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  • ‘Recomendándonos como ministros de Dios’
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1972
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1972
w72 15/9 págs. 569-573

‘Recomendándonos como ministros de Dios’

SEGÚN EL RELATO DE FINDA, FELISA E INÉS CARVAJALINO

SOMOS tres de nueve hijos nacidos a padres católicos romanos devotos en la población de Ocaña, en el norte de Colombia. En 1919, cuando yo, Finda, tenía solo once años de edad, tuve la siguiente experiencia en la escuela:

Mi maestra, una monja, que solía enseñarnos de una Biblia grande, ilustrada, nos escandalizó un día. Reveló que estaba angustiada con la vida en el convento. Hasta nos aconsejó contra entrar en él cuando llegásemos a mayor edad. Para nuestra sorpresa, expresó su convicción de que la religión católica no era la verdadera pero dijo que ‘cuando se acercara el fin del mundo, vendría gente que enseñaría la religión verdadera.’ En aquel entonces poco comprendí que llegaría el día en que yo sería contada entre esa gente y así tendría la oportunidad de ‘recomendarme’ también como una de los siervos de Dios.—2 Cor. 6:4.

En 1929 nuestra familia se mudó a la aldea de Aracataca en la provincia vecina de Magdalena. Mientras vivimos allí nuestra confianza menguante en la religión católica recibió otro revés. Uno de los párrocos se dio cuenta de que no habíamos ido a confesarnos por algún tiempo y deseaba saber por qué. Cuando le dijimos que era para evitar trato con uno de los otros sacerdotes, dijo que era cierto que éste era culpable de mala conducta. De modo que nos concedió permiso de comulgar en el futuro sin primero tener que confesarnos. Razonamos: ‘O la confesión es inútil o el comulgar no tiene valor alguno.’

Mientras vivimos en Aracataca, nuestros tres hermanos más jóvenes murieron de paludismo en un período de dos años. Nuestro padre también murió en ese tiempo. Eso dejó a Antonio, nuestro hermano mayor, a cargo de la familia. Para ese tiempo había sido adoctrinado en el comunismo, y se hizo miembro militante del partido comunista. Cuando su vida fue amenazada por celosos miembros rivales, le rogamos que mudara la familia a la gran ciudad costeña de Barranquilla. Lo hizo en 1946.

LA VERDAD DE DIOS NOS HALLA

En 1948 un misionero de los testigos cristianos de Jehová, James Webster, vino a nuestra puerta. Habló con nuestro hermano y le dejó el folleto ‘Los Mansos Heredan la Tierra.’ Al leerlo, hallamos información acerca de un maravilloso futuro que hasta entonces desconocíamos.

Meses más tarde, después de habernos mudado, otro misionero de la Watch Tower, Olaf Olson, visitó nuestro hogar. Aunque Antonio ya no era comunista activo, todavía se adhería a la doctrina comunista. Cuando este Testigo habló acerca de Teocracia, Antonio pensó que lo que realmente quería decir era comunismo. Alcanzamos a oír suficiente de la conversación para saber que el misionero no estaba hablando acerca de comunismo.

Después que este Testigo tuvo varias discusiones con nuestro hermano, decidimos que era hora de darnos a conocer. De modo que la siguiente vez que él vino, salimos de la habitación interior donde confeccionábamos vestidos y le dijimos: “Mire, señor, nuestro hermano habla acerca del comunismo, pero nosotras no estamos de acuerdo con él. Hemos leído las publicaciones que usted ha dejado y hallamos que hablan de Dios y su reino. Entendemos que es Dios el que va a resolver los problemas y no los gobiernos políticos.” Entonces fue que el Testigo Olson colocó una Biblia con nosotras y ofreció estudiarla gratis en nuestro hogar usando para ello la ayuda para el estudio bíblico “La verdad os hará libres.”

