Resulta felicidad de utilizar bien el talento de uno
La biografía de Antón Koerber según la relataron sus amigos
ERA a fines del verano de 1967 y la ocasión era una asamblea de los testigos de Jehová. El sitio era el hipódromo de Laurel, Maryland. Arriba en las tribunas, desde donde se podía ver el programa, estaba sentado un anciano de pelo cano en una silla de ruedas, rodeado de un puñado de amigos. Aunque resultó que no iba a vivir por mucho más tiempo —murió cuatro meses después— su mente estaba alerta y su espíritu feliz y entusiástico al compartir pensamientos edificantes y asuntos de interés con sus amigos.
Viéndolo allí rodeado de sus amigos, recordamos las palabras del salmista: “Los que están plantados en la casa de Jehová, en los patios de nuestro Dios, florecerán. Todavía seguirán medrando durante la canicie, gordos y frescos continuarán siendo para anunciar que Jehová es recto. Él es mi Roca, en quien no hay injusticia.”—Sal. 92:13-15.
El medio inválido era Antón Koerber, de setenta y cinco años de edad, un siervo feliz y celoso de Jehová Dios por más de cincuenta años. Durante este tiempo disfrutó de una gran variedad de oportunidades de servir a su Dios Jehová y a sus semejantes, cristianos y no cristianos. Al mismo tiempo fue bendecido con una porción no insignificante de los bienes de este mundo, que usó generosamente.
Antón nació el 13 de junio de 1892, de padres luteranos en circunstancias modestas, pues su padre era cocinero de un hotel en Baltimore, Maryland. Su casa era pequeña pero limpia, y se practicaba la frugalidad, y también la disciplina. Las circunstancias permitían poco tiempo para deportes, y desde los doce años de edad Antón pasó las vacaciones escolares trabajando, primero en una tienda de abarrotes y luego en la oficina de un periódico. Las circunstancias modestas de la familia dictaron el que obtuviera un trabajo tan pronto como terminó los ocho años de la escuela primaria. Mientras trabajaba así, Antón asistía a la escuela nocturna y tomaba por correspondencia cursos de ingeniería para obtener el equivalente de una educación de escuela secundaria.
Particularmente desde la edad de catorce años fue un lector fiel de la Biblia. A los diecisiete años de edad se salió de su iglesia luterana, desilusionado. Pero no había perdido fe en Dios, en la Palabra de Dios, ni en la rectitud de los principios bíblicos. Por unos cuatro años asistió a diversos servicios eclesiásticos y hasta se interesó en una orden fraternal, buscando a Dios por si acaso lo hallara. (Hech. 17:27) Entonces un día habló con un Estudiante de la Biblia, como se conocía entonces a los testigos de Jehová. En este hombre halló a alguien que pudo contestar satisfactoriamente todas sus preguntas y que lo invitó a una de sus reuniones. Esto era lo que buscaba. Allí al fin estaba la clase de enseñanza que había estado buscando y la clase de personas que había estado buscando desde que había comenzado a leer la Biblia. En pocos meses se dedicó a Dios para hacer su voluntad y se bautizó en Fairmont, Virginia Occidental, en julio de 1913.
Antón comprendió que su llamada era celestial, con la esperanza de que, si resultaba fiel, participaría en la resurrección celestial y estaría con su Señor y Amo para toda la eternidad, tal como se promete en Revelación 20:4-6, esperanza que él siempre mantuvo brillante y de la cual siempre hablaba con felicidad a otros. Trató de compartir sus verdades recién descubiertas con sus amigos y parientes, pero como él mismo lo expresó: “Pronto descubrí que se me tomaba en sentido erróneo sin importar cuánto me esforzara por explicar y que no deseaban mi presencia si continuaba predicando.” Pero eso no desanimó a Antón, pues ¿no había advertido Jesús que eso era lo que podían esperar sus seguidores?—Mat. 10:34-36.
