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  • La Biblia alumbra la historia
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1961
w61 1/5 pág. 283

La Biblia alumbra la historia

SON pocos los libros de historia hoy día que realmente arrojen mucha luz sobre la historia. Tal vez declaren lo que aconteció a cierto tiempo, pero a menudo las razones que se dan del porqué esto o lo otro sucedió son netamente conjeturas de los hombres. ¿Qué pasa? Los historiadores mundanos con demasiada frecuencia ignoran o pasan por alto la Palabra de Dios; sin tener conocimiento de la inspirada Palabra no les es posible entender la historia.

Cuando los historiadores mundanos pasan por alto la Santa Biblia, el resultado de sus obras es dar demasiada importancia al hombre, glorificar al hombre y sus logros. La historia, cuando se deja que la Biblia la ilumine, verdaderamente glorifica a Dios y no al hombre.

Aunque son pocos los historiadores que en la actualidad iluminan su historia con los rayos de luz que se desprenden de la Palabra de Dios, ha habido historiadores en el pasado que dieron a Dios todo el crédito debido. Uno de éstos fue Carlos Rollin, que en el siglo dieciocho publicó un juego de cuatro tomos en inglés al que generalmente llaman “La historia antigua de Rollin,” Escribe lo siguiente en la introducción:

“Aunque la historia profana trata únicamente de las naciones que habían embebido las quimeras de una adoración supersticiosa, y que se habían entregado a todas las irregularidades de que la naturaleza humana, después de la caída del primer hombre, se hizo capaz; no obstante de todas maneras proclama universalmente la grandeza del Todopoderoso, su poder, su justicia. . . Por lo tanto tenemos que considerar como principio indisputable, y como base y fundamento para el estudio de la historia profana, que la jurisdicción del Todopoderoso ha nombrado, desde toda la eternidad, el establecimiento, la duración y la destrucción de reinos e imperios. . . .

“Dios ha concedido revelarnos en la santa Escritura, una parte de la relación de las diferentes naciones de la Tierra para con su propio pueblo; y [ella] difunde gran luz sobre la historia de aquellas naciones, de las cuales a lo más pudiéramos tener solo una idea muy imperfecta, a menos que recurramos a los escritores inspirados. Ellos son los únicos que ponen de manifiesto, y sacan a luz, los pensamientos secretos de príncipes, sus proyectos incoherentes, su insensato orgullo, su impía y cruel ambición; revelan las causas verdaderas y los resortes secretos de victorias y derrotas; de la pompa y el decremento de naciones; de la ascensión y ruina de estados; y nos enseñan cuál es el juicio que el Todopoderoso forma tanto contra los príncipes como contra los imperios, y por consiguiente, qué idea debemos tener nosotros mismos acerca de ellos. . . .

“Nabucodonosor, rey de Babilonia, parece estar . . . gobernado visiblemente por una Providencia. . . . Yendo a la cabeza de su ejército y habiendo llegado a dos caminos, uno que iba a Jerusalén, y el otro a Rabbá, ciudad principal de los ammonitas, este rey, no sabiendo a cuál de ellos le sería de más provecho lanzarse, debate un rato consigo, y por fin echa suertes. Dios hace que la suerte caiga sobre Jerusalén, para cumplir las amenazas que Él había pronunciado contra esa ciudad; a saber: destruirla, quemar el templo y hacer que sus habitantes entraran en cautiverio.

“Se imaginaría uno, a primera vista, que este rey habría sido impulsado a sitiar a Tiro, simplemente desde un punto de vista político, a saber: para que no dejara detrás de él una ciudad tan poderosa y bien fortificada; sin embargo, una voluntad superior había decretado el sitio de Tiro. . . .

“Cuando examinamos la pompa de los imperios, la majestad de los príncipes, las gloriosas acciones de hombres grandes, el orden de las sociedades civiles, y la armonía de los diferentes miembros de los que se componen éstas, la sabiduría de los legisladores, y la erudición de los filósofos, parece que la Tierra no exhibe nada a la vista del hombre sino lo que es grande y resplandeciente; no obstante, a la vista de Dios . . .. era enteramente corrompido e impuro. . . Puesto que es cosa segura, que todos estos hombres grandes, de quienes se hace tanto alarde en la historia profana, eran tan desdichados que no conocían al Dios verdadero, y lo desagradaron; nosotros, por lo tanto, debemos tener muchísimo cuidado de no exaltarlos demasiado.”

Consta, pues, que el que uno estudie la historia sin la dirección que proporciona la Biblia lo introduce en muchos peligros latentes, incluyendo el culto extremado de los héroes y el llegar a conclusiones falsas en cuanto a las razones para el derrumbe de ciudades y reinos. La persona prudente deja que la Biblia alumbre la historia, no solo para que pueda discernir la verdad, sino para que Dios sea glorificado.

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