¿Responde usted a una invitación?
SEGÚN LO RELATÓ SHINICHI TOHARA
DURANTE los primeros años de mi vida, no invoqué a Dios ni busqué su dirección. Mis abuelos habían emigrado desde Japón a Hawai, y mis padres eran budistas. Puesto que no practicaban mucho su religión, el concepto de una divinidad no significó mucho para mí en esa época de mi vida.
Después aprendí la teoría de la evolución y llegué a pensar que era una tontería creer en Dios. Sin embargo, en las clases de ciencia de mis estudios posteriores, aprendí astronomía, física y biología. Durante la noche miraba al cielo y me preguntaba cómo habían llegado a existir todas las estrellas. Una débil voz en mi interior comenzó a preguntar: ‘¿Será posible que exista un Dios que esté controlando todas estas cosas?’. Llegué a creer que allá fuera debía existir Alguien. Mi corazón empezó a exigir una respuesta a la pregunta: ‘¿Quién es este Dios?’.
Después de graduarme de la escuela secundaria, trabajé de mecánico en una fábrica de sake (bebida alcohólica japonesa), y como estaba muy ocupado no tenía tiempo de meditar en la existencia de Dios. Poco después conocí a Masako, con quien me casé en 1937, y con el tiempo fuimos bendecidos con tres hijos. ¡Qué compañera tan fiel y qué madre tan trabajadora ha sido!
Como entonces ya tenía una familia, pensé seriamente en nuestro futuro. Volví a salir y mirar a las estrellas. Quedé convencido de que había un Dios. No sabía quién era pero de todos modos empecé a invocarlo. Muchas veces le supliqué: ‘Si estás allá en algún lugar, por favor, ayuda a mi familia a encontrar la manera de ser feliz’.
Por fin se contesta mi súplica
Vivimos con mis padres desde que nos casamos, pero a partir de 1941 vivimos solos en Hilo (Hawai). Acabábamos de establecernos en nuestro nuevo hogar cuando los japoneses atacaron Pearl Harbor, el 7 de diciembre de 1941. Era un tiempo de tensión, y a todo el mundo le preocupaba el futuro.
Un mes después del ataque a Pearl Harbor, estaba limpiando mi auto cuando un hombre se acercó y me ofreció un libro titulado Hijos. Se presentó como Ralph Garoutte, ministro de los testigos de Jehová. No comprendí lo que decía, pero como me interesaba saber de Dios, acepté el libro. Ralph regresó la semana siguiente y me ofreció un estudio bíblico. Aunque ya había oído hablar de la Biblia, esta era la primera vez que la veía. Acepté el estudio bíblico, y también lo aceptaron mi esposa y su hermana menor.
Me impresionó mucho saber que la Biblia es la Palabra de Dios. (2 Timoteo 3:16, 17.) Aun más maravilloso fue saber que Jehová tiene un propósito. ¡Él era el Creador que había estado buscando! (Isaías 45:18.) Nos emocionó enterarnos de que el Paraíso original que se perdió se restaurará aquí mismo en la Tierra, y que nosotros podremos formar parte de él. (Revelación 21:1-4.) ¡Era la respuesta a mi oración!
Empezamos a hablar a todo el mundo y en todas partes acerca de estas verdades recién halladas. Mis padres pensaron que nos habíamos vuelto locos, pero eso no nos desanimó. Después de tres meses de intenso estudio bíblico, mi esposa y yo nos bautizamos en símbolo de nuestra dedicación a nuestro Dios, Jehová, el 19 de abril de 1942. Yoshi, la hermana menor de Masako, y su esposo, Jerry, quien para entonces se había unido a nuestro estudio bíblico, se bautizaron con nosotros. Solo teníamos un conocimiento limitado de las Santas Escrituras, pero fue suficiente para motivarnos a querer servir a Dios.