Tres años después se casó y se mudó a Washington, D.C., donde le nacieron un hijo y una hija. Durante la I Guerra Mundial fue arrestado y enjuiciado a causa de su objeción por conciencia a la guerra, pero el caso se mantuvo en suspensión y se abandonó cuando terminó la guerra. Ahora vio su camino despejado para entrar en la obra de predicación de tiempo cabal. Hizo esto con Guillermo N. Hall, un general de brigada jubilado, cuyo privilegio había sido acompañar al pastor Russell, el primer presidente de la Sociedad Watch Tower, en una de sus giras mundiales. Antón descubrió que Hall era un compañero servicial y un excelente soldado de Jesucristo. Viajaron por todas partes de Maryland, Virginia y otros estados del Este, colocando mucha literatura en los hogares de la gente y estableciendo grupos de estudio de la Biblia. Más tarde regresaban para fortalecerlos en la fe y para entrenarlos en el ministerio cristiano. Con el tiempo varios de estos grupos llegaron a ser congregaciones establecidas. De modo que en este sentido sirvieron mucho como el apóstol Pablo y sus compañeros. (Hech. 15:35, 36) Además de esto, fue muy activo en giras oratorias de fines de semana, pues era un orador público muy capacitado. Todo esto le trajo mucha felicidad.
Por años Antón había estado en el negocio de los seguros. Aunque puntos en cuestión como el comprar bonos de la guerra causaron relaciones tirantes con sus asociados comerciales, fue el lema “Millones que ahora viven no morirán jamás,” que entonces estaban predicando los Estudiantes de la Biblia, lo que le hizo suspender relaciones con el negocio de los seguros y entrar en el campo de los bienes raíces. En ello, gracias a sus habilidades naturales, llegó a tener mucho éxito, comprando, vendiendo, construyendo, financiando y administrando casas, hoteles, edificios de apartamientos y edificios de oficinas.
COMPRO EL TIEMPO OPORTUNO QUE QUEDABA
Antón tenía una personalidad sumamente positiva (como se manifiesta por sus éxitos comerciales), la cual utilizó con buen provecho para dar testimonio del nombre y reino de Dios. Desde el comienzo nunca perdió una oportunidad de usar sus relaciones comerciales con ese fin. Dio testimonio a todos, ricos y pobres, encumbrados y humildes. Le otorgaban respeto y algunos hasta reconocían que lo que les decía era la verdad y decían que quisieran tener la fe que él tenía. ¡Él les decía que podían tenerla con solo creer a la Biblia!
El ir en taxi con él era una experiencia. Comenzaba a hablar acerca de las condiciones mundiales y la esperanza del reino de Dios. Entonces envolvía al chofer en la conversación, y muy a menudo lograba suscribir al chofer a la revista La Atalaya. Entonces Antón entregaba el nombre y dirección a la congregación más cercana para que se regara la “semilla.” (1 Cor. 3:6) Cuando viajaba en tren durante la noche, lo cual con frecuencia exigían sus privilegios de servicio, tomaba gran interés en predicar a los porteros de los carros dormitorios, y a veces estudiaba la Biblia con ellos hasta las primeras horas de la mañana. Casi invariablemente lograba hacer que éstos también se suscribieran a la revista La Atalaya. ¡Con razón en 1955, un año representativo, obtuvo 532 suscripciones!
Aun cuando no se sentía bien de salud estaba alerta para dar un testimonio acerca del reino de Dios. Así, mientras asistía a una asamblea en Roma, le fue preciso salir de la sala de conferencias para tomar un poco de aire fresco y descansar. Precisamente entonces un auto del gobierno llegó y el chofer, un soldado uniformado, ayudó a un caballero de apariencia distinguida y a una señora a salir del auto. Inmediatamente Antón los abordó y les preguntó si podía servirles en algo. Resultó que el caballero era un senador, miembro del parlamento italiano, y que él había votado a favor de que se les permitiera a los testigos de Jehová utilizar estos terrenos para la asamblea, pues había habido alguna oposición. Ahora había venido a ver si todo estaba bien. Antón utilizó bien la oportunidad para predicarle al matrimonio, con el resultado de que el senador ordenó a su chofer soldado que entrara en la sala de conferencias y obtuviera un ejemplar de toda clase de literatura que estuviera exhibida para leerla por sí mismos él y su esposa.
