BIBLIOTECA EN LÍNEA Watchtower
Watchtower
BIBLIOTECA EN LÍNEA
español
  • BIBLIA
  • PUBLICACIONES
  • REUNIONES
  • w90 1/2 págs. 26-31
  • Testigo del aumento en el África meridional

No hay ningún video disponible para este elemento seleccionado.

Lo sentimos, hubo un error al cargar el video.

  • Testigo del aumento en el África meridional
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1990
  • Subtítulos
  • Información relacionada
  • Todo comenzó con una tragedia
  • Primeros años como precursor
  • Sirvo en otros países
  • Privilegios en Betel
  • Cambio de estado civil
  • Nos encaramos a la persecución en tiempos de guerra
  • Una nueva sucursal
  • Otra asignación de predicar
  • Bendiciones y recompensas
  • Criamos a nuestros hijos en África en tiempos difíciles
    ¡Despertad! 1999
  • Elegí bien la carrera de mi vida
    ¡Despertad! 2007
  • Testigos hasta la parte más distante de la Tierra
    Los testigos de Jehová, proclamadores del Reino de Dios
  • Anuario de los testigos de Jehová para 1989
    Anuario de los testigos de Jehová para 1989
Ver más
La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1990
w90 1/2 págs. 26-31

Testigo del aumento en el África meridional

Según lo relató Robert Albert McLuckie

EN Sudáfrica la predicación del Reino adelanta excelentemente. De más o menos un centenar de predicadores que había a fines de los años veinte, ahora hay unos 45.000 proclamadores de las buenas nuevas en Sudáfrica. Y aproximadamente otros 150.000 predican en otros países que en un tiempo estuvieron bajo la superintendencia de la sucursal sudafricana.

¡He tenido el gozo de ver este aumento maravilloso en el África meridional durante los pasados 60 años! Permítame contarle algo de ello y del privilegio que hemos tenido, mi familia y yo, de contribuir a ese aumento.

Todo comenzó con una tragedia

El 22 de junio de 1927 murió mi amada esposa, Edna, y dejó sin madre a nuestra hija, Lyall, de tres años, y a nuestro hijo, Donovan, de dos. Yo tenía solo 26 años de edad. Su muerte me dejó muy acongojado y desconcertado. ¿Dónde estaba ella? Como no creía que estuviera en el infierno, me consolaba por las noches soñando con que estaba en el cielo.

En julio de aquel año el pequeño Donovan me dio un folleto que iba dirigido a otra persona, pero que de alguna manera se había mezclado con nuestra correspondencia. El folleto contenía un discurso de Joseph Rutherford, el segundo presidente de la Sociedad Watch Tower. El contenido me interesó tanto que enseguida pedí todas las publicaciones que se anunciaban. Poca cuenta me daba de que esto transformaría mi vida.

Entre los folletos que llegaron me llamó la atención el titulado: Infierno ¿Qué es? ¿Quién está en él? ¿Pueden salir de él? ¡Cuánto me emocionó ver aquel folleto! La lectura de solo dos o tres páginas me hizo reír de deleite.

Deseoso de compartir lo que había aprendido, escribí o hablé a mis padres y otros parientes. Como resultado, mis cuatro hermanos —Jack, Percy, William y Sydney— se interesaron enseguida en aquel mensaje y comenzaron a predicar a otros. Unos años después, mi padre, mi madre y dos hermanas —Connie y Grace— también aceptaron la verdad.

En Sudáfrica, donde vivíamos, no pude hallar a ningún otro Estudiante de la Biblia, como se llamaba entonces a los testigos de Jehová. Me mudé a Rhodesia del Sur —ahora Zimbabue— y trabajé como por un año en una ganadería con mi hermano Jack. Porque leía la literatura de la Sociedad Watch Tower, no pasó mucho tiempo antes de que dominara en mí el deseo de emprender el ministerio de tiempo completo.

Todavía no había conocido a ningún compañero de creencia, a excepción de las personas a quienes había testificado. Así que hice el viaje de 2.300 kilómetros (1.400 millas) en tren hasta la sucursal de la Sociedad en Ciudad del Cabo, Sudáfrica. ¡Qué bienvenida afectuosa recibí de George Phillips, el encargado de la obra en el África meridional! Me bauticé el 10 de enero de 1930.

Primeros años como precursor

Aunque había hablado a centenares de personas acerca de la Biblia durante los tres años anteriores, no había participado en el ministerio de casa en casa. Sin embargo, me inscribieron en el ministerio de tiempo completo como precursor. En aquellos días no había programas de adiestramiento. De hecho, rara vez iba más de un publicador al mismo hogar. Como había muy pocos publicadores, simplemente no parecía práctico aquello.

