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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1960
w60 1/12 págs. 712-716

Los samaritanos—pueblo que va desapareciendo

ASÍ como se les llama chinos a los oriundos de la China e ingleses a los de Inglaterra, de igual manera se conoce como samaritanos a los habitantes de Samaria.

Puede decirse que la historia de la gente de Samaria comenzó después de 997 a. de J.C., cuando las diez tribus septentrionales de Israel bajo la dirección de Jeroboam se rebelaron contra el dominio de la casa de David. Unos cincuenta años después, el rey Omri, del reino de las diez tribus, compró el monte de Samaria a Semer y sobre éste edificó la ciudad de Samaria, la cual llegó a ser la capital de Israel. Después de eso la gente de Israel, especialmente la de Samaria, llegó a llamarse samaritana, y todo el territorio septentrional, Samaria.—1 Rey. 16:23, 24; Ose. 8:5; 2 Rey. 17:29.

La ciudad de Samaria no sólo fue de gran belleza, ubicada encima de un promontorio acantilado de unos 868 metros de altura, sino también una poderosa fortaleza. Fue sitiada varias veces sin ser capturada. Pero en 740 a. de J.C. Samaria cayó, después de tres años de sitio por el rey de Asiria, y el reino de diez tribus fue destruído. La ciudad de Samaria fue demolida, y toda la gente prominente del país, las cabezas de familias, los sacerdotes y profetas, fueron desterrados de su patria. De ese modo las diez tribus que se habían separado de la casa de David fueron reducidas a desolación completa, para jamás volver a cobrar fuerza ni prominencia. Posiblemente fueron dejados atrás los pobres del país, conforme a la costumbre de los conquistadores de ese tiempo.—2 Rey. 25:12.

Para impedir la rebelión contra el dominio asirlo por parte de los judíos que quedaron, y para no permitir que la tierra llegara a estar completamente desolada por falta de habitantes, el rey asirio hizo que un grupo mixto de gentes se mudara al país para ocupar las ciudades vacías. El rey Sargón de Asiria escribió: “Sitié a Samaria y vencí. . . tomé en cautiverio a 27,290 personas. . . establecí allí gente de todas las naciones, mis prisioneros de guerra; hice a mi oficial gobernador sobre ellos, igual que a los asirios les impuse tributo e impuestos.” El registro bíblico dice: “Subsiguientemente el rey de Asiria trajo gente de Babilonia y de Cuta y de Ava y de Hamat y de Sefarvaim e hizo que habitaran en las ciudades de Samaria en lugar de los hijos de Israel.” (2 Rey. 17:24) Estos extranjeros hicieron de Samaria su ciudad principal, pero hicieron que Siquem fuera el centro de adoración religiosa. En ese tiempo cualesquier israelitas que fueron dejados atrás se hallaban en la condición descrita por el profeta Oseas: “Sin rey, y sin príncipe, y sin sacrificio, y sin estatua, y sin efod y sin terafim.” (Ose. 3:4, Mod, margen) Quedaron despojados de todo menos sus recuerdos. Adoradores paganos ahora moraban en sus hermosas ciudades donde en un tiempo ellos llevaban a cabo su propia religión apóstata.

En el lapso de tiempo, entre el destierro de los israelitas y el traslado de estos extranjeros a las ciudades desocupadas samaritanas, el país llegó a estar infestado de fieras. El relato inspirado dice: “Aconteció al principio de su habitación allí que no temieron a Jehová. Por lo tanto Jehová envió leones entre ellos y éstos llegaron a hacerse matadores entre ellos.” (2 Rey. 17:25) Estos paganos creían que cada distrito o país tenía su propio dios y que para prosperar ellos tenían que aprender a apaciguar al Dios de este país. De modo que recurrieron a su rey pidiendo que les enviara alguien que les enseñara los caminos de Jehová, para que supiesen adorar al Dios de Israel. El rey les envió un sacerdote samaritano, quien estableció su residencia en Betel. Él comenzó a enseñar a estos extranjeros los caminos de Jehová. Los colonos paganos incorporaron esta adoración del Dios de Israel con su adoración de demonios. Resultó una religión mixta—la religión samaritana. Los pocos israelitas que quedaban se corrompieron desdichadamente tanto en su comportamiento como en su religión. Se casaron con extranjeros y produjeron una raza mixta, compuesta en parte de israelitas y en parte de colonos. Esta mezcla de humanidad llegó a conocerse como los samaritanos.—Esd. 4:2, 10.

