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  • ‘Me he remontado con alas como un águila’

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  • ‘Me he remontado con alas como un águila’
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1990
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1990
w90 1/4 págs. 26-29

‘Me he remontado con alas como un águila’

Según lo relató Ingeborg Berg

NACÍ hace más de cien años, el día 5 de junio del año 1889, cerca del castillo de Fredensborg, al norte de Copenhague. Cuando la familia real danesa tenía huéspedes, entre ellos reyes y emperadores de países europeos, invitaban a las damas de las familias acomodadas de Fredensborg para que ayudaran a preparar y servir las comidas. A mí me llevaron muchas veces, cuando era niñita, y me dejaban jugar y correr por el castillo.

Recuerdo vívidamente al zar Nicolás II de Rusia y su familia. Apostado fuera de su habitación había un guardaespaldas, un cosaco con espada desenvainada. Los cosacos amaban a los niños, y en cierta ocasión uno trató de abrazarme. Me asusté, especialmente por su larga barba, y corrí por los largos pasillos del castillo.

En cierta ocasión el zar Nicolás II, el emperador Guillermo II de Alemania y el hijo de la reina Victoria, quien luego llegó a ser el rey Eduardo VII de Inglaterra, visitaron al rey danés Cristián IX. Mientras se paseaban por las calles de Fredensborg y hablaban amablemente con la gente, el zar Nicolás me dio unas palmaditas en la cabeza cuando le hice una reverencia. Aquellos eran tiempos de tranquilidad, y los líderes de las naciones no temían por su seguridad como sucede hoy.

Desaparece la paz

En 1912 empecé a trabajar de enfermera en el sur de Jutlandia, donde atendía a la gente que favorecía a los daneses en el lado alemán de la frontera. El sur de Jutlandia había estado bajo la dominación alemana desde la guerra de 1864 entre Dinamarca y Prusia. Yo ayudaba a las madres a atender a sus bebés recién nacidos y llegué a conocer bien a muchas de aquellas familias jóvenes.

En 1914 me casé con un danés que era guardia fronterizo, y me fui a vivir en el lado danés de la frontera. Poco después estalló la guerra. A aquel conflicto más tarde se le llamó la Gran Guerra, y, con el tiempo, la I Guerra Mundial. Cierto día por la mañana instalaron alambre de púas a lo largo de la frontera para impedir el cruce. La paz y seguridad de que habíamos disfrutado hasta entonces desapareció.

Vimos de cerca el horror y la insensatez de aquella guerra cuando supimos que los padres jóvenes de las familias que yo había visitado como enfermera habían sido reclutados para el servicio militar. ¡Y todos, excepto uno, murieron en el frente occidental en el Marne! ¡Qué terrible era pensar en las jóvenes viudas que habían perdido a sus esposos y en los niñitos que habían perdido a sus padres! ¿Cómo podrían aquellas mujeres atender sus granjas? “¿Dónde está Dios?”, me preguntaba yo.

Durante la guerra, en la frontera había tensiones a menudo cuando la gente trataba de cruzarla en busca de refugio. Me asignaron a registrar a las mujeres de quienes se sospechaba que llevaban contrabando. Por lo general llevaban alimento, y muchas veces yo lo pasaba por alto y las dejaba cruzar. La guerra terminó en 1918, y en 1920 el sur de Jutlandia volvió a ser parte de Dinamarca.

Pongo fe en Dios

Aunque me había debilitado en la fe en Dios debido a las injusticias que vi, buscaba el propósito de la vida. Mi esposo Alfred y yo asistíamos regularmente a la iglesia, pero nuestras preguntas no recibían contestación allí.

En 1923 nos mudamos a una aldea pesquera en el fiordo de Flensburgo, donde Alfred empezó a trabajar como pescador. Enseguida conocimos a una familia bautista. Aunque nosotros éramos luteranos, un día aceptamos su invitación para oír un discurso bíblico en la posada Ferry Inn, de Egernsund. Antes de ir, me arrodillé y oré: “Si Dios existe, ¡que por favor escuche mi oración!”.

El discurso trató sobre la mujer que sacó agua del pozo de Sicar, y aquello me animó a leer la Biblia. ¡El leerla me transformó en una nueva persona! Escribí a mi madre: “Siempre me dijiste que debería convertirme a Dios. Creo que esto ha sucedido; tenía miedo de decírtelo por temor de que mi gozo fuera pasajero. Pero ¡sigo sintiéndolo!”.

Algún tiempo después, en 1927, hallé en el ático de nuestra casa un folleto titulado Libertad para las gentes. Me interesó, y me absorbí tanto en su lectura que perdí cuenta del tiempo y olvidé dónde estaba. Fue solo cuando mis hijos llegaron de la escuela con hambre que dejé de leer el folleto.