Desde luego, yo me preocupaba por el bienestar de mis hijos, Lyall y Donovan, de quienes cuidaban sus abuelos. Puesto que estos los estaban cuidando bien, en aquel tiempo me parecía que era apropiado que yo me gastara en esparcir el mensaje del Reino a otros. Y eso fue lo que hice.

Durante los siguientes tres años en el servicio de precursor tuve cinco compañeros, entre ellos mi hermano Syd. Más tarde él contrajo fiebre tifoidea mientras servía de precursor, y murió. El servicio de precursor no era fácil en aquellos días del comienzo de la obra. Usábamos una furgoneta comercial con literas empotradas que se podían doblar hacia arriba a cada lado del vehículo. Esto nos permitía dormir, sentarnos, cocinar y comer dentro.

Lo más sobresaliente de mis primeros días de precursor fue el que en 1931 recibiéramos el nuevo nombre, testigos de Jehová, junto con el folleto El Reino, la esperanza del mundo. Recuerdo con claridad que me impresionó el pensar en llevar ese ilustre nombre, y que me pregunté si podría llevarlo dignamente.

Otro suceso memorable de aquellos primeros años fue bautizar a mi hermano Jack y a su esposa, Dorrell, en las aguas infestadas de cocodrilos del río Nuanetsi, en Rhodesia del Sur. Antes de la inmersión, lanzamos algunas rocas al río para ahuyentar a cualquier cocodrilo que estuviera oculto por allí. Más tarde, en los años cincuenta, bauticé a mi madre en una bañera.

Sirvo en otros países

En 1933 mi quinto compañero, Robert Nisbet, y yo fuimos asignados a un territorio nuevo y virgen: las islas de Mauricio y Madagascar, separadas de la costa sudeste de África. Pasamos casi cuatro meses en aquellas dos islas sembrando semillas de la verdad bíblica. ¡Cuánto gozo causa ahora ver que en Mauricio hay unos 800 publicadores del Reino, y en Madagascar unos 3.000! Cuando regresamos a Sudáfrica, Robert y yo nos separamos. Después él sirvió de precursor con mi hermano Syd, y más tarde como superintendente de la sucursal de Mauricio.

Antes de que regresáramos a Sudáfrica, hice arreglos para encontrarme con Lyall y Donovan en la casa de mi padre. Después de pasar con ellos algún tiempo, llegó el momento de la inevitable separación acompañada de lágrimas. Partí para encontrarme con el superintendente de la sucursal, el hermano Phillips, y recibir mi siguiente asignación. Era Niasalandia, ahora Malawi. Me suministraron un Chevrolet, modelo de 1929, para que lo usara allá.

Así que en 1934 emprendí el viaje de 1.900 kilómetros (1.200 millas), la mayoría del trayecto por caminos de tierra, desde Johannesburgo, Sudáfrica, hasta Zomba, la capital de Niasalandia. Finalmente llegué a mi destino, el hogar de un hermano africano llamado Richard Kalinde. Este fue mi compañero allegado e intérprete mientras estuve en Niasalandia. Con el tiempo conseguí dos habitaciones en un viejo hotel que ya no se usaba. Utilicé una de las habitaciones como almacén y la otra como alojamiento.

Mi asignación en Niasalandia fue particularmente corregir las circunstancias caóticas que habían causado los llamados movimientos Watchtower. El responsable de que unos años antes se desarrollaran esos movimientos fue cierto africano familiarizado con los escritos de Charles Taze Russell, el primer presidente de la Sociedad Watch Tower, aunque ese africano mismo nunca había llegado a ser testigo de Jehová. (Véase el Anuario de los testigos de Jehová para 1976, páginas 71-74.)

Visité las congregaciones de los que usaban la literatura de la Watch Tower y leí una resolución respecto a nuestro nuevo nombre, testigos de Jehová. Pedí que levantaran la mano todos los que concordaban con la resolución. Aunque la mayoría lo hizo, muchos no entendían claramente lo que aquello en realidad implicaba. Por eso, con el paso de los años, aunque algunos no progresaron espiritualmente, otros dejaron de apoyar por completo al que habían considerado su líder y verdaderamente llegaron a ser testigos de Jehová.