Esta mezcla religiosa idólatra continuó durante aproximadamente trescientos años, hasta el tiempo de la construcción del templo samaritano en el monte Gerizim por el gobernador de Samaria, Sanbalat horonita, que según se dice tuvo la sanción de Alejandro Magno. Más temprano, durante los reinados de Ezequías y Josías, algunos volvieron a la adoración verdadera. Los altos de la adoración de demonios en Samaria fueron destruídos. Sus altares fueron profanados, sus sacerdotes muertos y todo el resto de Israel reconoció el templo en el monte de Sión o, más específicamente, en el adyacente monte Moría. Cualquier restauración de la adoración verdadera, sin embargo, fue de corta duración. Con la muerte de Josías la tierra de Samaria sucumbió de nuevo a la adoración idólatra.

EL CISMA SAMARITANO

Nada se sabe de los samaritanos desde el tiempo de Josías hasta el tiempo de la llegada de Zorobabel y del sumo sacerdote Josué a Palestina en 537 a. de J.C. Estos hombres fueron autorizados por el rey Ciro para reconstruir el templo de Jerusalén. Los samaritanos se acercaron a ellos ofreciendo ayudarles en su programa de construcción, pero Zorobabel rechazó su oferta. Este trato airó a los samaritanos. Para el tiempo que llegó Esdras a la escena de Jerusalén casi setenta años más tarde, se había desvanecido el resentimiento y los judíos y samaritanos estaban en relaciones muy amistosas. En realidad, demasiado amistosas para gustarle a Esdras, porque los judíos se habían casado con las samaritanas. Esdras, el sacerdote, declaró ilegales estos matrimonios por ser contrarios a las instrucciones de Dios dadas en Éxodo 34:16. Pidió que los judíos se separaran de sus esposas extranjeras. Esto causó mucho resentimiento, tanto entre los judíos como entre los samaritanos. Muchos judíos influyentes se negaron a escuchar la petición de Esdras y huyeron a Samaria. Los samaritanos se amargaron a causa del trato que estaban recibiendo sus mujeres y niños. Esto condujo a una división pronunciada entre los judíos y los samaritanos.

Durante el tiempo que Nehemías se ausentó de Jerusalén, alrededor de 443 a. de J.C., los judíos volvieron a casarse con mujeres samaritanas. Cuando Nehemías regresó a Jerusalén, él insistió en que se separaran de sus esposas extranjeras. Nehemías dice: “Uno de los hijos de Joiada, hijo de Eliasib sumo sacerdote, era yerno de Sanbalat el horonita. De modo que le ahuyenté de mí.” (Neh. 13:28) Fue Nehemías y no el sentimiento judío popular lo que expulsó al sacerdote indigno. Esto condujo a más resentimiento.

La Biblia no dice nada más acerca de esto y no lo asocia de ninguna manera con el cisma samaritano. El historiador judío Josefo, sin embargo, nos informa que un sobrino de este hombre a quien Nehemías ahuyentó se casó con una hija de Sanbalat, gobernador de Samaria. El nombre del sobrino era Manasés. Los ancianos de Jerusalén se indignaron bastante al ver que un pariente del sumo sacerdote se casara con una extranjera. Demandaron que Manasés o se divorciara de su esposa o no sirviese en el sacerdocio. Toda Jerusalén se alborotó a causa de esto, porque muchos sacerdotes y levitas estaban enredados en estos matrimonios. Cuando Manasés rehusó separarse de su esposa samaritana, fue expulsado del país. Varios sacerdotes, que también rehusaron separarse de sus esposas, se unieron a él.

