BIBLIOTECA EN LÍNEA Watchtower
Watchtower
BIBLIOTECA EN LÍNEA
español
  • BIBLIA
  • PUBLICACIONES
  • REUNIONES
  • w87 1/10 págs. 22-25
  • Se desatan las aguas de la Reforma

No hay ningún video disponible para este elemento seleccionado.

Lo sentimos, hubo un error al cargar el video.

  • Se desatan las aguas de la Reforma
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1987
  • Subtítulos
  • Información relacionada
  • Suben las aguas
  • Una brecha en la represa
  • Las aguas se encauzan al extranjero
  • El nuevo panorama
  • La Reforma... la búsqueda cambió de dirección
    El hombre en busca de Dios
  • La marejada de la religión... el ajuste de cuentas final
    La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1987
  • Parte 17: 1530 en adelante — ¿Fue el protestantismo una verdadera reforma?
    ¡Despertad! 1989
  • Parte 16: siglos IX a XVI E.C. — Una religión que necesitaba con urgencia una reforma
    ¡Despertad! 1989
Ver más
La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1987
w87 1/10 págs. 22-25

Se desatan las aguas de la Reforma

“DE REPENTE oí otro sonido, como de trueno, que se acercaba rápidamente a nosotros. Toda la familia [...] empezó a correr desesperadamente hacia un cerro cercano. Las aguas cubiertas de espuma nos alcanzaron. Nadamos como nunca antes. Aunque tragamos una buena cantidad de agua de mar [...] logramos escapar sin daño.”

Así relató un filipino una experiencia aterradora que trastornó la vida que había conocido. A usted probablemente nunca le haya azotado un desastre natural... ni de agua ni de otra índole. Pero una mirada a la historia revela que la vida de millones de personas ha sido transformada por cataclismos de un tipo u otro.

En el campo religioso también ha habido grandes trastornos que han cambiado por completo los asuntos cotidianos de innumerables personas. Entre los que así han sido afectados ha habido hindúes, budistas, musulmanes, judíos y cristianos. ¿Ha sido afectada su vida por alguna perturbación de ese tipo? Muy probablemente, prescindiendo de dónde viva. Ilustremos esto remontándonos unos 400 años al siglo XVI. Ante todo, enfocamos la atención en Europa, entonces agitada por la disensión como un remolino de fuerza giratoria continuamente mayor.

Suben las aguas

Por siglos, hasta que se desarrolló lo que llamamos la Reforma, la Iglesia Católica Romana y los monarcas europeos habían rivalizado entre sí, mientras cada uno alegaba que tenía autoridad sobre el otro y sobre la gente. En el continente, algunas personas se quejaban de lo que consideraban abusos cometidos por la iglesia.

¿Qué clase de abusos veían? Avidez, inmoralidad crasa e intromisión en la política. La gente común estaba indignada con los hombres y las mujeres que por una parte alegaban tener privilegios especiales debido a sus votos de pobreza y castidad, pero por otra se burlaban de la ley mediante una vida francamente corrupta e inmoral. Los nobles ingleses, en guerra en aquel tiempo con Francia, ardían de cólera por la extraña situación de tener que pagar tributo a un papa que entonces vivía en aquel país enemigo y era aliado de este.

Dentro de la Iglesia Católica la corrupción descendía desde los puestos más encumbrados. En su libro The March of Folly, la historiadora Bárbara W. Tuchman escribe que los seis papas que ocuparon consecutivamente el papado desde 1471 se caracterizaron por “exceso de venalidad, falta de moral, avaricia y ejercicio espectacularmente calamitoso del poder político”. Bárbara Tuchman también señala que el papa Sixto IV, a fin de elevar y enriquecer a su familia, hasta entonces pobre, nombró cardenales a cinco sobrinos y a un sobrino nieto, nombró obispo a otro sobrino nieto y casó a otros seis parientes con personas de familias gobernantes. Al subir al papado Alejandro VI, se sabía que había tenido varias amantes que le habían dado siete hijos. Resuelto a ser electo papa, sobornó a sus dos principales competidores; uno de ellos, como escribe la misma historiadora, recibió “la carga de cuatro mulas en oro y plata”. Después este papa presidió en el Vaticano un banquete que fue “famoso en los anales de la pornografía”. La misma obra entonces menciona que el papa Julio II comisionó al famoso escultor Miguel Ángel para que le hiciera una estatua. Cuando el escultor le preguntó si la estatua debería representarlo con un libro en la mano, el papa guerrero respondió: “Ponga una espada ahí. Yo no sé de letras”.

Una brecha en la represa

El europeo común todavía deseaba guía espiritual. Al observar que los varios niveles del poder estaban desesperadamente envueltos en una orgía de complacerse a sí mismos, la gente humilde se volvió a otra fuente de autoridad, una que consideraba superior a toda otra: la Biblia. Según el autor Joel Hurstfield, la Reforma fue “en el sentido más profundo, una crisis de la autoridad”. En Italia, predicadores y frailes, horrorizados por la corrupción eclesiástica, empezaron a discursar en público sobre la necesidad de una reforma. Pero, más que en ningún otro lugar, era en Alemania donde las aguas del descontento se recogían más amenazadoramente.

