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  • Sirviendo a Dios durante tiempos difíciles

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  • Sirviendo a Dios durante tiempos difíciles
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1981
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  • LAS PRUEBAS FORTALECEN LA FE
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  • DESPUÉS DE SALIR DE LA CÁRCEL
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1981
w81 1/7 págs. 12-15

Sirviendo a Dios durante tiempos difíciles

CAÍAN fuertes nevadas durante el invierno de 1946 en el país donde yo vivo en la zona oriental de Europa. En vano esperé el tren que me había de llevar a la ciudad, puesto que aquel mismo día las nieves interrumpieron la transportación ferroviaria. Alguien me dirigió hacia un pueblecito donde supuestamente podría hallar transportación por autobús. Pero cuando llegué allí me enteré de que los autobuses no estaban funcionando.

En varias ocasiones durante aquellos pasados meses yo había optado por salir de la ciudad e irme al bosque a solas. En aquel ambiente sereno me arrodillaba y oraba a Dios. Habiendo sobrevivido los terribles años de la II Guerra Mundial, lo único que me traía paz y satisfacción era orar de aquella manera. Yo era católica y creía firmemente en Dios, pero el rezar en la iglesia ante imágenes inanimadas me proporcionaba poco consuelo. De hecho, cuando observé la conducta de los sacerdotes decidí no volver jamás a la iglesia.

Aquel día —temporalmente desamparada, hambrienta y cansada— me di cuenta de que una de las casas del pueblo tenía un letrero que decía “Panadería.” A pesar de que la señora de la casa me dijo que la panadería no estaba funcionando, amablemente me dio del poco pan que ella misma tenía. Le pregunté: “Por favor, ¿me permite sentarme y descansar un rato?”

Mientras estaba allí sentada, noté un libro sobre la mesa. Al enterarme de que era una Biblia, me interesé mucho en el libro. Hablé por largo rato con la señora y su esposo y descubrí que eran testigos de Jehová. Las cosas que oí fueron como agua refrescante para un viajero sediento. La pareja quedó en visitarme el domingo siguiente.

El domingo siguiente yo estaba lista. Hasta preparé una comida para que tuviéramos más tiempo para hablar con calma. Pero la pareja no vino. Mi esposo quería que me olvidara de aquella “nueva religión.” Yo estaba profundamente desesperada, y hasta pensaba en suicidarme. Pero entonces mi hija mayor trajo una carta de los Testigos. ¡No se habían olvidado! Dentro de poco se nos estuvo ayudando a estudiar la Biblia en nuestro hogar. Mis hijos empezaron a participar en el estudio, tanto mi hija de 15 años de edad como mi hijo de 10 años y mi hija menor de nueve años de edad. Todos preparaban bien las lecciones y escribían las respuestas a las preguntas en sus cuadernos.

Comencé a compartir con otros las cosas que estábamos aprendiendo, y esto me fortaleció espiritualmente y me trajo gozo. En agosto de 1947 mi hija mayor y yo nos bautizamos y simbolizamos así nuestra dedicación a Jehová Dios.

MI ESPOSO SE OPONE

A menudo mi esposo se emborrachaba y me creaba grandes problemas. Nos prohibió ir a las reuniones cristianas. De modo que algunas veces mi hija y yo nos acostábamos temprano, y entonces, cuando él no nos podía ver, nos vestíamos y salíamos de casa. Una vez él tomó un hacha en la mano y gritó que me iba a matar. Me lanzó el hacha, pero debido a lo borracho que él estaba el hacha no me dio, sino que cayó detrás de mí. Pude escapar.

Mi esposo aumentó sus ataques contra mí, y un día hasta trató de matarme con un cuchillo de carnicero. Mi hija menor y yo huimos a la casa de unos Testigos que vivían cerca, mientras mi esposo casi nos pisaba los talones. Debido a que los Testigos no le dejaron entrar, mi esposo rompió las ventanas y la policía tuvo que intervenir.

A principios de la primavera de 1948 mi esposo me dirigió el ultimátum: “¡O la casa, o Jehová!” Preferí dejar la casa con nuestros cuatro cuartos amueblados, en vez de abandonar lo que había aprendido. Llevé conmigo solo mis pertenencias personales y a mis tres hijos. Bastaba una persona para cargar todo lo que llevábamos.

DOS AÑOS FELICES

Después de estas experiencias, quedé desgastada física y mentalmente, pero por lo menos ahora estaba libre de persecución por la familia. Una familia de Testigos que vivía fuera de la ciudad nos hospedó.

En mayo de 1948 mi hija mayor ingresó en el servicio de precursor, el nombre que los testigos de Jehová dan al testificar de tiempo completo. Ella fue a la zona sur del país y luego nos animó a que la acompañáramos. Cuando llegamos allá, no había congregación de testigos de Jehová. Pude conseguir empleo, además de dos cuartos amueblados. Separamos la habitación que tenía un piano para que sirviera de Salón del Reino.

