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  • Poniéndose de parte de Jehová en el gran punto de disputa

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  • Poniéndose de parte de Jehová en el gran punto de disputa
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1968
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1968
w68 15/8 págs. 505-510

Poniéndose de parte de Jehová en el gran punto de disputa

según lo relató LILIAN RUETIMANN

YO ERA una niñita de seis años cuando zumbaron aviones sobre nuestras cabezas una tarde calurosa de 1914. En el agradable jardín inglés me recliné contra la rodilla de mi padre y escuché a adultos hablar acerca de la guerra que acababa de estallar.

Mi padre era miembro activo del partido liberal y administrador de una sucursal de la Sociedad Cooperativa en nuestro pueblo campesino en Inglaterra. Mi madre era profesora, interesada en toda actividad educativa. Ella había comprado un libro llamado “El Plan Divino de las Edades.” Mis padres lo leyeron ansiosamente y luego tomaron parte en un estudio bíblico regular con otros dos matrimonios. En la primavera de 1916 mis padres fueron bautizados en símbolo de su decisión de hacer la voluntad de Jehová.

Se comenzó un estudio bíblico de casa con nosotros los hijos, y se requirió que los cuatro asistiéramos a reuniones de los cristianos que hoy se llaman testigos de Jehová. Unimos nuestras fuerzas a los pocos de la misma creencia que había en los pueblos cercanos y celebramos conferencias bíblicas en los pueblos ribereños por una distancia de sesenta y cuatro kilómetros hasta la misma desembocadura del Támesis. A medida que distribuimos celosamente tratados e invitaciones, comenzaron a surgir grupitos, que con el tiempo llegaron a ser congregaciones florecientes del pueblo de Jehová a lo largo del Támesis hacia el este de Londres.

En el otoño de 1916 mi padre adoptó una posición firme de neutralidad en cuanto a la guerra. Esto causó una agitación no pequeña en nuestro pueblito, donde él antes había estado activo en la política. No solo hubo un juicio junto con publicidad, sino que nosotros los hijos también tuvimos que defender nuestra creencia en la escuela. Papá fue eximido finalmente a causa de su salud y lo asignaron a trabajar en el servicio de la junta de distribución de alimentos.

Nuestro hogar aldeano estaba abierto a nuestros amigos cansados que vivían en la ciudad, pero para mí nada era tan emocionante como el visitar a Londres y asistir a una reunión “grande.” Allí vi el “Foto-Drama de la Creación” hecho por los Estudiantes de la Biblia, una explicación hermosa de la Biblia por medio de diapositivas, habla grabada y música apropiada. Durante una de estas visitas a Londres recibimos noticias emocionantes acerca de la ya histórica asamblea de la Watch Tower en Cedar Point, Ohio, en 1922.

DECISIÓN PERSONAL

La obra de predicación ya se llevaba a cabo bajo el lema “¡Millones que ahora viven no morirán jamás!” Mi hermano mayor se había ido a la India y mi hermana estaba bautizada. Yo tomaba todo esto muy por sentado hasta que, en 1924, un amigo cristiano maduro me señaló mis privilegios individuales. De repente me di cuenta que uno no se cría automáticamente en la fe, sino que tiene que hacer una decisión individual. ¿Podría hacer esto yo?

Desde los días de mi niñez yo esperaba con interés el milenio cuando el león y el oso se echarían con el buey y un niñito los conduciría. Por supuesto, yo quería hacer la voluntad de Jehová, pero su voluntad según la entendíamos en aquel tiempo era la de apartar a los últimos miembros de la novia de Cristo para vida celestial. Esto significaba el renunciar a toda esperanza terrenal y con el tiempo morir. Mis padres me aconsejaron que contara cuidadosamente el costo. Si resultaba fiel, vería a Jehová y a Cristo Jesús. Esta esperanza magnífica fue decisiva. Poco antes de cumplir diecisiete años fui bautizada en Londres, en enero de 1925.

La predicación de casa en casa era un estímulo y educación constantes para mí. En aquellos días apenas habíamos comenzado, pero algunos trabajadores de tiempo cabal que vinieron a ayudar en nuestro territorio me dieron mucho consejo bueno. El aprecio a la verdad se profundizó cada vez más en mi corazón.

