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  • La costumbre de orar por los muertos

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  • La costumbre de orar por los muertos
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1962
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1962
w62 1/6 págs. 325-327

La costumbre de orar por los muertos

A LO largo de la bahía de Bengala se arrodillan hindúes en el oleaje tronador para orar por los que están en el cielo, el purgatorio o el infierno. Ellos creen que las oraciones apresurarán la reencarnación de los muertos, quienes una vez más pueden tratar de llegar a nirvana, la reunión espiritual con Brahma.

No es menos devota la familia budista en cuyo hogar se puede ver una repisa que guarda tablillas de madera que contienen los “nombres celestiales” de los muertos. Los nombres son revelados por sacerdotes budistas, quienes rezan misas para contentar a los difuntos.

Se nota una estrecha solidaridad de familia entre los chinos y sus antepasados. Muchos chinos creen que los muertos vagan en el purgatorio durante dos años y que hay que ayudarlos para que entren en el cielo. Se dice que los antepasados dependen de las oraciones de los vivos para reanudar vínculos de familia. Se llevan a cabo primorosos funerales y servicios conmemorativos para asegurar que los muertos lleguen a ser espíritus amistosos más bien que demonios hostiles. En pago por estas oblaciones se espera de los muertos que promuevan la buena fortuna de los vivos.

En casa de judíos se recita la familiar oración Kaddish durante once meses después de la muerte de un ser querido, así como en el “Yahrzeit” o aniversario de la muerte. Algunos dicen que, hablando estrictamente, el judaísmo no conoce ninguna oración por los muertos, que el Kaddish alaba a Dios y no menciona la muerte. Sin embargo, hay judíos que si creen que las oraciones pueden ayudar a sus difuntos a entrar en el cielo. El Kaddish originalmente era un rezo de maestros que llegó a ser una oración para uso en el entierro de estudiantes. Más tarde, para evitar lo embarazoso, se le consideró apropiada para todo funeral judío. Con el tiempo algunos judíos le atribuyeron el poder de redimir a seres queridos de los supuestos sufrimientos de Gehena.

Por lo general el mundo protestante menosprecia las oraciones por los muertos. Considera innecesarias las oraciones que se hacen para los que están en el cielo; inútiles las que son para los condenados. Por eso los protestantes generalmente limitan las oraciones por los muertos al servicio funerario, donde un clérigo se asegura de encomendar el alma al cielo—estratagema que tiene el propósito de hacer que descansen tanto los vivos como los muertos. Quizás se efectúen servicios conmemorativos anuales después en honor a los muertos.

Se relacionan más estrechamente a Oriente las oraciones católicas romanas por los muertos. Los católicos creen en un cielo, un infierno y un purgatorio y en una solidaridad familiar a estilo chino que se llama la “comunión de los santos.” Esta triple unidad espiritual abraza a la “iglesia militante” sobre la Tierra, a las almas que sufren en el purgatorio y a la “iglesia triunfante” en el cielo. Muchos católicos sienten una obligación sincera hacia las almas que sufren. Este sentimiento de deber lo expresa así el poeta: “¿Qué pensar si esos dolores a nosotros se debieran, a falta de leal consejo o a mal ejemplo que hubiera?”

Los católicos devotos creen que su más mínima obra buena, oración más breve y menor mortificación pueden ayudar sustitutivamente a las almas del purgatorio a entrar en el cielo. Todo el mes de noviembre con su Día de los difuntos se dedica particularmente a oraciones y misas a favor de los muertos. Se dice que el sacrificio de la misa es el que más prevalece. Según la Sociedad de San Pablo, sin embargo, muchos católicos “se olvidan de que, como dice San Juan Crisóstomo, en el momento en que se ofrece el Sacrificio de la Misa los ángeles presentes vuelan para abrir las prisiones del Purgatorio y para ejecutar todo lo que le haya complacido a Dios conceder. Se olvidan de la declaración consoladora de San Jerónimo de que cuando se ofrece el Sagrado Sacrificio para un alma en el Purgatorio, ésta cesa de sufrir durante el tiempo que dure la Santa Misa.”

Algunos católicos han sugerido que oraciones ofrecidas a favor de almas que, sin saberlo los vivos, se hallan entre los condenados, posiblemente traigan algún alivio temporáneo del tormento. Otros teólogos católicos consideran temeraria e injustificada esta noción, pero la iglesia nunca la ha reprobado. Los teólogos católicos sí concuerdan en que el purgatorio no perdurará más allá del “día de juicio.” El medio que usará Dios para limpiar repentinamente las manchas restantes de las almas que todavía estén en el purgatorio al fin del mundo es un misterio. No obstante, los católicos por lo general hallan consuelo en la creencia de que, según lo dice el cardenal Gibbons, “el vínculo áureo de la oración lo une a usted con los que ‘se duermen en el Señor,’ y ¡que aún se puede hablar con ellos y orar por ellos!”

¿UNA COSTUMBRE BÍBLICA?

