Siguiendo tras mi propósito en la vida
Según lo relató William Carnie
CONTEMPLANDO el pasado, puedo ver cuán memorable fué el día en que mi padre me llevó a oír hablar al juez Rútherford en el Synod Hall de Edimburgo, Escocia. Eso fué en los primeros años de la I Guerra Mundial, y yo sólo tenía cerca de diez años de edad en ese tiempo. Una visita temprana por el pastor Rússell aparentemente había despertado el interés, aunque éramos una familia metodista y mi padre era muy activo en un puesto eclesiástico. Esa reunión en Edimburgo dió principio a una asociación muy gozosa con los estudiantes de la Biblia, a la cual se unió toda nuestra familia. La verdad llegó a ser la cosa vital en nuestra vida.
Pronto hubo repercusiones. El fervor patriótico ardía en la escuela. Mi padre fué abarcado por la conscripción. Aunque éramos ocho los que dependíamos de él, estábamos preparados para resistir toda contemporización y permanecer neutrales con relación a las naciones en guerra. Vivíamos por la verdad. Vivíamos en un medio ambiente que zumbaba con la inminencia del Armagedón. Veíamos que el viejo sistema estaba pasando rápidamente y lo que nosotros concluíamos era que no sobreviviría a la I Guerra Mundial.
Quedé estupefacto cuando terminó la guerra y se abrió paso un período de llamada paz. Nunca había acondicionado mi mente a seguir tras alguna vocación en la vida. Mi futuro siempre había estado ligado al milenio. Sin embargo, para mi mente existía una gran brecha entre lo que podía hacer yo y los requisitos del servicio de colporteur de la Sociedad, el cual servicio parecía ser un campo únicamente para personas de edad. Pero recuerdo claramente la idea de emprender el servicio de tiempo cabal como ocupación y en cierto modo esperaba que alguien me invitara a hacerlo, pero nadie lo hizo.
El alboroto que sobrevino en los Estados Unidos después de la manifestación de Cristo Jesús en el templo espiritual aparentemente no envió sus ondas sacudidoras a Escocia sino hasta un año o dos después. Hubo un desacuerdo y un desprendimiento. A causa de que nunca había estudiado realmente por mí mismo, sino que consistentemente había dependido de mi padre, me hallé con él en el grupo que se desprendió. Según recuerdo, ansiábamos los antiguos días y los caminos antiguos que giraban en torno de la gloria del pastor Rússell. Para 1922 los asuntos de la vida cotidiana parecían asumir mayor importancia. Se esperaban grandes cosas para 1925. Cuando se trató de mi vocación en la vida, un hermano de confianza de nuestro nuevo grupo me aconsejó que consiguiera un puesto en que me asegurara el alimento diario.
Por más de un año estuve en el personal de abastecimiento de un gran hotel. Este no era lugar para mí. Decidí emprender una nueva vida en los ambientes más limpios de algún país rural y llegué a Australia en diciembre de 1923, ansioso de irme a regiones de poca población del país.
Nunca había sido lector de las publicaciones de la Watch Tówer, pero yo sabía que la verdad se hallaba en estas páginas. De modo que tomé un tomo o dos de Estudios de las Escrituras acariciando la esperanza de hacer mío su mensaje. La esperanza que acariciaba nunca se materializó. Parecía que yo nunca podía sacar calor alguno de la fría página impresa.
Durante los años entre 1923 y 1929 anhelé tener a mis padres y hermanos unidos en una clase de círculo patriarcal lejos del viejo mundo. Pero, ¡ay! Cuando todos nos las arreglábamos para estar juntos se hacía poca mención de la fe ardiente que anteriormente nos había estimulado hasta hacernos regocijar. El ganarse el sustento parecía ser el objetivo de la vida.
Los años pasaban. Algo faltaba en mi vida. El año 1925 pasó sin que nada sucediera como yo había esperado. La verdad en nuestra familia había muerto. De mala gana me puse a considerar: Tengo que volver a orientar mi justipreciación de las cosas, adquirir riquezas y cobrar fama.
Habiéndome hecho miembro de una sociedad cultural y emprendido la vida en una gran ciudad que anteriormente despreciaba, asistí a una función social donde un llamado “reverendo” contó un chiste basado en la doctrina de la trinidad. Me reí también, pero mientras caminaba hacia casa me quedé pasmado al recordar que en otro tiempo yo sabía al dedillo este tema, pero ahora buscaba a tientas en la mente la verdad en cuanto al asunto. Supe que me había deslizado a las tinieblas, pero no sabía adónde dirigirme para recibir ayuda.