En los tiempos del paganismo, una tradición de las tribus germánicas era que podía pagarse dinero para obtener remisión de castigo por los delitos cometidos. Al extenderse la fe romana, aquella costumbre halló acomodo dentro de la iglesia en la forma de las indulgencias. Esto le permitía al pecador comprar del papa el valor de los méritos de “santos” muertos y aplicarlos contra las penitencias temporales por los pecados cometidos. El papa León X, debido a la presión financiera que le causaban las guerras contra Francia y extensas obras de construcción en Roma, autorizó la venta de indulgencias en las que ofrecía remisión total de las penitencias temporales por el pecado. Indignado, Martín Lutero presentó sus ahora famosas 95 tesis sobre las enseñanzas falsas de la iglesia. El movimiento de reforma, que había empezado como un chorrillo unas generaciones antes, se convirtió en un torrente cuando más y más personas le dieron su apoyo.

En el siglo XVI, personas como Lutero en Alemania, Zuinglio y Calvino en Suiza, y Knox en Escocia se convirtieron en centros alrededor de los cuales se juntaron muchos que vieron la oportunidad de purificar el cristianismo y regresar a los valores y normas originales de la Biblia. En Alemania se acuñó un término para describir a los que rehusaban reconocer las restricciones que los príncipes católicos romanos imponían a la fe, y que juraban lealtad a Dios sobre toda otra persona. Más tarde este término incluyó a todos los que apoyaban el movimiento de la Reforma. El término fue: “protestante”.

El protestantismo se extendió por Europa con tremenda rapidez, dando nueva forma al paisaje religioso, trazando nuevas fronteras teológicas. Alemania y Suiza llevaron la delantera, y a estas siguieron, sin dilación, Escocia, Suecia, Noruega y Dinamarca. Hubo movimientos de reforma en Austria, Bohemia, Polonia, Transilvania, los Países Bajos y Francia.

En Inglaterra había habido descontentos por más de un siglo, desde los días de John Wycliffe (Wiclef) y los lolardos. Pero finalmente el rompimiento con la Iglesia Católica se realizó por razones de carácter más mundano. El rey no resolvió cambiar de religión, sino de esposa. En 1534 Enrique VIII se declaró cabeza de la nueva Iglesia Anglicana. Sus motivos diferían de los de los disidentes continentales, pero, con todo, su acción abrió las compuertas, y las aguas del cambio religioso penetraron en Inglaterra. Por toda Europa estas aguas no tardaron en enrojecerse con la sangre de miles de víctimas de la división religiosa.

Dondequiera que arraigó el impulso reformador, las propiedades y los terrenos eclesiásticos fueron centro de atención. Dentro de solo cuatro años la Corona inglesa confiscó 560 monasterios, algunos de los cuales recibían ingresos fabulosos. En otros países, tanto reyes como legos se apoderaron de los terrenos de los eclesiásticos. Cuando Roma misma fue saqueada, la crueldad no tuvo límites. “La ferocidad y sanguinaria crueldad de los atacantes ‘pudiera haber movido a compasión a las piedras’ —es como lo describe Bárbara Tuchman—. Por todas partes se oían gritos y lamentos; sobre el Tíber flotaban los cadáveres.” Las minorías —fueran católicas o protestantes— eran perseguidas brutalmente. En Bohemia se desposeyó a los protestantes, mientras que en Irlanda eso les sucedió a los católicos. Los hugonotes, protestantes franceses, fueron perseguidos, y lo mismo les sucedió a los presbiterianos escoceses y a los puritanos ingleses. Parecía que alguien había puesto en movimiento un remolino de asesinatos sin sentido, y la religión era la fuerza movedora principal. ¿Se pondría fin alguna vez a las atrocidades?

La iglesia no ofrecía paz. Pero los monarcas, cansados de la pérdida que significaba para ellos la guerra civil, llegaron a acuerdos que formalizaron las fronteras entre las fes en oposición. La Paz de Augsburgo en 1555 y la Paz de Westfalia en 1648 hicieron coincidir las fronteras religiosas y las nacionales, y permitieron a los príncipes locales decidir qué fe habría de seguir su pueblo. Así Europa empezó una nueva época, que duraría unos 300 años. No fue sino hasta el fin de la II Guerra Mundial cuando, de mano de los Aliados entonces victoriosos, se trazaron nuevos patrones de influencia en Europa.

El anhelo de libertad religiosa y de reforma había aumentado la presión tras la represa de la moderación eclesiástica. Después de siglos de represión inflexible, las aguas finalmente se desataron; se precipitaron por los valles de Europa y a su paso dejaron un paisaje devastado. Cuando las aguas bajaron, en los países protestantes la guía en asuntos de fe, arrancada del clero por la corriente de los acontecimientos, había quedado varada en las playas de potencias seglares. Sin embargo, Europa todavía estaba empapada de intolerancia religiosa, y grupos de personas huían de un país a otro en busca de refugio. Ya el continente no pudo contener las aguas desatadas. En poco tiempo empezaron a derramarse en el exterior. El siglo XVII ofreció un conducto para las aguas rebosantes. Era el tiempo de la colonización del Nuevo Mundo.

