Cómo pueden los cristianos ayudar a los de edad avanzada
“NO NOS rendimos; más bien, aunque el hombre que somos exteriormente se vaya desgastando, ciertamente el hombre que somos interiormente va renovándose de día en día. [...] Tenemos los ojos fijos, no en las cosas que se ven, sino en las que no se ven. Porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.” Esto dijo el apóstol Pablo en su segunda carta a los corintios. (2 Corintios 4:16-18.)
Muchos hombres y mujeres de fe de la antigüedad mantuvieron la vista fija en las cosas invisibles, entre ellas todas las cosas que su Dios, Jehová, había prometido hacer al debido tiempo. En la carta a los hebreos Pablo alaba a los que retuvieron la fe hasta la muerte, algunos de los cuales vivieron muchos años, y los pone de ejemplo ante nosotros, diciendo: “En fe murieron todos estos, aunque no consiguieron el cumplimiento de las promesas, pero las vieron desde lejos y las acogieron”. (Hebreos 11:13.)
Hoy estamos muy próximos al cumplimiento de las promesas. Sin embargo, hay entre nosotros personas enfermas y ancianas que no están muy seguras de vivir para presenciar el fin de este sistema inicuo. Es posible que algunas de ellas también mueran en la fe sin haber visto cumplidas durante su vida todas las promesas. Para ellas, las palabras del apóstol Pablo en 2 Corintios 4:16-18 pueden resultar muy alentadoras.
Jehová se acuerda de todos sus leales, incluso de los enfermos y los ancianos. (Hebreos 6:10.) En varios pasajes de la Biblia se menciona con gran dignidad a las personas fieles de edad avanzada, y la Ley de Moisés hace alusión especial a la honra que se debe al anciano. (Levítico 19:32; Salmo 92:12-15; Proverbios 16:31.) Los primeros cristianos tenían a las personas de edad en gran estima. (1 Timoteo 5:1-3; 1 Pedro 5:5.) Uno de los libros de la Biblia contiene un hermoso cuadro del interés amoroso de una joven por su anciana suegra y la abnegación conmovedora que manifestó. El libro lleva apropiadamente el nombre de la joven: Rut.
Ayudante fiel
La vida de la anciana Noemí era amarga. La escasez de alimento la había obligado a abandonar con su pequeña familia a sus amigos y su herencia en Judá, y a establecerse en la tierra de Moab, al este del río Jordán. Allí murió su marido, y se quedó sola con sus dos hijos. Con el tiempo estos crecieron y se casaron, pero murieron también. Noemí se quedó sin herederos que velaran por ella.
Era demasiado vieja para comenzar una nueva familia, y la vida no parecía ofrecerle mucho. Por altruismo, quiso que Rut y Orpá volvieran a casa de su madre y se casaran de nuevo. Ella, por su parte, regresaría sola a su tierra natal. Hoy en día también hay algunas personas de edad que se sienten deprimidas, sobre todo si han sufrido la pérdida de un ser querido. Al igual que Noemí, quizás necesiten que alguien las cuide, pero no desean ser una carga.
Rut, sin embargo, no abandonó a su suegra. Amaba a esta anciana y amaba a Jehová, el Dios de Noemí. (Rut 1:16.) Así que ambas emprendieron el viaje de regreso a Judá. En aquel país, la ley amorosa de Jehová concedía a los pobres el derecho de espigar o rebuscar lo que quedara en los campos después de recogida la cosecha. Rut, que era más joven, se ofreció a hacer el trabajo, diciendo: “Por favor, déjame ir”. Trabajó incansablemente por su bien y el de su suegra. (Rut 2:2, 17, 18.)
La fidelidad y el amor de Rut a Jehová infundieron mucho ánimo a Noemí, que comenzó a pensar de manera positiva y constructiva. Su conocimiento de la Ley y las costumbres locales le resultó útil. Con acierto aconsejó a su fiel ayudante para que esta, mediante el matrimonio de levirato, recuperara el patrimonio familiar y tuviera un hijo que asegurara la continuidad de la familia. (Rut, capítulo 3.) Rut es un hermoso ejemplo para los que hacen sacrificios a fin de ayudar a los enfermos o a los ancianos. (Rut 2:10-12.) Hoy día se puede hacer mucho en la congregación para asistir a los enfermos y a los de edad avanzada. ¿Cómo?