Sanbalat, gobernador de Samaria, tomó el destierro de su yerno como insulto. ¿Por qué tenía él o cualquier otro que ir a Jerusalén para adorar? ¿No era Jehová el Dios de toda la tierra? Además, ¿no escogió Él al monte Gerizim como lugar desde el cual habían de pronunciarse bendiciones sobre el pueblo? Para bendiciones, entonces, los hombres debieran venir a Samaria, sí, razonablemente debieran acudir al monte Gerizim. De modo que Sanbalat hizo arreglos para construir en la cumbre del monte Gerizim un templo para su yerno Manasés. A una fecha anterior a 330 a. de J.C. los judíos desterrados en Samaria tuvieron su templo. Tuvieron su propio sacerdocio compuesto de hijos de Aarón; todos éstos eran sacerdotes levíticos en destierro. Trajeron copias de la ley de Moisés, la cual se leía en el templo y públicamente. El servicio que se llevaba a cabo en el templo en el monte Gerizim era exactamente el mismo que se llevaba a cabo en Jerusalén. El monte Gerizim llegó a ser monte sagrado para los adoradores. Casi todo incidente sagrado desde el comienzo de la historia los samaritanos lo asocian de alguna manera con la cumbre del Gerizim. ¿No estaba ubicado allí el Edén? dicen ellos. ¿No usó Dios polvo del monte Gerizim para crear a Adán, y no están en Gerizim las siete gradas donde Adán descendió cuando fue echado de Edén? ¿No es éste el lugar donde Abrahán ofreció a Isaac, donde Josué leyó la ley, donde se hallan las tumbas de José y de Josué, donde Joatam declamó su parábola, donde juzgaba Débora, donde trillaba Gedeón y donde vivieron Samuel, Saúl, Elías y Eliseo? En una palabra, ¿no es ésta la tierra de Israel? Esto es lo que ellos profesaban creer.

Los samaritanos pronto sostuvieron que ellos eran los únicos israelitas verdaderos, descendientes de José y de Efraim, de Abrahán y de Jacob. Pero su idioma hacía patente el origen mixto de ellos. Era una conglomeración de arameo y de otros elementos extranjeros.

SAMARITANOS DEL DÍA DE JESÚS

Cuando Jesucristo anduvo en la tierra, el monte Gerizim todavía les era muy importante a los samaritanos. La conversación que Jesús tuvo con una mujer samaritana junto al pozo de Jacob en Samaria manifestó que todavía había odio entre los dos pueblos. La mujer samaritana dijo a Jesús: “‘¿Cómo es que usted, a pesar de ser judío, me pide de beber, cuando yo soy mujer samaritana?’ (Porque los judíos no tienen trato con los samaritanos.)” Después de haber vencido Jesús esta objeción, la mujer destacó otra: “Nuestros antepasados adoraron en este monte; pero ustedes dicen que en Jerusalén es el lugar donde las personas deben adorar.” Jesús le dijo: “Créame, mujer, La hora viene cuando ni en esta montaña ni en Jerusalén adorarán ustedes al Padre. . . . los adoradores genuinos adorarán al Padre con espíritu y verdad.” Mostrando que ella creía en un Mesías venidero, la mujer le dijo: “Yo sé que Mesías viene, el cual se llama Cristo. Cuando llegue aquél, él nos declarará todas las cosas abiertamente.” Jesús le dijo: “Yo el que le hablo a usted soy él.” La Biblia dice: “Muchos de los samaritanos procedentes de aquella ciudad pusieron fe en él.” Comentaron: “Sabemos que este hombre verdaderamente es el salvador del mundo.” Jesús fue tratado hospitalariamente allí. Pero en otra ocasión no fue bien recibido en Samaria. Sin embargo, Jesús no abrigó mala voluntad hacia ellos, sino que enseñó por medio de su ilustración acerca del buen samaritano que los judíos y los samaritanos podían ser buenos vecinos por medio de acciones de amor.—Juan 4:1-42; Luc. 17:11-16; 9:52, 53; 10:29-37.

