Preguntas de los lectores
● ¿Cómo, al mostrarle bondad a una persona que le tiene odio a uno, le ‘amontona uno brasas sobre la cabeza,’ según se declara en Proverbios 25:21, 22?—EE. UU.
Proverbios 25:21, 22 dice: “Si el que te odia tiene hambre, dale pan de comer; y si tiene sed, dale agua de beber. Porque son brasas las que estás amontonando sobre su cabeza, y Jehová mismo te recompensará.”
Este consejo de hacer el bien a nuestros enemigos tiene muchos paralelos en las Escrituras. Así, la ley de Moisés exigía lo siguiente: “Si encontrares el toro de tu enemigo o su asno que anda extraviado, sin falta has de devolvérselo. Si vieres el asno de alguien que te odia echado debajo de su carga, entonces debes guardarte de dejarlo. Junto con él sin falta has de librarlo.”—Éxo. 23:4, 5.
Jesucristo nos exhorta en el mismo sentido: “Continúen amando a sus enemigos y orando por los que los persiguen; para que demuestren ser hijos de su Padre que está en los cielos.” De manera semejante, el apóstol Pablo escribió: “Sigan bendiciendo a los que los persiguen; estén bendiciendo y no maldiciendo.”—Mat. 5:44, 45; Rom. 12:14.
Pero, ¿no parecen contradecir el espíritu de bondad que se hace patente en el Pro. 25 versículo 21 las palabras de Proverbios 25:22, “son brasas las que estás amontonando sobre su cabeza”? No, no podemos llegar a esa conclusión, porque esas palabras no solo fueron escritas por un sabio, sino que las escribió bajo el poder de la inspiración divina, con la ayuda y la dirección del espíritu santo de Jehová. De modo que tienen que tener sentido.
Es muy probable que la metáfora o expresión figurada utilizada aquí se base en el método de fundir metales de tiempos antiguos. En el horno no solo había un lecho de brasas sobre el cual se colocaba el mineral, sino que también encima del mineral se colocaba un montón de brasas. El amontonar brasas encima del mineral ayudaba a ablandarlo y así a separar el metal de la escoria. Por eso, al hacerle obras bondadosas a un enemigo necesitado, a un tiempo cuando sería más probable que lo apreciara, uno puede esperar ablandar al enemigo, hacer que sienta remordimiento y vergüenza, y quizás hasta sacar a flote lo bueno que haya en él.
Es evidente que este amontonamiento de brasas sobre la cabeza de un enemigo no tiene el propósito de producir un efecto malo, sino provechoso, por lo que dice el apóstol Pablo inmediatamente después de citar este proverbio mismo. Sus siguientes palabras son: “No te dejes vencer por el mal, sino sigue venciendo el mal con el bien.”—Rom. 12:20, 21.
Pero supongamos que estas brasas figuradas no ablanden el corazón del enemigo, entonces ¿qué? Entonces hay el consuelo y la satisfacción de las palabras de conclusión de Proverbios 25:22: “Y Jehová mismo te recompensará.” Esta promesa en sí muestra que las “brasas” no tienen el propósito de causar daño al enemigo ni indican que uno se deleitaría en la incomodidad del enemigo. Si hacemos lo noble y correcto, entonces, sea que otros lo aprecien o no, y sea que personalmente saquemos provecho de ello o no, directa o inmediatamente, podemos estar seguros de que Jehová Dios toma nota de ello y nos recompensará a su debido tiempo. ¿Y no es Él aquel a Quien servimos y tratamos de agradar?
● ¿No le mostró Jesús falta de respeto a su madre al decir: “¿Qué tengo que ver contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora”?—C. B., EE. UU.
Jesús dijo esto en un banquete de bodas en Caná al principio de su ministerio. Dice el relato: “Cuando faltó el vino, la madre de Jesús le dijo: ‘No tienen vino.’ Pero Jesús le dijo: ‘¿Qué tengo que ver contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora.’ Dijo su madre a los que servían: ‘Todo cuanto les diga, háganlo.’”—Juan 2:3-5.
Primero, consideremos el uso que Cristo dio al término “mujer.” En habla moderna, el que uno se dirigiera a su madre diciéndole “mujer” pudiera parecer irrespetuoso. No obstante, como hace notar el traductor E. J. Goodspeed, la palabra griega que se usa en Juan 2:4 “no muestra tanta frialdad como [la palabra moderna “mujer”] ni tanto cariño como” madre. Tiene un alcance extenso de fuerza y, como se usa en el caso que se encuentra aquí, lleva cierto grado de respeto o cariño.—Greek-English Lexicon por Liddell y Scott.
Tanto los ángeles como Jesús resucitado usaron esta palabra al dirigirse a María Magdalena cuando ésta lloraba de dolor junto a la tumba de Cristo; ciertamente ellos no habrían sido duros o irrespetuosos. (Juan 20:13, 15) Y en el madero Cristo usó el mismo tratamiento al dirigirse a su madre cuando mostró su interés cariñoso en ella, poniéndola al cuidado de su amado apóstol Juan. (Juan 19:26; vea también Juan 4:21; Mateo 15:28.) Por consiguiente, Jesús no estaba siendo irrespetuoso cuando usó esta palabra en Caná. Más bien, podemos estar seguros de que al hablarle estuvo consciente de su obligación bíblica de honrarla, así como más tarde se lo recalcó a los escribas y los fariseos.—Mat. 15:4.
La expresión: “¿Qué tengo que ver contigo?” es una antigua forma de pregunta que se encuentra a menudo en la Biblia. (2 Sam. 16:10; 1 Rey. 17:18; 2 Rey. 3:13; Mar. 1:24; 5:7) Se puede traducir literalmente: “¿Qué tenemos [o, tengo] en común [contigo]?” y es una forma repelente. Su severidad, por supuesto, dependería del tono en que se dijera. Indica objeción a lo que se sugiere.—Compare Esdras 4:3 y Mateo 27:19.
Cuando Jesús usó esa expresión ya era el Cristo y el Rey designado de Dios. No era un hijo joven que viviera en la casa de su madre y bajo su supervisión inmediata. Ahora aceptaba sus instrucciones de Dios que lo había enviado. (1 Cor. 11:3) En consecuencia, cuando su madre, por su declaración, de hecho se puso a decirle qué hacer, Jesús resistió u objetó. Tocante a su ministerio y milagros no había de ser dirigido por amigos o familia. (Juan 11:6-16) La respuesta de Cristo mostró que cuando fuese tiempo para que él actuara en cierta situación, lo haría. Él sabía el tiempo para actuar en este asunto y no había necesidad de que lo aguijonearan.
Evidentemente María no consideró las palabras de Jesús como reprensión dura, sino que entendió su tono. Sabiamente dejó el asunto en las manos de su hijo. Pudiera agregarse que “en el griego cualquier brusquedad de la pregunta era atemperada, no acrecentada, mediante el uso de la palabra [mujer] con ella, como término de cariño o respeto.”—Problems of New Testament Translation, pág. 100.