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  • Por qué un nuevo mundo es cosa segura

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  • Por qué un nuevo mundo es cosa segura
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1962
w62 1/5 págs. 259-260

Por qué un nuevo mundo es cosa segura

SI EL nuevo mundo dependiera de los hombres, jamás podría ser cosa segura. “Los muertos heroicos habrán muerto en vano a menos que de la victoria salga una nueva tierra en la cual more la justicia,” declaró el comité ejecutivo del Concilio Federal de Iglesias de Cristo en América, después de la I Guerra Mundial. El comité pidió a los cristianos que trabajaran y oraran para “que de las cenizas de la vieja civilización surjan los contornos claros de un nuevo mundo.” Pero ahora nuestra entrada en esta era de bombas de hidrógeno de multimegatoneladas ha puesto a la humanidad más cerca de las cenizas de la aniquilación, no de los ‘contornos claros del nuevo mundo’ que esperaban crear. Los esfuerzos del hombre no pueden asegurar un nuevo mundo.

Pero el nuevo mundo no se establece por las manos del hombre; se establece por las manos del Dios Todopoderoso, quien ha prometido “nuevos cielos y una nueva tierra,” y “en éstos la justicia habrá de morar.” Jamás dejará Dios que su propósito fracase. Vindicará su palabra, la cual ha dado con la garantía de su propio nombre. Teniendo tal promesa divina, estamos asegurados de un nuevo mundo, porque “es imposible que Dios mienta.”—2 Ped. 3:13; Heb. 6:18.

¿Hay alguna duda en cuanto a su poder para hacer posible un nuevo mundo? No, si meditamos en las pasadas hazañas de Dios que dan testimonio del poder infinito que tiene para producir un glorioso nuevo mundo. El que Dios librara a Noé y su familia y los pasara a una Tierra limpiada después de un diluvio de proporciones titánicas es solo una de las hazañas de Dios. Dios, dice el apóstol Pedro, “no se contuvo de castigar a un mundo antiguo, pero mantuvo a Noé, predicador de justicia, en seguridad con siete otros cuando trajo un diluvio sobre un mundo de gente impía.” (2 Ped. 2:5) De modo que “un mundo de gente impía” no es impedimento para que Dios cree un nuevo mundo; él en otro tiempo quitó de la existencia un mundo de esa clase y puede hacerlo otra vez. Con razón el Altísimo Dios le dijo a Abrahán, unos 400 años después del gran Diluvio: “¿Hay cosa alguna demasiado extraordinaria para Jehová?”—Gén. 18:14.

Pues, aun la creación de los cuerpos celestiales y de nuestro planeta Tierra no fue nada demasiado extraordinario para Dios: “Por la palabra de Jehová los cielos mismos fueron hechos, y por el espíritu de su boca todo el ejército de ellos. Pues él mismo dijo, y llegó a ser; él mismo mandó, y procedió a ser así.” “Él es el Hacedor de la Tierra por su poder, El que firmemente establece la tierra productiva por su sabiduría, y El que por su entendimiento extendió los cielos.” (Sal. 33:6, 9; Jer. 10:12) ¿Por qué, entonces, debería pensar alguno que un nuevo mundo es imposible, o aun vacilar en cuanto a cifrar fe en la promesa divina del nuevo mundo? “Con Dios,” un ángel del cielo afirmó, “ninguna declaración será una imposibilidad.” Jesucristo también declaró autoritativamente: “Lo que es imposible para los hombres para Dios es posible.”—Luc. 1:37; 18:27.

En el principio Dios creó un mundo justo; ¿no puede también recrear uno? El primer mundo justo terminó con la rebelión de un hijo espíritu de Dios y de Adán y Eva, pero un mundo justo no habrá de perderse para siempre. Jesucristo dijo una vez a sus apóstoles: “Verdaderamente les digo: En la recreación, cuando el Hijo del hombre se siente sobre su trono glorioso, ustedes que me han seguido también se sentarán sobre doce tronos.”—Mat. 19:28.

¿Qué es esta “recreación”? Es interesante el hecho de que The Holy Bible de los antiguos manuscritos orientales, traducida por Jorge M. Lamsa, vierte las palabras de Jesús: “En el nuevo mundo cuando el Hijo del hombre se sentará en el trono de su gloria . . .” A lo que Jesús se refiere es la recreación de un mundo justo, y ése será el nuevo mundo de justicia que Dios ha prometido. La recreación de él, según mostró Jesús, sería al tiempo en que estaría actuando cual Rey sobre su trono de gloria celestial. Los “nuevos cielos,” el reino de Dios en manos de Jesucristo, es el gobierno celestial para gobernar al nuevo mundo.

Lo que especialmente nos da la seguridad hoy día de un nuevo mundo es el establecer Dios en el cielo su reino mediante Jesucristo, un acontecimiento señalado proféticamente por el profeta Daniel: “Seguí contemplando en las visiones de la noche, y, ¡vea allí! con las nubes de los cielos sucedía que venía alguien semejante a un hijo de hombre; y consiguió acceso al Anciano de Días, y lo hicieron subir cerca aun delante de Aquél. Y a él le fueron dados gobernación y dignidad y reino, para que los pueblos, grupos nacionales y lenguas todos le sirvan aun a él. Su gobernación es una gobernación indefinidamente duradera que no pasará, y su reino uno al que no se le hará ruinas.” (Dan. 7:13, 14) Este acontecimiento asegura a los amantes de las promesas de Dios la creación de un nuevo mundo en justicia.

Con una ‘gobernación que no pasará’ y un reino al que “no se le hará ruinas,” el Rey de Dios, Jesucristo, hace segura de cumplirse la promesa del nuevo mundo. “Porque no importa cuántas sean las promesas de Dios,” escribió el apóstol Pablo, “han llegado a ser Sí por medio de él [Jesucristo].” (2 Cor. 1:20) Qué pensamiento asegurador—no importa cuántas sean las promesas de Dios o cuán difíciles parezcan ser a los ojos de los hombres, llegan a ser Sí por medio del Rey de Dios, Jesucristo.

Por lo tanto, tenemos la mayor seguridad de que habrá un nuevo mundo. La promesa de Dios de “nuevos cielos y una nueva tierra” es segura porque él no puede mentir; su promesa es segura debido a su poder ilimitado y sus demostraciones pasadas de ese poder, como en el tiempo del diluvio del día de Noé; su promesa es confiable porque el Altísimo mismo y su Hijo Jesucristo dan testimonio del hecho de que nada es demasiado extraordinario para Dios y que las cosas imposibles para los hombres son posibles para con Dios. Y corona la esperanza divina del nuevo mundo con seguridad determinada el hecho de que el reino de Dios gobierna; y su Rey reinante pronto hará que esa promesa sea Sí, para la alabanza eterna del Prometedor del nuevo mundo.

Toda carne es como vegetación, y toda su gloria es como una flor de la vegetación; la vegetación se marchita, y la flor se cae, pero la palabra hablada por Jehová dura para siempre.—1 Ped. 1:24, 25.

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