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  • ‘Sufriendo el mal como soldado de la clase correcta’
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1969
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1969
w69 15/3 págs. 186-190

‘Sufriendo el mal como soldado de la clase correcta’

Según lo relató Gerhard Oltmanns

‘A TODA costa obedeceremos las leyes de Dios aunque esto signifique perder la vida y continuaremos reuniéndonos para adorar. Si su gobierno nos oprime tendrá que rendirle cuentas al Dios Todopoderoso.’ Estos fueron los pensamientos de conclusión de una resolución que se recibió en la Cancillería del Tercer Reich el 7 de octubre de 1934. Centenares de copias del mismo mensaje vinieron de congregaciones de los proscritos “estudiantes sinceros de la Biblia,” conocidos en otros países como testigos de Jehová.

Nunca olvidaré ese día, porque a las diez de la mañana nos habíamos reunido para orar, y luego, después de tratar sobre ello, resolvimos unánimemente enviar este mensaje al gobierno de Hitler. Jamás podríamos seguir a Hitler como caudillo, ni reconocerlo como tal, porque ya habíamos emprendido el ser ‘excelentes soldados de Jesucristo,’ el genuino “caudillo y comandante a los grupos nacionales” dado por Dios. (2 Tim. 2:3; Isa. 55:4) Para mí especialmente fue una ocasión conmovedora.

Pues, me había puesto en contacto por primera vez con los estudiantes de la Biblia en mayo de 1924. Sucedió cuando estaba ayudando a uno de mis compañeros de trabajo a mudarse a otra casa. Me topé con una mandolina vieja, y sin ningún motivo en absoluto me puse a rasguear en ella en tono bajo el himno antiguo: “Alabad al Señor, Poderoso Rey de gloria.” Eso bastó. Pronto nos enfrascamos en una seria consideración de la Biblia, porque el compañero de trabajo resultó ser estudiante de la Biblia. Yo había sido criado luterano, pero no pude menos que quedar impresionado por el conocimiento bíblico que él tenía. Sin embargo, superficialmente no mostré estar de acuerdo con sus ideas.

Entonces llegaron libros por correo —uno tras otro— los siete tomos de una obra intitulada “Estudios de las Escrituras,” escrita por Carlos T. Russell. Comencé a leerlos en momentos casuales. Después aparté más tiempo para estudiarlos. Al fin seguía leyendo hasta muy entrada la noche. A veces me sentía verdaderamente encolerizado por el desenmascaramiento del luteranismo. En otras ocasiones estaba completamente de acuerdo con el escritor.

Alrededor de este tiempo convine en ir a oír a un famoso orador, un sacerdote católico, que iba a hablarle a un grupo de veteranos de la I Guerra Mundial, muchos de los cuales todavía eran jóvenes. Hizo alarde de su trabajo de salvar almas en las trincheras. Pero lo que dijo acerca de un joven que, en su hora de morir, rehusó recibir los servicios sacerdotales me pareció realmente ofensivo. El hombre que agonizaba le dio la espalda al sacerdote. “De modo que,” declaró el orador, “le grité en el oído: ¡Que el Diablo se lleve su alma pecaminosa al infierno!” Mi repugnancia ante tal comportamiento anticristiano me impulsó a escribir a las oficinas de la Sociedad Watch Tower y pedir cincuenta folletos sobre el tema “Infierno: ¿qué es? ¿quiénes están allí? ¿pueden salirse?” Sin darme cuenta de ello me había encaminado a hacerme testigo activo de Jehová.

En 1925 mi trabajo seglar me llevó al vecindario de Oldenburg. Allí localicé la congregación de los testigos de Jehová y me asombré cuando el ministro presidente me recibió como si supiera que yo iba a venir. Cuando le pregunté cómo sabía acerca de mí, dijo: “La oficina de la Sociedad nos ha escrito acerca de usted. Lo hemos estado esperando. Nos alegra que haya venido.” Poco después, tuve la oportunidad de simbolizar mi dedicación a Jehová Dios por bautismo en agua.

En 1928 me casé con una celosa estudiante de la Biblia que ha continuado conmigo hasta el día presente, mi compañera de la vida y mi “soldadera.” Entretanto, no dudábamos que habría de librarse una guerra espiritual, porque gran parte del territorio en el cual predicábamos estaba poblado por católicos. No se garantizaba actividad pacífica. La propaganda en los periódicos comenzó a esparcir mentiras contra nosotros. No obstante, seguimos esparciendo el mensaje del Reino en poblaciones, aldeas y secciones rurales.

