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  • Una ciudad guardada por Jehová

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  • Una ciudad guardada por Jehová
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1979
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1979
w79 1/8 págs. 28-30

Una ciudad guardada por Jehová

SI CONCIENZUDAMENTE tratamos de servir a Dios, y nos apegamos a su Palabra, tendremos éxito en ello, aunque tengamos que enfrentarnos a muchas experiencias difíciles que sometan a prueba nuestra fe. Y si mantenemos la fe y buscamos a Dios, podemos contar con que se cumplirá esta promesa: “El ángel de Jehová está acampando todo alrededor de los que le temen, y los libra.”—Sal. 34:7.

Por otro lado, sin importar lo duro que trabajemos, lo que estemos haciendo no tendrá éxito si confiamos en nuestra propia aptitud o en los hombres. El rey Salomón declaró esta verdad en los Salmos: “A menos que Jehová mismo guarde la ciudad, de nada vale que el guarda se haya quedado despierto.” (Sal. 127:1). Este principio quedó demostrado en la destrucción y, más tarde, la restauración de la Jerusalén de tiempos antiguos.

En los días de los reyes David y Salomón, Jerusalén había sido una ciudad floreciente, la capital de una nación poderosa. Pero debido a que no se prestó atención a la ley de Dios, y a las injusticias y la corrupción que fueron el resultado de ello, la ciudad se hizo extremadamente inicua. Finalmente Dios retiró de ella Su mano protectora. A pesar de que estaba situada estratégicamente y era bastante poderosa, Jerusalén cayó en las manos del rey de Babilonia, quien la asoló por completo.

Pero Dios tenía buenos pensamientos para la desolada Jerusalén. Él había puesto el templo de la adoración pura allí; Su nombre estaba asociado con aquella ciudad. Él deseaba que fuera reconstruida. ¿Concibieron los hombres la idea, o fue restaurada la ciudad por la fortaleza de ellos? No. La reconstrucción de la ciudad fue un milagro, aun a la vista de las naciones cercanas.

Originalmente el templo fue reconstruido por un grupito de judíos que había hecho el difícil viaje de 805 kilómetros a través del desierto. (Esd. 6:15) sin embargo, en demostración de que la restauración de Jerusalén no se había dejado en manos de hombres y de que aquella restauración no podía atribuirse al poder o determinación de hombres, el grupo original que regresó se debilitó y finalmente quedó enfrascado en sus propios asuntos, debido a la oposición de los pueblos cercanos. Empeoraron hasta caer en una situación muy lamentable, y sus enemigos los cargaron de vituperio, un vituperio que desacreditó al Dios a quien los judíos representaban.

LA SITUACIÓN MALA Y PELIGROSA DE JERUSALÉN

Alrededor de 82 años después del regreso de los primeros repatriados, un judío llamado Nehemías, que había estado sirviendo de copero del rey Artajerjes (Longímano) de Persia, recibió noticias de su hermano, Hanani, y de otros hombres de Judá, acerca de la condición deplorable en que se encontraba la ciudad de Jerusalén. El informe de éstos decía: “Los que quedan, que han quedado del cautiverio, . . . están en una situación muy mala y en oprobio; y el muro de Jerusalén está derruido [había grandes aberturas en el muro], y sus mismísimas puertas han sido quemadas con fuego [como las había dejado el rey de Babilonia].”—Neh. 1:1-3.

Nehemías se sintió muy perturbado por aquella situación. Oró a Dios, y a la misma vez presentó su petición al rey Artajerjes: que se le permitiera regresar para fortalecer y ayudar a sus hermanos. Dios estimuló el corazón del rey para que suministrara a Nehemías una custodia y un séquito de siervos, junto con autoridad para obtener materiales y abastecimientos de los gobernadores locales.—Neh. 2:3-9.

Debido al encono de los enemigos de los alrededores, e incluso de algunos judíos que mantenían comunicación con los enemigos, al principio Nehemías no informó a nadie acerca de su plan. Investigó el alcance de los daños y determinó lo que había que hacer. Entonces reunió a los sacerdotes, nobles, gobernantes diputados y a los que habían de ser supervisores de la obra de reparación, y les asignó puertas o entradas específicas y secciones del muro. El programa continuó progresando. Sin embargo, esta operación tuvo que hacer frente a enconada mofa procedente de Sanbalat el horonita y Tobías el amonita, líderes de tribus vecinas, quienes entonces conspiraron para matar a los trabajadores. Debido a esto, los judíos oraron a Dios y mantuvieron una guardia apostada día y noche.—Neh. 4:1-9.

LA CONSTRUCCIÓN DEL MURO BAJO AMENAZA

La tensión de trabajar y a la vez hacer obra de guarda era fuerte. Los trabajadores se desanimaron, pero Nehemías llamó la atención de ellos al verdadero Protector que tenían, con las palabras: “Tengan presente a Jehová el Grande y el Inspirador de temor.” (Neh. 4:14) Nehemías asignó a la mitad de su propio séquito de servidores a trabajar, y a la otra mitad a cargar las armas. Cada uno de los que llevaban la carga (de materiales y desperdicios) trabajaban con una mano y con la otra tenían asido un proyectil, mientras que cada edificador estaba ceñido y llevaba espada. Cuando dormían permanecían completamente vestidos, con el arma en la mano derecha.