ACTIVIDAD DE INTERCOMUNICACIÓN Y COORDINACIÓN
Antón Koerber también se sintió muy feliz al servir en el interés del reino de Dios estableciendo contactos comerciales de éxito, sirviendo como oficial de intercomunicación y coordinación, por decirlo así. Conseguía contratos con estaciones de radio y cadenas de radio para difundir las buenas nuevas del Reino. También prestó ayuda en la adquisición de propiedad en Brooklyn, Nueva York, en South Lansing, Nueva York, para la Hacienda del Reino y la Escuela de Galaad allí, y en Toronto, Canadá, para el hogar Betel y la fábrica allí. Aunque su experiencia y contactos comerciales fueron de gran ayuda en estos asuntos, decía que siempre confiaba en que Jehová coronara con buen éxito los asuntos.
Aun mayores fueron sus privilegios relacionados con representar la causa de Dios delante de funcionarios gubernamentales situados en Washington, D.C. Participó, allá en 1925, en pelear por licencias para estaciones de radio que eran propiedad de la Sociedad Watch Tower. Por unos veinticinco años y más se presentó delante de presidentes, miembros del gabinete y miembros del Congreso para entregarles las muchas resoluciones adoptadas por los testigos de Jehová en sus diversas asambleas, siempre teniendo presente el hecho de que era representante de Jehová a favor de sus hermanos. Se le oyó decir que jamás se presentó delante de estos hombres sin primero orar a Jehová pidiendo su dirección y fortaleza para hacer y decir lo que le fuera agradable a Él.
Cuando uno le acompañaba en sus misiones era un placer ver la manera en que muchas personas lo saludaban en los pasillos en camino a una oficina en particular; era patente que se le conocía y que se le respetaba extensamente como representante de los testigos de Jehová. Los funcionarios mismos por lo general eran bondadosos y cooperaban cuando él buscaba ayuda para los testigos de Jehová que predicaban el reino de Dios ante fuerte oposición.
En 1933, mientras su esposa y dos hijos estaban en la central de Brooklyn, Antón fue enviado como siervo regional en la parte del este de los Estados Unidos. Ayudó a organizar las congregaciones en grupos especiales de servicio. Entonces estos grupos se utilizaban para concentrarse en una ciudad en particular donde los Testigos habían sido arrestados y de otras maneras hostigados por predicar las buenas nuevas acerca del reino de Dios. Cien Testigos y más en unos veinte autos se reunían en un punto de reunión predeterminado fuera de la ciudad y luego todos descendían sobre la ciudad para predicar de casa en casa. Al mismo tiempo Antón visitaba a los funcionarios municipales y a la policía para informarles en cuanto a los derechos constitucionales que tenían los Testigos para llevar a cabo esta obra.
En 1935, fue enviado a Alemania para tratar de conseguir que las prensas de la sucursal de Magdeburgo de la Sociedad Watch Tower, que habían sido confiscadas por Hitler, fueran trasladadas a Rusia, con la esperanza de abrir una sucursal en Rusia. Esta fue una misión sumamente penosa para él, ya que lo vigilaban constantemente tanto los agentes de la Alemania nazi como los de la Rusia comunista, y ni unos ni otros les tenían cariño a los testigos cristianos de Jehová. Aunque su misión no tuvo éxito, pudo ponerse en comunicación con algunos de los Testigos en Rusia y, por supuesto, con muchos en Alemania a quienes pudo animar.