La organización es valiosa
En la congregación cristiana primitiva se llevaba un registro de las viudas que precisaban de apoyo material. (1 Timoteo 5:9, 10.) Asimismo, hoy los ancianos de congregación pueden elaborar en algunos casos una lista de los enfermos y las personas mayores que requieren atención particular. Algunas congregaciones han pedido a uno de los superintendentes que se encargue de esta labor especial. Siendo que muchas personas mayores no quieren pedir ayuda, como le ocurría a Noemí, este hermano debe poder analizar las situaciones y, con prudencia, encargarse de que se lleve a cabo lo que sea necesario. Por ejemplo, pudiera investigar si el Salón del Reino cuenta con suficientes comodidades para los enfermos y los ancianos, como una rampa para sillas de ruedas, cuartos de baño adecuados, audífonos para las personas sordas y un lugar para sillas especiales, según lo que sea práctico. Puede cerciorarse igualmente de que los que no puedan asistir al Salón del Reino escuchen las reuniones en casete o por teléfono.
Quizás sea necesario también organizar el transporte a las reuniones y asambleas. Una hermana anciana tenía dificultades para asistir a las reuniones porque la persona que solía llevarla ya no estaba disponible. Tenía que telefonear a muchas personas antes de encontrar finalmente quien la llevara, así que acabó sintiendo que era una carga. Si hubiera habido un plan coordinado por un superintendente de la congregación, la hermana no se hubiera sentido tan avergonzada.
El superintendente encargado puede pedir a varias familias que visiten a los mayores por turnos. De esta manera los niños aprenderán que el cuidado de los de edad avanzada forma parte de la vida del cristiano. Conviene que los niños aprendan a cargar con esta responsabilidad. (1 Timoteo 5:4.) Un superintendente de circuito dice: “Sé por experiencia que son muy pocos los niños o los jóvenes que toman la iniciativa de visitar a los ancianos o a los enfermos”. Tal vez no se les ocurra hacerlo, o quizás no sepan exactamente qué hacer o decir; los padres pueden enseñarles a este respecto.
Sin embargo, recuerde que la mayoría de las personas ancianas agradecen que se les avise de antemano que van a recibir una visita. De este modo tienen el aliciente de esperarla. Si los visitantes llevan algún refrigerio, como café o bizcocho, y luego lo dejan todo limpio, le ahorran trabajo a la persona de edad. Un matrimonio mayor, que todavía conserva sus fuerzas, llena una pequeña cesta de bocadillos el mismo día todas las semanas y hace una serie de visitas a los de edad avanzada de la congregación. Se agradecen mucho sus visitas.
Muchas congregaciones celebran un Estudio de Libro de Congregación durante el día para que asistan las personas ancianas. En cierto lugar se preguntó a algunas familias y publicadores solteros si estaban dispuestos y podían apoyar uno de estos grupos; el resultado fue un grupo de estudio de libro en el que jóvenes y ancianos se atendían mutuamente.
No se debe dejar que los superintendentes de la congregación sean los únicos que tomen la iniciativa en este campo. Todos debemos estar al tanto de las necesidades de los enfermos y los de edad avanzada. Podemos saludarlos en el Salón del Reino y sacar tiempo para hablar con ellos. No les vendría nada mal que los invitáramos a una reunión informal, a una comida campestre o, incluso, a que nos acompañaran en unas vacaciones. Un Testigo suele llevar en su auto a publicadores ancianos en sus viajes de negocios fuera de la ciudad. Es fundamental ayudar a las personas de edad avanzada a sentirse integradas. No permita que se retraigan, como quiso hacer Noemí, pues esto acelera el proceso del envejecimiento o de senilidad.
Los jóvenes con impedimentos o enfermos también requieren cuidados. Un Testigo que tenía tres niños con enfermedades incurables, dos de los cuales ya han muerto, dijo: “Puede ser difícil para la congregación seguir mostrando interés por alguien que padece una enfermedad prolongada. ¿Por qué no asignar a algunos publicadores jóvenes confiables para que comenten el texto diario con su amigo postrado en cama y le lean un capítulo de la Biblia diariamente? Los jóvenes, entre ellos los precursores, pueden encargarse por turnos”.
Cuando la muerte parece inevitable
Los siervos de Jehová siempre se han enfrentado valerosamente con la muerte, se deba esta a la enfermedad o a la persecución. Cuando los afligidos empiezan a presagiar la proximidad de su muerte, es natural que experimenten diversas emociones. Además, una vez que la muerte se produce, los familiares pasarán por un tiempo de adaptación, dolor y aceptación de la realidad. Por eso, muchas veces es conveniente que el enfermo se exprese con libertad sobre la muerte, como lo hicieron Jacob, David y Pablo. (Génesis, capítulos 48 y 49; 1 Reyes 2:1-10; 2 Timoteo 4:6-8.)
