Crecí con la organización de Jehová en Sudáfrica
Según lo relató Frans Muller
CUANDO mi hermano David y yo llegamos al tren que solíamos tomar en la estación central de Ciudad de El Cabo, quedamos atónitos al ver el letrero: “Únicamente blancos”. El partido nacionalista había ganado las elecciones de 1948 y había comenzado la política del apartheid.
Es cierto que la discriminación racial había existido en Sudáfrica por muchos años, como en muchos otros países africanos durante la época colonial. Pero ahora se sustentaba en la ley, de modo que ya no podíamos compartir el mismo vagón con los sudafricanos de color. Hoy, cuarenta y cinco años después, se está desarticulando el apartheid.
Durante toda la época del apartheid institucionalizado, que presentó desafíos a nuestro ministerio y nos impidió efectuarlo como hubiésemos querido, fui ministro de tiempo completo de los testigos de Jehová. Ahora, a los 65 años, puedo mirar retrospectivamente al maravilloso crecimiento de la organización de Jehová en Sudáfrica y sentirme agradecido por haber tenido el privilegio de crecer con ella.
Una herencia cristiana
Cuando mi padre era joven, tenía que leer porciones de la Biblia a mi abuelo en voz alta todas las mañanas a primera hora. Con el tiempo, mi padre llegó a tener un amor profundo a la Palabra de Dios. En 1928, cuando yo nací, él era consejero eclesiástico de la Iglesia Holandesa Reformada de Potgietersrus. Ese año mi tío le dio el libro El Arpa de Dios.
Sin embargo, mi padre se lo entregó a mi madre para que lo quemara, diciendo que era de una secta, pero ella lo conservó. Un día mi padre lo cogió y por casualidad se abrió en la página que tenía el encabezamiento “Dios a nadie atormenta”. Aunque creía sinceramente que los Estudiantes de la Biblia, como se llamaba entonces a los testigos de Jehová, estaban equivocados, comenzó a leerlo dominado por la curiosidad. No pudo soltar el libro. En la madrugada, cuando se metió en la cama, dijo: “Querida, me temo que ellos tienen la verdad”.
Al día siguiente, recorrió 50 kilómetros en bicicleta para conseguir más libros del Estudiante de la Biblia que vivía más cerca. Con regularidad leía hasta altas horas de la noche. Incluso trató de convencer al ministro de la Iglesia Holandesa Reformada de que lo que estaba aprendiendo eran verdades bíblicas, con la esperanza de que la Iglesia cambiara. Sus esfuerzos fueron en vano. Por lo tanto, renunció a la Iglesia y empezó a predicar celosamente. La verdad bíblica se convirtió en su vida y llegó a ser lo más importante para la familia. Ese fue el ambiente en el que me crié.
Más tarde, mi padre se hizo precursor, o ministro de tiempo completo. Viajó largas distancias en su Ford modelo T para predicar. Después de algunos años las necesidades de nuestra creciente familia lo obligaron a dejar el servicio de precursor, pero siguió muy activo en la predicación. Algunos domingos viajábamos con él más de 90 kilómetros para predicar en la ciudad de Pietersburgo.
Un negocio próspero
Con el tiempo mi padre abrió una pequeña tienda. Poco después, esta creció al doble, y abrió otra. Algunos granjeros acaudalados formaron una sociedad con él y finalmente administraron juntos un gran almacén y una cadena de seis tiendas por toda la región.
Algunos de mis hermanos mayores entraron en la empresa, con la nueva perspectiva de enriquecerse. Sin embargo, nuestra espiritualidad comenzó a verse perjudicada. Los vecinos mundanos nos aceptaban con más facilidad y nos invitaban a sus fiestas. Mi padre se percató del peligro, así que reunió a la familia y decidió que vendería el negocio y nos mudaríamos a Pretoria para poder trabajar más en el servicio de Jehová. Se quedó con una sola tienda, y la dejó a cargo de unos dependientes.
Mis hermanos Koos y David se hicieron precursores, como mi hermana mayor, Lina. En 1942 nuestra familia dedicó mil horas a la predicación en un solo mes. Ese año simbolicé la dedicación de mi vida a Jehová por inmersión en agua.
