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  • Confíe en Dios, no en su propio entendimiento

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  • Confíe en Dios, no en su propio entendimiento
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1972
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1972
w72 1/11 págs. 651-653

Confíe en Dios, no en su propio entendimiento

LAS personas que rinden devoción exclusiva a Jehová Dios se dan cuenta de que todos los juicios finales de la humanidad están en Sus manos. El rey David, en su consejo de partida a su hijo y sucesor Salomón, dijo: “Todos los corazones Jehová los está escudriñando, y toda inclinación de los pensamientos la está discerniendo.”—1 Cró. 28:9; 1 Sam. 16:7.

Por estas razones no deberíamos sentir inquietud acerca del juicio que reciban ciertas personas o grupos. Sin embargo, Jehová sí nos da pautas para que podamos emprender el derrotero que nos aporte un juicio favorable y también beneficie a otros respecto a una posición adecuada a la vista de Dios.

Debido a la relación y sentimientos muy tiernos que existen en cuanto a los hijos jóvenes, y en vista del principio de Dios del mérito de familia, considerado en los artículos anteriores, surgen algunas preguntas relacionadas que merecen consideración.

HIJOS ADOPTIVOS

Algunos han preguntado, ‘¿Qué hay de los hijos jóvenes que son adoptivos? ¿No son parte de la unidad de familia en la que han sido adoptados, y no sería gobernada su posición ante Dios por la posición de sus padres adoptivos?’ Evidentemente sí. Si los padres adoptivos son cristianos verdaderos, enseñarán la verdad de la Palabra de Dios al niño. Si el niño es obediente a sus padres adoptivos y a las leyes de Dios que pueda entender, entonces, lo que dijo el apóstol Pablo en 1 Corintios 7:14 evidentemente aplicaría en esta circunstancia.

Por otra parte, quizás el niño sea criado por padres adoptivos no cristianos. Parece que se le consideraría compartidor del juicio de los padres adoptivos delante de Dios. Por supuesto, si el niño tiene bastante edad para discernir lo correcto y lo incorrecto y lo hace, mostrando un amor definido a la justicia, buscando encarecidamente saber y seguir la verdad aunque sus padres adoptivos no lo hagan, entonces podría recibir el favor de Dios.—Eze. 18:14-18; 33:18, 19.

En casos donde un matrimonio ha adoptado legalmente a un niño y por lo tanto ha asumido responsabilidad por él, los dos cónyuges participan a grado extenso ya sea de manera buena o de manera mala en determinar la posición del niño. Pero las personas o matrimonios que simplemente cuidan a un niño en el hogar por un pariente, o personas que reciben paga por atender a un niño, no podrían esperar que el niño tenga derecho al favor de Dios simplemente porque son sus guardianes. Ellos no son los responsables del niño, y no aplicaría aquí el principio del mérito de familia. Sin embargo, si, mientras tienen al niño bajo su cuidado, le enseñan al niño de la Palabra de Dios al grado que pueden, esto, por supuesto, será para el bienestar del niño si escucha y sigue las cosas buenas que aprende.

Los que son siervos de Dios deberían hacer todo lo que puedan para enseñar la verdad a otros, pero los que no tienen la responsabilidad directa de un niño no deberían creer que tienen que intervenir en los derechos de los padres. Si uno tiene parientes que son incrédulos, es la responsabilidad de los padres de esas familias de incrédulos entrenar a los hijos, y Dios les permite proceder como gusten. Por supuesto, si se le da a uno la oportunidad de hablar la verdad a estos hijos, esto se puede hacer. Pero el ir más allá de esto, por ejemplo, tratando de obtener control legal de los hijos, sería entremeterse en los asuntos ajenos. (1 Ped. 4:15) Dios no hace esto; ¿por qué deberíamos hacerlo nosotros? Deje las cosas a Dios, que se interesa por los que tienen corazón justo.

PELIGRO DE CASARSE CON UN INCRÉDULO

Debería notarse que, aunque Dios bendice la unidad de familia cuando solo un cónyuge es creyente, es una cosa muy imprudente el que un cristiano se case con un incrédulo. Pues, aunque Dios considera la relación matrimonial como santa, esto no significa que no puedan surgir problemas muy penosos. Es mucho más difícil enseñar a los hijos el camino de Dios en una casa dividida religiosamente. Quizás el incrédulo trate de contrarrestar la enseñanza que los hijos reciben, o quizás hasta trate de impedir que se efectúe esta enseñanza. Esto tendría efectos perjudiciales en los hijos. Quizás no se muestren obedientes a las cosas enseñadas por el padre o la madre creyente, y, si ése es el caso, estos hijos compartirían el juicio de Dios contra el padre o la madre incrédulo.

