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  • Sosteniendo la verdad y el reino de Dios
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1977
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1977
w77 1/7 págs. 413-416

Sosteniendo la verdad y el reino de Dios

Según lo relató Oskar Hoffmann

ALEMANIA, Checoslovaquia, Hungría, Yugoslavia, Suiza, Liechtenstein... éstos son países en los cuales he tenido el privilegio de sostener la verdad y apoyar el reino de Dios. Mi vida de servir a Dios en diversos países empezó en 1930, cuando tenía veintiséis años de edad. En ese tiempo decidí dedicar mi tiempo y fuerza a apoyar el reino de Dios, y nunca, ni por un momento, dudé de la palabra de Jehová de que me cuidaría si ponía los intereses de su Reino en primer lugar en mi vida.—Mat. 6:33.

Después de la asamblea del pueblo de Jehová en Berlín, en 1931, decidí entrar en la obra de predicar como trabajador de tiempo cabal, bajo la dirección de la Sociedad Watch Tower. Después de unos tres meses de predicar en Alemania, recibí una nueva asignación.

Fue mi privilegio mudarme a Praga, Checoslovaquia, para compartir allí la verdad de Dios con los mansos. Aunque no conocía el lenguaje del país, diariamente visitaba a la gente en sus hogares. Para ayudarles a entender por qué los visitaba, les pedía que leyeran una “tarjeta de testimonio,” que contenía un corto sermón impreso en el idioma de ellos. De esta manera se colocaron millares de ejemplares de publicaciones bíblicas en las manos del pueblo checo.

Después de un año en Praga, fui transferido a Budejovice de Bohemia, un distrito en el cual, hasta cierto grado, todavía se hablaba alemán. Hice mi trabajo en todo este territorio en bicicleta. No se me hacía difícil hallar un lugar donde dormir, pues los checos eran hospitalarios y a muchos les agradaba escuchar el mensaje del Reino.

Pero nuestra obra educativa bíblica no se efectuaba sin oposición. Un día me arrestaron y me acusaron falsamente de espionaje. Me pusieron en incomunicación. Una vez, cuando me permitieron tomar una ducha, hubo otro prisionero a distancia de hablarnos. Me preguntó por qué me habían puesto en prisión. Le contesté: “¿Ha oído hablar de los testigos de Jehová?” “Sí,” contestó, “¡a esa gente jamás la exterminarán!” Eso fue todo lo que dijo, ¡pero qué cierto fue!

Después de haberme celebrado juicio me pusieron en libertad. Sin embargo, poco tiempo después de aquello me arrestaron nuevamente, junto con otro Testigo, y a los dos nos encerraron en una celda que evidentemente no había sido usada por mucho tiempo. Al sentarnos en nuestras camas de tablones con nuestros trajes de la prisión, de súbito nuestra ropa se oscureció con una masa de pulgas que se adherían a nosotros. Golpeamos en la puerta de la celda, y cuando el guarda vio el aprieto en que estábamos, nos sacó.

Para entonces mi permiso de residencia en Checoslovaquia estaba por expirar, de modo que me llevaron a la frontera de aquel país con Alemania. Eso fue en febrero de 1934.

APOYANDO EL REINO DE DIOS EN HUNGRÍA

Mi deseo sincero era predicar la verdad de Dios dondequiera que pudiera. De modo que escribí a la sucursal de la Sociedad Watch Tower en Magdeburgo y recibí aviso de ir a Budapest, Hungría, y unirme allí a los alabadores de Jehová. Aquello en realidad fue buenas noticias.

Aunque nunca en mi vida había oído el lenguaje húngaro, visité a los amos de casa con una tarjeta de testimonio. Además de folletos y revistas sobre temas bíblicos, dejé en manos de muchas personas que mostraron interés ayudas para estudiar la Biblia como los libros Creación, Reconciliación y Jehová. Como extranjero, solo podía permanecer en el país un espacio de tiempo limitado. Entonces tenía que cruzar la frontera y volver a entrar por otro espacio de tiempo. Y así prediqué por dos años en esta hermosa ciudad por la cual fluye el río Danubio. Fue aquí donde me casé con una hermana cristiana que dedicaba todo su tiempo a la predicación, y ella llegó a ser mi esposa y compañera fiel en sostener la verdad de Dios.

COMPARTIENDO LA VERDAD DE DIOS EN YUGOSLAVIA

Precisamente antes de la II Guerra Mundial, tuve el privilegio de ir a Yugoslavia. Mi esposa y yo viajamos libremente por Yugoslavia, transportándonos por bicicleta. Nuevamente usamos tarjetas de testimonio para explicar a la gente por qué visitábamos sus hogares. La gente era pobre, y a menudo les dábamos literatura bíblica a cambio de alimento. Con frecuencia compartíamos su propio duro lugar de dormir —el suelo— o dormíamos sobre heno o paja. A veces los sacerdotes trataban de predisponer a la gente contra nosotros, pero, en conjunto, a la gente le gustaba oír acerca del reino de Dios.

En la población de Zagreb, la capital de Croacia, una maestra de gimnasia aceptó la verdad de Dios y quiso bautizarse. Otro Testigo y yo la sumergimos en una tina de baño. Cuando asistí a la asamblea cristiana que celebramos en Gratz, Austria, en 1971 —treinta y tres años después— ¡qué gozo fue encontrarla nuevamente!