Un Testigo médico escribió: “Debemos abordar el tema sin reservas. En todos los años que llevo ejerciendo esta profesión, nunca he visto que a un paciente le haga algún bien el que le oculten que padece una enfermedad terminal”. Claro está, debemos comprender qué es lo que el enfermo mismo desea saber y cuándo desea saberlo. Algunos enfermos manifiestan claramente que son conscientes de que su muerte se acerca, y necesitan expresar a otros sus pensamientos y sentimientos al respecto. Otros parecen aferrarse a la esperanza, y sus amigos hacen bien en participar de la esperanza con ellos. (Compárese con Romanos 12:12-15.)
Puede que una persona moribunda esté tan cansada o confusa que le resulte difícil orar. A estas personas probablemente les consuele saber que Romanos 8:26, 27 dice que Dios entiende los “gemidos no expresados”. Jehová sabe que bajo tal presión una persona puede tener dificultad en encontrar palabras para orar.
Es importante orar con el enfermo siempre que sea posible. Un hermano relata lo siguiente: “Cuando mi madre agonizaba y ya no tenía fuerzas para hablar, cruzó las manos para indicar que deseaba que oráramos con ella. Después de orar, entonamos un cántico del Reino, pues a ella siempre le gustó la música. Al principio tarareamos la melodía y luego cantamos en tono bajo. Fue obvio que le gustó. No cabe duda de que estos cánticos que asociamos con nuestra vida de testigos de Jehová encarnan sentimientos que de otra forma serían difíciles de expresar”.
Hablar con una persona que agoniza requiere amor, tacto y ternura. El visitante puede mencionar algunos puntos animadores y fortalecedores de la fe que haya preparado, y debe cuidar de no hablar negativamente de otras personas ni de sus problemas. Además, la duración de la visita ha de ser razonable y apropiada. Aunque el enfermo parezca inconsciente, es bueno recordar que quizás aún oiga lo que se dice a su alrededor. Así que tenga cuidado con lo que diga.
Responsabilidad compartida
Velar por los enfermos y los ancianos es una enorme responsabilidad. En el caso de los más cercanos al enfermo, es una labor agotadora tanto física como emocionalmente. Estos necesitan y merecen la comprensión y ayuda de los demás miembros de la congregación. Los que asisten a sus familiares o compañeros de creencia enfermos están haciendo lo que es correcto, incluso si ello supone perder algunas reuniones o disminuir por algún tiempo la participación en el servicio del campo. (Compárese con 1 Timoteo 5:8.) La actitud comprensiva de la congregación los fortalecerá. A veces, un hermano o una hermana pudiera sustituir temporalmente al encargado de atender a un enfermo, para que pueda asistir a una reunión o disfrutar de algunas horas reconfortantes en la predicación.
Por supuesto, si el enfermo es usted, también hay algo que puede hacer. Los sentimientos de desesperanza e inutilidad provocados por la enfermedad pueden amargarlo, pero la amargura aísla a las personas y aleja a los demás. En vez de albergar estos sentimientos, trate de mostrar agradecimiento y de cooperar con los demás. (1 Tesalonicenses 5:18.) Ore por otros que están sufriendo. (Colosenses 4:12.) Reflexione en las maravillosas verdades bíblicas y hable de ellas con los que lo visiten. (Salmo 71:17, 18.) Intente mantenerse al día con el progreso del pueblo de Dios, y su fe será fortalecida. (Salmo 48:12-14.) Dé gracias a Jehová por estos felices acontecimientos. El meditar sobre ellos puede proporcionar al ocaso de nuestra vida una belleza singular, tal como la luz que arroja el sol cuando se pone es más intensa y cálida que la luz del mediodía.
Todos debemos esforzarnos por conservar la esperanza que, sobre todo en tiempos de prueba, guarda nuestra mente a modo de yelmo. (1 Tesalonicenses 5:8.) Es provechoso meditar sobre la esperanza de la resurrección y el fundamento sólido en que se apoya. Con ansiosa expectativa y confianza, podemos aguardar el día en que ya no habrá más enfermedad ni debilidad causada por la vejez. Entonces, todos gozaremos de bienestar. Hasta los muertos retornarán. (Juan 5:28, 29.) Vemos estas ‘cosas que no se ven’ con los ojos de la fe y del corazón. Que nunca las perdamos de vista. (Isaías 25:8; 33:24; Revelación 21:3, 4.)