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  • Deseosa de conocer a mi Magnífico Creador

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  • Deseosa de conocer a mi Magnífico Creador
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1970
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1970
w70 15/10 págs. 633-636

Deseosa de conocer a mi Magnífico Creador

Según lo relató Anna E. Zimmerman

ESTOY agradecida por los sesenta y tres años desde que dediqué mi vida a mi Magnífico Creador. Más de cincuenta y ocho de esos años los he pasado en su servicio de tiempo cabal. ¡Qué privilegio ha sido! No obstante, sigo recordando la actitud correcta que recomendó Cristo Jesús y que expresó con las palabras: “Somos esclavos que no servimos para nada. Lo que hemos hecho es lo que debíamos haber hecho.”—Luc. 17:10.

¿Se interesaría en saber lo que me llevó a adoptar la vida de ministra de tiempo cabal de las “buenas nuevas del reino”? Bueno, nací en la aldea de Blue Ball al este de Pensilvania en 1895 y me crié en la población cercana de New Holland. Fue aquí en mi niñez temprana, cuando a menudo admiraba la belleza de los cielos estrellados, que comenzó a aumentar el deseo que tenía de saber más acerca de mi Magnífico Creador. Como David de la antigüedad me maravillaba de cómo ‘los cielos declaraban la gloria de Dios.’ Pero, ¿cómo podría llegar a conocerlo mejor? Mis padres no tenían conocimiento alguno acerca del propósito de Dios. Ni siquiera sabían si tenía nombre.—Sal. 19:1.

INVESTIGANDO PARA SABER

Pronto me di cuenta de que mi padre también estaba buscando la verdad acerca de Dios y sus propósitos. A menudo alcanzaba a oírlo comentar a mi madre: “Sé que no tenemos la verdad sobre la Biblia, pero sé que alguien en algún lugar la tiene, y buscaré hasta hallarla.” Cada domingo iba a una iglesia diferente y se quedaba después de los servicios para hacer preguntas a los ministros sobre el “infierno,” la “inmortalidad del alma” y la “trinidad.” Cuando regresaba mi madre y yo siempre le hacíamos la pregunta: “¿Hallaste la verdad?” Su respuesta siempre era: “No.”

Recuerdo que en una ocasión corrí tras una señora y su esposo que se dirigían a la estación del ferrocarril. Pues, el caso es que habían dejado un tratado en nuestra puerta, y al entregárselo a mi padre, él comentó: “Quizás tengan la verdad.” Eso me bastó. Salí tras ellos y cuando los alcancé le cogí la mano a la señora y los invité a regresar porque “mi papá dice que quizás tengan ustedes la verdad sobre la Biblia.” ¿Puede usted imaginarse lo sorprendidos que estuvieron?

Hasta les ofrecí alojamiento por una noche, cena y desayuno. La señora me preguntó mi edad. Le contesté: “Tengo nueve años de edad.” Difícilmente se les podría culpar por haberse excusado.

POR LA SENDA CORRECTA

A principios de la siguiente primavera, de 1905, un Estudiante de la Biblia solicitó trabajo en la oficina de mi padre. Él recibió el trabajo y nosotros recibimos la verdad. Mi padre lo trajo a casa para almorzar ese día y nos lo presentó. ¡Cuán emocionada estuve cuando oí decir a mi padre: “¡Al fin hemos hallado la verdad!” Parece que habían estado considerando la Biblia desde las siete de aquella mañana. El resto del día y eran parte de la noche tuve el gozo de estar sentada oyéndolos conversar. Al fin aprendimos que el nombre de Dios es Jehová y que sí tiene una congregación en la Tierra.

Poco después, nos enteramos de que Carlos T. Russell, el primer presidente de la Sociedad Watch Tower, iba a efectuar una gira por el Canadá y los Estados Unidos, hablando sobre el título llamativo “Ida y vuelta al infierno.” Se hicieron arreglos para incluir nuestra ciudad de Lancaster en su itinerario. Se anunció extensamente el discurso, hasta con letreros enfrente de cada tranvía, dando prominencia al título insólito, que divirtió a muchos. Pero el Teatro de la Opera quedó atestado, y tanto interés se manifestó que poco después se organizó una congregación.