Por qué dejé la escuela
En 1944, cuando la II Guerra Mundial estaba en su apogeo, Gert Nel, superintendente viajante de los testigos de Jehová, me preguntó si planeaba ser precursor. “Claro —le dije—, en un par de años, cuando termine la escuela.”
Reflejando la manera de pensar de muchos testigos de Jehová de la época, me advirtió: “Cuídate de que el Armagedón no te encuentre sentado en un banco de la escuela”. Puesto que no deseaba que eso me sucediera, dejé la escuela y empecé la obra de precursor el 1 de enero de 1945.
Mi primera asignación fue en Vereeniging, cerca de Johannesburgo, y mis compañeros fueron Piet Wentzel y Danie Otto. Solía dedicar más de doscientas horas al mes a la predicación. Con el tiempo se asignó a Piet a la ciudad de Pretoria, y Danie dejó de ser precursor para ayudar a su anciano padre en la granja. Así que me quedé como único Testigo en Vereeniging, a cargo de veintitrés estudios bíblicos.
Al poco tiempo recibí una carta de la sucursal en la que se me asignaba a Pretoria. Aunque en aquel entonces no entendí la razón de tal cambio, más tarde comprendí que no hubiera sido apropiado que un joven inexperto de 17 años se quedara solo. Aún tenía mucho que aprender y podría haberme desanimado.
Tras servir en Pretoria y adquirir la experiencia necesaria, se me invitó a ser precursor especial. Entonces, Piet Wentzel y yo decidimos preparar en el ministerio a unos jóvenes que llegaron a Pretoria para ser precursores. En ese tiempo se asignó a Piet a servir de superintendente de circuito en la región. Posteriormente se casó con mi hermana Lina, y ahora sirven en la sucursal sudafricana.
Entre los que fueron a servir a Pretoria estaba Martie Vos, una joven atractiva que se había criado en una familia cristiana. Nos gustábamos, pero aún éramos adolescentes, muy jóvenes para casarnos. No obstante, cuando se me asignó a otros lugares, nos mantuvimos en contacto por correspondencia.
El servicio de Betel y la Escuela de Galaad
En 1948 se me invitó a servir en la sucursal de la Sociedad Watch Tower en Ciudad de El Cabo. En aquel entonces no había lugar para los diecisiete que trabajábamos en las tres oficinas alquiladas y la pequeña fábrica cercana. Algunos nos hospedábamos en casa de familias cristianas y otros vivían en pensiones.
Todos los días laborables los diecisiete miembros de la familia de Betel nos reuníamos para la adoración de la mañana en los vestuarios de la pequeña fábrica. Varios de nosotros teníamos que encargarnos de nuestro propio almuerzo. Y después de un día de trabajo, debíamos viajar a nuestros hospedajes en diferentes lugares de Ciudad de El Cabo. Fue durante uno de esos viajes cuando, como dije antes, a mi hermano David y a mí nos sorprendió el letrero que decía: “Únicamente blancos”.
Cuando llegué a la sucursal de Ciudad de El Cabo, comprendí que aún tenía mucho que aprender, de modo que le pregunté al hermano Phillips, el superintendente de sucursal: “¿Qué debo hacer para adelantar?”.
“Frans —me contestó—, no te preocupes tanto por adelantar, simplemente manténte al paso.” Siempre he procurado seguir ese consejo, y he aprendido que la persona que se mantiene al paso con el alimento espiritual y la dirección que provee la organización de Jehová crecerá con ella.
En 1950 se me invitó a la decimosexta clase de la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower para ser misionero. La escuela estaba ubicada en South Lansing (Nueva York), a unos 400 kilómetros al norte de Brooklyn. Mientras trabajé en la central de los testigos de Jehová de Brooklyn, pude ver personalmente el mismo corazón de la organización visible de Jehová. La devoción de toda alma que observé en los que llevaban la delantera me hizo sentir profundo aprecio por la organización de Jehová.
Ministerio ininterrumpido
Cuando regresé a Sudáfrica, se me asignó a ser superintendente viajante en el norte de Transvaal, la región donde crecí. Tras haber mantenido correspondencia por seis años, Martie y yo nos casamos en diciembre de 1952, y luego me acompañó en la obra de circuito. El aprecio que manifestaban los hermanos por nuestras visitas era conmovedor.
