BIBLIOTECA EN LÍNEA Watchtower
Watchtower
BIBLIOTECA EN LÍNEA
español
  • BIBLIA
  • PUBLICACIONES
  • REUNIONES
  • w79 15/7 págs. 9-12
  • Acán, un hombre que causó dificultad a toda su nación

No hay ningún video disponible para este elemento seleccionado.

Lo sentimos, hubo un error al cargar el video.

  • Acán, un hombre que causó dificultad a toda su nación
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1979
  • Subtítulos
  • Información relacionada
  • DERROTA EN HAI
  • JOSUÉ ACUDE A JEHOVÁ
  • DIOS REVELA LA CAUSA DE SU IRA
  • EL PECADO DE UN MIEMBRO PONE EN PELIGRO AL ENTERO PUEBLO
  • SE REMUEVE LA CULPA DE LA NACIÓN
  • Un ladrón en Israel
    Mi libro de historias bíblicas
  • Acán
    Ayuda para entender la Biblia
  • Josué testifica de la fidelidad de Jehová
    La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1978
  • Acán
    Perspicacia para comprender las Escrituras, volumen 1
Ver más
La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1979
w79 15/7 págs. 9-12

Acán, un hombre que causó dificultad a toda su nación

JEHOVÁ DIOS siempre está deseoso de dar cosas buenas a su pueblo. (Luc. 11:13; Sant. 1:17) Pero algunas veces tiene que disciplinarlos de maneras que no son tan gozosas ni para él ni para ellos. (Heb. 12:11) A él le duele hacer eso, y si existiera alguna otra forma de mejorar a un individuo o nación, usaría ese modo de obrar. (Gén. 6:6; Isa. 63:10) Sin embargo, en todo caso, los resultados confirman que él tiene razón por lo que hace.

Un caso a propósito tuvo que ver con la disciplina que administró a la nación de Israel en relación con el hombre llamado Acán, de la tribu de Judá. Acán estaba en el ejército israelita que luchó bajo la dirección de Josué para adquirir posesión de la Tierra Prometida. En aquel tiempo la ocupaban los cananeos, los amorreos y otros pueblos que eran hostiles a Jehová y su adoración.

Estas naciones practicaban formas de adoración muy corruptas, idolátricas e inmorales. Dios había dado orden a Israel de limpiarlas de aquella tierra.—Lev. 18:24, 28.

Dios había ejecutado milagros al conducir a Israel a través del mar Rojo bajo la dirección de Moisés, y había dado alimento a su pueblo e impedido que la ropa de éstos se gastara durante 40 años de vida en el desierto. Había luchado a favor de ellos, y había derrotado a los enemigos de Su pueblo. (Éxo. 14:21-28; Deu. 8:3-5; 29:5) Las noticias sobre estos acontecimientos infundieron un espíritu de desaliento y temor a Jehová en todas las ciudades de Canaán.—Jos. 2:8-11; 5:1.

Ahora habían cruzado el río Jordán y habían experimentado, con respecto a la conquista de Jericó, una maravillosa demostración de que Dios se interesaba en ellos y los estaba dirigiendo. Allí Jehová el Dios de los ejércitos ejecutó un milagro e hizo que las murallas de Jericó se desplomaran. Ni un solo soldado israelita perdió la vida.—Jos. 6:20, 21.

Tal como Dios había ordenado, Jericó, como primicias de la tierra de Canaán, sería dedicada por completo a Jehová; todo lo que hubiera en ella sería destruido y quemado con fuego. Después de la quema, se habría de llevar los objetos de metal —el oro, la plata, el cobre y el hierro— al tesoro que estaba en el tabernáculo de Dios. (Jos. 6:17-19, 24) En armonía con el pacto que Dios había hecho con Israel, cualquier cosa “dada irrevocablemente” estaba bajo prohibición o maldición. El que cualquier persona tomara algo prohibido haría que esa persona quedara en condición de “dada irrevocablemente” o maldita como el objeto... condenada a la destrucción.—Deu. 7:25, 26.

