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  • Morando en la casa de Jehová todos los días de mi vida

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  • Morando en la casa de Jehová todos los días de mi vida
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1966
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1966
w66 15/10 págs. 636-639

Morando en la casa de Jehová todos los días de mi vida

Según lo relató W. ELDON WOODWORTH

AL LEER la invitación para la conferencia bíblica que habría de darse en mi pueblo natal de Illinois en mayo de 1911, no me imaginé en absoluto lo que con el tiempo significaría para mí. ¿Cómo podía haber sabido que me conduciría a cuarenta y cinco años de servicio bendito y gozoso en la encrucijada de la organización visible de Dios?

Sin embargo, al escuchar aquel discurso, sabía que estaba oyendo algo bueno—¡indiscutiblemente era la verdad! De modo que el domingo siguiente llevé a mi madre y a mi hermano de ocho años conmigo al teatro donde habría de darse la siguiente conferencia. Allí hallamos respuestas a las preguntas que tienen perplejas a muchas personas que realmente aman a su Creador. Al oír mencionar la promesa de Dios a Abrahán de que “por medio de tu descendencia todas las naciones de la tierra ciertamente se bendecirán,” estuvimos seguros de que queríamos participar de su cumplimiento.—Gén. 22:18.

Inmediatamente los tres de nosotros viajamos en tranvía de trole a poblaciones circunvecinas para no perdernos de ninguna de las conferencias dominicales. ¿Podría yo retener para mí mismo las verdades bíblicas que oía? ¡De ninguna manera! Recuerdo que en una ocasión fui a ver a mi maestro de escuela dominical bautista y le pedí que me explicara Mateo 11:11: “En verdad les digo: Entre los nacidos de mujer no ha sido levantado uno mayor que Juan el Bautista; mas el que sea de los menores en el reino de los cielos mayor es que él.” En vista de que su iglesia tenía en mucha estima a Juan como Bautista, y aquí Jesús dijo que Juan no iría al cielo, ésta fue una pregunta que causó angustia para que la hiciera un muchacho de veinte años. Por supuesto, el maestro no podía responder.

Habiendo sido bautizado siendo muchacho, nunca pensé que pudiera tener deficiencia a este respecto. Pero en 1913 fui a Madison, Wisconsin, para mi primera asamblea de los Estudiantes de la Biblia, como entonces se conocían los testigos de Jehová. También fue una oportunidad para oír hablar al hermano Russell, el presidente de la Sociedad Watch Tower. Muchas veces había leído acerca de los oradores viajeros de Betel, las oficinas principales de la Sociedad en Brooklyn, de modo que esperé la oportunidad de escuchar a uno. Cuando el hermano Russell dio la conferencia sobre el bautismo comprendí que el bautismo de mi iglesia no representó mi completa dedicación a Jehová, de modo que fui al lago con los demás que estaban siendo bautizados y simbolicé lo que realmente había sucedido en mi vida. Y honradamente puedo decir que nunca ni por un instante en los pasados cincuenta y tres años me ha pesado mi dedicación a Dios.

Para que pudiésemos tener reuniones regulares en nuestra población alquilamos un pequeño cuarto arriba de una dulcería e hicimos que fuera pintado un letrero en la ventana, que decía que ahí era el lugar donde se reunían los Estudiantes Internacionales de la Biblia. La congregación aumentó hasta que llegamos a tener trece personas que asistían. Sin embargo, mis pensamientos se estaban dirigiendo hacia Betel. Sabía que era la encrucijada terrestre de la actividad teocrática. ¿Sería posible que algún día pudiera ‘morar en esta casa de Jehová’? (Sal. 27:4) Solo podía tener esperanzas.

Por algunos años había sido cartero sustituto en la Oficina de Correos de la población, pero en 1918 fui reclutado en el ejército. En ese tiempo nuestro entendimiento de la responsabilidad de un cristiano para con las “autoridades superiores” no era claro, de modo que acepté servicio limitado como pacifista por conciencia. Mi asignación era encargarme de la correspondencia en el puesto militar que no estaba lejos de nuestra población. Bien recuerdo cuando se firmó el armisticio el 11 de noviembre de 1918. Pasaba de las 10:00 p.m. y el campo estaba oscuro. Entonces se encendieron las luces, los hombres comenzaron a gritar y todo se hallaba en un alboroto. Sí, la gente anhelaba la paz mundial. Yo la anhelaba también, pero confiaba en que Jehová la traería, no los hombres.

VIVIENDO EN LA ‘CASA DE DIOS’

En una asamblea en Chicago en 1920 le dije a un hermano que yo quería ir a Betel. Obedeciendo su sugerencia, escribí al presidente de la Sociedad. Para asombro mío, en cuatro días recibí una carta en la cual se me invitaba a venir. Todavía conservo esa carta y la aprecio mucho. Imagínese, solo quince días después de hacer mi solicitud, entré a Betel. Y por la bondad inmerecida de Jehová todavía soy miembro de la familia Betel. ¡Qué privilegio! ¡Cuán bondadoso Jehová al dejarme vivir en Betel! Pues, el mismísimo nombre significa “casa de Dios.” Nadie puede comenzar a apreciar este lugar sagrado hasta que ha vivido aquí por un tiempo. De vez en cuando individuos lo desilusionan a uno, pero Betel siempre es mucho mejor que lo que su imaginación puede concebir. Y se hace aun más agradable con el tiempo.