Los enemigos, resueltos a impedir la restauración de Jerusalén, traicioneramente trataron de atraer a Nehemías hacia fuera de la ciudad para considerar asuntos (aparentemente para parlamentar pacíficamente y arreglar las diferencias), pero el verdadero propósito era matar o capturar a Nehemías. Al fracasar en ello, los enemigos usaron a falsos profetas que vivían en Jerusalén para tratar de asustar a Nehemías. Pero él confió en Dios y no se dejó apartar del trabajo.—Neh. 6:1-13.

Finalmente, después de 52 días (lo que era más o menos el límite hasta el cual realmente podían continuar trabajando los constructores en medio de aquellas condiciones tan difíciles) terminó la construcción del muro. Entonces las puertas de las entradas se pusieron en su lugar y se asignó, para dar servicio, una fuerza de vigilancia. Pero todavía quedaba mucho trabajo interno por hacer. El pueblo necesitaba un conocimiento más completo de la ley de Dios. Había que dar atención a ciertas irregularidades e ilegalidades. Nehemías sabía que Dios había estado con ellos, y que nuevamente había que poner en vigor Su ley en Jerusalén, si querían que Su favor continuara con ellos.—Neh. 6:15; 7:4.

RESTAURANDO LOS ESTATUTOS DIVINOS

Por consiguiente, Nehemías celebró la fiesta de la Luna nueva en el séptimo mes, y después la fiesta de las cabañas, desde el decimoquinto día hasta el vigésimo segundo; entonces, en el día vigésimo cuarto los judíos se reunieron en asamblea para ayunar y confesar sus pecados. En todas aquellas ocasiones el sacerdote Esdras leyó en voz alta la ley de Moisés ante todo el pueblo reunido en asamblea.—Neh. 8:1-9:3.

Aun entonces, Jerusalén estaba muy escasamente poblada. Por eso se buscaron voluntarios, uno de cada diez familias que estuvieran viviendo fuera de la ciudad, para asignarles por suerte una morada en Jerusalén. Además, Nehemías hizo arreglos para reanudar el pago de los impuestos del templo, el pago de las décimas partes y los sacrificios de las primicias, de modo que la adoración verdadera en el templo pudiera restaurarse en armonía con la Ley. Una vez que estos asuntos se organizaron, el muro de la ciudad fue inaugurado con gran regocijo. Tiene que haber sido un espectáculo emocionante el ver aquella procesión llena de colorido de dos grandes coros que cantaban cánticos de acción de gracias mientras marchaban alrededor por la parte superior del muro.—Neh. 10:32-11:2; 12:27-39.

Sin embargo, todavía había otros asuntos que necesitaban atención. Existía un estado de corrupción y de negligencia con relación a la adoración en el templo. Mientras Nehemías estuvo ausente por algún tiempo en el servicio de Artajerjes, Eliasib el sacerdote había reservado un gran comedor para que lo usara Tobías el amonita. Esto era una notoria violación de la ley de Dios. Además, a los levitas se les había privado de la porción que por ley se les proveía para su mantenimiento y, por consiguiente, habían tenido que hacer otro trabajo para mantenerse. Nehemías, al regresar y descubrir estos alarmantes acontecimientos, inmediatamente arrojó fuera todos los muebles de Tobías y restauró el lugar a su función apropiada como lugar de almacenaje para los artículos del templo. Entonces hizo arreglos para distribuir a los levitas el grano, vino y aceite que necesitaban.—Neh. 13:4-14.

Nehemías sabía que, si había violación de la ley de Dios, Él no bendeciría la ciudad a pesar de que había hecho que la reconstruyeran. Anteriormente Nehemías había suprimido las prácticas de usura y de privar del derecho de redimir hogares y campos por parte de los judíos más ricos. Ahora prohibió todo tipo de trabajo y transacciones comerciales en el día de descanso o sábado. Además, ordenó que todos los mercaderes que estaban fuera del muro permanecieran fuera de Jerusalén el sábado. Finalmente, corrigió las alianzas matrimoniales ilegales, en las cuales los judíos estaban dando a sus hijas en matrimonio a hombres extranjeros y recibiendo esposas extranjeras para sus hijos.—Neh. 5:1-13; 13:2-27, 30.

La obra de Nehemías, efectuada con la cooperación del sacerdote Esdras, no fue en vano. Jehová utilizó a estos hombres fieles, pero realmente fue Él mismo quien dio prosperidad y guardó a la ciudad para que, a pesar de todos los esfuerzos que hizo el enemigo por destruirla, Jerusalén todavía estuviera en existencia unos 400 años después, cuando el Mesías y sus apóstoles estuvieron en la Tierra. Por consiguiente, Jerusalén fue la ciudad desde la cual se comenzó a ofrecer a la gente la oportunidad de llegar a ser coherederos de Cristo, para “el judío primero y también para el griego.”—Rom. 2:10.

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