Cuando Alfred llegó a casa aquella noche le conté muy entusiasmada lo que había leído. Le dije que si lo que decía el folleto era cierto, entonces la iglesia no era la casa de Dios, y teníamos que renunciar de ella inmediatamente. Alfred me dijo que aquello sería obrar precipitadamente. Pero concordamos en escribir a la Sociedad Watch Tower de Copenhague y pedir más literatura.

En respuesta, la Sociedad envió a un superintendente viajante, Christian Rømer. Le dimos la habitación de los niños y pusimos las camas de ellos en el ático. Por la mañana y por la tarde el hermano Rømer salía a predicar de casa en casa, y cada noche estudiaba con nosotros. Se alojó con nosotros cuatro días, y pasamos un tiempo verdaderamente maravilloso. Cuando el hermano partió, le hablé otra vez a Alfred sobre renunciar de la iglesia. Esta vez accedió con entusiasmo.

Alfred fue a presentar nuestra renuncia al ministro. Este pensaba que Alfred lo visitaba porque quería bautizar a otro hijito. Sin embargo, cuando Alfred le explicó por qué había ido, no podía creerlo. “¿Qué hay de malo en la iglesia?”, preguntó. Alfred le habló sobre las doctrinas de la Trinidad, la inmortalidad del alma y el tormento eterno. “La Biblia no enseña esas cosas”, dijo Alfred. Cuando el ministro contestó con poca convicción que nunca hablaría sobre esos asuntos con personas que pensaran por sí mismas, Alfred dijo firmemente: “¡Queremos dejar la iglesia!”.

Pesca sorprendente y bautismo

Iba a haber una asamblea en Copenhague, pero no teníamos dinero para pagar el viaje. Oré a Dios para que de algún modo pudiéramos ir, porque queríamos bautizarnos. Poco antes de la asamblea Alfred salió al fiordo a pescar. Pescó tanto que llenó el bote, y así pudimos pagar el viaje. Los pescadores locales se asombraron, pues había habido poca pesca en el fiordo aquel año. De hecho, más de 50 años después los pescadores locales todavía mencionaban “el milagro”. Nosotros lo llamábamos la pesca de Pedro. De modo que el 28 de agosto de 1928 nos bautizamos.

El bautismo fue diferente de los bautismos de hoy. Detrás de una cortina había una piscina para bautizar. Cuando la cortina se abrió, allí estaba el hermano Christian Jensen listo para bautizar. Tenía puesto un frac, y estaba en medio de la piscina con el agua hasta la cintura. Los que iban a bautizarse llevaban largas ropas blancas. Los hombres se bautizaron primero, y después las mujeres.

Durante la asamblea de Copenhague nos alojamos en la casa de mis padres. Cuando llegué a la casa aquella noche, mi padre quiso saber dónde habíamos estado.

“Fuimos a una reunión”, le dije.

“¿Qué hicieron allí?”

“Nos bautizamos”, contesté.

“¿Se bautizaron? —gritó—. ¿No fue lo suficientemente bueno el bautismo que recibieron cuando eran niños?”

“No, padre”, contesté. Entonces me dio una bofetada y gritó: “¡Yo te bautizaré!”.

Yo tenía 39 años de edad y era madre de cinco hijos cuando mi padre me dio aquella última bofetada, aunque él siempre era muy amable y bondadoso. Nunca más mencionó aquel incidente. Felizmente, Alfred no había llegado todavía, y yo no le conté lo que había pasado sino hasta años después.

Tiempo de zarandeo

Cuando regresamos a nuestro hogar visité a una amiga que para mí era como mi propia hermana y le hablé con entusiasmo sobre la asamblea y nuestro bautismo. Se quedó callada, y después dijo: “Pobrecita hermana Berg. No debes creer más en eso. Algún día vendrá un hermano de Flensburgo y nos explicará la verdad”.

Quedé pasmada de asombro. Casi no pude manejar la bicicleta de regreso a casa. La campana de una iglesia sonaba por allí cerca, y cada campanada parecía decir: “Muerte, muerte”. En mis adentros supliqué a Jehová que me ayudara, y recordé las palabras de Salmo 32:8, 9: “Te haré tener perspicacia, y te instruiré en el camino en que debes ir. Ciertamente daré consejo con mi ojo sobre ti. No se hagan como un caballo o mulo sin entendimiento, cuya fogosidad ha de reprimirse hasta por un freno o cabestro antes que se acerquen a ti”.