La devoción global que se les rinde a los muertos haría que uno supusiera que la costumbre debería estar basada en las Sagradas Escrituras o que al menos estaría en armonía con ellas. No es así. La Encyclopedia of Religious Knowledge por Schaff-Herzog declara sin titubeos que “ningún pasaje del Antiguo Testamento puede citarse a favor de la costumbre.” The Catholic Encyclopedia concede que no hay “ningún pasaje bíblico claro y explícito que favorezca oraciones a favor de los muertos” en ninguno de los sesenta y seis libros bíblicos reconocidos mutuamente por protestantes y católicos.

Los católicos dicen que el creer en el purgatorio implica naturalmente lo útil del orar por los muertos. Se dice que casi la única autoridad textual viene del episodio que se relata en Segundo Macabeos 12:39-46, donde dice que Judas Macabeo envió plata a Jerusalén “para que se ofreciera sacrificio por los pecados de los muertos, pensando bien y religiosamente concerniente a la resurrección.” El informe concluye: “Es un pensamiento santo y saludable por lo tanto el orar por los muertos, para que puedan ser librados de pecados.”

¿Puede decirse que Judas estaba solicitando misas para almas en el purgatorio? El era patriota judío; los muertos eran judíos, no chinos ni católicos. En lo que pensaba por los idólatras muertos era en que Dios les perdonara sus pecados y les concediera una resurrección. Esto está explícito en el versículo cuarenta y cuatro: “Porque si él no hubiese esperado que los que estaban muertos volverían a levantarse, hubiera parecido supérfluo y vano el orar por los muertos.” Es importante también el comentario de The Jewish Encyclopedia: “La referencia a tales ofrendas es, sin embargo, sin paralelo en la literatura judaica, y aparte de esto no se sabe nada del ofrecimiento de tales ofrendas en el Templo de Jerusalén.”

Es pertinente el hecho de que los judíos y los cristianos primitivos rechazaban los libros de los Macabeos como apócrifos o espurios. Ni Jesús ni los apóstoles citaron de ellos. De los cuatro libros de los Macabeos—algunos dicen cinco—aun la Biblia católica contiene solo dos. Jerónimo, aclamado por el papa Pío XII como “el más grande Doctor en la exposición de las Sagradas Escrituras,” advirtió: “Todos los libros apócrifos deberían ser evitados; . . .contienen mucho que es erróneo.”

Los que no hacen caso de esa advertencia deberían por lo menos tomar nota de los libros inspirados de la Biblia cuya autenticidad se reconoce por católicos y protestantes. Salomón dice que los muertos no pueden ser ni amistosos ni hostiles. El escribe: “En cuanto a los muertos, ellos no están conscientes de nada en absoluto. . .También su amor y su odio y sus celos ya han perecido.” (Ecl. 9:5, 6) El apóstol Pablo concordó con la declaración de Moisés de que al tiempo de la creación de Adán el “hombre vino a ser alma viviente.” (Gén. 2:7; 1 Cor. 15:45) La vida como alma es muy distinto del poseer un “alma inmortal,” lo cual no es una expresión bíblica. Al contrario, el profeta Ezequiel escribe: “El alma que esté pecando—ella misma morirá.” (Eze. 18:4) El escritor cristiano Santiago confirma esto al decir: “El que hace volver a un pecador del error de su camino, salvará su alma de la muerte.” (Sant. 5:20) Después de Dios, Cristo es identificado por Pablo como “el único que tiene inmortalidad.”—1 Tim. 6:16.

Muchos no pueden resistir la tentación de decir que la muerte en los casos mencionados arriba se refiere solamente al cuerpo, no al “alma.” Jesús advirtió que Dios “puede destruir tanto el alma como el cuerpo en el Gehena,” de la cual extinción ninguno jamás recibirá una resurrección. (Mat. 10:28) Esto también contradice la teoría de que almas puedan ser transferidas del Gehena al cielo mediante la oración. Respecto a la muerte del hombre el salmista escribió con certeza: “En ese día ciertamente perecen sus pensamientos.”—Sal. 146:4; Sal. 145:4, Dy.

La costumbre de pronunciar oraciones redundantes fue señalada por Jesús para censura: “Cuando oren,” advirtió él, “no digan las mismas cosas vez tras vez, así como hace la gente de las naciones, porque ellos se imaginan que serán oídos por su uso de muchas palabras.” (Mat. 6:7) Jesús no enseñó a los vivos a orar por los pecados de los muertos. El sí enseñó que Dios se proponía resucitar, junto con los justos, a los dispuestos a la justicia que a causa de la ignorancia habían vivido vidas pecaminosas. “La hora viene,” dijo él, “en la cual todos los que están en las tumbas memorialescas oirán su voz y saldrán, los que hicieron cosas buenas a una resurrección de vida, los que practicaron cosas viles a una resurrección de juicio.” (Juan 5:28, 29) Allí el Hijo de Dios llamó nuestra atención a la verdadera esperanza para innumerables muertos.

Cuando pensamientos acerca de los que duermen en la muerte se precipitan a su mente y usted se acuerda de las maneras y personalidad cariñosa de ellos, recuerde esto: Si la memoria imperfecta suya puede recrearlos, cuánto más fácil será para la mente perfecta y mano todopoderosa de Dios el traerles de vuelta de la tumba memorialesca. Deje que esa maravillosa promesa lo conmueva a usted a ofrecer a Jehová Dios una oración sincera de gracias por su provisión amorosa de la esperanza de la resurrección.

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