En las instrucciones que dio a sus doce apóstoles Jesús hizo una distinción entre los judíos y los samaritanos, probando fuera de toda duda que los samaritanos no son descendientes directos de Abrahán y Jacob, como ellos afirman. Jesús mandó específicamente a sus apóstoles: “No entren en ciudad samaritana; sino, más bien, vayan continuamente a las ovejas perdidas de la casa de Israel.” Si los samaritanos hubieran sido israelitas, este mandato no hubiese tenido sentido.—Mat. 10:5, 6.

EL SAMARITANO MODERNO

Desde el día de Jesús los samaritanos han sufrido mucho a manos de sus conquistadores. Durante la ocupación romana se les negó el derecho a la circuncisión. Bajo el régimen bizantino no se les permitió edificar nuevas sinagogas ni reparar las viejas. Bajo los mahometanos cesaron de ofrecer sacrificios. Como fue el caso con los judíos así es ahora con los samaritanos, toda la adoración de ellos ha llegado a ser enteramente la de la sinagoga. Hace alrededor de dos siglos la nación samaritana tenía varias comunidades en Egipto y Siria, pero ahora existe solamente una en el valle de Siquem. Mientras que los judíos tienen muchas sinagogas a través del mundo, los samaritanos tienen solamente una. Esta está ubicada en Nablus en las faldas al pie del monte Gerizim, donde moran los samaritanos.

Igual que el judío moderno, el samaritano cree que la oración ha tomado el lugar de los sacrificios que ellos ofrecían antes. Todavía tienen aversión a los judíos y no se dirigen a ellos como hebreos o israelitas, porque creen que ellos mismos son el único vástago del Israel antiguo. El Dr. Juan Mills resume los artículos del credo samaritano como sigue: “Un solo Dios JHWH, un solo legislador, Moshe (Moisés), un solo libro Divino, la Tora (Ley), un solo Lugar Santo, el monte Gerizim, el verdadero Bet El.” Las doctrinas acerca de ángeles, de inmortalidad y del último juicio, según la opinión de él, son adiciones posteriores. Celebran siete fiestas al año, aunque sólo una, la Pascua, se observa con toda exactitud. No trabajan en el sábado, ni siquiera abren una carta ni prenden un fuego. No pronuncian el nombre “Jehová”. En su lugar usan la palabra “Sema,” que representa el nombre de Dios. Hablan honorablemente del Mesías, a quien llaman ellos “Thaheb.” Creen que él será una reencarnación de Moisés o de Josué y que restaurará espiritualmente a los del pueblo de Israel y les dará dominio sobre las naciones. “El aparecimiento de Mesías,” escribió Heinrich Petermann en 1860, “ha de suceder 6000 años después de la creación, y éstos acaban de transcurrir; por consiguiente él ahora, aunque sin saberlo, anda sobre la tierra.” Sostienen que Thaheb hará que todos los hombres sean iguales, vivirá 110 años en la tierra, luego morirá y será enterrado cerca de Gerizim.

Según Mills, creen que “al momento de morir el alma abandona el cuerpo y entra en otro mundo.” Como base para creer así ellos citan Éxodo 3:6, donde la eternidad de Dios se asocia con Abrahán, Isaac y Jacob. Sostienen que los inicuos son castigados en un infierno ardiente. No usan imágenes en su adoración, y no oran por los muertos. Sostienen que al tiempo de la muerte el destino del hombre queda sellado.

Existe solamente un pequeño puñado de samaritanos hoy día, quizás 175 a lo más. Viven en la parte sudoeste de Nablus en pobreza considerable. El jefe de su grupo es un sacerdote que pretende ser levita, aunque dicen que la línea aarónica ha estado extinta desde 1658. Su problema principal es cómo impedir que como pueblo pasen a la extinción sin violar las leyes que conciernen al matrimonio. En cuanto a que venga el libertador al rescate de ellos, Ab Zehuta comenta: “Nadie sabe de su venida, sino Jehová.”

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