Cuando llegué a casa tomé la Biblia y leí el padrenuestro. Aquello me tranquilizó. Recordé la parábola de la perla de gran valor. (Mateo 13:45, 46.) El Reino era como aquella perla. Yo quería dar todo cuanto tenía para ganar el Reino. Aquellos pensamientos me consolaron. Y vendrían otras bendiciones.

En 1930 empezó a publicarse en danés bajo el nombre de El Nuevo Mundo la revista que ahora llamamos ¡Despertad! Y al año siguiente los Estudiantes de la Biblia tuvimos el placer de recibir el nombre de testigos de Jehová. En aquellos días éramos solo unos cuantos Testigos en nuestra zona, y de vez en cuando teníamos reuniones en nuestro hogar. Puesto que la calle donde vivíamos se llamaba “La escalera”, nos llamábamos la Congregación de la Escalera.

Aguantamos otras pruebas

En 1934 me sometí a una operación que me dejó paralizada. Guardé cama por dos años y medio, y los médicos predijeron que estaría en una silla de ruedas durante el resto de la vida. Aquel fue un tiempo muy difícil para mí, pero mi familia me ayudó muchísimo.

Alfred me compró una Biblia de letra grande, y nuestro hijo menor me hizo un atril para que pudiera leerla mientras estaba en cama. Puesto que yo quería predicar también, Alfred colocó al lado de la carretera un letrero que anunciaba las revistas nuevas. Los que mostraban interés venían a verme, y yo les hablaba. Debido a aquel letrero, la gente de aquella región llamaba a nuestra familia “El Nuevo Mundo”.

Los superintendentes viajantes siempre me visitaban. Por eso llegué a conocer bien a aquellos hermanos maduros y de experiencia, y ellos me animaron mucho. Además, aprovechaba el tiempo para estudiar la Biblia, y el conocimiento me sustentaba. Sentía que ‘me remontaba con alas como un águila’. (Isaías 40:31.)

Cuando en 1935 se aclaró quiénes eran la “gran muchedumbre”, la mayoría de los hermanos y hermanas de nuestra área, incluso nuestro hijo mayor y nuestra hija mayor, dejaron de participar del pan y del vino en la Conmemoración. Sin embargo, algunos de nosotros nunca dudamos de nuestra llamada celestial. Pero también nos alegrábamos por el nuevo entendimiento del magnífico propósito de Jehová para la gran muchedumbre y su recompensa de tener vida eterna en la Tierra. (Revelación 7:9; Salmo 37:29.)

Poco a poco mejoré de salud, contrario a lo que habían dicho los médicos, y de nuevo pude participar de lleno en la obra vital de predicar y enseñar.

Durante la II Guerra Mundial y después

Al otro lado del fiordo se podía ver Alemania, y empezamos a sentir la influencia del nazismo. Algunos vecinos nuestros se hicieron nazis, y nos amenazaron diciendo: “Esperen a que llegue Hitler. ¡Van a ir a un campo de concentración o a una isla desierta!”.

Pensamos que lo mejor sería mudarnos. Algunas personas amigables nos ayudaron a conseguir un apartamento en Sønderborg, un pueblo más grande que no estaba muy lejos. La II Guerra Mundial empezó en septiembre de 1939; nosotros nos mudamos en marzo de 1940; y el 9 de abril las tropas alemanas ocuparon Dinamarca. Pero lo extraño fue que los alemanes no concentraron su atención en los testigos de Jehová de Dinamarca.

Cuando al fin el sueño de conquista de Hitler se derrumbó, empecé a conducir estudios bíblicos con muchos alemanes desilusionados que vivían en Sønderborg. ¡Qué alegría fue ver, no solo que muchos de aquellos estudiantes de la Biblia dedicaron su vida a Jehová, sino que también la mayoría de mis hijos y nietos estaban activos en el servicio cristiano!

En 1962 perdí a mi esposo, en 1981 a un nieto y en 1984 a mi hija mayor. El mantenerme activa en el servicio de Jehová me ayudó durante aquellos tiempos de sufrimiento.

Ha sido maravilloso ver el progreso de la obra del Reino en Dinamarca desde que empecé a participar en ella en 1928. En aquel tiempo solo éramos 300 publicadores, ¡pero ahora hay más de 16.000! Agradezco que, a los cien años de edad, todavía sirvo activamente a Dios. Ciertamente he experimentado el cumplimiento de las palabras de Isaías 40:31: “Pero los que estén esperando en Jehová recobrarán el poder. Se remontarán con alas como águilas. Correrán, y no se fatigarán; andarán, y no se cansarán”.

[Fotografía de Ingeborg Berg en la página 26]

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