Puesto que aún rabiaba la segunda guerra mundial, supuse que el fin de este sistema estaba a la vuelta de la esquina, por lo que mi esposa y yo sentimos la urgente necesidad de advertir a la gente al respecto. Los hermanos Garoutte fueron nuestro ejemplo. Tanto Ralph como su esposa eran precursores, ministros de tiempo completo de los testigos de Jehová. Comparé mi situación con la de Ralph. Él tenía esposa y cuatro hijos. Yo tenía esposa y solo tres hijos. Si él podía ser precursor, yo también. De modo que al mes siguiente de bautizarnos solicitamos el servicio de precursor.
Aun antes de ser aceptado como precursor, me deshice de todas las cosas innecesarias, entre ellas mi guitarra hawaiana, mi saxofón y mi violín. Había sido muy aficionado a la música, pero me deshice de todo, excepto de mi pequeña armónica. Además, mi trabajo en la fábrica de sake dejó de parecerme atractivo. (Filipenses 3:8.) Construí una casa tráiler y esperé a ver si Jehová respondía mis peticiones de ser usado en su servicio. No tuve que esperar mucho tiempo. Se nos aceptó como precursores a partir del 1 de junio de 1942. Emprendimos de lleno el servicio de tiempo completo a Jehová, y nunca nos ha pesado esa decisión.
Servimos de precursores en Hawai
Junto con los hermanos Garoutte recorrimos la isla de Hawai, incluidas Kona, la famosa zona del café, y Kau. En aquel tiempo trabajábamos con el fonógrafo. Pesaba mucho, pero aún éramos jóvenes y fuertes. De modo que, con el fonógrafo en una mano y un bolso de libros en la otra, seguimos todo camino que nos condujese a las personas que escucharan en los cafetales, plantaciones y en todo lugar. Después de recorrer toda la isla, se nos asignó a Kohala, una pequeña plantación de caña de azúcar poblada por caucasianos, filipinos, chinos, hawaianos, japoneses y portugueses. Cada grupo tenía sus propias costumbres, ideas, gustos y religión.
Desde que comencé a servir de precursor, nunca volví a trabajar seglarmente. Por algún tiempo vivimos de mis ahorros, y cuando apremió la necesidad pesqué con arpón. Por extraño que parezca, siempre llegaba a casa con algún pescado. Recogíamos verduras y hierbas que crecían a lo largo de los caminos para aderezar nuestros guisos a la hora de cenar. Hice un horno de lámina galvanizada, y Masako aprendió a cocer el pan. Ha sido el mejor pan que he comido.
Cuando asistimos a una asamblea cristiana en Honolulú en 1943, Donald Haslett, que entonces era el superintendente de la sucursal de Hawai, nos invitó a mudarnos a un pequeño apartamento construido sobre el garaje de la Sociedad Watch Tower. Se me nombró conserje de la propiedad de la sucursal, y disfruté mucho los siguientes cinco años sirviendo de precursor desde allí.
Una invitación inesperada
En 1943 nos enteramos de que la Sociedad había comenzado una escuela para preparar a misioneros que servirían en el extranjero. ¡Cuánto deseábamos asistir! Pero como no se invitaba a parejas con hijos, no volvimos a pensar en el asunto. Sin embargo, en 1947 el hermano Haslett nos dijo que la Sociedad deseaba saber si había algunos hawaianos dispuestos a servir en el extranjero, en Japón. Nos preguntó qué pensábamos, de modo que, como Isaías, dije: “Envíame a mí”. (Isaías 6:8.) Mi esposa pensaba igual que yo. Respondimos a la invitación de Jehová sin vacilar.
De modo que se nos invitó a asistir a la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower para prepararnos como misioneros. La invitación incluía llevar a nuestros tres hijos. También se invitó a otros cinco: Donald y Mabel Haslett, Jerry y Yoshi Toma y Elsie Tanigawa; todos juntos emprendimos el viaje a Nueva York en el invierno de 1948.
Cruzamos el continente en autobús. Después de tres días de viaje, todos estábamos cansados, por lo que el hermano Haslett sugirió que pasáramos la noche en un hotel. Cuando descendimos del autobús, un hombre se acercó a nosotros gritando: “¡Japoneses; voy por mi rifle para matarlos!”.
