Experimentando el amor de Jehová
Según lo relató Hugo Enrique Riemer
EN 1883, mi padre, que entonces era anciano presidente sobre un distrito de la Iglesia Metodista en la parte del medio oeste de los Estados Unidos, contestó una llamada a su puerta. Allí estaba de pie un testigo de Jehová de aquel tiempo temprano con un libro en rústica en la mano intitulado “Alimento para cristianos pensadores,” escrito y publicado por C. T. Russell. Después de un saludo, le dijo a mi padre: “Señor, aquí tiene un libro que lo hará feliz con la única felicidad verdadera.” Luego entregó el libro a mi padre, quien lo hojeó, notando las muchas citas bíblicas mencionadas o copiadas palabra por palabra. Impresionado por el ahínco de aquel hombre, que le seguía hablando, le dio una contribución por el libro.
Mi madre estaba empacando la maleta de viaje de mi padre para un viaje de fin de semana en tren. Él le entregó el libro, pidiéndole a ella que lo pusiera en su maleta encima de todas sus cosas. Después de haberse sentado, en el tren, abrió su maleta y sacó el libro y comenzó a leer. Terminó de leerlo cuando el tren llegó a su destino, y se dijo: “¡Gracias a Dios! Esta es la verdad.”
Cuando mi padre llegó a casa, le dijo a mi madre, después de saludarla a ella y a nosotros, cuatro muchachos: “Mamá, he hallado la verdad.” Mi madre dijo: “¿Qué quieres decir?” Él dijo: “¿Te acuerdas de aquel libro que empacaste en mi maleta de viaje? Quiero que lo leas y me digas qué piensas de él.” Pero él tenía algunas dudas en cuanto a su reacción, porque ella era hija de un predicador laico. Ella leyó el libro y luego le dijo a mi padre: “Si ésa es la verdad, no debemos estar en la Iglesia Metodista.” Con regocijo mi padre dijo: “Mamá, ésas son las palabras más preciosas que te he oído decir.” Yo tenía cinco años en aquel tiempo, pero desde entonces hasta ahora, a la edad de 87 años, Jehová no ha dejado de mostrar su amor hacía mí así como lo derramó sobre mi padre y mi madre.
CAMBIO EN LA VIDA DE FAMILIA
Las verdades bíblicas que mis padres aprendieron de la Sociedad Watch Tower produjeron un cambio notable en la familia. Tan pronto como mi padre consiguió la verdad, comenzó a pedir la Biblia cada noche después de cenar. Leía un capítulo de ella, y lo considerábamos mientras lo leía. Luego todos nos arrodillábamos junto a nuestras sillas para orar antes de dejar la mesa. Esto era algo que no sucedía mientras él era predicador metodista.
No fue sino hasta graduarme de la escuela secundaria en 1896 a la edad de dieciocho años que me dediqué al servicio de Jehová y simbolicé esa dedicación mediante inmersión en agua. En 1905 comencé a servir a Jehová Dios de tiempo cabal al entrar en la obra de colporteur, o repartidor, que ahora se conoce como el servicio de precursor. Durante el tiempo que estuve en ese trabajo, proclamé las verdades de la Palabra de Dios a través del territorio de Misurí al norte del río Misurí. Trabajaba allí en el verano y me iba a Texas y Alabama en el invierno para continuar la obra en aquellos estados. Jehová manifestó su amor viendo que se me atendieran mis necesidades mientras yo hacía esta obra ministerial.
En uno de mis territorios se hallaba un territorio reservado para indios. Como resultado de nuestro trabajo allí, un indio se interesó y se dedicó a Jehová Dios. Más tarde sus dos sobrinos también se hicieron activos en el servicio de Jehová. Uno llegó a ser miembro de la familia de Betel en las oficinas principales de la Sociedad en Brooklyn, y el otro se ofreció voluntariamente para trabajar en una de las granjas de la Sociedad. Este buen fruto de mis labores ministeriales fue una bendición para mí de parte de Dios, una evidencia de su amor.
Mi trabajo de repartidor continuó hasta 1915, tiempo en que el hermano Russell, presidente de la Sociedad Watch Tower, me pidió que me ocupara en la obra del Foto-Drama. Este constaba de una película de cuatro partes y un programa con diapositivas en colores sincronizado con conferencias bíblicas fonográficas. Yo servía como hombre de avanzada, pues llevaba la delantera en hacer los arreglos para las exhibiciones en varios cines, pero mi trabajo no duró mucho porque se acabaron los fondos unos seis meses después que yo había entrado en esta obra.
Mi trabajo de repartidor terminó en 1916 cuando murió el hermano Russell. Pudiera decir aquí que la primera vez que conocí al hermano Russell fue en una asamblea en Saint-Louis en 1904. Fue una asamblea sobresaliente, aunque solo había unos cuantos centenares de personas presentes. El hermano Russell hablaba con una voz muy profunda, reverencial y bondadosa, Era un hombre sobresaliente cuya figura atraía la atención. En la calle, la gente volteaba para mirarlo. Andaba erguido y tenía un semblante agradable, alerto.
