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  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1975
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1975
w75 1/9 págs. 517-519

Enfrentándonos a la timidez

Hechos útiles que desean saber los jóvenes

¿SE TE hace difícil iniciar conversaciones, especialmente con extraños? ¿Eres lento en conseguir nuevos conocidos? ¿Titubeas en cuanto a ingresar en actividades de grupo? Entonces evidentemente te encaras al problema de la timidez.

La timidez puede ser atrayente. Por lo menos lo es en los niñitos... chiquitines de años tiernos que lo miran a uno con los ojos bien abiertos u ocultan la cara ante la más ligera indicación de atención. Sin embargo, aun en el caso de éstos ¿no disfrutamos de verlos vencer la timidez y empezar a tenernos confianza, hasta desplegar alguna exuberancia pueril?

Ya no eres un niñito o una niñita. Y mientras más crecemos, más, correctamente, espera de nosotros la gente. Como lo expresó el apóstol Pablo: “Cuando yo era pequeñuelo, hablaba como pequeñuelo, pensaba como pequeñuelo, razonaba como pequeñuelo; mas ahora que he llegado a ser hombre, he eliminado las cosas características de pequeñuelo.” (1 Cor. 13:11) Cierto, un determinado grado de timidez a veces puede ser atrayente aun en las personas crecidas. Es análogo a la modestia, una actitud de humildad en cuanto a uno mismo, y la modestia siempre es atractiva, sin importar la edad que uno tenga.

Pero el efecto restringente de la timidez va más allá del de la modestia. Y si va demasiado lejos puede serte un serio obstáculo en cuanto a obtener todo lo que pudieras de la vida. Pudiera ser como una soga o una cadena que te pusiera trabas y restringiera tu libertad de movimiento. Puede retardar tu progreso a la plena condición de hombre o de mujer; de hecho, pudiera hacer que perdieras tiempo precioso en tus años de desarrollo. Hasta pudiera hacer que una cosa sencilla, como el comer enfrente de otros, se convirtiera en una tarea desagradable.

Pero ¿a qué se debe que algunas personas sean tímidas y otras no? ¿Cómo puedes vencer la timidez o por lo menos controlarla para que no disminuya tu disfrute del vivir?

Primero, comprende que el ser normal no significa que tienes que ser una persona locuaz, supergregaria. Todos podemos estar agradecidos de que haya personas que por naturaleza sean más calladas que otras y que algunas no teman estar solas por algún tiempo, efectuando estudio serio, pensando o simplemente meditando. Quizás esas personas no hagan tantas contribuciones a una conversación como otras. Pero lo que dicen quizás sea de buena calidad y de valor. (Compara con Proverbios 17:27, 28.) Sin embargo, hay una diferencia entre ser naturalmente callado o sereno y ser dolorosamente tímido, vergonzoso o retraído. ¿Qué causa tienen estas últimas características?

Esto se debe a una actitud mental, una que puede tener diversas causas. La educación pudiera contribuir a ello. Una persona criada en la ciudad quizás se sienta más a sus anchas entre la gente que una que haya sido criada en una granja o una zona de escasa población. Quizás la apariencia física tenga que ver con el asunto. Cuando crecemos, a menudo pasamos por embarazosas etapas de desarrollo. Quizás tengamos problemas con el cutis, o partes de nuestro organismo pudieran parecer no estar en proporción con el resto de nuestro cuerpo o de nuestra cara. Pudiera ser que otras personas nos embromaran en cuanto a esto, o en cuanto a nuestra baja estatura o por ser altos o gordos o delgados nosotros. O quizás tengamos un problema con el habla y ceceemos o tartamudeemos.