DERROTA EN HAI

Hai era la próxima ciudad en la ruta del ejército israelita. Pero aquí tuvo lugar una humillante derrota. El relato bíblico dice por qué: “Los hijos de Israel se pusieron a cometer un acto de infidelidad respecto a la cosa dada irrevocablemente a la destrucción, pues Acán hijo de Carmi, hijo de Zabdi, hijo de Zera, de la tribu de Judá, tomó algo de la cosa dada irrevocablemente a la destrucción. Ante esto, ardió la cólera de Jehová contra los hijos de Israel.”—Jos. 7:1.

Hai era más pequeña que Jericó, así que los espías que Josué había enviado recomendaron: “Que no suba todo el pueblo. Suban unos dos mil hombres o unos tres mil hombres y hieran a Hai. No fatigues a todo el pueblo haciéndolo ir allá, porque son pocos.”—Jos. 7:2, 3.

El informe bíblico pasa a decir: “De modo que subieron allá unos tres mil hombres del pueblo, pero se pusieron en fuga delante de los hombres de Hai. Y los hombres de Hai lograron derribar de ellos algunos treinta y seis hombres, y fueron persiguiéndolos desde delante de la puerta hasta Sebarim [las canteras de piedra] y continuaron derribándolos en la bajada. En consecuencia el corazón del pueblo empezó a derretirse y se hizo como agua.”—Jos. 7:4, 5.

¿Por qué habían salido mal las cosas? ¿Los había abandonado Jehová? No fue fundamentalmente la pérdida de 36 soldados lo que los abrumó, pues normalmente había que esperar por lo menos algunas bajas en cualquier batalla. La verdadera calamidad era que Israel, el ejército de Jehová, había huido en derrota ante sus enemigos.—Jos. 7:8.

JOSUÉ ACUDE A JEHOVÁ

Por consiguiente, Josué se encontraba muy afligido. “Rasgó sus mantos y cayó en tierra sobre su rostro delante del arca de Jehová hasta la tarde, él y los ancianos de Israel, y siguieron echando polvo sobre sus cabezas.” (Jos. 7:6) Aquellos hombres principales de la nación estaban muy tristes y temían que, por alguna razón, Dios estuviera disgustado; no solamente ayunaron, sino que, más que eso, mostraron su penitencia ante Dios, pues tenían la firme impresión de que era algún pecado lo que había hecho que Dios les retirara su ayuda. El que permanecieran allí hasta la tarde manifestó la profunda preocupación que tenían, y el temor de que Dios estuviese encolerizado. No culparon a los espías por la recomendación que habían hecho ni acusaron a los soldados de ser cobardes, sino que se dirigieron a Dios para hallar la causa y para que les mostrara qué hacer para recobrar su favor.

Josué habló a Dios y le dijo: “Ay, Señor Soberano Jehová, ¿por qué trajiste a este pueblo todo el camino a través del Jordán, simplemente para darnos en manos de los amorreos para que nos destruyan? ¡Y si solo lo hubiésemos tomado a nuestro cargo y continuado morando al otro lado del Jordán! Dispénsame, oh Jehová, pero ¿qué podré decir después que Israel ha vuelto la espalda delante de sus enemigos? Y los cananeos y todos los habitantes del país lo oirán, y ciertamente nos cercarán y cortarán nuestro nombre de la tierra; y ¿qué harás por tu gran nombre?”—Jos. 7:7-9.

No sería correcto acusar a Josué de estarse quejando de Jehová en esta ocasión. Como observan los comentadores bíblicos Keil y Delitzsch, Josué simplemente estaba usando el lenguaje intrépido de la fe al argüir con Dios en oración —una fe que no podía comprender los caminos del Señor— y al hacer una súplica muy apremiante al Señor para que llevara a cabo Su obra del mismo modo glorioso en que había comenzado. (Compare con Génesis 18:23-26.) Quizás Josué haya pensado que el anhelo que el pueblo tenía antes del cruce a Canaán estaba mezclado con egoísmo, y no era del todo un deseo de hacer la voluntad de Dios de toda alma. Deseaba que se restableciera la buena relación que Israel tenía con Dios tal como había sido al otro lado del Jordán.