CONTACTO CON TESTIGOS DE JEHOVÁ
El año 1937. Sonaban tambores de guerra. Mi hermano y yo estábamos ocupados en trabajo de defensa. Un día mientras caminábamos con el hotelero vimos en un lote cercano detrás de un garage un camión con un letrero que decía “testigos de Jehová.” Se nos informó prestamente que éstos eran unos chiflados cuya cantinela era “Ven a Jesús.” Se decía que el dueño del garage, en vez de aprovecharse de la oportunidad de amontonar dinero que había venido como resultado del gran proyecto de construcción, estaba desperdiciando su tiempo corriendo alrededor del país predicando.
Esto despertó nuestro interés. Nos determinamos a ver qué era lo que esta gente tenía que nosotros no teníamos. En son de respuesta se nos invitó a participar en el estudio semanal del libro Riquezas. Este resultó ser el más interesante estudio en que habíamos participado en nuestra vida. Discutimos y discutimos. Las sesiones duraron hasta muy entrada la noche. Punto por punto tuvimos que consentir en que decían la verdad. Una noche, después de una larga discusión, regresamos a nuestra habitación de hotel y, sentado en la cama, dije: “Parece que esto es la verdad.” Cuando mi hermano contestó: “Exactamente lo que yo estaba pensando,” mi gozo se desbordó. Con un impulso de gratitud agradecí a Jehová la bondad inmerecida de habernos traído de nuevo al rebaño.
Ahora compensamos por nuestra falta anterior—la falta en cuanto a estudio personal. Conseguimos Biblias y libros. Igual que Pablo hasta nos retiramos a la quietud de las colinas y los bosques y repasamos el asunto en nuestra mente y confirmamos las verdades. Era como vivir en un nuevo mundo. Nuestros amigos se preguntaban qué nos había pasado.
Cuando supimos que el juez Rútherford iba a visitar a Sydney, N.G.S., en la primavera de 1938, resolvimos regresar al este para asistir a la gran asamblea y ver a nuestra familia en cuanto a la verdad. En casa no hubo gozo correspondiente. Empezamos a ver que para continuar, tendríamos que hacerlo solos. Los vínculos de familia eran muy estrechos, pero los vínculos con la organización de Jehová ahora eran más estrechos que aquéllos.
El trabajo hecho antes de la asamblea hizo accesible una nueva y feliz experiencia. Aquí estaba el medio ambiente en el cual siempre había querido trabajar yo. Tenía que ser servicio de tiempo cabal para mí, aunque confieso que creí que nunca podría ser predicador. Si pudiese hacer el trabajo incidental o de segundo plano tendría mucho gusto. Mi papel pacería ser el de auxiliar. De ninguna manera me sentía capacitado para estar al frente llevando la delantera como trabajador precursor de tiempo cabal. Eso era para los ungidos.
Sin embargo, para ahora yo había resuelto firmemente que mi vocación en la vida era servir de tiempo cabal a la Teocracia; pero en vez de dar el salto allí inmediatamente, me sentí obligado a terminar algunos trabajos seglares primero. ¡Cuán fácil e insensato es el ser atado! ¡Cuánto iba a arrepentirme en sólo una semana o dos! Echando carreras en una motocicleta mientras iba de un trabajo a otro, me estrellé contra un automóvil que iba a gran velocidad y fuí lanzado a la carretera, como muerto. Yaciendo consciente con ocho huesos rotos, mi pensamiento inmediato fué: “¿Por qué no estoy muerto?” “¿Qué servicio podría haber dado si hubiese sido muerto?” “¿Cuán importante es el trabajo seglar en comparación con el servicio al Dios vivo?”
En ese instante estuve absolutamente convencido de que Jehová me había salvado la vida. Ya no tenía importancia para mí nada salvo el servicio del Reino. Sirviéndome esto de estímulo impulsor, me repuse con asombrosa rapidez. El choque ocurrió en agosto de 1938 y para mediados de noviembre comencé el servicio de Betel de tiempo cabal. Con tal comienzo demorado, pero por la bondad inmerecida de Jehová, me he regocijado en seguir tras mi vocación como siervo de tiempo cabal de Jehová desde entonces.
Después de menos de un año de trabajo de tiempo cabal recibí un nombramiento para encargarme de una congregación grande metropolitana. Cuando pensé en la responsabilidad que se me había confiado me puse pálido y aprendí a apoyarme fuertemente en Jehová.
Allá en 1940 la oposición a la verdad era intensa en Australia, igual que en otras partes. Pronto llegamos a ser veteranos endurecidos. El trabajo con automóviles equipados con altoparlantes y las marchas informativas causaron gran excitación. Tres veces me hallé en el calabozo, pero tres veces salí libre, apreciando mejor cómo se sintieron los apóstoles, según se registra en el capítulo cinco de los Hechos.