En agosto de 1948 comenzamos a estudiar la Palabra de Dios. Puesto que discernimos la necesidad de ayudar a otros a conocer la verdad de Dios, salimos al ministerio de casa en casa cuatro meses después. A principios del año siguiente nos dedicamos a Jehová, y fuimos bautizadas en agua con nuestro hermano, Antonio, y nuestra hermana mayor, Eusebia. Al recomendarnos como ministros de Dios, no podemos menos que pensar en las muchas veces desde entonces que hemos hecho la misma oferta de un estudio bíblico de casa gratis a otros deseosos de aprender la verdad de la Palabra de Dios.

Puesto que los primeros misioneros Testigos apenas habían comenzado a predicar en Barranquilla en 1946, no había muchos de nosotros asociados con la congregación de los testigos cristianos de Jehová en aquellos días. Pero, ¡cómo creció la congregación! Para fines de 1951 había dos congregaciones.

Con el transcurso del tiempo, participábamos cada vez más en la predicación y dedicábamos cada vez menos tiempo a nuestro trabajo seglar. Al poco tiempo habíamos vendido algunos de nuestros artículos domésticos, incluso tres de nuestras cuatro máquinas de coser.

PRIMERA ASIGNACIÓN COMO PREDICADORAS DE TIEMPO CABAL

A principios de 1953, James Webster, que en ese tiempo estaba a cargo de la sucursal de la Sociedad Watch Tower en Colombia, forjó planes para un viaje a la pequeña ciudad interior de Montería, en la provincia de Córdoba. Nuestro hermano, que entonces estaba en la predicación de tiempo cabal, ofreció acompañarlo. Cuando el siervo de sucursal regresó unos cuantos días después, Antonio se quedó en Montería, donde más tarde recibió un nombramiento al ministerio de tiempo cabal especial.

Al regresar a Barranquilla, el hermano Webster habló con nosotras para ver si nos gustaría regresar con él como predicadoras de tiempo cabal de la Palabra de Dios. Como había sido nuestro deseo emprender el ministerio de tiempo cabal por algún tiempo ya, nuestra respuesta fue un unánime Sí. De modo que nos metió a todas nosotras, y también a nuestra madre, hermana mayor y un sobrino, Tomás Dangond, en la camioneta de la Sociedad Watch Tower, y nos dirigimos a Montería. Solo un mes después de llegar, murió nuestra madre anciana, y cinco meses después las tres de nosotras fuimos nombradas predicadoras de tiempo cabal especiales de la Palabra de Dios.

Aunque Montería realmente no era una ciudad grande, era un centro comercial. De modo que pasábamos bastante tiempo hablando de la Palabra de Dios en las calles así como en la plaza de mercado. (Compare con Hechos 17:16, 17.) Después de haber tenido una discusión animada en la plaza de mercado con un abogado prominente, la prensa local publicó lo siguiente: “Han llegado a Montería unas jóvenes diestramente instruidas en el uso de la Biblia y que, por lo tanto, son un peligro para la religión católica. Llamamos esto a la atención de las autoridades civiles y eclesiásticas a fin de acabar con esa propaganda.”

Pero continuamos enseñando las verdades bíblicas adentro y alrededor de Montería, quedándonos con las personas interesadas. A veces dormíamos en el piso y, de vez en cuando, en el mismísimo suelo. Comenzando temprano todas las mañanas, visitábamos todas las casas a lo largo del camino por el cual andábamos. La gente preguntaba dónde nos alojábamos. Así sucedió que, en una ocasión, al regresar de un día gozoso en la predicación, nos sorprendimos al hallar a un grupo de no menos de cuarenta personas que nos esperaban. De modo que Antonio se aprovechó del auditorio ya reunido y pronunció una conferencia bíblica.

La obra del Reino progresó rápidamente en Montería. Al fin de solo un año, había una congregación de veinte Testigos, incluso un ministro de tiempo cabal local. La zona que se nos asignó allí ahora forma parte de tres circuitos, de modo que la verdad de Dios ha continuado teniendo excelente aceptación en la provincia de Córdoba.

