Nos dieron el ejemplo
RELATADO POR CRAIG ZANKER
Mi esposa, Gayle, y yo hemos sido precursores (ministros de tiempo completo de los testigos de Jehová) por los pasados ocho años. Los últimos seis hemos servido a la población aborigen del interior de Australia. Solo estamos siguiendo el ejemplo excelente que nos dieron mis padres y mis abuelos.
PERMÍTAME que le hable en especial de mis abuelos. Siempre les hemos llamado afectuosamente Opa y Oma, como es común en holandés. Mi abuelo, Charles Harris, aún sirve con entusiasmo en Melbourne, donde ha vivido durante los últimos casi cincuenta años.
Aprende las verdades bíblicas
Opa nació en una pequeña ciudad de Tasmania, el estado insular de Australia. En 1924, cuando contaba 14 años de edad, su padre compró un cofre de marinero en una subasta. Resultó ser un verdadero tesoro espiritualmente hablando, pues contenía un juego de libros escritos por el primer presidente de la Sociedad Watch Tower Bible and Tract, Charles Taze Russell.
Al parecer, el padre de Opa no estaba especialmente interesado en los libros, pero Opa empezó a leerlos y reconoció inmediatamente que contenían verdades bíblicas fundamentales. De modo que empezó a buscar a los Estudiantes Internacionales de la Biblia (conocidos ahora como testigos de Jehová), que eran los representantes de los editores de ese juego de libros. Quería hablar con ellos para recibir más explicaciones de las verdades bíblicas que estaba aprendiendo.
Después de muchas preguntas halló a tres señoras mayores que se dedicaban a la enseñanza. Estas causaron un gran impacto en el joven Charles. Por fin, en 1930 se dedicó a Jehová Dios y se bautizó en agua. Renunció a su trabajo de carnicero y viajó hacia el norte, a Sydney, donde recibió una asignación de evangelizador de tiempo completo.
Servicio de precursor en Australia
Por unos cuantos años Charles predicó en los territorios de Bondi, un suburbio costero de Sydney, así como en las zonas rurales del estado de Nueva Gales del Sur. Luego fue asignado a Perth (Australia Occidental), situado a miles de kilómetros de distancia, en el otro extremo del continente. Estuvo seis meses dando testimonio en el territorio de negocios de Perth, y luego fue asignado con otros dos precursores a las regiones escasamente pobladas del noroeste de Australia.
La asignación de este terceto —Arthur Willis, George Rollsten y Charles— era una zona cuatro veces mayor que Italia. La población era escasa, el terreno árido y el calor intenso. A veces era necesario viajar más de 500 kilómetros de un rancho a otro. El vehículo que utilizaban estaba desvencijado, incluso desde la óptica de los años treinta, pero tenían una fe fuerte y una gran determinación.
Sendas de camellos entrecruzaban las estrechas carreteras de tierra, llenas de baches, y el polvo fino ocultaba aquí y allá peligrosos tocones de árboles. No extraña que la suspensión del auto se estropeara a menudo. El eje trasero se rompió en dos ocasiones, y los neumáticos reventaron muchas veces. Los precursores solían hacer revestimientos de neumáticos viejos, que fijaban con tornillos y tuercas en el interior de los neumáticos del auto para continuar el viaje.
Cuando aún era un muchacho, le pregunté a Opa qué los animaba a continuar en condiciones tan difíciles. Me explicó que su aislamiento los había ayudado a acercarse más a Jehová. Lo que a veces constituía una dificultad física, dijo, se convertía en una bendición espiritual.
Sin ningún viso de superioridad ni fariseísmo, Opa comentó que le sorprendía que tanta gente pareciera demasiado preocupada por acumular bienes materiales. “Se viaja mucho mejor por la vida con el menos equipaje posible —me decía—. Si Jesús estuvo dispuesto a dormir bajo las estrellas cuando era necesario, entonces nosotros debemos sentirnos felices de hacer lo mismo en el caso de que nuestra asignación lo requiera.” (Mateo 8:19, 20.) Él y sus compañeros así lo hicieron.