“No son japoneses —dijo el hermano Haslett—. Son hawaianos. ¿No ve que son diferentes?” Su ingeniosa aclaración nos salvó.
¿Era verdad que formábamos parte de la onceava clase de Galaad? Parecía un sueño maravilloso, pero pronto llegamos a la realidad. El entonces presidente de la Sociedad Watch Tower, Nathan H. Knorr, había seleccionado a 25 estudiantes para un posible servicio misional en Japón. Como yo era descendiente de japoneses y hablaba un poco el japonés, se me asignó a enseñar el idioma a este grupo de estudiantes. No fue fácil, pues no era un experto en el idioma, pero de algún modo todos superamos la situación.
En ese entonces nuestro hijo Loy tenía diez años, y nuestras hijas Thelma y Sally tenían ocho y seis, respectivamente. ¿Qué hicieron mientras estuvimos en la escuela? ¡También fueron a la escuela! Un autobús los recogía por la mañana y los llevaba de vuelta a casa por la tarde. Cuando los niños llegaban de la escuela, Loy trabajaba en la granja de la Sociedad con los hermanos, y Thelma y Sally trabajaban en la lavandería doblando pañuelos.
Nos preparamos mentalmente para lo que viniera
Cuando el 1 de agosto de 1948 nos graduamos de Galaad, estábamos ansiosos de llegar a nuestra asignación. El hermano Haslett fue primero a fin de buscar un lugar donde pudieran vivir los misioneros. Finalmente halló una casa de dos pisos en Tokio, y el 20 de agosto de 1949 partimos con nuestros hijos a nuestro futuro hogar.
Antes de ir a Japón solía pensar en este país oriental. Reflexionaba en la lealtad de los japoneses a sus amos humanos y al emperador. Muchos habían dado la vida por estos gobernantes humanos. Los pilotos kamikaze dieron la vida por el emperador durante la segunda guerra mundial al estrellar sus aviones contra las chimeneas de los buques enemigos. Recuerdo que me preguntaba qué harían los japoneses cuando hallaran al Señor verdadero, Jehová, ya que eran tan fieles a sus amos humanos.
Cuando llegamos a Japón, había solo siete misioneros y un puñado de publicadores en todo el país. Todos empezamos a trabajar. Me esforcé por mejorar el conocimiento del idioma y pude comenzar estudios bíblicos con muchos que invocaban a Dios desde el corazón. Algunos de aquellos primeros estudiantes de la Biblia siguen siendo fieles hasta el día de hoy.
El servicio misional con nuestros hijos
¿Cómo nos las arreglábamos para efectuar el servicio misional con tres pequeños que cuidar? Bueno, detrás de todo estaba el poder que Jehová nos daba. Recibíamos una pequeña mesada de la Sociedad, y Masako hacía la ropa de los niños. Además, teníamos alguna ayuda de mis padres.
Después de graduarse de la escuela secundaria, Loy sirvió por un tiempo en la sucursal de la Sociedad Watch Tower Bible and Tract de Japón. No obstante, debido a problemas de salud, decidió regresar a Hawai para recibir tratamiento. Él y su esposa ahora sirven fielmente a Jehová en California. Su matrimonio resultó en que fuésemos bendecidos con cuatro nietos fieles. Todos se han bautizado, y uno de ellos sirve con su esposa en el Betel de Brooklyn, la central mundial de los testigos de Jehová.
Cuando mis hijas Thelma y Sally crecieron, se les dio el reconocimiento de misioneras. En este momento Thelma es misionera en la ciudad de Toyama. Sally se casó con Ron Trost, un misionero, y ambos han estado en la obra misional en Japón como ministros viajantes por más de 25 años.
De norte a sur
Después de pasar dos años en Tokio, se nos asignó a Osaka por otros dos años. Nuestra siguiente asignación nos llevó al norte, a Sendai, donde servimos unos seis años. El tiempo que pasamos en Sendai nos preparó para asignaciones en la isla más septentrional de Japón, Hokkaido. Fue allí donde nuestras hijas recibieron el reconocimiento de misioneras. Allí también tuvimos que acostumbrarnos a temperaturas invernales que a veces descendían por debajo de cero. Habiendo vivido en el Hawai tropical, aquello era un gran cambio.
