El servir a Jehová produce contentamiento feliz
Según lo relató Ricardo H. Barber
EL 14 de marzo de 1869 nació en una población rural al sudoeste de Vermont un muchacho al cual sus padres llamaron Ricardo Harvey Barber. Yo era ese muchacho. Ahora a la edad de 96 años, estoy escribiendo la historia de mi vida, una vida de contentamiento feliz en el servicio de Jehová.
Cuando fui muchacho mi vida fue activa, implicando una gran variedad de trabajo. Puesto que vivíamos en una casa conectada con un aserradero del cual mi padre era dueño, tuve experiencias en el aserradero. Recogía goma de abeto de los árboles y la vendía a un dólar la libra. Pescaba pequeñas truchas moteadas de las corrientes de las montañas y las vendía a clientes del aserradero, recogía ginseng y vendía las raíces, y trabajaba recogiendo savia de los arces, y ayudando a hervirla hasta que se convertía en jarabe de arce de azúcar.
En 1883 mi padre se mudó a una granja en el estado de Nueva York. A principios de 1886 cambiamos la granja por una casa en la aldea de Greenwich, Nueva York. Luego, después de graduarme de la Secundaria Greenwich en 1888, me encargué de una tienda general grande de la cual mi padre era dueño.
Mi padre era un hombre bueno, honrado y generoso. Era metodista y asistía a cada reunión de la iglesia y contribuía generosamente a las actividades de la iglesia; compró una banca costosa en la iglesia. Eso era todo lo que se necesitaba para hacerlo un buen metodista. En todos mis años, nunca vi una Biblia en nuestro hogar, nunca oí que se hiciera una oración, ni se discutiera un tema bíblico.
En 1894 compré las existencias de la tienda de mi padre y puse un negocio en mi propio nombre. El 1 de enero del año siguiente me casé en la Iglesia Metodista, y mi esposa y yo vivimos en el piso arriba de la tienda. Dos hermanas de mi esposa vivían con nosotros. En octubre de aquel mismo año llegué a saber de las verdades de la Palabra de Dios, como las enseña la Sociedad Watch Tower. Con esto, la vida comenzó a asumir nuevo significado.
EFECTO DE LA LITERATURA DE LA SOCIEDAD
Era superintendente de la escuela dominical metodista, y mi esposa era maestra en aquella escuela. Después que yo había visto que las diez diferentes clases de escuela dominical estaban funcionando apropiadamente, visité la clase de los varones adultos. Aquí noté un método radicalmente diferente de conducir el estudio. Se citaban muchos textos y se daban a diferentes estudiantes para que los leyeran, y yo tenía bastante juicio para ver que las preguntas estaban siendo contestadas apropiadamente. Esto me agradó. Esa noche, después del servicio nocturno, caminé por la calle Principal con el que dirigía la clase y le pregunté dónde había obtenido todos aquellos textos y la información.
Me dijo que un señor en bicicleta había venido a Greenwich, ofreciendo libros sobre la Biblia (los primeros tres tomos de los Estudios de las Escrituras, por el pastor Russell). Este hombre era repartidor, ahora conocido como precursor, y visitó el hogar del predicador metodista para explicar los libros. El predicador le dio varios nombres, incluyendo el nombre del director de la clase de varones adultos y el nombre de la hermana de mi esposa, May. Después de decirme esto, el director de la clase y yo permanecimos en la calle hasta medianoche discutiendo las verdades bíblicas de esta literatura.
A la mañana siguiente en el desayuno mi esposa me preguntó: “¿Por qué llegaste tan tarde anoche?” Después de mi explicación, May, mi cuñada, habló, diciendo: “¡Bah!, compré una colección de esos libros en esa misma ocasión, y allí están, en tu biblioteca.” Fui a la biblioteca, pero solo estaba el tomo tres. May dijo: “¡Oh! le presté los otros dos libros a mi hermano, que está en Salem.” Traje el tomo tres a la mesa y, mientras comía, lo hojeé, examinándolo. Lo metí en mi bolsillo y me lo llevé a la tienda. Durante el día usé todo momento libre leyendo aquel libro. Después de dos días había leído cada palabra de él, y había aprendido muchas cosas que nunca había oído antes. Meditando en ello, me pregunté: ¿Quién será el autor y dónde se imprimirá? Examinándolo, conseguí esta información, y por primera vez en mi vida oí el nombre del pastor Russell. El director de la clase nunca me había mencionado ese nombre.