La asamblea en el Alexandra Palace de Londres en 1926 fue un acontecimiento sobresaliente. No creo que olvidaré jamás la conmoción que hubo cuando se puso en distribución el libro Deliverance (Liberación). La conferencia pública en el Royal Albert Hall sobre el tema “Por qué tambalean las potencias mundiales—El remedio,” fue el punto culminante de esta asamblea y regresamos a casa para distribuir el folleto The Standard for the People (El Estandarte para los pueblos) durante el resto de nuestras vacaciones. Yo sencillamente devoré el libro Liberación con su tema magnífico acerca del gran punto en disputa entre Jehová y Satanás así como la venidera vindicación del nombre de Jehová. El entendimiento de este punto en disputa fue como fuego en mis huesos. Desde allí en adelante, cada sábado por la tarde cuando estaba libre de mi trabajo de secretaria yo llenaba mi maletín, montaba mi bicicleta y predicaba en las zonas rurales circunvecinas y me reunía con mis padres y la pequeña congregación para el servicio de casa en casa los domingos por la mañana.

Mi hermana entró en la obra de predicación de tiempo cabal en febrero de 1927 y mi hermano y yo quedamos como los únicos miembros jóvenes de nuestra pequeña congregación. La región que conducía a la desembocadura del Támesis era bastante llana, y a veces yo anhelaba viajar y ver paisajes hermosos, pero rápidamente suprimía este anhelo, razonando que el tiempo que le quedaba a este sistema de cosas era tan corto que era mejor no perder tiempo. En todo caso lo vería todo mejor desde el cielo. Jehová tomó nota de mi anhelo y más tarde me bendijo con más de lo que yo esperaba.

NINGUN MATRIMONIO CON UN INCRÉDULO

Ya me acercaba al estado de mujer, muchacha impetuosa, entusiasta, con una abundancia de vitalidad, pero había navegado a salvo a través de las varias fases del crecimiento. Ahora me hallé enamorada profundamente. Desafortunadamente, el joven no aceptaba la fe y yo me daba cuenta de que éste era uno de los costos que tenía que contar. Yo sabía que no podría jamás estar totalmente de parte del lado de Jehová en el gran punto en disputa si nutría este afecto e hice un voto solemne a Jehová de que jamás me casaría fuera de la fe. Esto fue mi gran protección. Comencé a extirpar aquello de mi corazón. Puede hacerse si se ponen los intereses del Reino primero.

Cierto incidente de ese tiempo sobresale con claridad en mi mente y ha sido como un faro en mi vida. Aquella había sido una tarde llena de acontecimientos en las zonas rurales. Varias personas habían sido muy rudas conmigo y una señora, postrada en cama enferma, me había pedido que orara con ella. Medité en el gran punto en disputa que Satanás había hecho surgir y mi corazón rebosaba a medida que pensaba en los efectos de la rebelión de Satanás. Mientras se hundía el Sol en el oeste monté en mi bicicleta para el viaje a casa. Había una bajada larga bastante empinada de más de kilómetro y medio. Me dejé ir a rueda libre y el viento sacudía mi cabello y silbaba en mis oídos. A través de dientes apretados dije vez tras vez: “¡Lucharé contra el Diablo hasta mi muerte!” En tiempos de crisis aquella escena crepuscular ha vuelto a mi mente y ha actuado como estimulante en mis venas. ¡Jamás se rinda! ¡Luche por el lado de Jehová en el gran punto en disputa!

En la primavera de 1930 asistimos a una asamblea pequeña, o creo que las llamábamos “esfuerzos combinados de servicio” en aquellos días, en un lugar de veraneo costanero cerca de mi casa sobre el Támesis. Muchos habían venido desde Londres también, puesto que estaba a solo una hora de viaje. Este fue un acontecimiento feliz para mí, ya que pude conocer a otros de la generación joven. Fue mientras gozábamos de la playa después de participar en el ministerio que conocí a un suizo joven y serio. Oí su acento extranjero y le mencioné que yo estaba aprendiendo alemán. Alfredo era benigno y callado y se absorbía en estudiar, pero parecía sentirse un poco solo. En nuestra familia jovial y chancera él parecía estar fuera de lugar.

