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  • Regocijándome en “la excelente pelea” de la fe

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  • Regocijándome en “la excelente pelea” de la fe
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1975
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1975
w75 15/10 págs. 621-623

Regocijándome en “la excelente pelea” de la fe

Según lo relató Väinö Pallari

CRECÍ en Finlandia, un país que es 92 por ciento luterano. Cuando llegué a ser testigo cristiano de Jehová en 1930, mi empleo como maestro de escuela quedó bajo amenaza.

Esto se debió a que a los Estudiantes de la Biblia, como se les conocía entonces, se les consideraba comunistas y se les decía que los enviarían a Rusia. La junta de enseñanza me amenazó con hacerme esto si no dejaba voluntariamente el distrito escolar.

Pero rehusé dejar mi trabajo. Entonces la junta de enseñanza trató de hacer que yo prometiera que no iría de casa en casa para predicar una “nueva doctrina” que la comunidad no podía tolerar. Por supuesto, yo no pude prometer tal cosa; de hecho, mi meta era dedicar algún día todo mi tiempo a predicar las buenas nuevas del reino de Dios.

Entonces, la junta de enseñanza evidentemente influyó en los padres de mis alumnos. Trataron de hacer que los alumnos se declararan en huelga. Pero ni siquiera uno dejó de venir a la escuela.

Finalmente, frustrada en sus esfuerzos por removerme, la junta de enseñanza simplemente abolió la posición que yo ocupaba. Sin embargo, el resultado de aquel procedimiento fue que yo tendría derecho a ingresos considerables. No puse ninguna objeción, ya que la ayuda financiera sencillamente me ayudaría a emprender la obra de predicación de tiempo cabal... mi meta final. La oportunidad que había esperado se presentó, y la aproveché, regocijándome de que al fin pudiera dedicar todas mis energías a “la excelente pelea” de la fe, como lo hizo el apóstol Pablo.—2 Tim. 4:7.

También, para aquel tiempo recibí una carta de la Sociedad Watch Tower en la que se me pedía que ayudara a organizar la obra de predicar de casa en casa. Este tiempo fue muy dichoso para mí. Estaba en la obra de predicar con mis hermanos cristianos diariamente y celebraba reuniones por la noche... sin embargo, no parecía que esto cansara demasiado.

LOS AÑOS BÉLICOS

En 1939 las nubes amenazantes de la guerra se juntaban en el horizonte. En Finlandia la gente se hallaba en un estado de ánimo muy inquieto. Como los testigos cristianos de Jehová eran neutrales en los asuntos políticos, se les miraba con disfavor y ya no podían trabajar libremente. El primer caso jurídico contra los Testigos comenzó antes que realmente estallara la guerra. En una ocasión, mientras yo distribuía el folleto bíblico Gobierno y paz en Turku, me vi rodeado por la policía, que me acusó de “venta ilícita,” lo cual resultó en un proceso jurídico.

Durante la guerra tuvimos casos jurídicos continuos y nuestra obra de predicación fue proscrita oficialmente. Nos consideraban como comunistas, y en aquel tiempo se pensaba que eso era la peor cosa imaginable. Puesto que la Sociedad Watch Tower había sido proscrita, no podía hacer arreglos para reuniones, pero se celebraban, sin embargo, en el nombre del cristiano particular. Esto era posible porque la ley sobre la libertad de cultos todavía estaba en vigor, a pesar de la guerra.

Siempre he tenido mala salud y debido a esto fui exento del servicio militar. De modo que pude continuar mi trabajo en que dedicaba todo el tiempo a la predicación, por lo cual le estuve profundamente agradecido a Jehová.

El trabajo de superintendente de circuito que desempeñé durante la guerra tuvo sus momentos de angustia. Puesto que La Atalaya y Consolación (ahora ¡Despertad!) estaban proscritas, teníamos que llevar con nosotros todo el alimento espiritual mimeografiado en una maleta. Esto era peligroso, puesto que frecuentemente la policía militar examinaba las maletas de los viajeros para ver si tenían mantequilla (todo el alimento estaba racionado) u otro “equipaje prohibido.”

En cierta ocasión yo llevaba muchas revistas La Atalaya mimeografiadas en mi maleta, y un policía militar me preguntó qué eran. Contesté que era literatura bíblica que se le daba a la gente para que la leyera. Afortunadamente estaba de prisa, de modo que no tomó tiempo para examinar más el asunto. Si hubiera examinado la literatura que llevaba, ciertamente me habría arrestado.

Las incursiones de bombardeo sobre las ciudades fueron una tremenda experiencia. Muchas veces tuvimos que interrumpir las reuniones para pasar a un refugio antiaéreo. Cuando salíamos de estos refugios antiaéreos, veíamos incendios alrededor, pero rara vez recibieron daño las casas de los Testigos.