Después de la muerte del hermano Russell, el siguiente presidente de la Sociedad Watch Tower, José F. Rutherford, me invitó a entrar en el servicio de peregrino, Este servicio constaba de visitar congregaciones, o clases, como se llamaban en aquellos días. Yo daba conferencias privadas a los hermanos, y el domingo, y a veces en una noche durante la semana, daba una conferencia al público. Las asignaciones de viaje que recibí de las oficinas principales de la Sociedad me llevaron a todo estado de la Unión norteamericana. Continué en el servicio de peregrino hasta 1918, cuando se proscribieron todas las reuniones públicas a causa de la influenza. Envié un telegrama a las oficinas principales preguntando qué debería hacer. La respuesta fue que viniera a las oficinas principales en Brooklyn. Aquí, también, he experimentado el gran amor de Jehová.
SERVICIO DE BETEL
Llegué a las oficinas principales de la Sociedad, llamadas Betel, en un tiempo cuando los perseguidores religiosos se estaban aprovechando de la guerra para suscitar un sentimiento de odio contra el pueblo del Señor. Esto resultó en que fueran condenados injustamente los directores de la Sociedad, incluyendo al hermano Rutherford, a cuatro sentencias de veinte años cada una que habrían de correr concurrentemente. El odio a nosotros estaba tan desenfrenado en Nueva York que nadie siquiera quería vendernos hulla, aunque e invierno se acercaba. De modo que nos pusimos en comunicación con el hermano Rutherford, quien nos aconsejó que nos mudáramos a Pittsburgo y siguiéramos con la obra al grado que fuera posible.
Una de las cosas sobresalientes que sucedieron en aquellos días horrendos fue que Jehová se encargó de que La Atalaya jamás dejara de publicarse. No faltó ni un solo número. Había suficientes manuscritos archivados para continuar con La Atalaya. En esto Jehová mostró su amor a su pueblo.
Cuando nos mudamos a Pittsburgo, tuve el privilegio de llevar los manuscritos para La Atalaya al tipógrafo. Las revistas impresas nos las enviaba un impresor comercial, y nosotros las enviábamos por correo. Solo habíamos diez trabajando allí en Pittsburgo en aquel tiempo. Todo otro rasgo del trabajo de la Sociedad se detuvo.
En 1919 se apeló el caso de los directores de la Sociedad y se concedió la apelación, e inmediatamente fueron puestos en libertad bajo fianza, lo cual se les había negado previamente. Finalmente, el fallo de culpables fue revocado, y todos ellos fueron exonerados. Todo el equipo que habíamos enviado a Pittsburgo, ahora tenía que ser llevado a las empresas de carga para que lo enviaran de vuelta a Brooklyn. Otro hermano y yo fuimos los últimos en regresar, porque quedaron algunos asuntos que tuvieron que atenderse en Pittsburgo.
DEPARTAMENTO DE COMPRAS
Mientras estuve en Pittsburgo, trabajé en la oficina del tesorero y también me encargaba de transportar los manuscritos de La Atalaya a los tipógrafos. El hacer algunas compras para la Sociedad también vino a ser mi responsabilidad. Cuando regresé a Brooklyn, me pusieron en el departamento de compras, y continué trabajando allí hasta 1958, tiempo en que me sometí a una intervención quirúrgica que afectó mis nervios e hizo necesario que yo entregara el trabajo a otro hermano. Ayudé por dos años más, lo cual llegó a un total de cuarenta y dos años de hacer las compras de la Sociedad. Desde entonces he estado haciendo otro trabajo. El comprar cosas para la Sociedad era un trabajo grande, y éste aumentó poderosamente cuando la Sociedad empezó a imprimir y encuadernar sus publicaciones por su propia cuenta.
Como pudiera esperarse, tuvimos dificultad en obtener abastecimientos durante la II Guerra Mundial porque tantas cosas que necesitábamos estaban siendo racionadas, pero Jehová mostró su amor al proveerlas para nosotros. Varias veces, el hermano M. H. Larson, superintendente de la imprenta de la Sociedad en Brooklyn, y yo, fuimos a Washington, D.C., para presentarnos ante un comité nombrado por el gobierno que se encargaba de racionar el papel para imprenta y otros abastecimientos. Teníamos que solicitar tales cosas a este comité.
Una de las prominentes sociedades bíblicas tenía abogados, hombres de grandes negocios, predicadores y otros allí, alrededor de una docena en total, para representarla ante el comité. Después de haber terminado de presentar sus peticiones, el presidente llamó a la Sociedad Watchtower Bible and Tract. Cuando el hermano Larson y yo nos presentamos ante el comité, el presidente dijo: “¿Solo ustedes dos?” Contestamos: “Sí. Esperamos que el Dios Todopoderoso esté con nosotros también.” El presidente respondió: “Pues, esperemos que sí.” Conseguimos nuestros abastecimientos, pero a la otra sociedad bíblica se le concedió mucho menos de lo que quería.