TUVO PUNTO DE VISTA CORRECTO DE LA ACTIVIDAD SEGLAR
Poco después Antón regresó a su actividad de bienes raíces, después de lo cual se hizo activo de nuevo como ministro precursor de tiempo cabal. Luego en 1952 pudo arreglar sus asuntos para poder viajar como ministro de circuito de la Sociedad Watch Tower. En esta capacidad sirvió siete años; éste fue un trabajo que le ocasionó mucho gozo. Pudo volver a visitar a muchos de los grupos que él, con el hermano Hall, había organizado originalmente muchos años antes. También disfrutó de muchos privilegios durante los años sirviendo en diversas asambleas, de circuito, de distrito, nacionales e internacionales. Sus comentarios siempre fueron muy edificantes y animadores. Les era patente a todos que se sentía muy feliz utilizando su talento al servir a Jehová.
El hecho de que Antón tuvo el punto de vista correcto acerca del trabajo seglar se manifestó de varias maneras. Una de éstas fue la generosidad que mostró hacia los que habían trabajado en el interés del reino de Dios en el servicio de tiempo cabal durante muchos años en lugares como el Betel de Brooklyn. También fue evidencia de que tuvo la perspectiva correcta la manera en que obró en un incidente que tuvo lugar hace solo unos cuantos años. Algunos de sus antiguos asociados comerciales lo abordaron —los cuales conocían bien su perspicacia comercial— con lo que consideraban una oferta comercial tentadora, una proposición en la cual podía ganar un millón de dólares. Pero para realizar esto tendría que dedicar todo su tiempo por aproximadamente un año a extensos asuntos comerciales. Meditó cuidadosamente en el asunto, pues uno puede efectuar mucho bien con un millón de dólares. Pero después de orar en cuanto al asunto pidiendo guía, dirección y el espíritu de un juicio sano, llegó a esta conclusión: “No es posible que renuncie a mis maravillosos privilegios de servir a Jehová aquí ni siquiera por un solo año, no, ni por todo el dinero del mundo. El servir a mis hermanos aquí en Washington me es más precioso, y yo sé que aquí tengo la bendición de Jehová. Sin duda ganaría un millón de dólares, pero al fin del año de esa clase de vida, ¿en qué estado espiritual, o aun físico, me hallaría?” De modo que rechazó la oferta.
A TRAVES DE MUCHA TRIBULACIÓN
La vida de Antón no estuvo libre de obstáculos o problemas. Ningún cristiano puede entrar en el Reino sin su porción de tribulación. (Hech. 14:22) A veces su muy positiva personalidad causaba desavenencias con sus hermanos, y esto resultó en que estuviera como espectador, por decirlo así, por algún tiempo. Durante este tiempo, en 1938, su esposa tuvo un ataque de parálisis y durante catorce años fue inválida postrada en cama, y su esposo y su hija la cuidaron amorosamente hasta que murió en 1952. Poco antes de que ella muriera, Antón mismo tuvo que pasar por una intervención quirúrgica por cáncer, y, aunque sufrió mucho, jamás se quejó. Tuvo una operación tras otra, de las cuales los doctores así como sus amigos allegados no esperaban que se recuperara.
En el hospital dijo a los doctores y al personal que su vida estaba en la mano de su Dios Jehová. Cuando fue por primera vez a cierto hospital aclaró su posición en el asunto de la sangre. Una de las enfermeras, oyendo lo que le dijo al cirujano, comentó impertinentemente: “Bueno, ¡quizás le administremos sangre de todas maneras!” A lo cual contestó Antón: “¡Si lo hacen tendrán que habérselas con el más grande pleito judicial que jamás hayan tenido!” No es necesario decir que no intentaron administrarle sangre. En una ocasión su cirujano y viejo amigo el Dr. Goldstein le dijo: “Antón, tu Dios Jehová es muy bondadoso contigo. No veo otra razón por la cual deberías estar vivo hoy después de todo lo que has pasado.” Muchas veces solo era por el espíritu y bondad inmerecida de Jehová y verdadera resolución que Antón podía servir en las asambleas y servir a congregaciones individuales así como en el ministerio de casa en casa y al conducir estudios bíblicos en los hogares de la gente.