Recuerdo, por ejemplo, que mientras servíamos a una congregación de una región agrícola, nos hospedamos con una familia que se disculpó por no tener leche para el té o el café. Más tarde supimos que habían vendido su única vaca lechera para comprar gasolina a fin de llevarnos a predicar a los granjeros de las partes más lejanas del territorio. ¡Cuánto apreciamos a hermanos de esa clase!
A veces no me sentía capacitado para efectuar la obra de circuito, sobre todo cuando trataba problemas que tenían que ver con personas mayores. Cierto día me sentí tan deprimido que le dije a Martie que no debería sorprenderle que nos volviesen a asignar de precursores especiales debido a mi falta de experiencia. Me respondió que mientras permaneciéramos en el servicio de tiempo completo, ella se sentiría feliz de servir en cualquier asignación.
Imagínese nuestra sorpresa cuando al llegar a la siguiente congregación encontramos entre nuestra correspondencia una asignación para servir en la obra de distrito. Durante casi dos años viajamos por Sudáfrica y Namibia, que en aquel tiempo se llamaba África del Suroeste. Sin embargo, el apartheid dificultaba nuestro trabajo. Con frecuencia se nos denegaban los permisos para visitar los municipios de los negros, y a veces se nos prohibía celebrar asambleas.
Por ejemplo, en 1960 conseguimos permiso para celebrar una asamblea en Soweto. Los hermanos negros de congregaciones distantes ya habían comprado sus pasajes de tren y autobús para estar presentes, pero el gobierno se enteró de nuestros planes y canceló el permiso. Usando discreción hablamos con el inspector de un pueblo que estaba a 20 kilómetros al otro lado de Johannesburgo. Fue muy amable y nos facilitó un lugar con mejores instalaciones, donde celebramos una estupenda asamblea, a la que asistieron más de doce mil personas.
¡Cómo ha cambiado la situación en años recientes! Ahora que se está desarticulando el apartheid, podemos reunirnos libremente en zonas de blancos, negros, mestizos o indios. Todos, sin importar la raza, pueden sentarse juntos y disfrutar de compañerismo. El idioma es el único factor que influye en la selección del asiento.
Una lección dolorosa
En 1947 mi padre cometió un grave error. Su tienda, ubicada a unos 200 kilómetros de donde vivían él y mi madre, dejó de ser rentable por causa de la falta de honradez de los dependientes, así que decidió atenderla él mismo. Los largos períodos que vivió separado de mi madre lo llevaron a sucumbir a la tentación. Por consiguiente, fue expulsado.
Aquel golpe grabó en mí una lección de manera dolorosa: no basta con tener celo por la verdad de la Biblia; todos debemos observar fielmente los principios bíblicos. (1 Corintios 7:5.) Después de muchos años, mi padre fue restablecido a la congregación cristiana y sirvió fielmente hasta que murió, en 1970. Mi madre se mantuvo fiel hasta su muerte, en 1991.
Otras bendiciones
En 1958 Martie y yo asistimos a la mayor asamblea que han celebrado los testigos de Jehová, la que tuvo lugar simultáneamente en el Estadio Yanqui y el Polo Grounds, de Nueva York. No cabíamos de gozo por formar parte de la maravillosa organización de Jehová. Contarnos entre los más de 253.000 asistentes aquel domingo por la tarde fue una vivencia que jamás olvidaremos. Allí, ante nosotros, se hallaba la realidad de la ‘gran muchedumbre de todas las naciones’ reunida en paz. (Revelación 7:9, 10.) Martie se quedó en Nueva York para cursar la Escuela de Galaad, y yo volví al servicio de distrito en Sudáfrica.
En 1959, después que Martie cursó la clase 32 de Galaad, se nos invitó a servir en la sucursal sudafricana, que entonces estaba cerca de Elandsfontein, al este de Johannesburgo. A través de los años he visto a la organización progresar en muchos aspectos, especialmente en su amor y empatía. He constatado que Jehová dirige su organización por medio de Jesucristo y que se vale de aquellos que se ponen a su disposición.
