Jóvenes leales, mártires por el Reino de Dios
ERAN como las 8:30 de una mañana de octubre. Elmer y Alex, jóvenes de 16 años y 14 años de edad respectivamente, estaban jugando frente a su casa en San Salvador, capital de El Salvador, país desgarrado por dificultades. De repente apareció en la escena una camioneta blanca, en la que había cinco hombres armados. Dos hombres se bajaron y ordenaron a los muchachos que subieran a la camioneta. Se los llevaron rápidamente, sin que la familia de ellos se enterara.
Al darse cuenta de lo ocurrido, los padres de los muchachos avisaron a los ancianos de la congregación local de los testigos de Jehová, y comenzó una búsqueda desesperada. Desde hace mucho tiempo, El Salvador se ha visto sometido diariamente a actos de violencia causados por motivos políticos. Napoleón y Orbe, padres de los muchachos, temían lo peor. Se notificó lo ocurrido a las autoridades, quienes también tomaron parte en la búsqueda.
El día siguiente algunos hombres, que guiaban un coche fúnebre de una funeraria de la localidad, avisaron a uno de los ancianos que habían visto los cuerpos de dos muchachos, junto con otros cadáveres, en un terreno comunal en que se depositaban los cadáveres de víctimas de la violencia. Sí, se había hallado a Elmer y Alex, cuyos cuerpos habían sido acribillados a balazos. Había señales de que se les había torturado antes de que finalmente los mataran. Se cree que uno de los grupos subversivos trató de convencerlos de que se unieran al grupo para luchar contra el gobierno que está en el poder. No obstante, los muchachos, por ser testigos de Jehová, no violarían su neutralidad cristiana uniéndose a un grupo como ése. Aparentemente por eso se les ejecutó. Elmer y Alex fueron dos mártires más que se sumaron a la larga línea de cristianos fieles que han muerto por rehusar involucrarse en la política mundana. Obedecieron a Dios, más bien que a los hombres. (Juan 17:16; 18:36; Hechos 5:29.)
Por consiguiente, en un solo día, la cantidad de miembros de la familia López se redujo de cinco a tres. Aquello fue un golpe terrible para los padres. En aquellos momentos calamitosos ellos recibieron consuelo y ayuda de sus hermanos cristianos de la sucursal de la Sociedad Watch Tower en El Salvador, y de la congregación a la que pertenecen. Hace poco escribieron una carta de agradecimiento, que nos gustaría compartir con nuestros lectores.
Efectos curativos de las promesas de Dios
“Reciban, por favor, de mi esposa Orbe, mi hija Reyna Noemí y yo, nuestro agradecimiento y aprecio por el estímulo y consuelo que nos dieron en momentos que mucho lo necesitamos. Estamos también agradecidos a nuestro Dios, Jehová, que, junto con las Escrituras, nos proporcionó el aguante que necesitábamos... sí, ante la tragedia que nos embargó el pasado 27 de octubre. Así como no podemos olvidar a nuestros queridos hijos Elmer y Alex, tampoco podemos olvidar el amor de ustedes en esos momentos.
Es cierto, siempre sentimos una profunda pena por la falta de nuestros hijos. Pero pensamos que ahora ¡cuánto más sentimos la necesidad del Nuevo Orden! Y al ver lo que el inicuo sistema de cosas hace, solo puede aumentar nuestro aprecio y necesidad del Reino de Dios.
Estas cosas las hemos valorizado mejor, hermanos, y damos gracias a Jehová porque tenemos una esperanza segura, no un castillo en el aire, sino un gobierno real y tangible.
Un hermano me dijo amorosamente: ‘Ustedes no podrán olvidar a Elmer y Alex, y solo puede haber un escape a su tristeza... hablar a otros de su esperanza. Sí, hablen y hablen del Reino en cuanta oportunidad tengan de hacerlo’. ¡Qué cierto ha resultado esto! Hemos hablado en las noches con nuestros vecinos, y esto nos ha confortado. Orbe, mi esposa, ha podido dar testimonio a personas ‘importantes’ que directamente han inquirido sobre nuestra fe. Un médico le dijo un día: ‘¿Tiene usted fe?’. ‘¡Sí!’, contestó ella. ‘Muéstremela —dijo— ¿cuál es?’ Bueno, él estaba bien interesado y escuchó como por una hora, aunque tenía pacientes esperando. Se le ofreció el libro La verdad que lleva a vida eterna y gustosamente lo aceptó.
Un día el gerente general de la fábrica donde trabajo me llamó y me dijo: ‘Napoleón, quiero hablar con usted, y quiero hacerle una pregunta. ¿Cree usted que el mundo ya se va a terminar?’. Este señor fue sacerdote católico y renunció a esa carrera. Cuando expliqué que la Biblia presenta prueba sólida de que éstos son los últimos días de este sistema malo de cosas, me dijo que tenía sus dudas respecto a la Biblia. Hablando sobre la organización de los testigos de Jehová, se sorprendió cuando le expliqué que no era una religión del grupo evangélico. Entonces le dije que nosotros no creíamos en dogmas. Entonces dijo: ‘Dígame uno’. ‘Bueno —contesté— por ejemplo, que María es la madre de Dios.’ ‘¿Cómo? —contestó— ¿ustedes no creen que Jesús es Dios, y, por lo tanto, que María es la madre de Dios?’ ’¡No! —le dije— la Biblia no apoya ese dogma.’ Se levantó muy sorprendido y me dijo: ‘¿Dónde queda el lugar de reuniones de ustedes? Déme la dirección, quiero visitarlos’. ‘¿Por qué?’, le pregunté. ‘Es que —dijo— cuando estuve en el seminario, nunca creí esa doctrina y había concluido que todas las religiones la creían.’ ¡Qué sorpresa! Un sacerdote que no creía en la Trinidad.
Realmente, hermanos, hoy, más que nunca, oramos a Jehová que ‘venga su Reino’ y termine con la iniquidad. Es cierto, hermanos, no nos hemos recuperado del todo. Cada día que amanece, el recuerdo de nuestros hijos está allí presente y nos parece que todo es una horrible pesadilla. ¡Cómo nos alegramos de que Jehová nos ayude! Sí, sentimos su amorosa bondad en la congregación. ¡Qué agradecidos estamos de la promesa de Jehová acerca de que, mediante Cristo, los que duermen en la muerte VIVIRÁN (Hechos 24:15)! ¡Y qué bendición será, cuando nuestros hijos vengan, poderles contar de las oportunidades que nos dio su ‘partida’ de ¡hablar y hablar de las cosas del Reino a personas que de otro modo nunca les hubiéramos hablado!
Aunque todavía nos agobia por momentos la pena, y nos entristece la falta de nuestros hijos, damos todos los días gracias a Jehová por conocer la verdad, por la mano bondadosa de Él, y por hermanos y amigos como ustedes, que nos ayudaron en esos momentos de aflicción.
Muchas gracias,
Napoleón y Orbelina López”
[Recuadro en la página 11]
Todos ustedes, Testigos jóvenes... fortalézcanse como lo hicieron Elmer y Alex, mediante el estudio de la Palabra de Dios, para que “puedan estar firmes” sin importar a qué pruebas se enfrenten. (Efesios 6:11; 1 Pedro 5:8-10.)