Después que su amigo el Dr. Goldstein murió tuvo que hallar otros cirujanos e ir a otros hospitales. Pero gradualmente su condición empeoró tanto que la cirugía ya no prometía servir de nada. En el último hospital al cual fue llevado los doctores le eran desconocidos y querían administrarle una transfusión de sangre como primerísima cosa. Ante su negativa contraatacaron: “Bueno, si usted no quiere aceptar sangre, ¿por qué vino aquí?” Antón contestó: “Para darles un testimonio acerca de Jehová Dios, sus leyes y su reino.” Su actitud positiva atrajo el respeto de ellos, y escucharon lo que quería decirles, después de lo cual lo enviaron de regreso a casa.
Admirablemente, pudo asistir a la reunión anual de la Sociedad Watch Tower Bible and Tract de Pensilvania, celebrada en Pittsburgo, el 1 de octubre de 1967. Habría de ser su última reunión con sus hermanos en una asamblea. Se había alquilado la Arena Cívica para dicha ocasión, ya que la reunión se celebraba un domingo. Antón estuvo a la expectativa de esta reunión e hizo todo esfuerzo por estar presente. Hermanos cristianos bondadosamente lo ayudaron a subir al avión y viajaron con él. Aunque sufría mucho dolor, no se quejó y solo estaba deseoso de llegar allí para estar con sus hermanos.
En la reunión anual se puso grave después que fueron entregadas las hojas de poderhabiente, y se le tuvo que ayudar a salir por un rato, pero regresó y se quedó hasta poco antes de que terminara la reunión. Estaba interesado en observar todo el programa porque deseaba dar un buen informe a los de su congregación que no habían podido asistir. Se le ayudó a regresar a su cuarto y poco después fue a la central de la Sociedad en Pittsburgo para visitar a algunos amigos que tuvieron mucho gusto en verlo. Sin embargo, no pudo quedarse por mucho tiempo y al regresar a su cuarto de hotel sufrió una fuerte hemorragia. Esta era su condición cuando regresó a casa en Washington al día siguiente. No pudieron hacer nada más por él los médicos, y gradualmente se debilitó hasta que murió el 19 de noviembre de 1967.
Su vida de veras había sido plena y feliz. Había servido como publicador de congregación, ministro precursor, como representante viajero de la Sociedad Watch Tower, en Betel de Brooklyn y en tratos con agencias gubernamentales y organizaciones comerciales. Viajó por todos lados en el servicio de la Sociedad, tanto en los Estados Unidos como en el extranjero, representó a sus hermanos en casos judiciales y fue sumamente generoso también de manera material. Ciertamente tuvo la bendición de Jehová, como se manifestó, por una parte, por su celo, su amor a Jehová y su gozo, y, por otra parte, por el fruto de su trabajo.
Tuvo la bendición de ‘echar su pan sobre las aguas y verlo regresar a él después de muchos días’ en la forma del amor de los hermanos a quienes había ayudado a llegar a un conocimiento de la verdad y de otras maneras. (Ecl. 11:1, 2) Igual que el apóstol Pablo, pudo señalar a compañeros cristianos como sus cartas de recomendación. Y aunque sus fieles asociados lo echan de menos, se regocijan al saber que a él también aplican estas palabras inspiradas que registró el apóstol Juan: “Felices son los muertos que mueren en unión con el Señor desde este tiempo en adelante. Sí, dice el espíritu, que descansen de sus labores, porque las cosas que hicieron van junto con ellos.”—Rev. 14:13; 2 Cor. 3:1-3.