Los antecedentes de Alfredo habían sido muy distintos a los míos. Él se había criado en un bondadoso hogar suizo, y después de terminar de estudiar en las escuelas secundaria y comercial y su curso de aprendizaje él se había ido a Bélgica para concentrarse en idiomas y contabilidad. Antes de partir había visto el Foto-Drama de la Creación y obtenido literatura de la Sociedad Watch Tower. Mientras estuvo en Bélgica ayudando en la obra social de la Iglesia Suiza, surgieron preguntas en su mente y su ministro no pudo contestárselas. El recordó el libro El Plan Divino de las Edades y al regresar a Suiza para tomar vacaciones pasó mucho de su tiempo libre estudiándolo y estudiando también otras publicaciones sobre el tema. Después de visitar la oficina local de la Sociedad volvió a Bélgica, uniéndose a un hermano procedente de Holanda en los comienzos tempranos de la obra de la Sociedad en Bélgica. Cuando el famoso financiero Loewenstein, su patrono, se cayó de su avión sobre el Canal de la Mancha, Alfredo fue invitado a ir a Londres para trabajar como empleado de un financiero suizo. Y así fue como se cruzaron nuestros caminos.

Pasamos un año muy feliz y ocupado, y luego, en mayo de 1931, nos casamos en el Tabernáculo de Londres y nos trasladamos a Suiza. Aquí había de ver con mis propios ojos este hermoso país que ha llegado a ser mi hogar. Más tarde fuimos a la asamblea de París, donde Alfredo interpretó algunas de las conferencias. En París el presidente de la Sociedad, el hermano Rutherford, nos invitó a trabajar en la oficina de la Sociedad en París. Yo reconocí que esto era la voluntad de Jehová, y cuando mi marido quiso saber qué opinaba en cuanto a ello, no demoré ni un segundo en decidirme. De modo que regresamos a Inglaterra para vender el hogar que tan recientemente habíamos amueblado y para prepararnos para una nueva vida juntos.

LA VIDA EN UNA CASA BETEL

En la oficina de París me enfrenté a dos barreras de idioma, el alemán en la casa y el francés fuera. Para mí no fue fácil, y a menudo yo era la que se sentía sola. Luego supe que iba a tener un bebé. Alfredo se enajenó de alegría porque pudimos continuar viviendo en Betel. Había mucho trabajo de traducción que hacer para proveer literatura para un grupo de ministros entusiastas, precursores de tiempo cabal ingleses y suizos que trabajaban en Francia.

Luego le vino el golpe al Betel de París. Nuestra obra había perturbado al obispo que vivía en las cercanías, y a nosotros los extranjeros se nos ordenó salir del país dentro de un período de pocos días. Esto significó que cinco de nosotros los de Betel y alrededor de una docena de precursores tuvimos que hallar nuevos lugares donde servir a Jehová. Alfredo y yo partimos con una precursora norteamericana para Suiza muy temprano una mañana.

Y así sucedió que nuestra hijita nació diez días más tarde en Suiza. Cuando tenía unos pocos meses nos mudamos a la casa Betel en Berna y concentramos nuestra mente en servir al lado de Jehová en el gran punto en disputa. Pero no crea usted que la vida desde entonces en adelante fue de lo mejor. Mi esposo estaba totalmente absorto en su trabajo, trabajando constantemente a todas horas sin descanso, y yo tenía una niñita que criar además de mis deberes en Betel. A menudo me sentía irritada a causa de la disciplina de Betel con su horario rígido en contraste con la juventud que yo había pasado libre de cuidados. A menudo me sentía frustrada, como un pajarito encerrado en una jaula. A veces me sentía descorazonada y las olas amenazaban con abrumarme. Entonces solía pensar en el gran punto en disputa.

Gradualmente comencé a aprender todos los quehaceres domésticos, a lavar y planchar, a cocinar y remendar. Nuestra familia de Betel contaba con alrededor de sesenta personas en aquellos días. El hervidero y zumbido, el ir y venir rompían la monotonía de los montones de platos y vasijas que había que secar cada día y de los interminables canastos de calcetines que remendar... ¡como un abismo sin fondo! Las estaciones venían e iban con el aseo primaveral, el conservar y embotellar frutas y hortalizas, hasta el almacenamiento de la última caja de manzanas en la bodega. Sí, aprendí a estimar profundamente el privilegio de servir a la familia de Betel aquí y a cuidar a sus miembros cuando estuvieran enfermos. Y aprendí a apreciar a las excelentes mujeres con las cuales trabajé. Así pasaron los primeros diez años.