Comenzamos a predicar y a hallar a personas que mostraban interés. Los Testigos que vivían en una ciudad cercana venían y pronunciaban conferencias públicas de la Biblia, y nos ayudaron a adquirir madurez espiritual. En 1949, durante los meses en que la escuela estaba en receso, mi hija menor sirvió de precursora de vacaciones, y el año siguiente ella y su hermano se bautizaron. Sin embargo, los sucesos de 1950 acortaron la vida gozosa, aunque no fácil, que tenía con mis queridos hijos.

LAS PRUEBAS FORTALECEN LA FE

La obra de los testigos de Jehová fue proscrita, y la policía arrestó a casi toda persona conocida como testigo de Jehová, incluso a mí y a mi hija mayor. Mi hijo de 13 años y la hija de 12 fueron privados así de mi cuidado. Una familia tomó a mi hijo para que viviera con ellos, y otra a mi hija.

Al fin de tres meses mi hija mayor fue puesta en libertad. Yo permanecí en la cárcel cuatro meses más. Cuando me pusieron en libertad, me ordenaron que saliera de aquella área. Llevando con nosotros únicamente nuestras vestiduras y ropa de cama, los cuatro nos encaminamos a otra ciudad y allí los Testigos nos dieron alojamiento. Las experiencias que pasé mientras estuve en la cárcel, y las que pasamos al trasladarnos a otro territorio, fortalecieron mi fe en el cuidado y la guía de Jehová, y el aprecio por esas cosas.

Meses después mi hija mayor comenzó a servir de precursora de nuevo. Sin embargo, debido a la proscripción ella no podía predicar de casa en casa. De modo que visitaba a personas que ya habían mostrado interés y les ofrecía literatura bíblica y tenía estudios de la Biblia con ellas.

En 1952 mi hijo terminó sus estudios escolares. Entonces nos trasladamos a un pueblo a más de 100 kilómetros de donde anteriormente estábamos y allí tanto él como yo obtuvimos empleo en un aserradero. Puesto que yo solamente trabajaba de media jornada, me alegré de comenzar a servir de precursora.

Poco después algunos Testigos fueron arrestados por estar predicando el mensaje de la Biblia, y mi hijo y yo estuvimos entre ellos. Sin embargo, debido a que nosotros dos teníamos trabajo seglar, se nos puso en libertad dos días después. A algunos Testigos se les sometió a juicio y se les condenó hasta a 15 años de cárcel. Pero nosotros seguimos predicando, y dentro de poco tiempo 35 personas de nuestra área se bautizaron.

Otra vez, en 1953, mi hija mayor fue arrestada. En el transcurso de la investigación la azotaron y luego la condenaron a cuatro años de cárcel. Más o menos para ese mismo tiempo mi hija menor terminó sus estudios escolares, y ella y su hermano comenzaron a servir de precursores. El año siguiente, cuando ella tenía solamente 16 años de edad, fue arrestada y encarcelada por un mes. Luego fue internada en un hogar para muchachas menores de edad que estaban en dificultades con las autoridades.

Debido a mi predicación la policía me perseguía, y por eso no pude estar presente cuando mi hija fue sometida a juicio ante un tribunal. Puesto que mi hija no estaba bajo el cuidado de sus padres, la corte la condenó a quedar en una casa correccional por tiempo indefinido. A causa de su buena reputación, se le confió la tarea de hacer los recados en el pueblo, y pudimos vernos unas cuantas veces. ¡Qué ocasiones más felices fueron ésas!

Entonces fui enviada a otro pueblo para servir allí de precursora. Aquel fue un tiempo de prueba para mí. Mis dos hijas estaban en la cárcel. Además, no veía a mi hijo a menudo, porque él estaba sirviendo de precursor en otra parte del país. Pero nos veíamos en las reuniones de precursores, que a veces duraban varios días. Estos banquetes espirituales se efectuaban en hogares de Testigos que vivían en regiones aisladas. ¡Qué ocasiones gozosas eran aquéllas!

Hacia el fin de 1955 se me pidió que ayudara en la reproducción y el transporte de la literatura bíblica. El trabajo era duro, pero sabíamos la importancia que tenía. Cobrábamos fuerza al ver el gozo que los hermanos sentían al recibir el “pan” (así llamábamos La Atalaya) y los “pasteles” (como llamábamos los folletos). También, cuando yo tenía tiempo libre iba y predicaba en el parque, entablaba conversaciones con la gente y hacía arreglos para volver a visitarla.

TODOS SOMOS PRECURSORES

A principios de 1956 se puso en libertad a mi hija menor, y ella reasumió su servicio de precursora. Unos tres meses después mi hija mayor fue puesta en libertad y ella también inmediatamente reasumió su servicio de precursora. Después que ella salió de la cárcel, los cuatro nos encontramos en una reunión de precursores que siempre recordaremos.

Durante los siguientes cinco años nos vimos de vez en cuando. Al principio cada uno de nosotros estuvo sirviendo de precursor en un área diferente. Por eso, sin importar dónde fuera que nos reuniéramos alguna vez, aquel era nuestro “hogar.” El techo siempre era un cielo azul, y el suelo algunas veces era verde, otras veces blanco, según la temporada del año.