Después de unos seis meses en Niasalandia pasé a Mozambique, donde aún no se había predicado el mensaje del Reino. Allí hallé a un joven oficial portugués con quien Robert Nisbet y yo habíamos conversado en el barco que nos llevaba a Mauricio. Él me invitó a comer, y pudimos hablar más.

En otra ocasión, mientras estaba en una aldea del norte de Mozambique, un automóvil se detuvo cerca de mí. Resultó que era el gobernador de la zona. Preguntó si podía ayudarme en algo y me invitó a su casa, donde aceptó muchas publicaciones de la Watch Tower. Aunque la obra de predicar ahora está proscrita en Mozambique y Niasalandia (Malawi), para mí es emocionante saber que muchos hermanos y hermanas fieles siguen activos en esos países.

Privilegios en Betel

Después de regresar a Niasalandia, ¡qué sorpresa recibí! Me invitaron a unirme al personal administrativo de la sucursal sudafricana en Ciudad del Cabo, y mi hermano William, menor que yo, fue enviado a Niasalandia para reemplazarme. Así que partí en un viaje de 3.500 kilómetros (2.200 millas) en el Chevrolet. De camino visité a Donovan y Lyall. Ya tenían 11 y 12 años de edad respectivamente, y pasaría otro año antes de que los viera de nuevo.

Recibí la asignación de atender la sucursal cuando el hermano Phillips, que la atendía, estuviera ausente. Aunque no me había reunido con regularidad con ninguna congregación de testigos de Jehová desde que había conocido la verdad nueve años antes, en 1936 fui nombrado superintendente presidente de la congregación de Ciudad del Cabo, de unos 20 publicadores.

Cambio de estado civil

No quería sacrificar mis privilegios de servicio, pero Lyall y Donovan estaban por entrar en la adolescencia, y yo me preocupaba por su bienestar físico y espiritual. Felizmente, se acercaba una solución para este estado de cosas.

El 6 de junio de 1936 el hermano Phillips me presentó a unas recién llegadas de Australia, la hermana Seidel y su atractiva hija de 18 años, Carmen. En menos de un año Carmen y yo nos casamos. De modo que conseguí empleo seglar y establecí un hogar.

Por un año trabajé en Sudáfrica, pero entonces Carmen, nuestro hijito Peter y yo nos mudamos a Rhodesia del Sur, adonde mi hermano Jack me había invitado a ir para participar con él en una empresa relacionada con la extracción de oro. Después que nos establecimos, Lyall y Donovan, quienes habían pasado a alojarse con la madre de Carmen, se unieron a nosotros.

Nos encaramos a la persecución en tiempos de guerra

En septiembre de 1939 estalló la II Guerra Mundial, y el año siguiente nuestra literatura bíblica fue proscrita. Nos resolvimos a poner a prueba la legalidad de la ley distribuyendo la literatura pasara lo que pasara. Hubo arrestos y sentencias, y confiscación y quema de nuestros libros y Biblias.

Cierta mañana, después de nuestra predicación, un detective nos pidió que fuéramos en busca de nuestros hijos, que habían sido llevados a la comisaría de la policía. Rechazamos su invitación y dijimos que, puesto que al parecer los jóvenes estaban bajo arresto, a la policía le tocaba cuidarlos. Aquella tarde, después de regresar del ministerio del campo, encontramos a nuestros hijos en casa sanos y salvos, ¡pero no había ningún policía a la vista!

En otra ocasión, en 1941, Carmen fue sentenciada a tres meses de cárcel aunque estaba embarazada. Pero Estrella nació antes de que Carmen comenzara a cumplir su sentencia. En vez de dejar a la bebé en casa conmigo, Carmen prefirió llevársela a la cárcel. Así fue como Estrella llegó a tener como niñera a una africana que había asesinado a su esposo. Cuando Carmen fue puesta en libertad, aquello angustió tanto a la asesina que lloró amargamente. A propósito, Estrella empezó a servir como precursora en 1956, cuando tenía 15 años. Más tarde, se casó con Jack Jones y por más de 20 años ya ha servido con su esposo en Sudáfrica y actualmente en las oficinas centrales de la Sociedad Watch Tower en Brooklyn, Nueva York.

Poco después yo también pasé varios meses en la cárcel por predicar. Mientras estaba en la cárcel, en enero de 1942, murió Joseph Rutherford. No pude evitar derramar algunas lágrimas aquella noche en la soledad de mi celda. Tenía oportunidades de testificar, y cierto domingo por la mañana, mientras los demás estaban en el patio exterior haciendo ejercicios, bauticé a un prisionero que había respondido favorablemente al mensaje del Reino.