AÑOS DE GUERRA

No me he olvidado nunca de un acontecimiento de ese tiempo. Alfredo había sido enviado a Checoslovaquia para atender los intereses de nuestros hermanos allí. Los alemanes estaban a punto de entrar en la región de los sudetes. A medida que las tropas alemanas entraban y la gente huía de ellas, mi marido viajaba hacia ellas. Nuestra hijita estaba con sus abuelos en Inglaterra antes de ir a la escuela y yo había de traerla más tarde. La guerra estaba inminente y nuestra pequeña familia se hallaba en tres diferentes países. Luego vino Chamberlain con su paraguas; Hitler fue apaciguado por un corto tiempo y se evitó la guerra. Nuestra familia volvió a unirse sin percance.

Pero era inevitable la guerra. Yo estaba en el hospital sometida a una intervención quirúrgica cuando Francia cayó a Alemania en 1940. Apenas había vuelto a casa cuando Betel fue ocupado por autoridades militares y allanado. Más tarde se entabló un gran juicio contra la Sociedad, y mi esposo fue sentenciado a tres meses en una penitenciaría a causa de su neutralidad. Nuestra familia de Betel disminuyó hasta alrededor de veinticinco a treinta miembros, y yo cociné para ellos por algún tiempo. Alfredo salió de la prisión a tiempo para asistir a una asamblea en Zürich, donde nuestra hija fue bautizada en símbolo de su dedicación y posición de parte de Jehová en el gran punto en disputa.

Con el tiempo se acercó a su fin la guerra. A medida que los alemanes fueron forzados a retroceder, comenzaron a llegar informes procedentes de países que anteriormente estaban bajo la jurisdicción de la sucursal de Europa central de la Sociedad, y todos estos informes tenían que traducirse. Yo gradualmente fui incorporada en esta nueva esfera de actividad y me dediqué a ella con gran gozo. Terminó la guerra y entramos en la fase más emocionante de la actividad teocrática. Apenas se abrieron las fronteras cuando el nuevo presidente de la Sociedad, el hermano Knorr, y su secretario, el hermano Henschel, llegaron con informes de primera mano acerca de lo que pasaba en otras partes del mundo.

VIAJEROS

Para mi marido comenzó el período más interesante y emocionante de su vida. Como traductor fue con el hermano Knorr a visitar varios otros países, en los cuales se encontró de nuevo con amigos muy queridos y llegó a saber cómo lo habían pasado durante estos años terribles de guerra. Mientras tanto nuestra imprenta de Betel estaba ocupada poniéndose al día con las más recientes publicaciones. En 1946 el primero de nuestra familia creciente de Betel viajó a la asamblea de Cleveland, Ohio, y estudió en la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower. Yo ni siquiera me había atrevido a esperar que algún día yo iría a Galaad y me regocijé cuando el hermano Knorr nos invitó a nosotros y a nuestra hija. En enero de 1950 viajamos a Nueva York para asistir a la decimoquinta clase de Galaad. Fue una experiencia maravillosa. Nos graduamos como una pequeña familia en el estado Yanqui durante la asamblea de 1950. Alfredo y yo regresamos al Betel de Berna; nuestra hija bajó a Italia para unirse a un grupo pequeño de publicadores del Reino allí.

El corto período de libertad de que habíamos disfrutado en los países orientales al ser librados de la opresión nazi se acabó a medida que el comunismo tomaba el poder y tomaba medidas contra nuestra obra. Los viajes de mi marido se hicieron menos frecuentes y más arriesgados. Esta década fue una de trabajo siempre creciente en el servicio de nuestros hermanos, con una gran asamblea internacional tras otra en diferentes países durante ella. Alfredo estaba completamente absorto en su trabajo de traducción. En la asamblea grande de Nueva York en 1958 él dio un informe acerca de la obra detrás de la Cortina de Hierro, incluso la reproducción de una grabación magnetofónica de cinta de un cántico del Reino cantado por hermanos en aquella parte del mundo.