Empezamos a trabajar con multicopistas eléctricas o mimeógrafos para reproducir la literatura bíblica. En cierta ocasión la casa y el equipo de imprenta y el papel se quemaron. Las autoridades se enteraron de que había una imprenta en aquella casa quemada, pero no arrestaron a nadie. Entonces participamos en una obra especial. Yo ayudé a componer tipo para el bello libro intitulado De paraíso perdido a paraíso recobrado.

Pasamos nuestras vacaciones del verano de 1961 juntos como familia con hermanos hospitalarios en una villa pesquera. Pudimos descansar al lado del mar y recobrar las fuerzas para el trabajo del año venidero. No sabíamos lo que nos esperaba.

TODA LA FAMILIA EN PRISIÓN

En agosto mi hija mayor y mi hijo fueron arrestados. Luego, tres meses después, mi hija menor y yo caímos bajo arresto. Se nos detuvo por más de un año bajo investigación.

Pedí consultar al dentista mientras estuvimos bajo detención. Mientras yo esperaba en fila para ver al dentista, una prisionera que se hallaba a mi lado me preguntó por qué el guarda del ala de la prisión me había gritado el día antes. Al contestarle que se debió a que yo había estado hablando con compañeros Testigos mientras dábamos un paseo, la joven que estaba a su lado me empuñó el brazo. Me abrazó llena de gozo y me dijo que ella también era testigo de Jehová. Estaba cumpliendo una condena de tres años por haber estado imprimiendo literatura bíblica. En aquel tiempo ni me imaginaba que ella llegaría a ser mi nuera... “mi tercera hija.”

Mientras estuvimos en la cárcel, mis hijos y yo nos comunicábamos a menudo por carta. Cada carta era censurada dos veces. Comenzamos a incluir más y más información bíblica en las cartas para que los censores de las cartas recibiesen un testimonio en cuanto a los propósitos de Dios. Un día, una mujer de edad madura que era capataz de una sección me llamó a su celda. A fin de conversar conmigo me llevó a otra ala de la cárcel y me preguntó cómo había criado a mis hijos. Me dijo que desplegaban mucha paciencia al aguantar la vida en la cárcel. También me dijo que todo el personal que estaba encargado de vigilar la cárcel estaba sumamente interesado en el contenido de nuestras cartas.

No fue sino hasta más o menos año y medio después de nuestro arresto que nuestro caso fue sometido a juicio ante el tribunal a principios de 1963. El juicio duró tres días. Mi hija mayor fue condenada a tres años de cárcel, y mi hijo a dos. A mi hija menor y a mí nos pusieron en libertad. Las autoridades consideraron que el tiempo que habíamos pasado detenidas en la cárcel equivalía a nuestra condena.

DESPUÉS DE SALIR DE LA CÁRCEL

Cuando salimos de la cárcel, mi hija y yo nos hospedamos en casa de unos hermanos hospitalarios que nos ayudaron a recobrar la salud. Poco después mi hijo recobró su libertad, y los tres estuvimos viviendo en casa de los hermanos. Comencé a trabajar en una fundición, mi hijo halló trabajo en el ferrocarril y mi hija consiguió trabajo de oficina. Después de las horas de trabajo ayudábamos en casa a componer tipo para la segunda edición del libro “Sea Dios Veraz.”

Mi hija mayor fue puesta en libertad en septiembre de 1963. Regresamos al territorio donde habíamos estado trabajando 15 años antes. Encontramos una casa vieja en aquella región y, con la ayuda de los hermanos que vivían cerca, pudimos repararla. Todos mis hijos comenzaron a servir de precursores de nuevo.

Mi esposo nos había estado buscando, pero puesto que todos estábamos activos en la predicación de tiempo completo, no pudo encontrarnos. Yo sabía donde él vivía, y después de 10 años de separación animé a los hijos a visitarlo. Para ese entonces él todavía era alcohólico.

Entonces, en 1963, me enteré de que mi esposo había dejado de beber. Le envié nuestra dirección para que pudiera visitar a nuestros hijos. Ya mi hijo estaba casado cuando mi esposo vino a visitarnos por primera vez. Mi esposo se dio cuenta que estábamos viviendo en paz y armonía. Cuando nuestra hija mayor se casó, lo invitamos a la ceremonia, y después él mismo expresó el deseo de que los testigos de Jehová lo visitaran en su casa.

Más tarde él volvió a visitarnos para hablar con nosotros. Fue una conversación breve, pero sumamente difícil. Él confesó que había violado la ley de Dios y la ley del país. Volvió a vivir con nosotros después de 22 años de separación. Poco después, el 4 de abril de 1971, se bautizó como testigo de Jehová.

Hoy en día, mi hijo y mis hijas tienen sus propias familias y yo soy una abuela feliz que tiene cuatro nietos y dos nietas. Hemos hallado mucho gozo y hemos experimentado la guía, protección, y ayuda de Jehová. Estoy sumamente convencida de que nadie que persevera celosamente en el servicio de Jehová experimentará desilusión. De todo corazón he puesto mi confianza en Jehová y en sus palabras que aseguran que “De ningún modo te dejaré y de ningún modo te desampararé.” (Heb. 13:5)—Contribuido.

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