‘NOS RECOMENDAMOS COMO MINISTROS DE DIOS . . . POR PRISIÓN’

La experiencia que tuvimos en nuestra segunda asignación como ministros de tiempo cabal nos hace recordar las palabras del apóstol Pablo: “Nos recomendamos a nosotros mismos como ministros de Dios . . . por prisiones.” (2 Cor. 6:4, 5) Esa asignación nos llevó a un centro petrolero principal, la ciudad del puerto ribereño de Barrancabermeja. Ya había allí una predicadora de tiempo cabal de la Palabra de Dios, pero necesitaba ayuda. Poco antes de que fuésemos a Barrancabermeja fue declarada ser “territorio misional católico.” Esto quiso decir que dentro de estos límites no se permitía que otros grupos religiosos efectuaran proselitismo.

Al segundo día después de haber llegado, acompañábamos a la Testigo local en la predicación cuando detectives nos aprehendieron a las cuatro de nosotras. Más tarde averiguamos que algunos evangélicos habían ido a ver al obispo católico con La Atalaya y ¡Despertad! para informarle que eran los Testigos los que estaban distribuyendo estas revistas. De modo que el obispo había dado la orden para que se nos arrestara. Después de arrestarnos, la policía entonces arrestó a nuestro hermano y sobrino y confiscó nuestra literatura bíblica, veinte cajas de ella.

Cuando rehusamos pagar una multa de 200 pesos cada uno, nos condenaron a tres meses de cárcel. Pronto estuvimos en un cuarto grande y liso de cemento con aproximadamente otras doce mujeres que estaban allí por crímenes terribles, hasta asesinato. Sin embargo, aun entre estas mujeres pecaminosas hubo algunas que parecían deseosas de saber acerca de la Biblia. Nos deleitamos en explicarles las verdades de Dios, usando una Biblia pequeña que habíamos logrado retener. Cuando llegó la hora para acostarnos, algunas nos dejaron usar sus petates para dormir, mientras que ellas durmieron en el piso liso de cemento. Luego, tan pronto como todo se calmó, salieron de la cloaca enormes ratas blancas.

Al día siguiente nuestro hermano se las arregló para conseguir una audiencia con el alcalde militar y lo convenció de que era una terrible ignominia sobre su administración el tener encerradas a cuatro cristianas bajo condiciones tan deplorables. Él pidió que nuestras condenas se añadieran a la suya y a la de nuestro sobrino. Extraño como parezca, concedió la petición. De modo que después de pasar unas veinticuatro horas en ese lugar abominable, fuimos puestas en libertad pero quedamos bajo vigilancia policíaca. Al salir nosotras, dos de las reclusas, que habían escuchado con placer el mensaje del Reino, nos abrazaron y nos preguntaron si podríamos darles nuestra Biblia pequeña, lo cual hicimos con gusto.

Debido a los esfuerzos de James Webster y un primo nuestro que entonces era abogado en Bogotá, la capital nacional, nuestro hermano y nuestro sobrino fueron soltados de la cárcel una semana después con tal que nos saliéramos de la población. Aunque la oficina del presidente de la República había ordenado su liberación y también el retorno de la literatura bíblica confiscada, un sacerdote se mostró indispuesto a obedecer la petición. Sucedió que él había estado guardando las veinte cajas de Biblias y literatura bíblica en la sacristía de la catedral. Exigía 200 pesos en cambio por la literatura. Sin embargo, al saber de las exigencias del sacerdote, la oficina del alcalde, que ya sufría escozor debido a la presión aplicada por el gobierno, ordenó que un grupo de soldados fuera a la catedral y tomara la literatura por la fuerza, si fuese necesario. Esta vez el sacerdote se mostró un poco más condescendiente. De modo que al día siguiente cuando las autoridades nos pusieron a nosotros y a nuestras pertenencias en dos autobuses que se dirigían a Bucaramanga, la literatura estaba con nosotros.