Invitado a un país extranjero
En 1935, Opa recibió una nueva asignación de predicación: dar testimonio a los isleños del sur del Pacífico. Zarpó con otros seis tripulantes en el Lightbearer, un velero de la Sociedad Watch Tower de 16 metros de eslora.
En una ocasión, estando en el mar del Coral, al norte de Australia, se estropeó el motor auxiliar del Lightbearer. No corría ningún viento, de modo que quedaron a la deriva a muchos kilómetros de tierra. Aunque había peligro de encallar en la Gran Barrera de Arrecifes, a Opa le impresionó la exquisita serenidad. “El mar estaba como un plato —escribió en su diario—. Nunca olvidaré la puesta de sol todas las tardes en aquel mar calmado. La vista era tan hermosa que ha quedado grabada en mi memoria para siempre.”
Afortunadamente, el viento volvió antes de que encallaran en los arrecifes, y pudieron navegar a salvo con las velas extendidas hasta Port Moresby (Papuasia Nueva Guinea), donde repararon el motor. De ahí navegaron a la isla Thursday y luego a Java, una isla grande de Indonesia. Opa llegó a amar mucho ese país, al que se ha llamado un “collar de perlas ensartadas en el ecuador”. En aquel tiempo Indonesia era una colonia holandesa, de modo que mi abuelo aprendió tanto holandés como indonesio. Pero, en la predicación ofrecía las publicaciones en cinco idiomas: holandés, indonesio, chino, inglés y árabe.
Opa tenía mucho éxito en la distribución de publicaciones bíblicas. Una vez, un funcionario holandés que vigilaba de cerca nuestra predicación llamó a Clem Deschamp, encargado del almacén de la Sociedad Watch Tower de Batavia (ahora Yakarta). “¿A cuánta gente tienen trabajando en Java oriental?”, preguntó el funcionario.
—Solo a uno —contestó el hermano Deschamp.
—¿Espera que le crea? —respondió bruscamente el funcionario—. Deben tener a un ejército de trabajadores allí, a juzgar por el número de publicaciones distribuidas por todas partes.
Opa piensa que aquel fue uno de los cumplidos más agradables de su vida. Pero seguro que lo merecía, pues no era raro que distribuyera entre 1.500 y 3.000 publicaciones todos los meses.
Matrimonio, proscripción y guerra
En diciembre de 1938, Opa se casó con una joven indonesia llamada Wilhelmina, que llegó a ser mi abuela. Oma, mi abuela, era amable, dulce, industriosa y de voz suave. Lo sé bien, pues durante mi niñez fue mi mejor amiga.
Después de casarse, Opa y Oma siguieron sirviendo juntos de precursores. Para entonces los otros tripulantes del Lightbearer se habían mudado a otras partes del mundo o habían regresado a casa. Opa, en cambio, había hecho de Indonesia su hogar, y estaba resuelto a quedarse.
Al acercarse la II Guerra Mundial, el clero presionó al gobierno holandés de Indonesia para que impusiera restricciones a la actividad de los testigos de Jehová y finalmente proscribiera la obra. De modo que la predicación se llevó a cabo con dificultad, utilizando solo la Biblia. En casi todas las ciudades que Opa y Oma visitaban se les llevaba ante las autoridades y se les interrogaba, como si fueran delincuentes. No mucho después de entrar en vigor la proscripción, encarcelaron al cuñado de Oma por su postura de neutralidad cristiana. Murió en una prisión holandesa.
Opa y Oma vivían en un camión caravana. Con esta casa móvil predicaron por todo Java. En 1940, cuando la amenaza de la invasión japonesa se cernía sobre la isla, fueron bendecidos con una hija, que llegó a ser mi madre. Le pusieron de nombre Victory, por el título del discurso que había pronunciado dos años antes el entonces presidente de la Sociedad Watch Tower Bible and Tract, J. F. Rutherford. Siguieron en el precursorado hasta el nacimiento de la niña.