Parientes, amigos y muchos otros pronto se interesaron y dedicaron su vida a Jehová. Fue en 1907 que me bauticé en símbolo de mi dedicación. Esto fue en Norfolk, Virginia, donde el pastor Russell pronunció el discurso bautismal.

Mi siguiente meta era emprender el ministerio de tiempo cabal como publicadora “precursora” de las “buenas nuevas.” Sin embargo, todavía me faltaban algunos años de escuela. Redimí el tiempo participando con regularidad en el estudio bíblico. En particular disfrutaba de leer La Atalaya tan pronto se publicaba cada número. A menudo se los leía en voz alta a mi madre mientras preparaba la fruta y las legumbres para envasarlas o hacía otros quehaceres domésticos. ¡De qué banquete diario disfrutábamos!

Alrededor de este tiempo nos mudamos a la ciudad de Lancaster. Aquí disfruté de participar en la distribución de tratados. Nos levantábamos los domingos temprano por la mañana, dejábamos un tratado debajo de cada puerta, y regresábamos a casa a tiempo para almorzar y prepararnos para asistir a nuestra reunión de estudio bíblico. A menudo solíamos repartir tratados cuando viajábamos en los trenes también. Esto produjo muchas experiencias interesantes. Mis últimas dos vacaciones escolares las pasé visitando los hogares de la gente con ayudas para el estudio de la Biblia intituladas “Estudios de las Escrituras,” publicaciones encuadernadas en tela que se dejaban al costo con las personas que se interesaban en tenerlas.

MINISTERIO DE TIEMPO CABAL

En enero de 1912 emprendí el ministerio de tiempo cabal como “repartidora,” como se les llamaba entonces a los publicadores “precursores.” ¡Fue maravilloso el ‘siempre tener mucho que hacer en la obra del Señor’! (1 Cor. 15:58) Y el usar uno así su vida siempre mantenía la mente lista para más y más investigación de las características, los principios y los propósitos del Creador. Parecía que uno realmente caminaba y se comunicaba con Jehová. ¡Y qué gozo estar ‘de día en día anunciando las buenas nuevas de salvación’!—Sal. 96:2.

El primer territorio que se me asignó abarcaba a York, Pensilvania, y varias otras poblaciones. En un lugar surgió un verdadero problema... en casa tras casa no encontrábamos a nadie a través de una zona grande. Casi todos trabajaban en las fábricas de cigarros. La solución del problema estribó en abordar a los gerentes de las fábricas y luego obtener permiso para hablar brevemente con cada empleado. Obtuve pedidos para los tres tomos de Estudios de las Escrituras. Luego el suspenso. ¿Tomarían los pedidos las personas que los habían hecho cuando llegara el día de pago? Felizmente, casi todos lo hicieron.

En una asignación, sin saberlo obtuve una habitación en una casa “embrujada.” Regresando a casa una noche más temprano de lo que había esperado y averiguando que los otros inquilinos todavía estaban de vacaciones, subí a mi habitación en el tercer piso. Al cerrar la puerta oí un sonido sobrenatural... algo semejante a los fuertes pasos de animales enormes que estuvieran subiendo los dos tramos de escalera hacia mi habitación. Entonces vi que la perilla de la puerta se movió. ¡Cuán contenta estuve en ese instante de recordar el haber leído el folleto de la Sociedad Watch Tower sobre “espiritismo” muchos años antes!

Sin demora oré a Jehová por protección. Tomé una Biblia y, mirando hacia el vano de la puerta y golpeando el piso con el pie para dar énfasis, dije con un tono positivo y claro: “¡En el nombre de Jehová te exijo que te vayas y nunca vuelvas!” Inmediatamente pude oír movimientos inciertos en el pasillo, luego se abrió una ventana y hubo el sonido de una brisa fuerte e impetuosa, y la ventana se cerró de golpe. ¡Cuán agradecida le estuve a Jehová por el consejo y la ayuda que había provisto por medio de su congregación! Me determiné a nunca descuidar información alguna de la que él tan amorosamente hace disponible.

A fines del otoño de 1933 tuve el gozo de ver a mis padres unirse a mí en el servicio de tiempo cabal. Verdaderamente perseveraron en ello fielmente hasta que terminaron su derrotero en la muerte. Sus comentarios frecuentes indicaban que el tiempo en el servicio de precursor les había resultado los años más felices de todos.