Fue entonces cuando oí una nueva llamada mediante una carta de la Sociedad. Se me pedía que abriera una sucursal en Okinawa, que continuaba bajo el control de Estados Unidos. Mudarme del extremo norte de Japón, que es muy frío, a lo que ha llegado a ser la prefectura japonesa más meridional presentaba un gran desafío. ¿Qué debía hacer? Aunque no me creía preparado, llegué a Okinawa en noviembre de 1965, acompañado como siempre de mi fiel esposa. ¿Sería la vida en Okinawa como en Japón? ¿Cómo era su cultura? ¿Responderían las personas al mensaje de salvación de Jehová?
Cuando llegamos a Okinawa había menos de 200 publicadores. Ahora hay más de 2.000. Al principio dedicaba parte del tiempo a la obra de superintendente de circuito y el resto a la superintendencia de la sucursal. El viajar por las islas me ayudó a hacerme amigo de los hermanos nativos, y considero un privilegio el haberles servido.
¿Sin problemas?
Nuestra carrera misional no estuvo de ningún modo exenta de problemas. En 1968, mientras estábamos de vacaciones en Estados Unidos, Masako enfermó y fue necesario operarla. Se le extirpó un tumor de los intestinos, pero se recuperó de modo sorprendente. No teníamos seguro médico y temíamos no poder regresar a nuestra asignación. Sin embargo, qué agradable sorpresa fue ver a nuestros compañeros de creencia encargarse de todo.
En lo que a mí se refiere, ahora vivo con los problemas inherentes a la diabetes. Aunque no estoy totalmente ciego, casi no veo. No obstante, gracias a la bondad amorosa de Jehová, puedo nutrirme regularmente en sentido espiritual escuchando las cintas grabadas de La Atalaya y ¡Despertad! Los hermanos y hermanas en la fe también me ayudan leyéndome diferentes publicaciones.
¿Cómo podría continuar dando discursos públicos con mi impedimento visual? Al principio grababa los discursos y los reproducía por el sistema de sonido. Yo me limitaba a hacer los ademanes. Pero mi hija me dio una buena sugerencia. Ahora grabo los discursos en una pequeña grabadora y los repito escuchándolos con audífonos.
Nunca hemos dejado de pedir la ayuda de Jehová cuando hemos tenido problemas graves. A su debido tiempo, las bendiciones que vienen como resultado de la solución que Jehová da a los problemas son más grandes de lo que parecían ser los problemas mismos. La única manera de demostrar nuestra gratitud es servirle continuamente.
Después de 23 años en Okinawa, se nos asignó al mismo lugar donde empezamos cuando llegamos a Japón. La oficina principal de la Sociedad y la casa misional más grande están en su ubicación original, en el edificio de dos pisos que el hermano Haslett compró en Tokio hace ya muchos años.
Ahora, además de Masako y yo, 11 familiares nuestros sirven a Jehová de misioneros en Japón. Todos pensamos que es un gran privilegio haber visto el aumento que Jehová ha dado en este país donde predominan las culturas budista y sintoísta. La obra en Japón tuvo un comienzo pequeño, pero el poder de Jehová ha forjado una “nación” de más de 167.000 publicadores de las buenas nuevas.(Isaías 60:22.)
Cuando invoqué a Dios, él me contestó. Cuando me extendió una invitación, la acepté con gusto. Mi esposa y yo sentimos que tan solo hemos hecho lo que deberíamos haber hecho. ¿Qué puede decirse de usted? Cuando el Creador le extiende una invitación, ¿responde a ella?
[Fotografía en la página 28]
Los Tohara con algunos de sus compañeros precursores en Hawai, 1942
[Fotografía en la página 29]
Los hijos de los Tohara en Galaad en 1948
[Fotografía en la página 31]
Felices de haber aceptado la invitación, Shinichi y Masako Tohara han estado 43 años en la obra misional