Con el tiempo las autoridades yugoslavas decidieron que no querían que predicásemos el reino de Dios en su país, y por eso nos deportaron. Pasamos a Suiza.

ESPARCIENDO SEMILLAS DE LA VERDAD EN SUIZA

La II Guerra Mundial estaba ahora en su apogeo, y recibí de la Embajada Alemana en Ginebra una citación para que ingresara en el ejército nazi. Les informé que no podía participar en esta guerra debido a mi conciencia cristiana, y por lo tanto no podía presentarme para ser reclutado. Los nazis respondieron a esto despojándome de la ciudadanía alemana.

Después de la II Guerra Mundial, las autoridades suizas me animaron a tratar de conseguir nuevamente documentos alemanes válidos. La solicitud a las autoridades alemanas fue aprobada, y se me restauró la ciudadanía alemana.

En diciembre de 1949 llegamos a Interlaken para servir de precursores especiales, o predicadores de tiempo cabal, de la Palabra de Dios. Solo había un grupito de Testigos allí; se reunían en una habitación del Hotel Gotthard. Apreciamos mucho el haber predicado las buenas nuevas del reino de Dios en este hermoso territorio alpino.

Nuevamente la bicicleta fue nuestro medio de llegar a las aldeas de las montañas. Activamente esparcimos las semillas de la verdad bíblica en lugares como Grindelwald, Lauterbrunnen, Stechelberg, hasta el mismo fin del lago de Brienz. Además de un sinnúmero de revistas y folletos, colocamos más de 1.500 libros encuadernados en manos de la gente, en el transcurso de unos cuatro años y medio.

Vino un cambio cuando la sucursal de la Sociedad Watch Tower sugirió que fuésemos al valle del Rin en el cantón de Saint-Gall, donde no había Testigos. Aceptamos la asignación.

Nuestro nuevo territorio en el Rin estaba cerca del lago Constanza. En este punto el río Rin separa a Suiza de Austria y Liechtenstein. Al llegar a la cima del paso en las montañas y pasear la vista sobre este extenso valle del Rin desplegado ante nosotros, quedamos profundamente impresionados por la gloriosa creación de Jehová. ¡Su grandeza nos dejaba sin aliento! A nuestros pies se extendía el panorama del territorio al cual se nos había enviado para esparcir en él la semilla del reino de Dios.

Marbach fue el lugar donde nos establecimos, y desde allí continuamos nuestra predicación por espacio de trece años. Con el tiempo, en este territorio católico se estableció una congregación pequeña de Testigos.

Una familia católica de seis personas aceptó la verdad de Dios a pesar de severa oposición de parte de sus parientes, entre ellos sacerdotes y monjas. Las cartas insultantes que les enviaron y las visitas personales que les hicieron éstos en un esfuerzo por hacer que volvieran al redil fracasaron. La verdad de Dios triunfó.

Otra señora asistía con regularidad a misa, y hacía grandes esfuerzos por evitar encontrarse en la calle con alguien que estuviera ofreciendo la revista La Atalaya. Pero sí amaba la Biblia. Con el tiempo estudié la Palabra de Dios con ella, usando únicamente la Biblia. Cuando progresó en conocimiento, se retiró de la Iglesia y se hizo celosa predicadora de la verdad de Dios.

LA PREDICACIÓN DEL REINO EN LIECHTENSTEIN

Fue una agradable sorpresa cuando la sucursal suiza me preguntó si estaríamos dispuestos a mudarnos a Liechtenstein, y aceptamos gozosamente. Eso fue hace ocho años, cuando ya tenía sesenta y cuatro años de edad. Esta vez solo tuvimos que mudarnos 30 kilómetros más arriba en el Rin. Liechtenstein, un país pequeño de once comunidades (la población ahora es de unas 23.000 personas), solo tenía unos cuantos Testigos. Ahora éstos estaban recibiendo ayuda, y al habitante de Liechtenstein probablemente le pareció que un ejército había entrado. Esperábamos oposición, y el clero sí suscitó dificultades.

Por ejemplo, unos jóvenes empezaron a perturbar nuestras reuniones arrojando piedras contra las ventanas. Un día un Testigo entabló una conversación con seis de los jóvenes. Los invitó a asistir a un discurso público en el Salón del Reino, y varios vinieron. Se les explicó el propósito de nuestras reuniones y, después de eso, por algún tiempo desaparecieron las dificultades.

A la gente se le advertía contra nosotros en la iglesia, en las revistas religiosas, en las escuelas y en los periódicos. Para contestar las acusaciones falsas, hicimos arreglos para que un periódico publicara un artículo intitulado “¿Quiénes son los testigos de Jehová?”; después de eso la situación se calmó.

A medida que la gente de Liechtenstein se familiariza con nosotros, muchos ven que la predicación que efectuamos es para provecho de ellos. Algunos ahora se expresan con palabras como: “Si todo el mundo pensara como ustedes, tendríamos paz mundial.”

Combinando la labor de nosotros dos, mi esposa y yo ya hemos tenido el privilegio de predicar la verdad de Dios como trabajadores de tiempo cabal por ochenta y tres años. A través de los años, el haber estado dispuestos a aceptar asignaciones en países extranjeros nos ha traído mucho gozo y felicidad, y esta obra de predicar nos ha llevado a amar y apreciar a Jehová con una profundidad cada vez mayor.

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