‘Hacen lo imposible aquí.’ Ese pensamiento ha pasado con frecuencia por mi mente al haber visto a ministros dedicados aquí emprender trabajos que pocos siquiera pensarían en hacer. Un ejemplo temprano de esto sucedió poco después de que comencé a trabajar en la fábrica de la Sociedad. Primero nuestra planta estaba en un edificio que había sido un almacén en la avenida Myrtle. Luego en 1922 nos mudamos a nuestra siguiente fábrica, en la calle Concord. Hasta entonces una empresa de afuera había estado haciendo los clichés curvos para nuestra rotativa. Nos preguntábamos: ‘La técnica para hacer clichés con la electrotipia es muy complicada. ¿Podríamos aprender a hacerlos? ¿Podríamos hacer nuestros propios clichés?’ ‘Imposible,’ pensaron muchos negociantes. La electrotipia era un oficio exclusivo, y nadie quería enseñarnos el procedimiento complicado.

Pero Jehová hizo provisión. Un hermano del Canadá que era electrotipista vino a Brooklyn y nos enseñó los fundamentos. Luego unos cuantos de la familia Betel hicieron giras por algunos establecimientos de electrotipia, manteniendo abiertos los ojos y cerrada la boca. En poco tiempo estábamos haciendo nuestros propios electrotipos. El señor que nos vendió nuestro primer pedido de productos químicos para la electrotipia dijo más tarde que pensó que sería nuestro primero y último pedido. Se imaginó que sería imposible que aficionados, como positivamente lo éramos, aprendieran la técnica sin años de adiestramiento. Pero él había dado poca importancia al espíritu de Jehová. Hicimos nuestros propios clichés, y todavía los estamos haciendo.

UN LUGAR PARA TRABAJAR

Aunque trabajé en el departamento de clichés por un tiempo, y hasta ayudé a imprimir algo de El Arpa de Dios, el primer libro que imprimió y encuadernó la Sociedad en su propia planta, mi trabajo principal en Betel estaba en el departamento de composición. Después de componer las líneas fundidas en la linotipia, tienen que ser “compuestas” en una revista o libro. Por diecisiete años, de 1938 a 1955, compuse todas las revistas extranjeras que se imprimían en la fábrica de Brooklyn. Eso era hasta doce diferentes revistas al mes. Nunca he sido un trabajador veloz, pero siempre he sido constante. De cualquier manera, al finalizar el día, nunca me he sentido avergonzado por no haber hecho mi parte en el trabajo. Siempre nos esforzamos por esmerarnos en la organización del Señor.

Ahora tengo un trabajo que no requiere que esté de pie todo el día. Eso sería demasiado para un hombre de setenta y cinco años. Pero aún hay mucho que hacer. Usando mi experiencia en la Oficina de Correos, ahora trabajo en clasificar y descifrar nombres y direcciones en las hojas de suscripción manuscritas.

En septiembre del año pasado la Sociedad arregló que todos los que trabajamos en la casa y en las oficinas de Betel empleáramos unas cuantas horas una tarde en una gira de la fábrica. En vez de tres pisos alquilados en un edificio que había sido almacén, como cuando llegué en 1920, ahora la fábrica de la Sociedad comprende tres edificios altos, y progresan los planes para un cuarto edificio. Al caminar por el departamento de composición, uno de los obreros jóvenes dijo: “¡Hola! hermano Woodworth. ¿No le gustaría limpiar algo de este tipo?” Aun después de hacer otro trabajo durante los últimos once años, el quitarle las rebabas a las líneas fundidas me pareció tan natural como el respirar.

Betel es un lugar de variedad. Aunque siempre hay abundancia de trabajo, asume muchas diferentes formas. Mientras uno está anuente a trabajar, y yo quiero decir trabajar duro, la vida en Betel es una experiencia maravillosamente interesante. Los deberes en la casa o en la fábrica, la actividad en una congregación de la ciudad de Nueva York, el viajar a asignaciones de conferencias de fin de semana, sí, hay mucho que hacer. Pero yo me propuse estar en Betel y nunca me ha desilusionado.

Allá en 1923 participé en algo de trabajo extraordinario que trajo una gran bendición a mi vida. La Sociedad obtuvo un terreno en Staten Island a fin de construir la estación de radio WBBR. Muchos de la familia Betel trabajaban los sábados por la tarde y los domingos limpiando el terreno y construyendo la estación. Mientras trabajaba allí los fines de semana conocí a Florencia Parker. Nos encontramos otra vez en una asamblea en Filadelfia donde ella esperaba bautizarse. Pero perdió el bautismo allí. En aquellos días teníamos una pequeña piscina para inmersión en Betel, de modo que mencioné que tendríamos un bautismo en Betel el domingo siguiente. Ella dijo que estaría presente.

