Sesenta años como proclamador de las “buenas nuevas”
Como lo relató Martin Wenderqvist
FUE un momento inolvidable. Ocurrió durante una violenta tormenta de nieve. Unas doce personas estuvimos de pie alrededor de una sepultura abierta y cantamos una canción. Luego dije unas palabras en cuanto a reunirnos de nuevo cuando hubiera pasado el tiempo de dificultad de sobre la Tierra.
El joven padre cayó de rodillas, tomó el pequeño ataúd blanco en las manos y lo puso cuidadosamente dentro del hoyo excavado en la tierra. Había lágrimas en los ojos de casi todos los presentes mientras volvíamos caminando a través del bosque rumbo a la casa. Durante la consideración y el rato de compañerismo que tuvimos esa noche, todos recibieron consuelo procedente de los pensamientos que presenté de la Palabra de Dios.—Juan 5:28, 29; Romanos 15:4.
El consolar a los que están de duelo por medio de conducir servicios de funeral es algo que he hecho más de 600 veces en diferentes lugares de Suecia y Finlandia durante mis 60 años como proclamador de las buenas nuevas del reino de Dios. Pero antes de proseguir con mi relato tocante a las experiencias que he tenido, permítaseme explicar primero cómo llegué a ser ministro.
Primeras influencias
Cierto día de 1908, mi padre regresaba a casa del trabajo en Estocolmo cuando halló en el tren un tratado de cuatro páginas. Aquel tratado intitulado “¿Dónde están los muertos?” había sido publicado por la Asociación Internacional de Estudiantes de la Biblia. Tanto mi padre como mi madre creían en la Biblia, y cuando leyeron aquel tratado se sintieron movidos a profundizar su estudio de la Palabra de Dios.
En seguida mis padres se pusieron en comunicación con los Estudiantes de la Biblia, como se conocía entonces a los testigos de Jehová. Ambos comenzaron a asistir a las reuniones que se celebraban cada domingo en un saloncillo de Estocolmo, junto con unas 50 personas más. En agosto de 1912, Charles Taze Russell, el presidente de la Sociedad Watch Tower, fue el orador principal en una asamblea que se celebró en Estocolmo y a la cual asistieron más de 100 Estudiantes de la Biblia de todas partes de Suecia. Aunque a la edad de 10 años no pude entender mucho de lo que se dijo, el presenciar aquello me impresionó mucho.
Después de terminar la escuela secundaria, y mientras trabajaba en una compañía de corte y confección en Västeras, comencé a considerar en serio los problemas de la vida y, por las noches, a menudo solía leer la Biblia. En el año siguiente, 1920, participé por primera vez en declarar las “buenas nuevas del reino” a otros con el grupito de la población, el cual celebraba estudios de la Biblia.—Mateo 24:14.
Más tarde, durante aquel año, A. H. Macmillan, miembro del personal de las oficinas centrales de la Sociedad en Brooklyn, Nueva York, visitó a Suecia y pronunció el discurso “Millones que ahora viven no morirán jamás.” Diez de nosotros trabajamos duro en dar publicidad a aquel discurso, y el salón, con capacidad para 350 personas, quedó abarrotado de gente. Muchas personas no pudieron entrar; así que, ¡tomé un paquete de folletos que consideraban el mismo tema, salí afuera y entregué ejemplares del discurso a varios cientos de personas para que lo leyeran en casa!
Escogiendo mi derrotero en la vida
Hablé con A. H. Macmillan en cuanto a participar en el ministerio de tiempo completo, pero él parecía dudar de las intenciones de un joven de 18 años de edad. En efecto, dijo: “Tienes mucho que aprender.” No obstante, el año siguiente fui nombrado predicador de tiempo completo. Junto con otro hermano, partí hacia mi asignación en Gotland. En aquel entonces no había publicadores del Reino en esa isla.
Mi primer día de testificación en Visby comenzó con la visita a una funeraria. ¿Me atrevería a entrar y ofrecer el folleto Millones que ahora viven no morirán jamás? ¡El dueño pudiera tener miedo de llegar a perder su oficio! Sin embargo, tomó la publicación inmediatamente. En realidad, el libro era tan solicitado que varias veces tuvimos que enviar telegramas pidiendo más ejemplares. Abreviamos el título a “Millones,” ¡y los telegrafistas se asombraban cuando tenían que transmitir el mensaje: “Envíen inmediatamente 500 Millones”!
Cuando uno de los oradores de la Sociedad enfermó en enero de 1922, se me pidió que pronunciara el discurso de éste en varios lugares. Puse reparos y dije que tenía muy poca habilidad como orador, pero de todos modos recibí la asignación de dar el discurso, y comencé en Flen. Allí una hermana se las había arreglado para reunir a varios centenares de oyentes para escuchar el discurso nocturno. Los presentes —mayormente hombres y mujeres ancianos que tenían mucha experiencia en la vida— parecían tensos y dudosos durante el discurso. ¡Habían esperado a un orador completamente diferente de uno de 20 años de edad! Pero después de dar el discurso en otro pueblo, varios ancianos se presentaron y me estrecharon la mano, mientras me daban las gracias por lo que habían oído. Esto, desde luego, me animó.
