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  • ¿Permite usted que otros lo hagan tropezar?
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1975
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1975
w75 15/7 págs. 445-447

¿Permite usted que otros lo hagan tropezar?

ERA un varón de extracción europea... evidentemente honrado, modesto y amaba la verdad. Cuando los testigos cristianos de Jehová visitaron su hogar en la ciudad de Nueva York hallaron que tanto él como su esposa tenían oídos que oían. Pronto estuvieron disfrutando de un estudio bíblico cada semana en su hogar.

Pero luego sucedió algo. Un individuo que daba a entender que era Testigo y a quien este señor recién interesado tenía en alta estima cometió un mal serio por lo cual fue expulsado de la congregación cristiana. La conducta del malhechor desilusionó tanto al estudiante que éste tropezó y cayó, descontinuando su estudio de la Biblia con los Testigos. Pero su esposa no. Ella continuó sus estudios, se bautizó y crió a dos hijos, ambos de los cuales hoy día, muchos años después, son predicadores de tiempo cabal de las buenas nuevas del reino de Dios. A menudo ella participa con sus hijos por un mes a la vez en estas actividades de predicar e impartir enseñanza bíblica que son tan gozosas y altamente remunerativas. En cuanto al esposo, él todavía está indeciso, le agrada tratar personalmente a los Testigos y de vez en cuando asiste a las reuniones, pero todavía está ofendido, pues se le hizo tropezar.

Este relato de la vida real subraya la tragedia de permitir que otros nos hagan tropezar. Piense en esto. Reflexione. Considere. El mero hecho de que alguien cometa un error, sea grande o pequeño, no es motivo para que usted emprenda un derrotero imprudente, ¿verdad? ¿Por qué debe usted perjudicarse simplemente porque alguien hizo algo que lo ofendió o lo lastimó?

Jesucristo, el Hijo de Dios, nos dejó un modelo en cuanto a esto, tal como nos lo dejó respecto a tantos otros asuntos. (1 Ped. 2:21) ¿Se ofendió él, o tropezó porque uno de sus propios apóstoles, Judas, se volvió traidor; porque otro, Pedro, tres veces negó siquiera conocerlo; o porque todos ellos lo abandonaron en tiempo de peligro? ¿Lo hizo? ¡Qué imprudente habría sido eso! ¡No solo se habría perjudicado inconmensurablemente sino que también habría perjudicado la causa de su Padre celestial y de toda la humanidad!

Más serio que el daño que nos causamos a nosotros mismos y a otros cuando permitimos que la gente nos haga tropezar es el dejar de hacer lo que es correcto a la vista de Dios. “Él te ha dicho, oh hombre terrestre, lo que es bueno. ¿Y qué es lo que Jehová está pidiendo de vuelta de ti sino ejercer justicia y amar la bondad y ser modesto al andar con tu Dios?” Prescindiendo de lo que alguna otra persona haga o no haga, eso no es excusa para no pagar de vuelta a Dios lo que él pide de nosotros.—Miq. 6:8.

Para ilustrar: Los habitantes de un país tienen la obligación de obedecer sus leyes, incluso el pagar impuestos y observar los reglamentos del tránsito. Supongamos que a un ciudadano se le defrauda, se le roba o de alguna otra manera sus conciudadanos lo tratan injustamente. ¿Podría usar eso como excusa para infringir cualesquier leyes del país que opte por infringir, rehusando pagar impuestos y pasando por alto los reglamentos del tránsito? Aunque puede que hoy unos cuantos individuos apoyen tal proceder, el que todos lo hicieran sería anarquía. Las dos cosas absolutamente no tienen relación y la una no tiene nada que ver con la otra en lo que toca a obligaciones.

Lo único que un ciudadano puede hacer es acudir a la ley en busca de reparación de los agravios y luego dejar que el gobierno castigue a los malhechores mientras él mismo obedece las leyes del país. Y así sucede con nuestra relación con Dios, nuestro Creador. Estamos bajo la obligación de obedecer sus mandamientos y dejar que él arregle las cuentas. Como aconsejó el apóstol Pablo: “No se venguen ustedes mismos, amados, sino cédanle lugar a la ira; porque está escrito: ‘Mía es la venganza; yo pagaré, dice Jehová.’” Así mismo Jesucristo nos asegura que, al debido tiempo de Dios, Él enderezará todos los entuertos, pues dijo: “¡Ay del hombre por medio de quien viene el tropiezo!”—Rom. 12:19; Mat. 18:7.

