¿A quién le hace falta el dolor?
LA JOVEN era inteligente y aparentemente normal. Sin embargo, era diferente de las demás personas. Como estudiante universitaria, sorprendió a peritos neurológicos canadienses. Hasta cuando se le enterraban agujas en la carne, o cuando se le administraban descargas eléctricas, esta joven no sentía dolor.
“Entonces,” informó Science Digest, “el 28 de agosto de 1955 fue admitida en un hospital porque tenía una infección masiva; por primera vez en la vida ella en realidad sintió dolor, y recibió analgésicos para calmárselo. Murió dos días después, a los 29 años de edad, y una autopsia reveló que su cerebro y sistema nervioso eran completamente normales.”—Julio de 1978, pág. 35.
EL DOLOR FÍSICO PUEDE SER BENEFICIOSO
Por toda la Tierra puede haber centenares de personas, o hasta miles, que sean insensibles al dolor físico. Al reflexionar en el sufrimiento que uno quizás experimente debido a dolor de espalda, lesiones y cosas similares, es probable que uno piense que sería una bendición el no sentir dolor físico. Bien pudiera ser que uno dijera: ‘¿A quién le hace falta el dolor?’
Pero, ¿qué pasaría si a uno se le torciera el tobillo? Imagínese que uno sufriera una caída o se fracturara el brazo. ¿O qué hay si uno se viera invadido por una infección grave? Obviamente, sería bueno tener la sensación del dolor físico para poder responder a la situación e inmediatamente tomar medidas para remediarla. En lo que a eso se refiere, el poder sentir dolor (como cuando uno sin darse cuenta toca un objeto que está caliente) puede resultar en acción que evite daño serio. En realidad, el que uno fuera inmune al dolor pudiera poner en peligro su vida. El dolor puede ser beneficioso para uno.
EL DOLOR QUE NADIE DESEA
Sí, la capacidad de percibir el dolor físico puede ser beneficiosa. Pero ¿qué se diría del dolor mental y emocional? Con frecuencia los dolores de esa índole son más persistentes y atormentadores. El dolor físico pudiera ser calmado o eliminado por la medicina, los tratamientos o la cirugía. El dolor emocional y mental, sin embargo, puede ser totalmente debilitante, y puede mantener a uno en gran angustia por años.
La adversidad ciertamente es una causa de dolor emocional. Para las personas sensibles y de corazón bondadoso puede ser muy angustioso el ver sufrir a sus semejantes humanos, quizás por causas como la pobreza, el hambre y la mala alimentación. Y, por supuesto, es extremadamente doloroso para nosotros mismos experimentar tales dificultades y privaciones.
La opresión también produce dolor emocional y mental. Por ejemplo, los opresores pudieran crear una atmósfera de gran temor. Eso en sí mismo puede causar angustia, sin decir nada de los duros problemas cotidianos a que tienen que encararse los oprimidos.
La enfermedad puede ser otra causa de dolor emocional, hasta para quien no esté sufriendo el mal personalmente. ¿No es intensamente doloroso el observar que una persona a quien amamos va sucumbiendo lentamente ante el avance de una enfermedad mortífera? Esto es cierto especialmente cuando la víctima experimenta intenso dolor físico.
La muerte de un miembro amado de la familia o de un amigo también puede resultar en gran dolor emocional. David, el rey israelita, dio evidencia de haber experimentado tal dolor interior debido a la muerte de su hijo, porque este padre afligido clamó: “¡Hijo mío Absalón! ¡Absalón, hijo mío, hijo mío!”—2 Sam. 19:4.
Ninguna persona normal anhela experimentar dolor emocional y mental. Y de seguro nadie desea sufrir gran dolor físico. ¿Quién quiere sufrir? Pero, también, ¿quién puede hacer algo en cuanto al dolor que a grado tan profundo ha llegado a ser parte de la vida humana?