Inmediatamente dirigí una tarjeta al pastor Russell, pidiéndole que me enviara un catálogo de todas sus publicaciones. Unos cuantos días después recibí una carta de él y al reverso de aquella carta estaba una lista de publicaciones. Pedí todo lo que estaba en la lista, incluyendo La Atalaya, tres tomos de Estudios de las Escrituras, varias traducciones de la Biblia, varias concordancias, folletos y tratados. El pedido llegó a más de 22 dólares y yo hice un cheque por 30 dólares. Aunque yo era superintendente de una escuela dominical, no tenía idea de lo que era una concordancia ni lo que quería decir una Biblia con referencias marginales; pero mi estudio del tomo tres me llevó a tener confianza en el hecho de que todos aquellos libros, folletos y tratados eran necesarios para un estudio apropiado de la Biblia. Pedí 500 de cada uno de los tres tratados gratis. Luego escribí esto: “Empaquen todos éstos en una sola caja y sírvanse enviármelos por expreso por cobrar.”
Al recibir la literatura, inmediatamente comencé a usarla. En cada paquete que envolvía en la tienda colocaba un tratado. Luego me suscribí a veinte diferentes periódicos que publicaban los sermones del pastor Russell; colocaba estos sermones impresos también en paquetes. Empezamos un estudio bíblico los martes por la noche. Con el tiempo hubo diecisiete personas interesadas en la verdad y estudiando juntas. Se sabía en toda la aldea que teníamos este estudio.
RETIRO DE LA IGLESIA
Nuestras actividades de esparcir las verdades bíblicas produjeron crítica de metodistas prominentes. El pastor metodista asistió a la Conferencia Metodista y rehusó aceptar un nombramiento a Greenwich por otro período. Le dijo a la Conferencia que varios de sus mejores miembros estaban estudiando y que creían muchas cosas que eran contrarias a la religión metodista y otras religiones ortodoxas y que no podía menos que haber dificultad pronto en la iglesia de Greenwich. De modo que la Conferencia envió a su llamado predicador más fuerte a la iglesia. Después de aproximadamente un mes, anunció que iba a predicar un sermón especial cierto domingo por la noche y que deseaba que todo metodista estuviera allí.
La iglesia estuvo atestada para aquella reunión. El predicador tenía la Disciplina Metodista en la mano y lenta y enfáticamente leyó de ella las enseñanzas metodistas, recalcando el hecho de que cuando ingresaba una persona en la Iglesia se comprometía a creer y enseñar aquellas doctrinas. Llegando a esta culminación, rugió: “Hay un puñadito de personas en esta iglesia que está enseñando doctrinas que fueron rechazadas hace largo tiempo por la Iglesia Metodista y por todas las otras iglesias ortodoxas.” Él dijo: “Esas personas son gorgojos sobre el borde de un queso, con cerebros obtusos.” Entonces, alzando la Disciplina, retumbó: “Si no creen en las doctrinas de la Iglesia Metodista, entonces en el nombre de Dios, ¡sálganse!” Estaban oyendo esto todos aquellos “gorgojos” sentados precisamente enfrente del predicador. Eran el superintendente de la escuela dominical, el superintendente auxiliar, el director del coro, que también era el tesorero de la iglesia, y seis de los diez maestros de escuela dominical y otros. Esta exhibición se hizo con el propósito de asustar a aquellos “gorgojos” para que regresaran al rebaño metodista, pero tuvo un efecto diametralmente opuesto. Les ayudó a ver la inconsistencia de permanecer con la iglesia. Con el tiempo, once miembros renunciaron. A éstos se les había considerado los mejores miembros, y el efecto en las finanzas de la iglesia fue que durante dos años tuvo que pedirse prestado dinero para pagar el salario del predicador.