En 1962 regresé a Brooklyn (Nueva York) para asistir a un curso de preparación de diez meses sobre la administración de sucursales. Este resultó útil, pues en 1967 se me nombró superintendente de la sucursal de Sudáfrica. En 1976 se nombraron Comités de Sucursales, así que la responsabilidad por las decisiones que se tomaran en Sudáfrica recaería a partir de entonces sobre los hombros de cinco ancianos cristianos con gran experiencia.
La vida bajo el apartheid
La legislación del apartheid afectó las actividades de la sucursal. Cuando se construyó el Hogar Betel de Elandsfontein, en 1952, la ley exigía que se construyera en la parte trasera otro edificio para los hermanos negros y mestizos. También se exigía que comieran separados de los blancos, en las llamadas residencias africanas. Más tarde se consiguió que comieran en la cocina de Betel. Cuando llegamos a Betel, en 1959, eso es lo que se hacía. Semejante segregación racial me producía gran repulsión.
Andando el tiempo, el gobierno concedió permiso para que los hermanos negros se quedaran en la parte trasera del edificio principal de Betel. Estos hermanos habían tenido que vivir en un barrio para negros a unos 20 kilómetros de distancia. Algunos vivían en casas alquiladas y otros en albergues de solteros. Esa situación desagradable continuó por muchos años.
Se amplía Betel
Mientras tanto, las instalaciones de Betel de Elandsfontein necesitaban ampliarse. Después de tres ampliaciones, llegamos al límite de la propiedad. El Cuerpo Gobernante nos dijo que buscáramos una nueva propiedad donde las autoridades nos dieran permiso para construir un Hogar Betel en el que también se pudiera acomodar a hermanos negros. Todas las mañanas la familia de Betel oraba a Jehová para que de algún modo él encauzara los asuntos en esa dirección.
¡Qué gozo tuvimos el día en que por fin encontramos un terreno en las afueras de Krugersdorp, al oeste de Johannesburgo! Sin embargo, una vez más se nos exigió construir un edificio separado para los hermanos de color. Aunque obedecimos la disposición, solo conseguimos permiso para acomodar allí a veinte hermanos de color. Afortunadamente, las cosas comenzaron a cambiar a mediados de los años ochenta. El gobierno suavizó las estrictas leyes del apartheid, y se llamó a más hermanos negros, mestizos e indios para servir con nosotros en Betel.
Ahora contamos con una familia de Betel unida y feliz en la que todos, prescindiendo de su raza o color, pueden vivir en el edificio que deseen. Además, después de años de insistencia, se nos ha reconocido legalmente como religión. Se ha registrado una asociación legal con el nombre de “Testigos de Jehová de Sudáfrica”. Ahora contamos con hermanos que tienen licencia para casar, y los Salones del Reino brotan como hongos en los barrios de la gente de color.
¡Cómo ha progresado la organización de Jehová desde aquellos días en que serví en la sucursal de Ciudad de El Cabo! Hemos pasado de ser una pequeña familia de diecisiete personas sin Hogar Betel, hasta llegar a más de cuatrocientos sesenta en un Betel moderno con computadoras sofisticadas, prensas rotativas y un hermoso hogar. Sí, he tenido el privilegio de crecer con la organización de Jehová en Sudáfrica. Hemos aumentado, desde unos cuatrocientos publicadores del Reino cuando me inicié en el ministerio hace unos cincuenta años, hasta casi cincuenta y cinco mil al tiempo presente.
Le doy gracias a Jehová por haber tenido a mi lado por los pasados cuarenta años a una esposa que me ha apoyado lealmente. “Mi copa está bien llena.” (Salmo 23:5.) Martie y yo estamos muy agradecidos de formar parte de la organización que Jehová dirige mediante su espíritu, y estamos resueltos a seguir sirviéndole en su casa, en Betel, y a mantenernos al paso de su organización progresiva.
[Fotografía en la página 20]
Piet Wentzel y Frans Muller (izquierda) en la obra de precursor en 1945
[Fotografía en la página 23]
Frans y Martie Muller
[Mapas en la página 19]
(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)
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