A principios de 1942, Opa, Oma y Victory viajaban en un carguero holandés de regreso de Borneo cuando se oyó un cañonazo procedente de un destructor japonés. Todas las luces se apagaron y la gente gritó. De este modo la guerra se introdujo en la vida de mi familia. Aunque llegaron a puerto a salvo, los japoneses invadieron Java unos días después, y un funcionario holandés reveló el paradero de Opa y Oma a los soldados japoneses.
Cuando los japoneses los hallaron, les quitaron todas sus posesiones, hasta los juguetes de la pequeña Victory, y los llevaron a dos diferentes campos de concentración. Se permitió que Victory se quedara con Oma, y Opa no las volvió a ver por los siguientes tres años y medio.
La vida en los campos de concentración
A Opa lo transfirieron de una ciudad a otra durante su internamiento: de Surabaya a Ngawi, a Bandung y finalmente a Tjimahi. Estos traslados constantes tenían como propósito frustrar cualquier plan organizado de fuga. La mayoría de los prisioneros eran holandeses, aunque también había algunos ingleses y australianos. Opa aprendió en los campos el oficio de barbero, que aún practica de vez en cuando. El único libro religioso que se le permitió tener fue la Biblia, la Versión del Rey Jacobo.
Entretanto, también trasladaron a Oma y a Victory de un campo a otro. En estos campos el comandante pedía a las mujeres que efectuaran “servicios sociales” en el exterior. Sin embargo, por alguna razón, nunca se escogió a Oma. Más tarde se enteró de que se sacaba a las mujeres para ofrecerlas de prostitutas a los soldados japoneses.
Como los soldados japoneses no veían con buenos ojos a las niñas, Oma siempre vestía y cortaba el pelo a Victory como un niño. El nombre Victory también supuso un gran problema cuando el comandante del campo quiso saber qué significaba: ¿victoria para el ejército imperial japonés, o victoria para los americanos?
“¡Victoria para el Reino de Dios sobre todos los gobiernos terrestres!”, respondió mi abuela con orgullo.
Como castigo por no responder “victoria para el ejército imperial japonés”, se obligó a Oma y a su hija, de 5 años, a permanecer de pie y en posición de firmes durante ocho horas bajo el ardiente sol tropical. Sin sombra, sin agua, sin sentarse y sin dejar caer los hombros. Pero con la ayuda de Jehová, superaron esta terrible experiencia.
Un año después de haber sido internada, el comandante del campo le dijo a Oma que su esposo había muerto. Ella colocó con tristeza la foto de Opa en el fondo de su maltrecha maleta y siguió adelante, a pesar de su dolor.
La vida en el campo de concentración era dura. Las raciones diarias por persona consistían en una taza de tapioca para desayunar, unos 200 gramos de pan de sagú para comer y una taza de arroz cocido en una sopa vegetal aguada para cenar. Debido a esas exiguas raciones, la desnutrición era común y todos los días morían reclusos víctimas de la disentería.
Opa sufrió de pelagra y edema de inanición durante su internamiento. Oma también estuvo al filo de la muerte, pues a menudo daba su alimento a Victory para que la pequeña no muriera de hambre. La crueldad y la inanición se convirtieron en compañeras constantes. Lograron sobrevivir solo manteniéndose cerca de su Dios, Jehová.
Recuerdo bien uno de los dichos favoritos de Opa: “La libertad es estar en armonía con el Divino, Jehová”. Así, Opa se consideraba verdaderamente libre aun durante su cruel reclusión. El amor que él y Oma le tenían a Jehová ciertamente los ayudó a ‘aguantar todas las cosas’. (1 Corintios 13:7.) Esta estrecha relación con Dios es lo que Gayle y yo ahora procuramos mantener.
Libertad y un memorable reencuentro
La II Guerra Mundial por fin terminó en 1945. Poco después de la rendición de Japón, llevaban a Opa en tren a otro lugar. Los soldados indonesios detuvieron el tren entre Yakarta y Bandung. Aunque habían terminado las hostilidades con los japoneses, los indonesios luchaban por independizarse de los holandeses. A Opa le sorprendió tanto que lo bajaran súbitamente del tren que se olvidó de hablar inglés y empezó a hablar en holandés. Para los indonesios el holandés era el idioma del enemigo, y había que dar muerte al enemigo.
