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  • g89 22/8 págs. 11-15
  • Nunca me he lamentado de aquella decisión

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  • Nunca me he lamentado de aquella decisión
  • ¡Despertad! 1989
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  • Obligada a tomar una decisión
  • Duras experiencias en los años treinta
  • Matrimonio y campos extranjeros
  • Indonesia, otro mundo
  • Una asignación fascinante
  • La estimulante visita de Rutherford
  • Emocionante testificación en Sumatra
  • Arrecia la oposición a nuestra obra
  • Volvemos a visitar Indonesia
  • Feliz con la decisión que tomé
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    La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1956
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    La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1987
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¡Despertad! 1989
g89 22/8 págs. 11-15

Nunca me he lamentado de aquella decisión

EL VIENTO había rasgado las velas del mástil, y la corriente nos arrastraba implacablemente hacia las peligrosas rocas. Todo indicaba que naufragaríamos en cuestión de minutos.

Era el mes de diciembre de 1937, y navegábamos de Indonesia a Australia en la Lightbearer (Portador de luz), una embarcación de dos mástiles y 16 metros de eslora que por tres años se había usado para llevar el mensaje del Reino de Dios a las islas de Indonesia.

Cuando todo parecía perdido, el piloto recordó haber leído que los motores auxiliares suelen tener más potencia cuando van marcha atrás. Rápidamente puso el motor en marcha atrás, y, para nuestra sorpresa y gran alivio, funcionó. Nos alejamos de las rocas justo a tiempo.

Esto ocurrió hace más de cincuenta años. ¿Cómo llegué a ser la única mujer a bordo de la Lightbearer?

Obligada a tomar una decisión

En 1926, cuando tenía dieciséis años, mi abuela me enseñó las maravillosas promesas bíblicas de un nuevo mundo. Algún tiempo después empecé a predicar de casa en casa cerca de Perth (Australia), donde estaba mi hogar, y a compartir con otros estas buenas noticias. Mi padre estaba encolerizado porque para él aquello era una causa de vergüenza social. En 1929, el año de mi bautismo, papá me obligó a escoger entre dejar mi obra de testificar o marcharme de casa.

Aunque quería mucho a mi familia y sabía que echaría de menos a mis padres, mis dos hermanas y mis seis hermanos, salí de casa y empecé a probar los gozos del servicio de precursor, término con que se designa el ministerio de tiempo completo.

Duras experiencias en los años treinta

Serví por un tiempo cerca de Perth, la capital de Australia Occidental, hasta que recibí la invitación de unirme a un grupo de precursores que atendían las partes más remotas del país.

La vida no siempre era fácil, pues a menudo teníamos que dormir en nuestras tiendas en la espesura. Debido a que a principios de los años treinta la depresión económica mundial afectó a Australia, muchos granjeros tenían dificultades para sobrevivir, por lo que cambiábamos las publicaciones por huevos, carne o verduras.

En 1933 nuestro grupo de precursores se dirigió al norte. Según nos acercábamos al desierto del centro de Australia, los árboles eran más pequeños y menos desarrollados, y en lugar de maleza, había arena. No obstante, eso se compensaba cuando después de solo un poco de lluvia, se veían kilómetros y kilómetros de flores silvestres. A veces teníamos que detener el automóvil y contemplar con profundo aprecio la belleza del paisaje que nos rodeaba, una hermosa dádiva de Dios.

A fin de llegar a algunas granjas, debíamos quitarnos los zapatos y las medias y vadear ríos y arroyos. Localizábamos a personas que estaban esquilando, arando, ordeñando o cocinando. Por lo general, solían darnos la oportunidad de hablarles un poco, pues les resultaba difícil no escuchar a alguien que acababa de vadear un arroyo crecido para llegar a su granja.

Matrimonio y campos extranjeros

En 1935 Clem Deschamp, un joven precursor que había ayudado en dar comienzo a la predicación en Java, la isla más populosa de Indonesia, llegó a Perth de camino a una asamblea que se iba a celebrar en Sydney. Solía acompañar a nuestro grupo de precursores en la obra de testificar. Yo tenía veinticinco años y él, veintinueve, y me pareció muy guapo, así que, después de conocernos un poco, pensamos: “¿Qué mejor manera hay de servir a Jehová que juntos?”. Así que decidimos casarnos y asistir juntos a la asamblea de Sydney. Nunca había sido tan feliz.