Otro punto: El permitir que otros nos hagan tropezar es desamoroso. Revela una falta de amor a Dios y lo que ha hecho para nosotros. ¡Cuánto debemos apreciar todo lo que ha hecho para nosotros al darnos vida y proveer todas las cosas necesarias para sustentar la vida! ¡Y piense en el don de su Hijo unigénito, por medio de quien podemos esperar conseguir la vida eterna! (Juan 3:16) ¡Ciertamente debemos hacer todo lo posible para mostrar nuestro aprecio por toda la bondad amorosa que Dios nos ha manifestado!

Además, si verdaderamente amamos a Dios y su ley, entonces nada nos hará tropezar. La Biblia dice: “Paz abundante pertenece a los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo.”—Sal. 119:165.

Con frecuencia sucede que las palabras o actos que ofenden a una persona no son de tal índole que se dé consideración alguna a expulsar de la congregación a la persona inconsiderada. Después de todo, como el rey Salomón dijo en su oración de dedicación del templo: “No hay hombre que no peque.” Si Dios tomara nota de todas nuestras imperfecciones y todos nuestros errores, ¿dónde estaría cualquiera de nosotros? Sí, “si errores fuese lo que tú vigilas, oh Jah, oh Jehová, ¿quién podría estar de pie?”—1 Rey. 8:46; Sal. 130:3.

Debemos tratar con otros como queremos que Dios trate con nosotros. Si permitimos que otros nos hagan tropezar, no estamos siendo perdonadores, y si no perdonamos a otros sus transgresiones, tampoco podemos esperar que nuestro Padre celestial perdone las nuestras. (Mat. 5:7; 6:14, 15; 18:21-35) Por otra parte, si les tenemos amor a los miembros de nuestras familias y/o a nuestros coadoradores, no pensaremos largamente en sus faltas, sino que tendremos “amor intenso los unos para los otros, porque el amor cubre una multitud de pecados.”—1 Ped. 4:8.

En particular los que declaran ser verdaderamente discípulos de Cristo no usen lo que otros han hecho como excusa para dejar de estudiar la Palabra de Dios, dejar de asociarse con compañeros cristianos, dejar de participar en dar a conocer las buenas nuevas del reino de Dios. Realmente, si permiten que lo que otros hagan les impida llevar a cabo estos requisitos cristianos, hacen dudoso lo genuino de su declaración de ser verdaderamente discípulos de Cristo. Pues el que éstos tropezaran los haría sospechosos de buscar una excusa, consciente o inconscientemente, para ya no servir a Dios.

No solo queremos tener cuidado de no permitir que otros nos hagan tropezar, sino que amorosa y sabiamente queremos ejercer cuidado para que nosotros no hagamos tropezar a otros. La justicia requiere que hagamos a otros como quisiéramos que ellos nos hicieran a nosotros. (Luc. 6:31) No querríamos que nadie se mostrara descuidado o irreflexivo en cuanto a hacernos tropezar, ¿verdad? Entonces nosotros debemos ejercer cuidado para no hacer tropezar a otros. Por ejemplo, recientemente la Sociedad Watch Tower recibió una carta en la cual se presentó la queja de que a algunas personas inmaturas se les estaba haciendo tropezar porque otros a quienes consideraban como ejemplos hacían gala de su afición al licor. El que procedieran de esa manera en el uso de licor no era escuchar el consejo del apóstol Pablo: “Sigan haciendo sendas rectas para sus pies, para que lo cojo no sea descoyuntado, sino más bien sea sanado.” Además, Jesús advirtió: “Cualquiera que haga tropezar a uno de estos pequeños que ponen fe en mí, más provechoso le es que le cuelguen alrededor del cuello una piedra de molino como la que el asno hace girar y que lo hundan en alta mar.” Ciertamente ninguno de nosotros querría que eso nos sucediera, ¿verdad?—Heb. 12:13; Mat. 18:6.

Por eso que todos ejerzan cuidado y hagan lo que es sabio, amoroso y recto, impidiendo así tanto el que otros los hagan tropezar a ellos como el que ellos hagan tropezar a otros.

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