El director de la clase de varones adultos renunció al día siguiente; pero yo no renuncié inmediatamente, razonando que, si yo renunciaba inmediatamente, alegarían que yo lo hice porque el director de la clase había renunciado. Después de aproximadamente un año vi que era inútil esperar más, y también que era desagradable a Jehová. De modo que me retiré. Escribí una carta de dieciséis páginas, citando textos sobre los temas del infierno, el alma, la trinidad, el reino de Dios y otros. Luego hice varias copias de aquella carta y las envié por correo al pastor y a todos los oficiales de la iglesia. El pastor pasó por alto completamente todos mis textos bíblicos y me escribió una carta, diciendo: “Tengo que elogiar su posición y conducta francas y varoniles. Ningún otro derrotero habría sido consistente con la persona que sustenta y cree que su deber es diseminar los puntos de vista que usted abriga.”
Unas cuantas semanas después predicó un sermón que creyó que debería ser diseminado; de modo que se dirigió al editor del periódico semanal local e hizo que lo imprimiera. Contenía varias notorias declaraciones no bíblicas; de modo que aproveché la ocasión para contestar por medio del mismo periódico, y mi respuesta también fue impresa. Ante esto el pastor se apresuró a ir a la oficina y reprendió al editor por imprimir mi respuesta. El editor le recordó al predicador que ellos mismos decidían lo que debería imprimirse y que mi respuesta estaba escrita de una manera bondadosa y que en cualquier ocasión que yo deseara escribir un artículo siempre sería aceptable si se escribía de la misma manera bondadosa.
LA VERDAD CAMBIA MI VIDA
La verdad efectuó muchos cambios en mi vida. Una de las primeras cosas que hice fue sacar de mis existencias de la tienda cigarros, tabaco y rapé. Casi todo el mundo usaba tabaco de alguna forma, y muchas mujeres usaban rapé. Perdí muchos clientes debido a esto, pero me mantuve firme y nunca los volví a vender. Luego, también, al distribuir yo tratados bíblicos a mis clientes perdí muchos de ellos, pero yo seguí esparciendo la verdad. En 1899 asistí a mi primera asamblea patrocinada por la Sociedad Watch Tower, en Boston. Oí y vi al hermano Russell por primera vez y fui bautizado allí.
Antes de aprender la verdad, yo estaba muy interesado en el béisbol, cazar y pescar, y gastaba mucho dinero en el tiro al blanco. Concluí que tal tiempo y dinero podría ser usado mejor en el servicio del Señor. De modo que dejé de hacer todo eso, regalé mi escopeta a mi cuñado que vivía en una granja y vendí mi rifle y discos de arcilla y otro equipo. Traté de obrar en armonía con el punto de vista de que todo nuestro tiempo y dinero pertenecen al Señor y aun nosotros mismos pertenecemos a Jehová, si él ha aceptado nuestra dedicación. Nosotros no somos de nosotros mismos; hemos sido comprados con un precio. Nuestra casa o granja, todo lo que poseemos, pertenece a Jehová. Es bastante difícil a veces comprender que esta casa, este auto, el dinero efectivo en mi bolsillo, todo lo que tenemos pertenece a Jehová, y lo tenemos en depósito para ser usado como él desee que se use, pero eso es verdad.
Usé mis posesiones para esparcir las verdades de Dios. Era dueño de dos caballos, un birlocho y un carruaje, y éstos los usaba los domingos para llevar a unas ocho personas a diferentes aldeas para distribuir tratados bíblicos. Solíamos distribuir unos 50,000 tratados cada año. Nuestro territorio empezaba en Waterford, al otro lado del río que está enfrente de Troy, Nueva York, hacia el norte hasta Whitehall, extendiéndose desde Saratoga en el poniente hasta North Adams, Massachusetts, en el oriente. Se celebraban dos ferias cada año en aquel territorio y en ambas distribuíamos tratados.