Como siervo de zona, tuve muchas experiencias agradables y ahora disfruto de muchos recuerdos maravillosos del servicio. Cuando la proscripción llegó a Australia no hubo ningún momento de soñolencia. Sí, me tocó mi turno en las granjas del Reino y otras empresas. Al principio de 1943 se me 1lamó para trabajar en la oficina de Betel en el departamento de las congregaciones. Había que entrenar y enviar a los siervos para los hermanos y esto tenía que efectuarse bajo condiciones de proscripción. Después de dos años en la oficina salí otra vez a desempeñar el trabajo que tanto quería, el de siervo de circuito. Este trabajo me llevó a Nueva Zelandia por otros dos años.
GALAAD Y LUEGO HONG KONG
Para mí fué un paso totalmente inesperado el que la Sociedad abriera la Escuela Bíblica de Galaad. Entonces parecía algo que estaba muy lejos de nosotros, a causa de la guerra y la distancia. Nunca pensé que se me llamaría a la escuela. Nuestro gozo se desbordó cuando supimos que se nos llamaba para la clase once.
Disfruté de cada minuto en Galaad. Esos seis meses fueron un rasgo sobresaliente en mi vida. Suministraron una colección de recuerdos que ha sido fuente de gozo para nosotros durante los nueve años desde que nos graduamos.
En noviembre de 1948, después de servir en un circuito en Wisconsin, donde trabé amistad con hermanos con los cuales mantengo comunicación desde entonces, llegó una carta de la Sociedad en que se me invitaba a emprender la obra misional en Hong Kong. Oriente nunca me había atraído, pero yo había ofrecido ir adondequiera que se me enviara, de modo que a Hong Kong iría.
A través del Pacífico fuimos. En ese entonces los ejércitos comunistas descendían precipitadamente desde el norte y se creía que Shanghai caería de un momento a otro, de modo que nuestro barco quizás tendría que atracar en algún puerto poco conocido. Sin embargo, llegamos a Shanghai a tiempo para experimentar la sensación pavorosa que acompaña a la desaparición de un poder para dar paso al siguiente. Pasamos algún tiempo con los hermanos que valientemente han sostenido en operación el servicio de predicar durante los tiempos angustiosos hasta la actualidad. Sentimos alivio cuando zarpamos para la etapa final hasta Hong Kong, ya que habíamos tenido visiones de quedarnos detenidos en Shanghai lejos de nuestra asignación.
¡Cuán ansiosamente contemplamos la hermosa y bulliciosa isla de Hong Kong al entrar en el puerto protegido! ¿Qué produciría en frutos del Reino? ¿Qué papel haría nuestro entrenamiento? Todo era tan extraño y nuevo que nos preguntábamos dónde comenzar. Afortunadamente dos publicadores habían venido desde Shanghai antes que nosotros y nos recibieron y nos ayudaron a orientarnos. Hong Kong estaba atestada. Casi era imposible conseguir habitaciones donde vivir. El precio de los alojamientos era estratosférico. El club naval británico nos aceptó por unas cuantas semanas, hasta que tuvimos la buena fortuna de hallar una habitación. Mientras tanto nos establecimos en la obra. Muchas personas a las que les dábamos el testimonio hablaban inglés y para los casos en que teníamos que habérnoslas con el chino nos aprendimos de memoria un corto testimonio y presentamos una tarjeta y descubrimos que surtía muy buen efecto. Era muy fácil colocar literatura y conseguir estudios.
Habíamos llegado a mediados de enero de 1949 y para mayo de ese año tuvimos organizada una congregación pequeña; sólo tres publicadores con los dos misioneros. Estos tres todavía están firmes y activos y otros se han unido a ellos, hasta que se ha alcanzado un máximo de ciento cuarenta y ocho publicadores.
Yo no sabía cuánto amaba mi asignación hasta que visité a los Estados Unidos para la Asamblea “Sociedad del Nuevo Mundo” en 1953. Descubrí que anhelaba regresar. Hong Kong había llegado a ser mi hogar.
A veces me pongo a pensar en los años ociosos que pasé siguiendo tras los bagazos del viejo sistema de cosas y eso me hace pensar en la gran paciencia de Dios. Me siento desbordante de gratitud a Jehová por haber hallado él un lugar para mí en su casa y trabajo para mí en su campo de cosecha. Oro que él me suministre sostén mientras sigo tras mi propósito en la vida como ministro de tiempo cabal, para la alabanza y vindicación de Él.