¿Cuándo cesará esta locura?
LA BÚSQUEDA frenética de armas de guerra a que siempre se ha dedicado el hombre lo ha traído desde la edad de la espada hasta la edad de la bomba de hidrógeno, desde la edad de la flecha hasta la edad del cohete. Ha significado un cambio: desde guerras que afectaban porciones limitadas de la tierra hasta guerras que afectan toda la tierra. Ahora una guerra puede ser tan devastadora que destruya toda vida en la tierra.
La guerra es locura cabal, más locura hoy día que en cualquier otro tiempo. Las naciones se dan cuenta de que hay que hacer algo para detenerla, que hay que establecer paz permanente. Pero, sus esfuerzos fracasan y siguen armándose.
A medida que el hombre ha aumentado en cuanto a conocimiento y avanzado en cuanto a civilización no se ha acercado más a relaciones pacíficas, como habría de esperarse. Al contrario, sus guerras se han hecho más feroces. Desde el siglo quince antes de la era cristiana hasta el siglo diecinueve después del comienzo de ella hubo 3,357 años de guerra y sólo 227 años de paz. Eso representa más o menos un año de paz por cada quince años de guerra. A partir de 1861 las relaciones humanas han empeorado constantemente, porque no ha habido ni un solo año desde esa fecha hasta la presente durante el cual una guerra o varias guerras no estuvieran librándose en alguna parte.
El creciente costo de la guerra ha ido al mismo paso que el desarrollo por el hombre de armas más destructivas. En tiempos primitivos no costaba casi nada matar a un hombre en la guerra. En los días de Julio César el costo era de alrededor de setenta y cinco centavos (EE. UU.). Durante los días de Napoleón subió hasta casi $3,000 (EE. UU.). Los cuatro años de la I Guerra Mundial lo alzaron hasta $21,000, y en la II Guerra Mundial saltó a $55,000. Ahora, con las costosas armas de destrucción en masa de la edad atómica, el costo de matar a un soldado enemigo es fabuloso. La guerra se ha hecho tan costosa que la nación que se prepara para ella perjudica su economía.
Pero el costo de la guerra en vidas humanas y sufrimiento es más importante. Es mayor motivo por el cual odiar la guerra. Un periodista suizo hizo inventario de la II Guerra Mundial y halló que ésta quitó la vida a 32 millones de personas en batalla, a 20 millones en bombardeos aéreos y a 26 millones en campos de concentración. En seis años 78 millones de personas fueron destrozadas. Agregue a esto unos 15 a 20 millones de personas que quedaron destituidas por la guerra y tiene usted 98 millones de personas que sufrieron de los efectos de esa una sola guerra. Pero el costo de la II Guerra Mundial en vidas y dinero es poco cuando se compara con lo que costaría una tercera guerra mundial.
Pueblos de todas partes del mundo claman por paz. Quieren saber cuándo cesará la locura de la guerra. ¿Cuándo dejarán los humanos esta insensatez de matarse unos a otros? ¿Cuándo comenzarán a respetarse los derechos y la vida unos a otros y a vivir juntos en paz?
Sus líderes han fracasado en todo esfuerzo que se ha hecho para poner fin a la guerra. Ahora queda una sola dirección a la cual pueden volverse para la paz que anhelan, y ésa es hacia su Hacedor, Jehová Dios. Hace mucho él declaró su determinación de poner fin a la guerra, y cuando él se propone algo nunca deja de cumplir ese propósito. “Vengan, contemplen las actividades de Jehová, que ha establecido acontecimientos asombrosos en la tierra. Está haciendo cesar las guerras hasta la extremidad de la tierra.”—Sal. 46:8, 9.
Esta generación actual presenciará el cumplimiento de esta profecía. Pronto la “guerra del gran día de Dios el Todopoderoso” pondrá fin a este inicuo sistema de cosas. Será la guerra que realmente acabará con las guerras. Las naciones con sus muchos gobiernos serán borradas de la existencia.
En lugar de estas naciones habrá un cuerpo unido de personas bajo un solo gobierno justo—el reino de Dios. Puesto que este un solo gobierno divinamente establecido gobernará la tierra, la humanidad jamás volverá a estar dividida, ni política ni religiosamente.
Pero quizás arguyan algunos que ni siquiera un gobierno divino podría asegurar la paz, porque siempre habrá peleas mientras haya tan sólo una persona que no respete los derechos de los demás.
Consideren este pasaje bíblico los que piensan de esa manera: “Y sólo un poco más de tiempo y ya no existirá el inicuo, y ciertamente darás atención a su lugar y él no estará.” (Sal. 37:10) Esto significa que los inicuos de entre la humanidad no sobrevivirán al día de la ira de Jehová. Perecerán con este sistema de cosas tal como perecieron los inicuos de antes del Diluvio. “Jehová está guardando a todos los que lo aman, pero a todos los inicuos los aniquilará.”—Sal. 145:20.
Debido a que el reino de Dios gobernará la tierra después de la destrucción del mundo actual, no podrán levantarse personas inicuas y obtener poder y empezar de nuevo la locura de la guerra. Jamás volverá la iniquidad a prosperar sobre la tierra.
Ahora se está recogiendo a personas de todas las razas y nacionalidades para que sean los habitantes de la tierra bajo el reino de Dios. Puesto que viven para ese nuevo mundo constituyen una sociedad del nuevo mundo. Así como Noé y su familia fueron preservados a través del Diluvio, de igual modo éstas serán preservadas a través del día de la ira de Dios. Son los mansos a los cuales se hace referencia en el Salmo 37:11: “Pero los mansos mismos poseerán la tierra y ellos de veras hallarán su deleite exquisito en la abundancia de la paz.”
No llevarán consigo a ese nuevo mundo la locura de la guerra. Son ahora un pueblo pacífico que ha forjado “sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces.”—Miq. 4:3, Mod.
Las personas que gimen y lloran debido a la terrible matanza causada por la guerra pueden levantar la cabeza y regocijarse, porque la tierra pronto estará habitada por personas mansas y pacíficas y será gobernada por el reino de Dios. Entonces la locura de la guerra cesará para siempre.