Por varios años continué como orador viajante, junto con los representantes viajantes regulares de la Sociedad, y mi itinerario aparecía en La Atalaya. Especialmente los pobladores de Laponia daban la bienvenida a viajeros como nosotros. Muchos Testigos hoy día son oriundos de esa región montañosa, y durante las asambleas algunos de ellos me saludan y dicen que escucharon su primer discurso público cuando yo visité la casa de sus padres hace muchos años.
Experiencias tocante a la oratoria pública
Normalmente durante la década de los años veinte muchas personas asistían a nuestros discursos bíblicos y escuchaban atentamente. No obstante, en cierta ocasión un individuo bien conocido se puso de pie y gritó: “Mentiras. Errores. Vengan. ¡Vámonos!” Pero quedó decepcionado cuando solo tres o cuatro personas le siguieron afuera.
En otra ocasión un grupo de jóvenes entró marchando en el salón mientras cantaban “La internacional” (himno que cantaban los comunistas). Se sentaron en la fila del frente con la aparente intención de ponerme nervioso e interrumpir la reunión. Después de hablar acerca de ciertos problemas de aquella zona que eran especialmente graves, continué con el discurso “¿Quién traerá paz al mundo?” Poco después los jóvenes, uno por uno, se quitaron la gorra y comenzaron a escuchar atentamente. Más tarde salieron pacíficamente, y algunos hasta se detuvieron frente a la mesa donde estaban los libros para preguntar en cuanto a nuestra literatura.
En cierta ocasión, al regresar de una visita a la isla de Seskarö en el Golfo de Botnia, hallé a un policía que me esperaba en el muelle. Me llevó a la estación de policía, donde el comisario dijo que se me había acusado de dar un discurso político relacionado posiblemente con el comunismo. Y añadió: “Usted dijo que la sociedad entera va a ser derrocada y que un nuevo líder llamado Jehová asumirá el poder.” Por supuesto, los asuntos se aclararon cuando le expliqué que Jehová es el nombre de Dios y que durante el discurso había hablado de Su reino.
Cambios de asignación
Mi “trabajo de sustituto” como orador viajante continuó hasta 1925, cuando empecé a trabajar en la sucursal de la Sociedad. Luego, en 1934, me casé. ¡Cuánto he apreciado el apoyo leal de mi esposa, Elna! Ella también había trabajado por algunos años en la oficina de la Sociedad.
Una vez, en la década de los años treinta, caminé muchos kilómetros para visitar a las personas que vivían en cabañas aisladas a lo largo de la vía férrea al norte de Suecia, sobre el Círculo Ártico. Aquellas personas que vivían a lo largo de la línea de ferrocarril no recibían muchos visitantes y por eso querían que nos quedáramos mucho tiempo y consideráramos los problemas de la vida con ellos.
Cuando el mundo entró en guerra de nuevo
Suecia evitó envolverse en la II Guerra Mundial, pero el frenesí de aquel conflicto dio a los líderes eclesiásticos la oportunidad de tratar de obstaculizar nuestra obra. Un obispo sueco afirmó falsamente que los Testigos estaban preparados “para salir contra Satanás en la venidera batalla después de recibir el mandato de Jehová” y derribar a todos los enemigos de Dios mediante la fuerza armada. Después de la guerra, nuestros opositores no querían que les recordáramos la campaña de la cual habían sido responsables durante aquellos años.
Yo fui uno de los que recibieron varias llamadas para rendir servicio militar. Después de ser sentenciados, se nos permitía permanecer en libertad hasta que la policía recibiera órdenes de llevarnos a la prisión. En cierta ocasión estaba a punto de conducir el servicio de funeral de un familiar mío, cuando dos policías se abrieron paso hasta entrar al salón donde había unas cien personas reunidas.
Los policías llegaron hasta mí y dijeron que estaba bajo arresto y tenía que acompañarles inmediatamente. Pero el hijo del difunto los apartó discretamente con la mano y les dijo en voz baja: “Ustedes deben entender que no pueden interrumpir esta reunión así. Quien está oficiando tiene que terminar su trabajo aquí antes de irse. De lo contrario, ¿qué pensarían los familiares y los amigos?”
Ante eso, los policías se retiraron, estacionaron el camión de la prisión detrás del establo y me esperaron allí. Explicaron, algo avergonzados, que habían recibido órdenes de llevarme a la prisión de Linköping antes de caer la noche.
Libertad para declarar las “buenas nuevas”
La persona que pierde su libertad por algún tiempo, aprecia los beneficios de poder encontrar a personas y hablarles acerca de las “buenas nuevas,” sea desde la plataforma o de casa en casa.
Después de servir más de 60 años como proclamador de las “buenas nuevas,” estoy agradecido por los muchos beneficios de estar en las filas de los adoradores devotos de Jehová, aunque no tenga la misma fuerza física que tenía durante mis primeros años de proclamador. También, junto con mi esposa, y en agradecimiento al Todopoderoso, a menudo me recuerdo a mí mismo la asociación valiosa que tenemos con personas humildes y rectas que por mucho tiempo han esperado el gobierno mundial, en el que el Príncipe de Paz empuña el bastón de mando.—Isaías 9:6, 7.
[Comentario en la página 11]
El joven padre cayó de rodillas, tomó el pequeño ataúd blanco en las manos y lo puso cuidadosamente dentro del hoyo excavado en la tierra