Desde entonces los años han pasado rápidamente, y en años recientes mi salud física ha decaído. Mientras me hallaba encamado después de una operación le dije al hermano Knorr, que ahora es el presidente de la Sociedad Watchtower, que el peor dolor que sentía era el no poder participar en el ministerio. Al salir de la habitación sugirió: “Escriba cartas.” ¿Escribir cartas? pensé, pero ¿a quién? Otra vez Dios amorosamente me ayudó al hacerme recordar las negociaciones que había hecho mientras estuve en el departamento de compras por más de cuarenta años. Durante ese tiempo había negociado con muchos vendedores y ejecutivos de compañías. ¡Qué campo para escribir cartas! Podía escribirles y decirles acerca de las cosas buenas que Jehová ha provisto amorosamente para la humanidad obediente.
Se hallaba en vigor una campaña para obtener suscripciones para la revista La Atalaya. De las 100 cartas que escribí durante aquella campaña, fui bendecido con 140 suscripciones. Llamaba a esas suscripciones “recetas para vida eterna.” Después de terminar la campaña, todavía tenía otras 100 personas con quienes comunicarme por correspondencia con las buenas nuevas del reino de Dios. En una clase de campaña privada con la Traducción del Nuevo Mundo de la Biblia y la ayuda para estudio bíblico De paraíso perdido a paraíso recobrado, tuve éxito en colocar 170 libros. Tal éxito en dar a conocer los propósitos de Dios desde un lecho de enfermo, en mi opinión, fue una expresión del amor de Jehová.
APRECIO A LA VERDAD
No todas las personas que he conocido en la organización han mantenido su aprecio a la verdad. Para ilustrar esto, quiero mencionar una experiencia que tuve mientras estaba en el servicio de peregrino. Me encontraba en Filadelfia en aquella ocasión, y, después de haber dado una conferencia, un anciano electivo que afirmaba ser hermano se acercó a mí y me dijo: “Hermano Riemer, recibí mi Atalaya esta mañana. La única razón por la cual leo esa Atalaya es para saber lo que ustedes los de Brooklyn están tratando de hacernos creer.” Ese era el espíritu de algunos de los ancianos electivos. Estaban causando divisiones en las congregaciones y en la obra.
En contraste con la actitud de aquellos ancianos electivos estaba la de un matrimonio de personas de edad avanzada con quienes me alojé en las afueras de Richmond, Virginia. El hermano bajó a conseguir la correspondencia antes del desayuno y, cuando ya habíamos desayunado, dijo: “Hermano Riemer, recibí una nueva Atalaya esta mañana, y ¿sabe la primera cosa que mamá y yo hacemos cuando recibimos esa Atalaya? Nos arrodillamos antes de quitar la envoltura y pedimos a Jehová que nos haga dignos de discernir cuál es el mensaje que Jehová tiene para nosotros. Ahora, antes de quitar la envoltura, ¿quiere usted arrodillarse y orar con nosotros?” ¡Cuán diferente era aquel anciano electivo de este matrimonio humilde que apreciaba la organización de Jehová!
Otra experiencia que tuve mostró claramente el amor de Dios hacia mí al permitirme ser un instrumento para llevar sus bendiciones a varias personas. Sucedió durante mi primer mes en su servicio. Visité a un joven empleado de un banco y a su esposa. Los dos estaban impresionados profundamente por La Atalaya, y cuando los revisité prestamente tomaron más ayudas para el estudio de la Biblia. Vivían en el campo cerca de una escuela. Después de una conferencia de revisita usando un cuadro, que era una conferencia que se basaba en un cuadro de los propósitos de Dios que se publicó en el primer tomo de Estudios de las Escrituras, hizo arreglos para que yo diera otra conferencia usando el cuadro en la escuela. Pronto los dos se dedicaron a Dios y se bautizaron en agua. Sus dos hijas también se bautizaron. Una de ellas tenía un novio, un ex comandante del ejército, que también se interesó y se dedicó a Dios. Más tarde llegó a ser representante viajero de la Sociedad, lo que se llama ahora siervo de circuito. Más tarde uno de sus hijos llegó a ser miembro de la familia Betel en las oficinas principales de la Sociedad en Brooklyn. Así Dios mostró su amor hacia mí al permitirme ser un instrumento en hacer que miembros de tres generaciones vinieran a ser siervos suyos.
La familia Betel era muy pequeña cuando llegué a ser miembro de ella hace cuarenta y seis años. Hoy en día asciende a aproximadamente de setecientos a ochocientos miembros. Nunca he visto un conjunto de gente que sea tan agradable y deseable como el que compone la familia Betel hoy día. Betel ha sido para mí, desde el primer día en que llegué, “mi hogar dulce hogar, el lugar más querido sobre la Tierra para mí.” Jamás he pensado en dejarlo. Creo que Jehová ha mostrado su amor hacia mí al permitirme estar aquí en las oficinas principales visibles de su gran obra. Realmente, el tema de mi vida desde que aprendí la verdad hasta ahora ha sido la fuerza impulsante de la declaración bíblica: “Dios es amor.”—1 Juan 4:8.
[Ilustración de la página 92]
H. E. Riemer dirigiendo la palabra en la Asamblea “Buenas nuevas eternas,” Nueva York, 1963