Quizás hasta nuestros padres involuntariamente tengan parte en esto. Aunque nos aman, puede ser que esperen más de nosotros de lo que realmente deberían esperar en cuanto a calificaciones en la escuela, habilidades atléticas, etcétera. Al ver nosotros que no podemos darles todo lo que esperan, pudiera ser que nos ‘metiéramos en nuestra concha,’ por decirlo así. Si con frecuencia o con severidad critican nuestras faltas de gramática o modales enfrente de otros, esto pudiera afectarnos más de lo que ellos comprenden. O si rechazan nuestras preguntas, llamándolas ‘tontas,’ quizás nos desanimemos en cuanto al valor de la comunicación.—Col. 3:21.

Pero el preocuparte en cuanto a lo que en el pasado fue la causa no cambia nada, ¿verdad? Lo que vale es lo que puedas hacer ahora para enfrentarte al problema. En realidad, se trata principalmente de tomar un punto de vista equilibrado para con la gente y no estar sumamente preocupado en cuanto a la opinión que ellos tengan de ti. Es cierto que hay personas que carecen de bondad y que son criticonas y desprecian a otros. Pero no todo el mundo es así. ¿Por qué permitir que los que carecen de bondad te roben el gozo que el compañerismo con los demás puede traer? Si permitimos que unas cuantas experiencias malas nos afecten en demasía podríamos llegar a ser como aquellos israelitas que perdieron su valor a tal grado que hasta ‘el sonido de una hoja impelida de acá para allá los hacía emprender la fuga.’ (Lev. 26:36) La felicidad no puede venir sin que se venzan algunos problemas.

Quizás tu cara o figura no sea exactamente lo que desearías que fuera. Pero hay muchas personas de cara y cuerpo atractivos que son fracasos en la vida. (2 Sam. 14:25; 15:5, 6; 18:9, 14; Pro. 31:30) Lo que realmente vale es lo que eres dentro, en “la persona secreta del corazón.” Es en eso que Dios se interesa, pues no mira ‘lo que aparece a los ojos, sino lo que es el corazón.’ (1 Ped. 3:4; 1 Sam. 16:7; Sal. 51:6) Las personas a las cuales vale la pena tener como amigos te estimarán de la misma manera, de acuerdo con los principios por los cuales vives, por lo que tienes en tu corazón y mente. Zaqueo era de estatura muy baja, Pablo evidentemente tenía mala vista, Eliseo era calvo, pero todos éstos se ganaron el respeto de Dios y de los hombres justos por lo que hicieron y por lo que eran dentro.—Luc. 19:1-10; Gál. 4:15; 6:11; 2 Rey. 2:23, 24.

Moisés tenía un problema del habla que le hacía titubear en cuanto a hablar en público. Sin embargo, con el tiempo evidentemente lo venció. (Éxo. 4:10; compara con Deuteronomio 31:30; 32:1, 2) El cecear y el tartamudear se pueden vencer o mejorar perceptiblemente si haces el esfuerzo. El tartamudeo no tiene causa física; proviene de un impedimento mental que produce tensión o confusión de pensamiento. Una terapia útil es leer en voz alta a paso lento. Habla después de la misma manera. Tal como es más probable que tropieces al correr que al andar, así sucede con el habla. Mantén el habla en primera velocidad, hasta que al fin se desvanezca el tartamudeo. Entonces gradualmente puedes cobrar velocidad. Cuando hables en público, acuérdate de que casi nadie se complace en que sufras incomodidad. Quieren que tengas buen éxito. Después de todo, eso es para provecho de ellos. Por eso, en vez de despreciarte, la mayoría de la gente estará de tu parte.

El cecear pudiera tener o no tener una causa física. Pero acuérdate de que en la niñez (o cuando se aprende un nuevo lenguaje) los órganos del habla —la lengua, los labios, la garganta— todos tienen que aprender a pronunciar cada sonido. Aprenden por ejercicio, haciendo los mismos movimientos vez tras vez. Para corregir o disminuir el ceceo, haz ejercicios de pronunciación, haciendo que los órganos del habla (especialmente la lengua) ejecuten lentamente los movimientos necesarios para el sonido correcto. En la conversación, cuando surjan palabras con sonidos difíciles, afloja el paso. El esfuerzo determinado y paciente producirá mejoramiento.