Afortunadamente, cuando los soldados registraron a Opa, encontraron su permiso de conducir australiano, del que se había olvidado por completo. Por fortuna, los indonesios no estaban en guerra con Australia. Opa sigue creyendo hasta hoy que el descubrimiento del carné que demostraba su ciudadanía australiana se debió a la intervención divina, pues en esa misma parada los mismos soldados mataron tan solo unas horas más tarde a doce holandeses que viajaban en el tren.
Poco después de este incidente, Oma y Victory estaban esperando salir de las regiones desgarradas por la guerra. Sentadas a la orilla de la carretera, vieron pasar una interminable fila de camiones con soldados y civiles. De repente, sin una razón clara, la caravana se detuvo. Oma miró por casualidad a la caja abierta del camión más cercano y, para su sorpresa, allí estaba sentado un hombre demacrado al que reconoció inmediatamente. ¡Era su esposo! No puede describirse con palabras la emoción de este reencuentro.
De regreso a Australia
Cuando mi abuelo regresó con su familia a Australia, en 1946, después de haber vivido en Indonesia once años, la vida no fue fácil para ellos. Regresaron como refugiados de guerra, necesitados, desnutridos, y mucha gente recelaba de ellos. Oma y Victory tuvieron que soportar el fuerte prejuicio racial de que eran objeto los inmigrantes asiáticos. Opa tuvo que trabajar duro y muchas horas para cuidar de su familia y proveerle un hogar. A pesar de estas dificultades, perseveraron y sobrevivieron con su espiritualidad intacta.
Ahora, después de más de cuarenta y ocho años, Opa vive en Melbourne, donde aún participa en el ministerio de casa en casa. Ha visto a Victory y sus hijos abrazar la verdad y dedicar su vida a Jehová, y uno tras otro ha emprendido el servicio de precursor.
Victory y Des Zanker, que llegó a ser mi padre, se bautizaron a principios de los años cincuenta, y Des llegó a formar parte de la familia Betel de Australia en 1958. Después de casarse con Victory, que era precursora especial, sirvieron juntos de precursores por un tiempo y luego se les invitó al ministerio viajero. Después me presenté yo, y tuvieron que dejar el servicio viajero para criarme. No obstante, papá aún es precursor, después de veintisiete años.
A principios de 1990 Oma murió en casa en paz, en el mismo hogar donde crió a mi madre. Yo también me crié en esa misma casa de Melbourne, así como mi hermano y mi hermana menores. Ha sido una verdadera bendición para mi familia compartir el mismo hogar. A veces faltaba el espacio, pero no recuerdo que nunca nos preocupara. Incluso mi esposa Gayle se hizo un hueco en la casa y disfrutó de vivir en ella durante los cuatro primeros años de nuestro matrimonio. Lloré cuando finalmente nos fuimos a nuestra nueva asignación. Aquel hogar me había dado tanto apoyo y amor.
No obstante, ahora Gayle y yo tenemos motivos para sentirnos alegres, pues podemos hacer lo que hicieron mis padres y lo que habían hecho mis abuelos antes que ellos. Cuando salimos de casa, nos consoló pensar en la razón que teníamos: hacer la voluntad de Jehová en el servicio de tiempo completo. Nos estamos esforzando mucho por seguir el excelente ejemplo de nuestros fieles antecesores, quienes hallaron un consuelo similar cuando trabajaron en asignaciones difíciles, vivieron en extrema pobreza e incluso cuando tuvieron que pasar años en campos de concentración japoneses. (2 Corintios 1:3, 4.)
Opa siempre encontró solaz en las palabras inspiradas que dirigió el rey David a Jehová: “Tu bondad amorosa es mejor que la vida”. (Salmo 63:3.) El intenso deseo de mi abuelo siempre ha sido disfrutar de esta bondad amorosa eternamente. El deseo de toda la familia es compartirla con él.
[Fotografía en la página 21]
Oma y Opa Harris
[Fotografía en la página 23]
Craig Zanker (detrás), con su esposa, sus padres y sus hermanos menores