En 1906 vendí mi tienda y en 1907 emprendí el trabajo de repartidor o precursor con uno que había sido precursor por largo tiempo, Vicente C. Rice. Mi primera asignación de territorio fue la ciudad de Glens Falls, Nueva York, que tenía una población de 15,000 personas. Nuestro primer día de trabajo de precursor fue en South Glens Falls. Estábamos usando los primeros tres tomos de Estudios de las Escrituras, y los seis tomos cuando parecía haber interés. Aquel primer día coloqué 59 libros encuadernados y el hermano Rice colocó 37. Tomamos pedidos para hacer la entrega el lunes siguiente. Pero, ¿dónde estaban nuestros libros? Estaban en la imprenta en Hammond, Indiana. Calculamos y decidimos que lo que necesitaríamos valdría 120 dólares, pero el hermano Rice no tenía tal cantidad de dinero; de modo que envié un cheque directamente al hermano Russell, explicando que necesitábamos los libros para entregarlos el siguiente lunes. Llegó el lunes, pero, ¿dónde estaban nuestros libros? Finalmente, decidimos ir a la oficina del expreso y ¡mire! allí estaban nuestros libros. El hermano Russell había ordenado que se enviaran inmediatamente, por expreso pagado anticipadamente.
Colocamos 1,259 tomos encuadernados en Glens Falls. Durante cinco años serví de precursor, obteniendo durante aquel tiempo 125 suscripciones para La Atalaya y organizando congregaciones, llamadas entonces “clases,” en Glens Falls, Fort Edward, Mechanicsville y Hoosick Falls, Nueva York, y Pownal Center, Vermont.
Después de cinco años de trabajar de precursor, el hermano Russell me invitó a servir de peregrino, lo que quería decir servir en rutas preparadas por la Sociedad, dando conferencias a las congregaciones y también anunciando conferencias públicas. Gozosamente acepté este nombramiento y he servido en esa capacidad en todo estado de los Estados Unidos salvo Arizona y Nuevo México, y en todas partes del Canadá desde Cabo Bretón hasta la isla de Vancouver, y a un grado limitado en Inglaterra y Escocia.
En 1914 y 1915 estuve encargado de un grupo de unos quince que sirvieron en gran parte de Nueva Inglaterra y toda Nueva Escocia con el Foto-Drama de la Creación, una película de cuatro partes y un programa de diapositivas a colores, acompañado de conferencias bíblicas fonográficas. Fui usado para conseguir los teatros y dar las dos conferencias de conclusión del domingo después del Foto-Drama. Aquellas conferencias eran sobre los temas “Las enseñanzas del pastor Russell examinadas” y “La segunda venida de Cristo; ¿por qué, cómo y cuándo?” Esta fue una conmovedora asignación; grandes muchedumbres asistían al Foto-Drama y a las conferencias.
SERVICIO DE BETEL
Después de unos siete años en el servicio de peregrino, inesperadamente fui llamado a Betel, las oficinas principales de la Sociedad en Brooklyn, Nueva York. Eso fue en 1918. Los perseguidores religiosos, aprovechándose de la guerra, crearon odio para la Sociedad. Como resultado, el presidente de la Sociedad, J. F. Rutherford, y otros oficiales fueron arrestados y enjuiciados en el tribunal injustamente. Estuve presente en aquel juicio, en el cual los oficiales de la Sociedad fueron enviados a prisión injustamente. Una mañana después recibí una llamada del hermano Rutherford pidiéndome que fuera a la Estación Pensilvania, donde los hermanos estaban esperando durante varias horas un tren directo para Atlanta.
Los presos estaban siendo trasladados a la penitenciaria de Atlanta. El hermano Francisco Horth, la hermana Van Amburgh y la hermana Fisher y la hermana Agnes Hudgings, una estenógrafa, y yo nos apresuramos a ir a la estación. Allí el hermano Rutherford me dio algunas instrucciones. Si la policía se mostraba demasiado hostil, habríamos de vender Betel y el Tabernáculo de Brooklyn y mudarnos, ya fuera a Filadelfia, Harrisburgo o Pittsburgo, ya que nuestra corporación estaba en Pensilvania. Se sugirió un precio de 60,000 dólares por Betel, y 25,000 dólares por el tabernáculo. Cuando estuvo listo el tren, el hermano Rutherford se llevó al hermano Horth y a la hermana Hudgings en el tren con él. Viajaron por alguna distancia mientras el hermano Rutherford dictaba una carta de instrucciones al hermano Horth, asignándolo a vender Betel y el Tabernáculo. Al regresar a Betel, la hermana Hudgings hizo copias de esta carta de instrucciones para nosotros. El Tabernáculo fue vendido, si recuerdo bien, por solo 16,000 dólares. Más tarde Betel estaba en proceso de venderse al gobierno y se hicieron todos los arreglos salvo el traslado de dinero en efectivo, cuando se firmó el armisticio; pero providencialmente la venta de Betel nunca se hizo efectiva.