Aprende a no tomarte demasiado en serio, hasta a poder reírte de ti mismo a veces. Un joven que tenía orejas prominentes decía a otros, sonriendo, que cuando él nació sus padres no estaban seguros de si andaría o volaría. Tu propio buen humor puede disipar tu tensión. Recuerda, también, que no todo el embromar es necesariamente malicioso; puede mostrar cariño. Por eso hay un proverbio alemán: “Was sich liebt, das neckt sich,” que significa: “Al que amamos lo embromamos.”

La cosa importante es empezar. Uno jamás puede aprender a nadar si no está dispuesto a mojarse. Y no puedes vencer tu timidez a menos que estés dispuesto a esforzarte por librarte de ella iniciando conversaciones, consiguiendo nuevos conocidos, participando con otros en hacer cosas. Comprende que todo el mundo a veces se siente algo incómodo o inseguro al estar con ciertas personas. Pero no veas en un montoncito de dificultad una montaña de problemas. Una conversación se puede iniciar con sencillamente decir: “No creo que me lo hayan presentado; ¿cómo se llama usted?” Desde eso puedes inquirir en cuanto a la procedencia de la persona, lo que está haciendo ahora, cómo van las cosas en el trabajo o en la escuela, quizás preguntar en cuanto a planes para el futuro. Si muestras interés en otros, ellos mostrarán interés en ti. Y especialmente si expresas aprecio por lo bueno que ves en otros hallarás muchos amigos.—Luc. 6:38.

Esa es la clave para resolver el problema. Piensa en otros, cómo beneficiarlos, y te olvidarás de ti mismo. Como Pablo aconsejó a los cristianos de Corinto, frecuentemente es preciso que nos ‘ensanchemos’ en nuestro cariño e interés en otros. (2 Cor. 6:11-13) El amor debe impelernos a hacer esto, a hacer el esfuerzo más bien que permitir que el temor de abochornarnos nos controle. Piensa en la manera en que Jesucristo sufrió ridículo y escarnio sin causa. Sin embargo mostró verdadero amor a personas de toda clase y se interesó en ellas.—1 Ped. 2:21-24.

El apóstol Pablo fue a Corinto en “debilidad y en temor y con mucho temblor,” evidentemente porque se preocupaba en cuanto a si podría servir bien a los corintios y eliminar las actitudes incorrectas que había entre ellos. Aunque algunos opositores despreciaban su apariencia y habla, él no dejó que el punto de vista torcido de ellos lo retuviera de servir en el interés de Dios y de sus congéneres. (1 Cor. 2:3; 2 Cor. 10:10) Es probable que su joven colaborador Timoteo haya sido algo retraído por naturaleza. (2 Tim. 1:6, 7) Pero esto no le impidió aceptar asignaciones difíciles.—1 Tim. 1:3, 4; 4:12, 13.

La timidez innata puede convertirnos en “solitarios” con una actitud como la de ermitaños. Proverbios 18:1 advierte: “El que se aísla buscará su propio anhelo egoísta; contra toda sabiduría práctica estallará.” Para buen juicio en la vida es necesario que nos mantengamos en contacto con la realidad por medio de la asociación y la conversación. Nuestra mente y corazón necesitan el estímulo y el efecto refrescante que puede traer ese compañerismo. (Rom. 14:7) De otra manera nuestra mente y corazón pueden llegar a ser como habitaciones con ventanas cerradas y cortinas corridas, donde el ambiente se estanca y hay fetidez. Es verdad que la lectura puede introducir algún pensamiento del exterior, pero no puede reemplazar completamente el compañerismo de personas vivas.

Deja que el amor te impela a empezar, hoy, a librarte de la timidez. Y luego día tras día verás que tu vida se enriquece, se hace más interesante, más remuneradora... para ti mismo y para las personas en quienes te interesas.

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