NUESTROS CINCO AÑOS EN BUCARAMANGA

Debido a la violencia política que era común en esa zona y debido al hecho de que nuestra obra era nueva para ellos, los habitantes de Bucaramanga exhibían temor cuando comenzábamos a hablarles. Pero una vez que se daban cuenta de la naturaleza de nuestra obra, que teníamos un mensaje de esperanza basado en la Palabra de Dios, nos recibían con mucho más gusto. Los que escuchaban decían a sus parientes y amigos que éramos ministros de Dios que explicábamos la Biblia. De modo que se esparcía la noticia. De esa manera pronto estuvimos conduciendo muchos estudios bíblicos de casa.

Alquilamos una habitación grande, en el segundo piso de un hotel viejo en el distrito de comercio, y aquí nos alojamos durante los cinco años que estuvimos en Bucaramanga. Empezamos a celebrar reuniones de la congregación cristiana aquí también. Al poco tiempo tuvimos que pedir una habitación adyacente en la cual vivir para que pudiéramos usar la habitación grande exclusivamente para las reuniones. En ocasiones especiales llenábamos ambas habitaciones y hasta teníamos a algunos sentados en las escaleras.

Alrededor del año 1955, yo, Finda, encontré a una mujer en la predicación de puerta en puerta que me dijo que, como evangélicos, sabían todo acerca de la Biblia. Sin embargo, me invitó a pasar y escuchó mientras le leí varios textos que muestran que el Paraíso será restaurado aquí en la Tierra. (Rev. 21:3, 4; Luc. 23:43) Se preguntaba cómo podría ser posible esto cuando la única esperanza que ella conocía era la vida en el cielo. Sin embargo, pronto estuvo convencida y dijo que quería que yo hablara con su esposo.

Resultó que su esposo era predicador evangélico. Desde el principio me dijo que hablaría conmigo si solo se usara la Biblia. Convine. Me hizo preguntas sobre muchos temas que contesté con textos bíblicos. Al disponerme a salir me dijo: “Señorita, me gustaría saber lo que usted sabe.” De modo que le ofrecí un estudio bíblico para toda la familia, el cual aceptó. Solo dos semanas después renunció a su puesto de ministro evangélico. La familia comenzó a asociarse con los ministros verdaderos de Dios y pronto estuvieron compartiendo estas verdades bíblicas con otros. Él contaba estas verdades a los evangélicos y luego decía: “Me gustaría que hicieran lo que yo hice: abandonar una religión que no enseña la verdad.”

Mientras predicaba las verdades bíblicas en Bucaramanga, Antonio encontró a una viuda anciana que estaba abatida. Más tarde confesó que estaba pensando en tomar veneno cuando la visitó nuestro hermano. Antonio nos pasó la visita a dos de nosotras para que estudiáramos con ella. Un día nos mostró una habitación que estaba llena de ídolos. Puesto que tenía tantos, pensaba que estaba bien protegida contra los ladrones. Estudiamos un capítulo en el libro “Sea Dios Veraz” intitulado “El uso de imágenes en la adoración.” Para cuando regresamos para el siguiente estudio, se había desecho de sus imágenes con la excepción de una imagen grande, que poco después hizo añicos. Poco tiempo después de eso se bautizó y estaba recomendándose como una de los proclamadores de tiempo cabal de la Palabra y reino de Dios. Ahora, todavía en la predicación de tiempo cabal, y aunque tiene más de setenta años de edad, en vez de estar abatida, se le conoce por su brillante esperanza y gozosa sonrisa.

En 1958 nuestro hermano, Antonio, murió de cáncer y nuestro sobrino, Tomás Dangond, llegó a ser el ministro presidente. Al año se encomendó la superintendencia de la congregación a Testigos locales, y recibimos una nueva asignación. Hoy nos regocijamos al saber que florecen cinco congregaciones en Bucaramanga.