Puede surgir una situación muy difícil si el incrédulo decide separarse del creyente debido a diferencias religiosas. Si el incrédulo insiste en separarse, el creyente puede dejar que se vaya. El apóstol Pablo señala que “no está en servidumbre el hermano o la hermana en tales circunstancias, antes Dios los ha llamado a ustedes a paz.” (1 Cor. 7:15) Pero, ¿qué hay si tienen hijos? Quizás el incrédulo trate de llevarse los hijos. Quizás hasta consiga que un tribunal le conceda la custodia. Entonces la poca oportunidad que tenga el cónyuge creyente de ver a los hijos y hablarles acerca del camino de Dios quizás no sea suficiente para modelar a los hijos en el camino correcto. Aunque se vaya el incrédulo, dejando los hijos al creyente, ¡qué penalidad le ocasiona esto al creyente! Coloca cargas adicionales sobre el cónyuge cristiano, pues tiene que sostener a los hijos, y al mismo tiempo encargarse de su bienestar espiritual de una manera adecuada.

Sí, los solteros no deberían desobedecer el consejo que el apóstol dio tanto a favor del bienestar espiritual de ellos como el de los hijos que nazcan en una unión con un incrédulo. El apóstol se adhiere al consejo que la Biblia da a los israelitas, de no formar alianzas matrimoniales con los incrédulos, cuando aconseja a las viudas a casarse “pero en el Señor.”—1 Cor. 7:39; Deu. 7:3, 4.

Por otra parte, a los que ya estén envueltos en el matrimonio con un incrédulo, o en otras situaciones obligatorias que presentarían problemas en relación con su servicio a Dios, el apóstol dice: “En la condición en que cada uno fue llamado, hermanos, permanezca en ella asociado con Dios.” (1 Cor. 7:24) Si una persona está casada cuando llega a un conocimiento de la verdad, y su cónyuge no se hace creyente, Dios, a pesar de eso, considera santa esa relación. Pero el soltero que se casa con un incrédulo no está poniendo en primer lugar su asociación con Dios. Está arriesgando gravemente su espiritualidad y está sometiendo su integridad a tensión adicional.

CONFIADOS EN LA JUSTICIA DE DIOS

Hay otras preguntas que surgen en relación con el principio del mérito de familia. La Biblia no las contesta todas. Deja el juicio de cada caso individual a Jehová y su Hijo, a quien él ha nombrado para juzgar al mundo en justicia.—Hech. 17:31; 2 Tim. 4:1.

¿Deberíamos preocuparnos y especular en cuanto a quiénes sobrevivirán a la “tribulación grande,” o quiénes serán resucitados? Si vivimos en armonía con los mandatos de Dios ahora y proclamamos las buenas nuevas al grado máximo de nuestra habilidad, estaremos haciendo la voluntad de Dios.

En cuanto a los juicios de Jehová, si llegamos a conocer a Dios confiaremos en él, y seremos como Abrahán, que, conociendo la justicia y misericordia de Dios, usó éstas como base para una súplica a favor de personas que vivían en las ciudades inicuas de Sodoma y Gomorra, diciendo: “Supongamos que haya cincuenta hombres justos en medio de la ciudad. ¿Los barrerás, pues, y no perdonarás al lugar por causa de los cincuenta justos que están en él? ¡Es inconcebible de ti que estés obrando de esta manera para hacer morir al justo con el inicuo de modo que tenga que ocurrirle al justo lo mismo que le ocurre al inicuo! Es inconcebible de ti. ¿El Juez de toda la tierra no va a hacer lo que es recto?” La misericordia incomparable de Jehová se mostró al escuchar él la súplica de Abrahán al grado de que si solo se hallaran diez hombres justos en el distrito, Dios absolutamente no destruiría las ciudades.—Gén. 18:22-33.

Por eso, en vez de preocuparse mucho, es mejor esperar en Jehová, y al mismo tiempo continuar haciendo Su voluntad con la confianza que expresó el salmista, que dijo: “Bien sé, oh Jehová, que tus decisiones judiciales son justicia.”—Sal. 119:75.

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