Aquí vemos que Josué vació su corazón y sentimientos sin reservas, tal como debe hacerse en la oración. (Compare con Hebreos 10:19-22.) Entonces, al pensar que lo que estaba a punto de decir podría sonar como oprobio para Jehová . . . en el sentido de que Dios se hubiese olvidado de Su propio honor, Josué le preguntó a Dios cómo podía Él mismo ahora sostener Su “gran nombre” ante el mundo. El nombre de Jehová estaba enlazado con la nación israelita, y, para Josué, lo más doloroso de todo el asunto era el oprobio que caería sobre el nombre de Jehová debido a las noticias de la derrota de Israel.—Compare con las palabras de Moisés al interceder a favor de Israel después que el pueblo había pecado seriamente.—Éxo. 32:11-14.

DIOS REVELA LA CAUSA DE SU IRA

La respuesta de Dios a Josué fue: “¡Levántate! ¿Por qué estás cayendo sobre tu rostro?” Fue como haberle dicho: ‘Has permanecido tendido por suficiente tiempo. Debes darte cuenta de que no es un cambio de mi parte. Es tiempo de averiguar dónde estriba el problema, a saber, en el pecado del pueblo.’ Entonces Dios dijo, claramente: “Israel ha pecado, y también han traspasado mi pacto que les impuse como mandato; y también han tomado algo de la cosa dada irrevocablemente a la destrucción y también han hurtado y también lo han tenido secreto y también lo han puesto entre sus propios objetos.”—Jos. 7:10, 11.

Israel había (1) violado el pacto al desobedecer los mandatos de Dios (Éxo. 24:7, 8), (2) tomado la cosa prohibida, (3) de hecho robado lo que pertenecía a Dios, (4) mantenido oculto el hecho, como si Jehová no pudiera verlo (Es probable que, después de la caída de Jericó, Josué haya preguntado a la entera nación si habían obedecido a Dios por medio de destruir todas las cosas, pero si Josué hizo eso, entonces Acán siguió escondiendo su maldad), (5) puesto el material prohibido entre sus propias cosas, como si les perteneciera a ellos, y por lo tanto se habían transformado en algo detestable como el objeto que habían tomado.—Jos. 6:18, 19.

Puesto que el culpable o los culpables no se dieron a conocer ni reconocieron su pecado, había que descubrirlos. Aun así, Jehová hizo que Josué descubriera al delincuente de modo gradual, y le dio oportunidad al culpable para que a cierto grado aminorara su culpa por medio de confesar voluntariamente. Desde luego que Dios pudo haber dicho de inmediato quién era el malhechor. Pero hizo que Josué llamara al pueblo para que éste se presentara por tribu, familia, casa, e individuo. Esto se hizo por medio de echar suertes, y Jehová dirigió el procedimiento.—Jos. 7:14; Pro. 16:33.

Habrá quien pregunte: ¿Por qué se enfadó Jehová con la nación por lo que hizo un solo hombre? Doctos en asuntos bíblicos están de acuerdo en que fue un asunto de pecado de comunidad ante Dios. Los israelitas llevaban el nombre de Dios sobre sí como nación. A la vista de otras naciones, lo que los israelitas hacían representaba al Dios de éstos y los caminos de éste. Un acto de codicia, robo y mentira de parte de un individuo desacreditaba la reputación de la entera nación y por lo tanto el nombre del Dios a quien servían.—Deu. 21:1-9.