Un cambio grande vino en mi vida en 1956 cuando el departamento de traducción alemán fue trasladado a Wiesbaden para obtener mayor rendimiento en la producción. De la noche a la mañana mis compañeros de trabajo y mi trabajo precioso se esfumaron. Pero siempre hay trabajo que hacer en Betel. Con prontitud fui iniciada en el departamento de revistas, donde hallé satisfacción profunda en servir a mis hermanos que servían en el campo y sentir el pulso de la obra de predicación latiendo por todo el globo terráqueo, para mi admiración y entusiasmo continuos.

CONGOJA

La resistencia de Alfredo parecía estar debilitándose bajo la tensión constante tanto emocional como física de su trabajo. Para agravar su condición, él enfermó de influenza precisamente antes de comenzar un viaje importante en la primavera de 1959 y no se repuso tan bien como era deseable. Cuando regresó de su viaje parecía estar muy rendido y callado, pero contento. Nos alegró el asistir juntos a una asamblea de circuito hacia fines de abril. No era tarde cuando volvimos a casa y tuvimos el placer contado de una hora tranquila juntos en “nuestro castillo,” como le gustaba a Alfredo llamar a nuestro hogar.

Mientras disfrutábamos de la cena que yo había preparado, Alfredo sacó su agenda y comenzó a apuntar varios acontecimientos que se acercaban, entre ellos la visita que se esperaba del hermano Knorr. Nos reímos con expectativa feliz. Mientras repasábamos aquellas fechas, prorrumpí: “Pase lo que pase en el futuro, Alfredo, los pasados años de servicio de que hemos disfrutado juntos han sido buenos y ricos ¿no es verdad, querido?” Con gratitud profunda atesoro este último momento tranquilo de reflexión, porque la noche siguiente él enfermó y murió unas pocas horas más tarde de insuficiencia cardíaca... gastado por completo en el servicio fiel. Aturdida por el golpe y la congoja, me deslicé hasta las rodillas al lado de la cama y expresé mi convicción profunda: “¡Amor mío! yo sé que tendrás una resurrección temprana.” Mi mamá murió pocos meses después. Supe exactamente cuán grande enemigo es la muerte.

Durante las semanas y los meses que siguieron, ocupada con mis muchos deberes, trabajé como autómata, extrañamente separada y aparte, acudiendo a Jehová como mi columna de fortaleza. Viví en el corazón de esta familia amada y participé de su bondad y consideración. El servir a otros es el mejor remedio. Gradualmente sané y me ajusté. El vacío permanece, pero estoy aprendiendo a acostumbrarme a él. El ‘cantar y hacer ruido gozoso’ a Jehová es nuestra gran protección cuando las olas del pesar amenazan con abrumarnos en tales ocasiones.

TODAVÍA DE PARTE DE JEHOVÁ

Soy abuela ahora y está volviéndoseme blanco el cabello. Cuando veo a mi nieto, ¡cuán consolador es oírle decir: “Abuelita, ven a contarme una historia de la Biblia!”

Muchos han venido y se han ido de nuevo durante los treinta años [ahora treinta y cinco] que he sido miembro de este hogar Betel, y los he amado a todos. En este colmenar de trabajadores ocupados donde la vida está ordenada por el sonar de una campanilla se aprende a respetar las características individuales de cada uno, a ser amiga de todos pero a no llegar a ser demasiado íntima con ninguna persona en particular, a ser imparcial y adaptable y a respetar ese poquito de aislamiento de que a cada cual le gusta disfrutar. Sí, la vida en Betel es una vida buena, una vida llena.

Al llegar al fin de mi relato una carta ha llegado en la que se me invita a que acompañe a una querida amiga de California en la gira de asambleas que pronto ha de comenzar [1963]. Humildemente inclino la cabeza en profunda gratitud por esta bondad inmerecida de Jehová, quien nos bendice “más que sobreabundantemente en exceso de todas las cosas que pedimos o concebimos.” Arde en mi corazón la misma esperanza viva que fue decisiva para mí hace muchos años, la de ver a Jehová y a Cristo Jesús y participar en la vindicación del nombre de Jehová. Agradecidamente uno mi voz a la grande muchedumbre de alabadores, confiada en el resultado triunfante del gran punto en disputa.

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