirán en respuesta: ‘Sí, y también les dijo que curaran a los enfermos, y los testigos de Jehová no hacen eso.’ Es cierto que no lo hacen, por lo menos en sentido físico, pero tampoco hacen estos que dicen sanar mediante fe las otras cosas que Jesús instruyó a sus discípulos que hicieran, a saber, “levanten a personas muertas, limpien a leprosos, echen fuera demonios.” (Mat. 10:1, 7, 8) ¿Por qué? Porque aquellos dones milagrosos del espíritu de Dios mediante los cuales los primeros discípulos ejecutaron curaciones milagrosas sólo fueron temporáneos y Pablo dijo claramente que pasarían a medida que la congregación lograra madurez. Dió énfasis al hecho de que los dones básicos de la fe, esperanza y amor eran los dones que nunca pasarían. (1 Cor. 13:8, 13) Hoy día la predicación de ‘estas buenas nuevas del Reino en toda la tierra habitada con el propósito de dar un testimonio a todas las naciones’ es la obra de fe y amor que todo cristiano dedicado está obligado a hacer.—Mat. 24:14.
Nótese ahora esta verdad importante: estas obras de fe tienen que ser impulsadas por amor. Primero, amor a Jehová Dios, el Dador de vida; y segundo, amor al prójimo. Esta es la “ley real,” ley que es imperativo obedecer si se quiere recibir la bendición de Jehová. (Sant. 2:8) La sinceridad y entusiasmo al predicar errores nunca disculpará el error ni lo hará correcto. “Haz todo lo posible para presentarte aprobado a Dios, un trabajador que no tiene de qué avergonzarse, manejando la palabra de la verdad correctamente. Pero evita discursos vacíos que violan lo que es santo.” “Evita toda esa palabrería profana, porque lleva a la gente aún más adentro en [la impiedad], y su doctrina se esparce como una gangrena.” (Mof) El amor a Dios y al prójimo nos obliga a asegurarnos de que enseñamos con exactitud.—2 Tim. 2:15-17.
Es preciso que uno se mantenga “estable en la fe,” de otro modo “quizás haya alguien que se los lleve como su presa por medio de la filosofía y el engaño vacío según la tradición de los hombres, . . . y no según Cristo.” (Col. 2:7, 8) Es sumamente importante que todos los cristianos “sean llenados con el conocimiento acertado de su voluntad [la de Dios] en toda sabiduría y discernimiento espiritual, para poder andar dignos de Jehová a fin de agradarle plenamente mientras siguen llevando fruto en toda buena obra y aumentando en el conocimiento acertado de Dios.”—Col. 1:9-12.
Como esclavo de Jehová, todo cristiano “tiene necesidad de . . . ser prudente para con todos, capacitado para enseñar, manteniéndose reprimido bajo lo malo, instruyendo con apacibilidad a los que no están favorablemente dispuestos, pues quizás Dios les conceda arrepentimiento que lleve a un conocimiento acertado de la verdad, y ellos puedan volver a sus sentidos propios fuera del lazo del Diablo.”—2 Tim. 2:24-26.
Por eso siga vigilando la manera en que usted edifica esta excelente sobreestructura de obras de fe y amor. Vigile con cuidado para que sus obras de fe sean como los materiales imperecederos de oro, plata y piedras preciosas, y no como los materiales de madera, heno y paja, los cuales serán consumidos en el fuego. Si las obras de usted han sido de esta última clase, entonces deshágase de ellas; que el fuego del justo juicio de Jehová las destruya quemándolas, aunque esto represente cierta pérdida para usted, y aprenda a edificar las cosas duraderas de obras rectas para que usted sea salvo. (1 Cor. 3:10-15) Jehová conoce la condición del corazón. Él conoce el motivo que impulsa la obra que uno hace. Feliz el hombre que se mantiene apartado de la “palabrería profana” y que se prepara para ser usado como vaso para un propósito honroso, útil a su dueño, preparado para toda buena obra. (2 Tim. 2:20-22) “El amor edifica.”—1 Cor. 8:1.