GOZOS DE PRECURSORA ESPECIAL

En 1942 se me invitó a efectuar servicio de precursora especial, que significa emplear 150 horas cada mes en predicar la Palabra de Dios y organizar tantos estudios bíblicos de casa como sea posible. Todavía disfruto de ese privilegio... a veces plantando semilla y en otras ocasiones regando semilla ya plantada. Siempre es conmovedor comprender que es “Dios que lo hace crecer.” (1 Cor. 3:7, 9) ¿Por qué? ¡Porque eso realmente nos hace colaboradores con Dios! ¡Cuán grandioso es conocerlo tan bien!

En Williamsburg, Virginia, tuve el privilegio de participar con otros en formar una nueva congregación de adoradores de Jehová. Aquí conduje dos estudios bíblicos en casas donde los esposos acababan de salir del ejército, y ahora ambas familias estaban mudándose al lejano oeste. Sin embargo, ambas familias buscaron a los testigos de Jehová y continuaron estudiando en sus nuevos hogares en el oeste. ¿Y dónde cree usted que los encontré de nuevo? Sí, en una de nuestras asambleas grandes en Nueva York. Ahora ambos matrimonios están bautizados, y un marido y su mujer están en el ministerio de precursores.

ÁNGELES GUARDIANES

Mientras más he llegado a conocer a mi Creador más confianza he obtenido en el cuidado abrigador con que él rodea a los que le sirven de corazón. Se precisa fe para enfrentarse con éxito a muchas de las experiencias que se encuentran en la obra de predicar el Reino. Pero la seguridad de Jehová a los que lo hacen es: “El ángel de Jehová está acampado todo alrededor de los que le temen, y los libra.”—Sal. 34:7.

Recuerdo vívidamente una experiencia en la cual verdaderamente necesité fe en esta promesa. Fue en el condado de Culpeper, Virginia. Mientras estaba sentada en mi auto terminando de almorzar y absorta en leer un ejemplar de La Atalaya, súbitamente me di cuenta de que dos brazos largos se habían introducido en el auto, una mano cerca de mi garganta, la otra detrás de mi cuello, con los dedos doblados y listos para apretarme. Inmediatamente le pedí ayuda a Jehová. El hombre alto se quedó inmóvil.

Mientras me las arreglaba para que mi cuello quedara fuera de su alcance mantuve ocupada su mente diciéndole que por lo regular leo La Atalaya mientras almuerzo, que realmente disfruté del artículo que acababa de leer que habla de las bendiciones que pronto traería el reino de Cristo, condiciones en las cuales nada dañará ni asustará. Teniendo yo el cuello libre ahora, pero estando todavía dentro de mi auto los brazos del hombre, puse a funcionar el motor del auto, diciendo: “Es preciso que me vaya ahora. Tuve gusto en hablar con usted.” Al decir yo esto, él se echó para atrás, dejó caer los brazos y lo último que alcancé a ver de él con mi espejo de retrovisión fue que todavía estalla de pie allí como una estatua de piedra.

Recordé esta experiencia por mucho tiempo, pero tuvo el efecto de darme la sensación de relación más estrecha con el Creador. Sabía que Dios protegería a sus siervos y les daría fuerza para aguantar bajo todo mal.

Al meditar en los años que empleé en familiarizarme con Jehová, tengo muchos privilegios gozosos que relatar. Fui precursora en once diferentes estados así como en el Distrito de Columbia. He visto crecer más y más a la familia de adoradores de Jehová de modo que hoy hay centenares de miles que abrigan la esperanza de ser salvados a través del Armagedón que destruirá a este mundo inicuo y vivir para siempre en este hermoso hogar terrestre.

Sin embargo, puedo discernir que todavía hay mucho que aprender acerca del Creador amoroso. En el corazón todavía soy aquella niñita que miraba el cielo estrellado y se preguntaba acerca de la Gran Persona que hizo todas las cosas tan bien, tan hermosas, tan deleitables para los ojos de sus hijos e hijas terrestres. Jamás quiero renunciar al precioso tesoro de servir a mi Creador. El salmista ha expresado muy aptamente el deseo de mi corazón: “Una cosa he pedido a Jehová... es lo que buscaré, que pueda morar en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la agradabilidad de Jehová y para mirar con aprecio a su templo.”—Sal. 27:4.

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