Como sucedió, sin embargo, el hermano que iba a dar el discurso del bautismo me pidió que yo hiciera la inmersión. Por consiguiente, bauticé a la muchacha que iba a significar tanto para mí desde entonces. Nos casamos en 1928; después de eso Florencia sirvió en el ministerio de tiempo cabal en el área de la ciudad de Nueva York. Predicaba a hombres de negocios en el Edificio Empire State y otros rascacielos al sur de Broadway. Para mí esto casi parecía una imposibilidad, pero ella lo hacía. Por treinta y cuatro años ella fue todo lo que una buena esposa podía ser. Finalmente, se enfermó y, en agosto de 1962, murió fiel a la llamada celestial por la cual había estado trabajando.

APRECIANDO LA ENCRUCIJADA

En los años desde que murió ella, he llegado a apreciar aun más a Betel. Como mencioné, Betel puede considerarse una encrucijada, la encrucijada del pueblo de Jehová. Continuamente estamos conociendo a personas de todas partes, yendo a todas partes. Dos veces al año vienen cien estudiantes para asistir a la Escuela de Galaad. Hay misioneros visitantes y representantes viajeros de la Sociedad. También, por supuesto, hay los miembros de la familia misma a quienes conocer. Eso no es tarea pequeña, puesto que la familia ha crecido de los 107 que había aquí cuando llegué en 1920 a casi 700 ahora. Por eso usted puede ver que estoy ocupado todo el tiempo. No obstante puedo saludar a cinco de cada seis de la familia por nombre.

Siempre me ha gustado llegar a conocer a la gente. Con la mucha actividad que tenemos aquí, hay poco tiempo para hacer visitas, pero piense en el gozo de poder hablar a gente de todas partes del mundo a la hora de cenar. Pues, recientemente recibí una tarjeta de unos misioneros que fueron enviados a Taiwan, la República de China. Después de cuarenta y cinco años aquí estoy siempre encontrando a personas que conozco o quienes conocen a personas que yo conozco. Mi familia de amigos se extiende alrededor del mundo.

Aquí estamos acostumbrados a cosas grandes. Piense en las asambleas que hemos celebrado que eran tan grandes que hacen tambalear la imaginación. Frecuentemente participaba en las inmersiones en las asambleas. Entre dos y tres mil personas que simbolizan su dedicación a Dios es algo maravilloso que contemplarse.

El estar en Betel no ha restringido mi habilidad para viajar a las asambleas. De hecho, es exactamente lo contrario. En 1947 pude ir a través de todos los Estados Unidos para asistir a una asamblea en California. Luego en 1955 tuve el privilegio de ir a Europa para una serie de asambleas. Fuimos al Canadá y allí iniciamos nuestro viaje en el barco “Arosa Star.” En nueve días llegamos a Inglaterra para la primera asamblea. Luego proseguimos a París, Roma, Berna, y Nuremberg, Alemania, donde usamos para la asamblea lo que solía ser el terreno para los desfiles de Hitler. ¡Cuán maravilloso fue el ver a nuestros hermanos cristianos de tantos países en sus atavíos nativos y saber que ellos también se habían dirigido a la casa de Jehová y estaban inquiriendo de él en su templo espiritual! ¿Hubiera hecho ese empleado de correos de Illinois tales viajes como empleado de correos? Es muy probable que no. No, yo puedo decir con seguridad que nadie jamás pierde algo al ser miembro de la familia Betel.

Hay tantos rasgos de la vida en este admirable lugar que, a través de los años, me han acercado aun más a Betel, “la casa de Dios.” Imagínese el poder iniciar cada día de la semana con una consideración madura de un texto bíblico a la hora del desayuno. De hecho, ésa es una de las “necesidades imprescindibles” si vamos a estar lo suficientemente fuertes para vivir bajo la presión de mucho trabajo y predicación activa. El cabeza de la familia Betel siempre ha recalcado que la manera correcta de comenzar el día es oyendo y participando de una consideración de las Escrituras.

Varios de la familia aquí han pasado casi toda su vida sirviendo al Dios verdadero. Como sucede conmigo, su fuerza física está decayendo debido a la vejez, pero todavía hablan acerca de la gobernación real de Jehová, “para dar a conocer a los hijos de los hombres los hechos poderosos de él y la gloria del esplendor de su soberanía real.” (Sal. 145:12) Escribió el apóstol Pablo: “Aunque el hombre que somos exteriormente se va desgastando, ciertamente el hombre que somos interiormente va renovándose de día en día.” (2 Cor. 4:16) Esto nos produce gran gozo. Por ejemplo, recientemente estaba de pie en una bulliciosa esquina ofreciendo ejemplares de nuestras revistas a las personas. Un señor se detuvo y aceptó las revistas. Luego dijo: “Me gustan ustedes. Ustedes son un pueblo feliz.”

Y estoy especialmente feliz por haber tenido el privilegio de morar en la casa de Jehová estos cuarenta y cinco años. Estoy agradecido de que presencié aquella primera reunión, que hizo accesible para mí esta vida plena. Verdaderamente, ¡cuán agradable ha sido ‘morar en la casa de Jehová todos los días de mi vida’!—Sal. 27:4.

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