Una nueva sucursal

Después de salir de la cárcel, conseguí empleo en los ferrocarriles de Bulawayo. Carmen había aprendido costura en la prisión y usó aquella destreza para ayudarme a mantener la familia. Lyall regresó de Sudáfrica, donde había sido precursora, y también ayudó a cubrir los gastos. Como resultado, pronto teníamos más ingresos de los que en realidad necesitábamos, así que consideramos el asunto y concordamos en que yo podía servir de nuevo como ministro de tiempo completo.

Un billete de favor para el ferrocarril me permitió en 1947 ir por tren a Ciudad del Cabo para ver al hermano Phillips. Recibí una gran sorpresa: se me dio la asignación de abrir un almacén de literatura de la Sociedad en Bulawayo. Después, el año siguiente, Nathan H. Knorr, el tercer presidente de la Sociedad Watch Tower, vino de visita e hizo arreglos para convertir el almacén en una sucursal el 1 de septiembre de 1948, y Eric Cooke sería el superintendente de la sucursal de Rhodesia del Sur. Por los siguientes 14 años tuve el privilegio de trabajar en la sucursal mientras, por supuesto, vivía en casa con nuestra creciente familia. Estoy muy agradecido por el apoyo material que Carmen y nuestros hijos mayores dieron, pues eso me permitió seguir trabajando en la sucursal.

Otra asignación de predicar

Para 1962 Carmen y yo deseábamos dar expansión a nuestro servicio donde hubiera mayor necesidad de predicadores. De modo que vendimos nuestra casa, nos llevamos a Lindsay y Jeremy, nuestros dos hijos menores —los otros cinco habían crecido y se habían independizado—, y nos dirigimos a las islas Seychelles.

Primero viajamos por automóvil, principalmente por caminos de tierra, unos 2.900 kilómetros (1.800 millas) hasta llegar a Mombasa, Kenia. Dejamos el automóvil al cuidado de un hermano y nos embarcamos rumbo a las Seychelles. Una persona interesada en la verdad nos presentó a otras personas, y pronto empezamos a celebrar reuniones casi a la sombra de la casa del obispo. En una isla cercana celebrábamos otras reuniones en una caseta de botes particular rodeada de altas palmeras, con el acompañamiento del leve chapoteo de las olas en la orilla.

Nuestras actividades pronto fueron de conocimiento general, y al fin las autoridades nos ordenaron que dejáramos de predicar, algo que sencillamente no podíamos hacer. (Hechos 4:19, 20.) Así que, en efecto, se nos echó de allí, pero ya habíamos bautizado a cinco personas. Durante los cinco meses que estuvimos en las Seychelles, Carmen quedó embarazada de Andrew, nuestro último hijo. De vuelta en Rhodesia del Sur, nuestra hija Pauline nos invitó a alojarnos con ella y su esposo hasta que naciera Andrew.

Bendiciones y recompensas

Me regocija decir que nuestros ocho hijos, entre ellos Lyall y Donovan, han participado en el servicio de precursor en una u otra ocasión. De hecho, cuatro de nuestros hijos y yernos son ancianos en sus congregaciones ahora, y otros dos son siervos ministeriales. Además, ¡cuánto nos alegramos de que muchos de nuestros nietos y bisnietos, junto con sus padres, estén proclamando las buenas nuevas en por lo menos cuatro países, y que otras decenas de miembros de la familia McLuckie también estén sirviendo a Jehová! Esos resultados —estoy convencido de ello— se deben a que la familia ha asistido de continuo a las reuniones y ha participado con regularidad en predicar.

Ahora, a la edad de 89 años, todavía tengo el privilegio de servir de anciano en nuestra congregación de Pietermaritzburg, en Sudáfrica. Me causa verdadera satisfacción recordar más de 60 años de servicio bendito a Jehová. En particular es una bendición haber visto a cinco generaciones de nuestra familia, incluidos mis padres, alabar a Jehová, el gran Dios de todo el universo.

[Fotografía de Robert Albert y Carmen McLuckie en la página 26]

[Fotografía de Robert Albert McLuckie en la página 27]

    Publicaciones en español (1950-2025)
    Cerrar sesión
    Iniciar sesión
    • español
    • Compartir
    • Configuración
    • Copyright © 2025 Watch Tower Bible and Tract Society of Pennsylvania
    • Condiciones de uso
    • Política de privacidad
    • Configuración de privacidad
    • JW.ORG
    • Iniciar sesión
    Compartir