Las aguas se encauzan al extranjero

“Una de las principales causas de las primeras emigraciones hacia América —escribe A. P. Stokes en Church and State in the United States— fue el deseo de libertad religiosa.” La gente estaba cansada del hostigamiento. Bautistas, cuáqueros, católicos romanos, hugonotes, puritanos, menonitas y otros estuvieron dispuestos a soportar los rigores del viaje y a zambullirse en lo desconocido. Stokes da esta cita de uno: “Ansiaba un país donde pudiera adorar a Dios libremente según lo que la Biblia me enseñaba”. Se puede medir la intolerancia que estos emigrantes dejaron atrás por las dificultades que estaban dispuestos a aguantar. Según el historiador David Hawke en The Colonial Experience, tras partir con gran angustia del país de origen, los viajeros probablemente se enfrentaban a “dos, tres o cuatro meses de temer, día tras día, ser tragados por las olas o atacados por crueles piratas”. Después de sufrir las inclemencias del tiempo, se verían “en tierra entre indios bárbaros, notorios por su pura crueldad [...] [y padecerían] hambre por largo tiempo”.

Los individuos buscaban libertad, las potencias coloniales procuraban riquezas. Prescindiendo del motivo, los colonizadores llevaban consigo su propia religión. Alemania, Holanda y Gran Bretaña hicieron de la América del Norte un baluarte protestante. El esfuerzo particular del gobierno británico fue “evitar que el catolicismo romano [...] dominara en la América del Norte”. Canadá llegó a estar bajo la influencia de Francia y de Gran Bretaña. La política del gobierno francés era “mantener a Nueva Francia en la fe católica romana”, y hasta rehusó permitir que los hugonotes entraran en Quebec. África austral y partes del oeste de África llegaron a estar bajo influencia protestante. Esta influencia creció con el tiempo cuando Australia, Nueva Zelanda y muchas islas del Pacífico se sumaron al rebaño protestante.

España y Portugal ya esparcían el catolicismo en la América del Sur y la América Central. Los franceses y los portugueses levantaron la bandera católica sobre la parte central de África. En la India, Goa quedó bajo influencia portuguesa, y el catolicismo arraigó allí.

En el siglo XVI se formó la Sociedad de Jesús (los jesuitas) para dar adelanto a la causa católica. Para mediados del siglo XVIII, más de 22.000 jesuitas trabajaban por todo el mundo, y hasta habían solidificado la influencia católica en China y Japón.

El nuevo panorama

Aguas desatadas tienen tremendo poder, como lo indica el testimonio al principio de este artículo. Aplastan cuanto encuentran en su camino, forman nuevos valles y barrancos, destrozan los obstáculos que se les presentan. Un torrente enfurecido no conoce amo, no puede ser controlado ni dirigido. Así sucedió en el caso de la inundación reformista.

“Por lo tanto, lo que sucedió [...] no fue tanto el triunfo de una nueva fe separatista —declara G. R. Elton en The Reformation Crisis— como la aceptación general y gradual de una cristiandad dividida que nadie había deseado.” La cristiandad estaba dividida, aventada como por tempestades, agotada. La lealtad quedó más estrechamente enlazada a monarcas locales y pequeñas iglesias nacionales. Se había socavado el dominio que Roma había ejercido por tanto tiempo. El nacionalismo echó raíces en el terreno húmedo del protestantismo. Gran Bretaña y los Estados Unidos, firmemente en manos de líderes seglares protestantes, formaron juntos la séptima potencia mundial de la historia bíblica, y tomaron el timón en el siglo XVIII.

Sin embargo, el movimiento reformador no hizo lo mismísimo que había esperado lograr. ¿Qué era eso? Con el transcurso del tiempo las doctrinas fundamentales de las iglesias protestantes, fueran iglesias nacionales o no, se amoldaron en gran medida a las de Roma. Los reformadores del principio habían soñado con volver a las normas bíblicas, al cristianismo puro. A medida que la ola de apoyo creció en tamaño y fuerza, la confusión sobre a dónde ir sencillamente acabó con aquellos sueños.

La marejada de las aguas de la Reforma ha dejado zanjas hasta en nuestro siglo XX. ¿Puede usted identificar algunas? Algo más importante aún es que estamos al borde de una agitación religiosa final de alcance mundial. El pasado de la religión se está levantando contra ella. ¿Sobrevivirá usted entonces, para ver el nuevo horizonte? Estas preguntas se contestarán en un número de noviembre de esta revista.

    Publicaciones en español (1950-2025)
    Cerrar sesión
    Iniciar sesión
    • español
    • Compartir
    • Configuración
    • Copyright © 2025 Watch Tower Bible and Tract Society of Pennsylvania
    • Condiciones de uso
    • Política de privacidad
    • Configuración de privacidad
    • JW.ORG
    • Iniciar sesión
    Compartir