El acontecimiento más aterrador de mi vida ocurrió durante el apogeo de la guerra. Regresaba yo en el tranvía a casa muy tarde en la noche. Dos soldados ligeramente embriagados subieron por casualidad al mismo tranvía, y, viéndome con ropa de civil, se les amargó mucho el ánimo. Hablaron de mí entre sí y dijeron que yo debería estar uniformado. Nos bajamos en el mismo lugar, y los hombres me ordenaron que me detuviera.

Uno de ellos me preguntó por qué había suscitado un alboroto en el tranvía, lo cual, por supuesto, yo no había hecho. Súbitamente el otro sacó un cuchillo y dijo: “¿Qué dirías si te sacáramos el aire?” Traté de explicarles las desagradables consecuencias que tendría para ellos hacer aquello, pero contestaron que habían sufrido tanto en el frente que no les importaba ya lo que les sucediera. Súbitamente el soldado levantó su cuchillo, con el propósito de herirme. Entonces, con el corazón agitado, le agarré la mano, aunque realmente no podría presentarles resistencia.

Me sentí indefenso en esta situación, y exhalé una oración a Jehová, como lo había estado haciendo durante todo este episodio. Como si hubiera sido por un milagro, el soldado aflojó la mano y me dejó ir. Continué mi camino, llorando de gozo y dándole gracias a Jehová por haberme salvado la vida. Recordé la seguridad que da la Biblia: “Un escondite es el Dios de la antigüedad, y debajo están los brazos indefinidamente duraderos.”—Deu. 33:27.

REGOCIJÁNDOME EN “LA EXCELENTE PELEA” EN BETEL

En 1942 recibí una invitación para servir en Betel, la sucursal de la Sociedad Watch Tower, donde he tenido muchos privilegios de servicio desde entonces. Durante la guerra tuve la tarea de obtener el alimento para la familia de Betel, lo cual realmente era bastante difícil debido a una grave escasez de todo. En muchas ocasiones obtuvimos lo que necesitábamos de manera casi milagrosa. Era como si cayera maná del cielo para ayudarnos a través del tiempo penoso de la guerra.

También tuve el privilegio de manejar asuntos jurídicos. Por ejemplo, muchos Testigos que no tenían herederos allegados querían que, después de su muerte, todos sus haberes financieros se usaran para adelantar la obra de Jehová. Pero en Finlandia hay una ley que requiere que después de la muerte del testador el beneficiario del testamento tiene que comunicarse con todos los parientes del difunto. Esto requería que me pusiera en comunicación con todos los parientes de los hermanos cristianos muertos que habían hecho aquellos testamentos, y esto no era tarea fácil.

También tuvimos una batalla continua con la Corporación Radiodifusora Finlandesa. A casi toda secta religiosa se le ha permitido transmitir por radio, pero a nosotros no se nos ha permitido hacerlo. Y no solo eso, sino que de vez en cuando se ha atacado nuestra obra de predicar.

Un comentarista preparó un programa desfavorable en cuanto a los Testigos, y en él había intercambios de palabras finlandesas muy vulgares. El programa se grabó con anticipación y se nos permitió oírlo antes que de hecho se presentara. Otro Testigo y yo luchamos con este problema por aproximadamente una semana, y logramos hacer que el productor quitara los peores insultos, pero todavía estaba muy malo. Inmediatamente después de esto, como resultado de la tensión nerviosa, me sobrevino una apoplejía. Perdí parcialmente la vista y la facultad del habla y por completo se me hizo imposible leer y contar.

Después de unas cuantas semanas en el hospital recuperé bastante bien, pero desde entonces me he sentido frío. El doctor me mandó que me “jubilara” y me prohibió esforzarme demasiado en cosa alguna. Tuve que adoptar un paso más lento a fin de continuar mi servicio, pero puedo asegurarle que no he perdido lo que los finlandeses llaman sisu o ánimo.

Así, pues, a veces he trabajado quizás más duro de lo que debería haberlo hecho, pero he disfrutado de ello. Recientemente me sobrevino otra apoplejía, que fue peor que la anterior. Mi habla, que volvió bastante pronto, ahora parece estar estancada. Nuevamente he tenido que aflojar el paso, pero todavía quiero esmerarme en pelear “la excelente pelea” de la fe.

Mirando atrás a los cuarenta y cuatro años en que he dedicado todo mi tiempo al servicio de Dios, puedo decir que no pudiera haber usado mi vida de mejor manera. Ese servicio de tiempo cabal, que uno aprende a amar cada vez más a medida que transcurren los años, abunda en tantas bendiciones que ningún otro trabajo se puede comparar con él. Aunque el trabajo en Betel, así como en el servir en el campo, requiere fuerza, es una fuente de gran gozo.

[Ilustración de la página 623]

La sucursal de la Sociedad Watch Tower en Finlandia

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