CONTRIBUYENDO HACIA LA EXPANSIÓN EN BOGOTÁ

Nuestra nueva asignación nos trajo a Bogotá. Al predicar la Palabra de Dios aquí de casa en casa, muchas veces nos vimos obligados a huir ante chusmas instigadas por sacerdotes católicos. Pero al abandonar la escena de dificultad y reanudar nuestra actividad en otro vecindario, continuábamos estando llenos de gozo. (Compare con Hechos 13:50-52.) De una congregación en 1959, la obra ha progresado de tal manera que al tiempo presente hay veintitrés congregaciones aquí.

Mientras trabajaba en Bogotá en 1961, yo, Inés, encontré a una joven casada que respondió favorablemente. Se inició un estudio. Mientras estábamos en medio del estudio, entró inesperadamente su madre. Quería saber por qué su hija no le había dicho que estaba estudiando la Biblia. Sabiendo que su madre era una católica muy devota, la hija contestó que había temido decírselo. La madre me hizo varias preguntas, con el resultado de que ella también pidió un estudio.

Después de unos cuantos estudios, la madre expresó el deseo de invitar a su vecina para estudiar con nosotras. Llamó por teléfono a su vecina. “Quiero compartir algo contigo,” así se entabló la conversación. “Estoy disfrutando de un platillo exquisito, pero no quiero comérmelo sola. Quisiera que vinieras para comer del mismo platillo.”

La vecina, que entonces tenía casi setenta años de edad, vino. Después de unos estudios, ella invitó a una hermana mayor y a su hijo para que participaran con nosotras. En poco tiempo tres más fueron invitados a participar. Ahora todos los siete están bautizados y sirviendo a Jehová.

“COMO POBRES MAS ENRIQUECIENDO A MUCHOS”

Hay muchas experiencias similares que pudiésemos relatar. Han sido una fuente de gozo para nosotras y nos han estimulado a continuar recomendándonos como ministros de Dios. Creemos que, como el apóstol Pablo, podemos decir: “De toda manera nos recomendamos a nosotros mismos como ministros de Dios . . . como pobres mas enriqueciendo a muchos, como no teniendo nada y sin embargo poseyendo todas las cosas.”—2 Cor. 6:4, 10.

Hablando de lo material, somos pobres. Hemos confiado en que Jehová nos suministre las cosas materiales necesarias. (Mat. 6:33) Por medio de su organización se ha encargado bien de nosotras. Con nuestra hermana mayor, Eusebia, que ha sido predicadora de tiempo cabal de la Palabra de Dios desde 1958, ahora vivimos detrás del Salón del Reino de la Unidad Sur aquí en Bogotá.

Prescindiendo de cuán pobres seamos de manera material, verdaderamente somos ricas en sentido espiritual. Y por medio de compartir la verdad de la Palabra de Dios con otros, verdaderamente podemos decir que hemos enriquecido a otros. Desde que nos mudamos a Bucaramanga en 1954, ha sido nuestro gozo inefable el ser usadas por Jehová para ayudar a 210 personas a dedicar su vida a él y simbolizar su dedicación por bautismo en agua. A cuántas más hemos ayudado de manera indirecta, no lo sabemos. No nos jactamos en nosotras mismas, sino más bien en Jehová.—1 Cor. 1:31.

Lo consideramos un gozo estudiar la Biblia con personas que se muestran deseosas de llegar a ser siervos de Jehová. Las amamos y les tenemos cariño afectuoso. Llegan a ser para nosotras como hijos muy amados. Por eso, aunque nos ha parecido conveniente aplicar el consejo del apóstol Pablo de permanecer en la soltería a fin de dedicarnos al servicio del Señor “sin distracción,” ciertamente no hemos estado sin familia. (1 Cor. 7:34, 35) Al contrario, hemos tenido padres y madres, hermanos y hermanas e hijos espirituales añadidos a nosotras, a saber, los “que oyen la palabra de Dios y la hacen,” todo como resultado de recomendarnos como ministros de Dios.—Luc. 8:21; Mar. 10:29, 30.

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