SE INTENSIFICA LA LUCHA

¡Cuán felices nos sentimos por haber trabajado tan cabalmente y tan concienzudamente hasta la primavera de 1933! Pues ahora la venida del gobierno de Hitler descollaba como la advertencia de negras nubes tempestuosas. ¿Perseveraríamos en medio de condiciones malas? Ahora que nuestra obra estaba amenazada y perturbada por los partidarios de botas de color café del “régimen de paz de mil años” de Hitler, ¿todavía seguiríamos la dirección de nuestro Caudillo que estaba en el cielo, Cristo Jesús?

Se ejerció presión contra nosotros. Nuestra familia que se componía de cuatro miembros fue echada de nuestro alojamiento, y a menudo no teníamos alimento. Todavía conservo el documento oficial del presidente del gobierno, del cual cito: “Mientras continúe con estas opiniones usted mismo tiene que atender al bienestar de su familia.” Oramos para poder aguantar sin transigir. Resistimos al adversario. Y, precisamente cuando parecía que no había salida, Jehová vez tras vez nos enviaba ayuda.

Las condiciones me obligaron a mudarme de un lado a otro y a aceptar hasta trabajo de la clase más laboriosa. Por ejemplo, en 1934 trabajé de mozo de hotel, de lavaplatos y más tarde como ayudante en la refresquería de la isla de Heligoland en el mar del Norte, a 200 kilómetros de mi casa. Pero aun en esta fecha tardía todavía nos las arreglábamos para conseguir la revista La Atalaya. ¡Qué bendición! Y nos enteramos de la razón por la cual el pueblo de Jehová tiene que aguantar, aunque sea probado hasta el límite. El nombre y la soberanía de Jehová estaban en disputa. Teníamos el privilegio de probar que Satanás es mentiroso en su afirmación desafiadora de que Dios no puede poner a un hombre en la Tierra que permanezca fiel bajo persecución.—Job 1:9-11.

‘PRISIONEROS POR EL SEÑOR’

El 4 de junio de 1938 caí en las garras de la Gestapo. Fui sentenciado por un tribunal especial en Hannover y cumplí la condena en seis diferentes prisiones. Durante casi veinte meses quedé privado de toda asociación con compañeros Testigos, a veces hasta incomunicado. Tuve que sacar de mi almacén de conocimiento bíblico para sustentarme espiritualmente. Un día un guardián amigable introdujo en mi celda una Biblia. Me acordé del ángel que le trajo sustento a Elías... ¡tan inesperado fue! (1 Rey. 19:5-8) Fue tan consolador meditar sobre el motivo por el cual estaba sufriendo... porque no me había dejado intimidar o acallar, y rehusé esconder los dichos de Jehová, el Santo.—Job 6:10.

Lo más peligroso eran las personas mundanas que trataban de ofrecer consejo en aquellos días. Un ex-recluso de un campo de concentración, un preso político, a quien yo le había dado el testimonio acerca del Reino, describió sus propias experiencias y dijo: “Sé listo y firma. De 400 Testigos que había en nuestro campo, cada día quince que habían rehusado firmar recibían tratamiento ‘infernal.’” Pero yo bien sabía cuál proceder honraría a Jehová.

En enero de 1940 fui a dar al campo de Sachsenhausen, cerca de Berlín. Aquí encontré a otros 400 Testigos. Desde marzo de 1938 habían estado aislados y se les habían negado los derechos de que disfrutaban otros prisioneros. Nada de periódicos ni libros y, al principio, nada de cartas. Más tarde, se permitía una carta de cinco líneas por mes. Los escarnecedores se mofaban: “¿Dónde está su Jehová ahora?” También hubo bajas. Un anciano murió en mis brazos, fiel hasta la muerte. Sus últimas palabras fueron para animarnos a permanecer firmes.

Y todavía había oportunidades de dar testimonio acerca del Reino. Por ejemplo, a treinta de nosotros, Testigos, nos destacaron para ayudar a construir un nuevo cuartel general del SS en Berlín. Al terminar una conversación que tuve con un líder del SS, sucedió que dije: “Señor, usted es un soldado. Yo también soy un soldado.” Tenía presente 2 Timoteo 2:2-4. Después de eso en tiempos difíciles me ayudaba diciendo a sus hombres: “Dejen en paz a Oltmanns. ¡Oltmanns es un soldado!”