Durante el tiempo que los oficiales de la Sociedad estuvieron en prisión el hermano Rutherford nombró un comité para obrar en su lugar. Ese comité incluía al hermano W. E. Spill y al hermano Juan Stephenson, un miembro de la familia Betel que había servido en la oficina del tesorero como ayudante del hermano Van Amburgh; y yo fui el tercer miembro de aquel comité. El trabajo fue dividido entre nosotros como sigue: Yo habría de estar en la oficina encargándome de la correspondencia y preparando La Atalaya para su publicación; el hermano Stephenson habría de servir como tesorero y el hermano Spill habría de atender a todos los asuntos exteriores.
Había bastante correspondencia, mucha de ella severa y crítica; no obstante, mucha de ella era simpatizadora y alentadora. Muchas personas que habían donado dinero a la Sociedad con el entendimiento de que, en caso de que lo necesitaran en el futuro, podrían retirarlo a razón de 50 dólares por mes, querían que se les devolviera su dinero. Se hicieron muchos reembolsos. Sin embargo, las contribuciones llegaban con regularidad, pero no necesitábamos mucho dinero, ya que todo el trabajo de peregrinos había cesado y estábamos cortados enteramente de todas las sucursales extranjeras.
La literatura, salvo La Atalaya, fue proscrita en los Estados Unidos, y toda la literatura fue proscrita en el Canadá. Cuatro individuos fueron escogidos, uno en Boston, uno en Brooklyn, uno en Chicago y uno en Seattle, y cada uno habría de envolver una Atalaya en un periódico y enviarla por correo a una persona nombrada en el Canadá. Estas se distribuían, los artículos principales se mimeografiaban y algunos se reimprimían, y se les enviaba a todas las congregaciones canadienses. Muchos escribieron y dijeron que su copia del libro The Finished Mystery (El misterio terminado), conocido también como el séptimo tomo de los Estudios de las Escrituras, había sido confiscada y pedían otra. Encontré una caja de los libros en tamaño de edición de bolsillo y envié por correo un ejemplar a todas las personas que escribían.
ESCRITORIO DE PEREGRINOS, TRABAJO DE LA RADIO Y DE LOS SIERVOS DE ZONA
Después que los oficiales de la Sociedad fueron puestos en libertad de la prisión en 1919 y exonerados, fui enviado otra vez como peregrino. Pero después de varios años el hermano Rutherford me llamó de nuevo a Betel y me pidió que me encargara del departamento de peregrinos. Después de haberse terminado el departamento de peregrinos, mi escritorio se usó en conexión con el departamento de la radio. Mi deber era escribir breves conferencias de 10, 15, 20 y 30 minutos para la radio, para ser usadas en centenares de estaciones de radio. Estas conferencias las entregaba al hermano Rutherford. Después de ser editadas, el hermano De Cecca las mimeografiaba y las enviaba a centenares de estaciones de radio. Yo mismo tuve el privilegio de dar conferencias por radio, a veces por redes. Se me pidió que diera una conferencia de una hora por una red sobre el tema de la Navidad. Se dio el 12 de diciembre de 1928, y se publicó en The Golden Age Núm. 241 y otra un año después en la Núm. 268. Aquella conferencia señaló el origen pagano de la Navidad. Después de eso, los hermanos de Betel jamás volvieron a celebrar la Navidad.