EL PECADO DE UN MIEMBRO PONE EN PELIGRO AL ENTERO PUEBLO

Además, si se permitía que continuara sin corregirse aquella clase de pecado, infectaría al entero cuerpo de personas. La nación se deterioraría hasta tal punto que llegaría a pelear las batallas, no para apoyar el nombre de Dios y la adoración verdadera, sino por simple conquista egoísta. El apóstol Pablo mostró lo engañoso y peligroso que es permitir o dejar que continúe el pecado serio cuando escribió a la congregación cristiana de Jerusalén que estuviera en guardia para que ‘no brotara ninguna raíz venenosa y causara perturbación y que muchos fueran contaminados por ella; que no hubiera ningún fornicador ni nadie que no apreciara cosas sagradas, como Esaú, que a cambio de una sola comida vendió regalados sus derechos de primogénito.’—Heb. 12:15, 16; compare con 1 Corintios 5:6, 7, 13.

Cuando se echó la suerte y esto señaló directamente a Acán, Josué fue bondadoso, a pesar de saber que Acán era culpable. Le dijo a Acán: “Hijo mío, rinde gloria, por favor, a Jehová el Dios de Israel y haz confesión a él, e infórmame, por favor: ¿Qué has hecho? No lo escondas de mí.” (Jos. 7:19) Entonces Acán ‘rindió gloria a Dios’ en el sentido de que reconoció que Jehová había dirigido correctamente las suertes y que Dios estaba airado con él con razón. Acán había “cometido una locura deshonrosa en Israel,” un delito que traía gran deshonra al nombre de Jehová al causar oprobio a Israel, que entonces representaba a Dios en la Tierra.—Jos. 7:15.

SE REMUEVE LA CULPA DE LA NACIÓN

Entonces, para demostrar ante todo Israel la causa del desastre que habían sufrido en Hai, y para probar que Acán era la persona culpable, Josué hizo traer de la tienda de Acán los artículos robados y los expuso ante el pueblo. (Jos. 7:22, 23) En armonía con el mandato de Dios, había que dar muerte a Acán. También había que quemar a su familia, su tienda y sus pertenencias hasta convertirlos en cenizas, de manera que aquel elemento contaminado, semejante a levadura, fuera eliminado de Israel, pues hasta la mención del nombre de Acán sería detestable. Después que los israelitas apedrearon a Acán hasta darle muerte, y entonces lo quemaron, el registro dice que levantaron un gran montón de piedras sobre sus cenizas y el lugar fue llamado Acor (ostracismo, dificultad) como recordatorio de la calamidad que él le había causado a Israel.—Jos. 7:24-26.

Puede que haya personas que piensen que la ejecución de la familia de Acán y la destrucción de su propiedad fue injusta. Pero considere el oprobio y la dificultad que trajo este deseo egoísta de Acán. No solamente esto, sino que 36 hombres habían perdido la vida. Además, difícilmente pudiera pensarse que la familia de Acán no supiera que las cosas robadas que estaban bajo maldición estaban en la tierra bajo la tienda de Acán.—Jos. 7:21.

El hecho de que Josué hizo lo correcto queda claro cuando vemos que inmediatamente después de aquello Jehová hizo que Hai fuera derrotada. El juicio de Jehová resultó ser una bendición y protección para Israel a medida que ellos continuaron con la lucha de seis años para conquistar la tierra, y derrotaron a un rey tras otro. No hay registro de que alguien repitiera una acción como la de Acán. Hasta más tarde, durante el tiempo de los jueces, cuando ocurrían pecados serios la nación manifestaba gran celo por mantenerse en buena posición delante de Dios por medio de remover la maldad, aun al costo de muchas vidas.—Jue., cap. 20.

    Publicaciones en español (1950-2025)
    Cerrar sesión
    Iniciar sesión
    • español
    • Compartir
    • Configuración
    • Copyright © 2025 Watch Tower Bible and Tract Society of Pennsylvania
    • Condiciones de uso
    • Política de privacidad
    • Configuración de privacidad
    • JW.ORG
    • Iniciar sesión
    Compartir