En la primavera de 1941 se compuso la que ahora es el cántico “¡Adelante, Testigos!” Jehová verdaderamente nos estaba fortaleciendo para continuar impávidos. Junto con el apóstol Pablo podíamos declarar con confianza: “Se nos oprime de toda manera, . . . nos hallamos perplejos, . . . se nos persigue, . . . se nos derriba, pero no se nos destruye.”—2 Cor. 4:8, 9.

Nos llegó un poco de alivio en septiembre de 1941. A mediodía oímos esto por los altoparlantes del campo: “Testigos de Jehová, estudiantes de la Biblia, ¡atención! ¡Solo cinco minutos para comer y luego a andar inmediatamente!” Se nos permitió salir de la zona de castigo donde habíamos estado aislados de otros. Ahora íbamos a ser tratados como otros reclusos del campo. Llegamos a ser deseados como trabajadores confiables. “Se les debe ganar con lisonjas, puesto que solo se hacen más resueltos bajo presión”... así se dijo en una carta del SS. “También los necesitamos después de la guerra para que se establezcan en el este donde puedan predicar el evangelio de paz a los pueblos eslavos.”

Seguimos, entonces, con nuestros estudios de congregación. De hecho, algunos de los guardias de las torres esperaban con deleite esto, porque nos oían cantar canciones folklóricas, luego una canción de Sion, seguida de oración y de nuestro estudio. Pero un día vino un nuevo superintendente de la sección. ¿Podríamos tener nuestro estudio como de costumbre? ¿Por qué no? Oramos tocante a ello, y luego proseguimos. De repente, en medio de nuestro estudio del capítulo 11 de Daniel, se abrió la puerta del salón y allí estaba nuestro nuevo líder de la sección. Yo creo que él se sorprendió más que nosotros. Se quedó callado por un minuto más o menos y luego hizo un ademán de que podíamos seguir. ¡Con qué entusiasmo cantamos nuestro cántico de conclusión!

En agosto de 1942 fuimos traicionados por un miembro de una secta de la cristiandad. Una mañana todo fue registrado, incluso los sacos de paja en que dormíamos. Hallaron bastante literatura. Luego recibimos el castigo... quince de nuestro grupo recibieron veinticinco azotes. Un hermano muy maduro, que trató de echarse la culpa para proteger a los otros, recibió cincuenta azotes. Después todos tuvimos que cargar piedras pesadas a paso redoblado.

En marzo de 1943 nos metieron en vagones para ganado, cuyas ventanas estaban equipadas con alambre de púas, y nos llevaron por ferrocarril a través de Bélgica y París hasta la pintoresca Saint-Malo. Aquí vimos palmeras por primera vez. Nos transportaron hasta la isla británica de Alderney, ocupada en aquel tiempo por el ejército alemán. ¡Qué refrescante fue esta travesía después de todos aquellos meses de encierro! En esta isla pedregosa alguien me dio una Biblia en inglés, un diccionario alemán-inglés y los libros Gobierno y Reconciliación. Los guardias del SS pensaban que yo estaba estudiando el idioma, pero en realidad nuestro grupo de nuevo estaba siendo vigorizado espiritualmente.

UN PUNTO DECISIVO

Entonces vino la invasión por los Aliados en 1944. La agonía del “Reich de mil años” empezaba, y hasta nosotros podíamos percibir eso. Tres semanas más tarde una de las últimas naves alemanas que salió de Cherburgo nos llevó a bordo y nos transportó a la asoleada isla de Guernesey. Se había planeado hundir la nave con toda su carga de prisioneros impotentes, pero el capitán no estuvo de acuerdo. Con el tiempo llegamos a Jersey, y unos cuantos días después un buen timonel nos llevó a través del bloqueo de los Aliados y nos hizo desembarcar de nuevo en Saint-Malo.

Luego comenzó una carrera en tren a través de Europa. Pilotos aliados trataron de acabar con la locomotora, pero se abstuvieron de bombardear los vagones, porque llevaban prisioneros de guerrillas y prisioneros norteamericanos, así como nuestro grupo. A través de Francia la gente mostró mucha bondad; a menudo nos daban excelente vino cuando pedíamos agua. Sin embargo, es triste decir que algunos de nuestros hermanos murieron en este viaje. En un lugar tres Testigos fueron enterrados en una sola sepultura. Sus cuerpos carnales ya no pudieron aguantar, aunque espiritualmente estaban fuertes.