En 1935 fui asignado para servir como siervo de zona en el territorio desde Utica al oriente hasta Westfield, Nueva York, al poniente, y desde Scranton en el sur hasta el río San Lorenzo en el norte. Me mudé con mi esposa a la granja de la Sociedad cerca de Ithaca y habría de rendir mi servicio en el territorio desde aquel punto. Mientras servía en Williamsport, Pensilvania, en aquel año, recibí una carta del hermano Rutherford diciendo que la congregación de Syracuse había comprado un edificio grande y le había pedido a la Sociedad que enviara a alguien allí para encargarse de aquel edificio. Me pidieron que me mudara a Syracuse y sirviera como siervo de zona desde este punto del centro de dirección.
Ahora, a la edad de 96, ya no puedo efectuar predicación de casa en casa de las buenas nuevas, pero amo el servicio de Jehová tanto como antes o más. Por algunos años he podido enviar por correo regularmente cuarenta revistas por mes, y cuando se publican números especiales trato de duplicar ese número si es posible. Mi método es usar el directorio telefónico y escoger a personas que viven en nuestro territorio, enviarles una carta escrita a máquina, dándoles el mejor testimonio posible, hablándoles de los beneficios de las revistas La Atalaya y ¡Despertad! y notificándoles que se les está enviando una muestra de cada una.
Cuando se publicó el folleto La sangre, la medicina y la ley de Dios, envié por correo una copia a todos mis parientes, los hospitales de esta zona, los funcionarios de la ciudad y los abogados y doctores principales. Todavía puedo dar conferencias, pero necesito un brazo que me ayude a subir a la plataforma. Aunque la vista me está fallando rápidamente, me las arreglé para leer cada palabra de los libros “Babylon the Great Has Fallen!” God’s Kingdom Rules! y “All Scripture Is Inspired of God and Beneficial” y todos los informes del Anuario; también estoy al día con La Atalaya y ¡Despertad!
El año pasado Jehová me dio una sorpresa apreciada y feliz. Por varios años había deseado visitar Betel otra vez, donde había pasado cerca de veinte años de servicio feliz, y ver con mis ojos la maravillosa expansión que se ha efectuado allí desde 1935, cuando fui enviado como siervo de zona. Pero mi condición física era tal que yo sabía que nunca podría recorrer Betel y la fábrica, aun con la ayuda de un bastón. De modo que había perdido toda esperanza de volver a ver Betel. ¿Puede usted imaginarse mi sorpresa cuando el cartero me trajo una invitación personal del presidente de la Sociedad, el hermano Knorr, para visitar Betel? Conociendo mí impotencia física, su invitación decía: “Tenemos aquí una silla de ruedas que usted podría usar para ir en un recorrido a través de la casa y la fábrica.”
De modo que en mayo de 1964 mis ojos banquetearon con la expansión visible de la obra de Jehová en Betel. Y, ¿disfruté de la visita? Bueno, no puedo expresar mi gozo con palabras que transmitieran mi verdadero placer. Además de dar gracias al hermano Knorr por la invitación, quiero agradecer al hermano que explicó cada cuarto y máquina y funcionamiento y al hermano que empujó la silla de ruedas e hizo tantas otras bondades. Me maravillo por la expansión de la organización en el centro de dirección. Seguramente, Jehová tiene una organización trabajadora sumamente maravillosa.
¿He disfrutado de mis casi setenta años en el servicio de Jehová? Los siguientes textos bien expresan mi gozo y satisfacción: “La paz de Dios que supera todo pensamiento guardará sus corazones y sus facultades mentales.” “Mi paz les doy. No se la doy a ustedes como el mundo la da.” “Estando contentos con las cosas presentes.” (Fili. 4:7; Juan 14:27; Heb. 13:5) El verdadero gozo incluye el sentir un contentamiento calmado y serio, tranquilidad de ánimo, libertad de temor, preocupación, murmuración o crítica. No se manifiesta mediante hilaridad, el decir agudezas o chistes; no incluye santurronería. Incluye fe fuerte y una esperanza firme.
Eso contesta mi pregunta. Muy enfáticamente, he disfrutado del conocimiento de la verdad y de mis muchos privilegios de servicio. Aquí estoy a la edad de 96 años, tambaleando, a causa de vista deficiente y extremidades vacilantes, pero todavía sirviendo a Jehová según me lo permite mi condición física, feliz y contento.