Pasaron las semanas. Viajamos a través de Flandes, Holanda y Alemania. Tampoco nos detuvimos allí. Nuestros apresadores nos llevaron acá y allá a través de Checoslovaquia, y finalmente al campo Munnigholz, en Steyr. ¡Cuán agradecidos estuvimos cuando llegó el mes de mayo y pudimos ver que ondeaba la bandera blanca! Lloramos de gozo. Anhelábamos ver de nuevo a nuestras familias. ¿Todavía vivían? Y luego queríamos volver nuevamente a la lucha cristiana, la guerra espiritual para la cual nos habíamos alistado como soldados. Pero el tránsito se había estancado. El país había quedado devastado.

Felizmente encontramos un camión viejo del ejército y lo reparamos. También hicimos un estandarte que decía: “Testigos de Jehová de regreso de los campos de concentración.” Con este estandarte y con ramas de abedul, y todavía con nuestra ropa con rayas de la prisión, nosotros, cincuenta Testigos, viajamos gozosamente a través de Baviera y Sajonia hasta Leipzig. Allí nos despedimos, y, como había prometido previamente, regresé a casa puntualmente por la noche. Era el 4 de junio... ¡exactamente siete años después que la Gestapo me había arrestado!

REGRESO A CASA... PERO NO CON LICENCIA

Los niños también estaban a salvo en casa cuando llegué. Fue conmovedor leer el informe del juez acerca de ellos, cuando solo tenían doce y nueve años de edad. “No diremos Heil Hitler,” habían dicho. “No saludaremos la bandera de Hitler. No ingresaremos en la B.D.M. aunque sabemos que no se nos permitirá quedarnos con mamá. Nuestro padre está en un campo de concentración porque cree en Dios. Los pastores también dicen que creen en Dios, pero no están en campos de concentración, porque están transigiendo.” Ciertamente habían sido bendecidos con una madre amorosa que estudiaba valerosamente la Palabra de Dios con ellos diariamente.

Pero éste no era tiempo para una licencia. Por medio de su organización Jehová estaba llamando a todos los soldados de Cristo para que permanecieran despiertos y activos. Tuve el privilegio de ser nombrado representante viajero especial de la Sociedad Watch Tower en el noroeste de Alemania. ¿Podría llevarlo a cabo? Un corazón débil no era estímulo para mí. Sin embargo, Jehová contestó nuestras oraciones, y los hermanos en todas partes nos animaban hasta lo sumo. De hecho, las congregaciones de los testigos de Jehová estaban brotando como hongos después de una calurosa lluvia de verano.

¡Y cómo se ha mantenido rebosando nuestra copa desde entonces! El servicio se restableció en 1947; nuestra primera gran asamblea después de la guerra fue en Cassel en 1948; el magnífico e inefable gozo de atravesar en avión el océano en 1950 para la enorme asamblea “Aumento de la Teocracia” en el Estadio Yankee de la ciudad de Nueva York, donde setenta de nosotros de Alemania estuvimos presentes. Habíamos salido de una prueba ardiente. Ahora nuestra copa de bendición estaba rebosando.

Inolvidables, también, fueron las asambleas de Nuremberg, que se celebraron en el campo del partido del Reich. Las 144 columnas vinieron a ser símbolos de la victoria del reino triunfante de Dios bajo el cetro y corona de su Rey nombrado, Cristo Jesús. En 1955 más de 107.000 súbditos leales de ese “Caudillo y Comandante” llenaron estos terrenos y cantaron cánticos de alabanza a Jehová de los ejércitos. Desde la torre contemplé este enorme gentío y se me saltaron lágrimas de gozo. Bajo Cristo el Rey multitudes estaban aprendiendo a hacer lo que ninguna organización religiosa o política mundana había podido hacer... unir a gente de todas las naciones en paz y en cooperación amorosa.

Ustedes, jóvenes, que se encuentran sin trabas en el umbral del servicio de tiempo cabal, no digan: “No estoy capacitado para servir,” o, “Es demasiado para mí.” Avancen en la fuerza de Jehová. El los sostendrá y los fortalecerá tal como hizo con una “nube de testigos,” tanto en tiempos antiguos como en tiempos modernos. Tengan presente que los verdaderos adoradores de Dios son guerreros, porque vivimos en medio de un mundo extranjero, enemigo. Hasta que la victoria final de Jehová acabe para siempre con la entera organización de Satanás, es el privilegio de ustedes así como el nuestro el ser ‘excelentes soldados de Jesucristo,’ dispuestos a luchar teocráticamente y a aguantar.

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