Después de la asamblea se nos asignó a servir de precursores en Melbourne. Unos meses más tarde, Clem fue nombrado superintendente viajero del entero estado de Victoria, así que tuvimos el privilegio de visitar todas las congregaciones de ese estado. Qué emoción sentimos cuando después se invitó a Clem a superentender la obra de predicar en Indonesia. Embarcamos en la costa occidental de Australia y, finalmente, en junio de 1936, llegamos a Surabaya, una de las ciudades más grandes de Java.

Indonesia, otro mundo

En un lado de la carretera había cadillacs, hombres vestidos con trajes blancos y señoras muy elegantes. En el otro lado había carretas cubiertas tiradas por búfalos asiáticos —por lo general el conductor iba dormido—, mujeres bien proporcionadas vestidas con sarongs de muchos colores y hombres que transportaban cestas de comida y utensilios de cobre colgados de un palo largo que sostenían sobre los hombros. Caminaban deprisa con su peculiar paso saltarín y, a la vez, un tanto basculante.

Paramos un taxi y fuimos a casa de una persona que había manifestado interés en el mensaje del Reino cuando Clem había estado en Surabaya. Un hombre corpulento vestido de blanco, que encajaba con la imagen mental que me había hecho de Moisés, nos recibió con los brazos extendidos, como hacían los patriarcas de la antigüedad. Semejante muestra de cariño y entusiasmo hizo que me sintiera muy bienvenida.

Nuestro anfitrión había sido millonario, pero debido a una caída repentina de los precios del azúcar, atravesaba dificultades económicas, a pesar de lo cual, amaba la vida y había abrazado con interés la verdad de la Biblia. Solo nos quedamos un poco de tiempo con él antes de trasladarnos a la capital, Batavia, hoy llamada Yakarta. Allí Clem se encargó de la oficina que había llevado Frank Rice, a quien se trasladó a la Indochina Francesa.

Una asignación fascinante

Aprendimos a testificar en holandés y malayo, y predicábamos tanto en las casas acomodadas como en los grupos de pequeñas cabañas llamadas kampongs. Cuando predicábamos en estas aldeas, a veces nos seguían de casa en casa hasta cincuenta niños vestidos con harapos. De un extremo a otro de Java se distribuyeron grandes cantidades de libros.

Para predicar en las muchas islas de Indonesia, incluidas las de Célebes y Borneo, se utilizaba la embarcación Lightbearer. Mientras entrábamos en aquellos pequeños puertos, la tripulación ponía en marcha el equipo eléctrico de reproducción de sonido para que se escuchara uno de los discursos de J. F. Rutherford, el entonces presidente de la Sociedad Watch Tower. Imagínese la sorpresa de los aislados aldeanos malayos al ver entrar en su puerto una gran embarcación y luego oír el sonido de una voz tan fuerte y potente. Un platillo volante no hubiera despertado un mayor interés.

Tiempo después, fruto de la instigación clerical, las autoridades empezaron a oponerse y cerraron todos los puertos indonesios a la Lightbearer, así que se decidió que la embarcación regresara a Australia. Como estábamos deseosos de regresar a Sydney para la visita del hermano Rutherford, volvimos en el barco. Fue entonces cuando casi naufragamos.

La estimulante visita de Rutherford

La prensa destacó titulares como: “A los testigos de Jehová se les rehúsa el Sydney Town Hall. No se permite desembarcar al juez Rutherford”. Por supuesto, sí desembarcó, aunque a pesar de los intensos esfuerzos que se hicieron, no se nos dejó utilizar el Sydney Town Hall. Pero menos mal que se nos negó el permiso, pues el Town Hall, donde cabían 4.000 personas sentadas, no hubiese sido suficientemente grande.

Toda la injusta oposición contra nosotros se volvió contra los opositores. Surgió un gran interés y más de doce mil personas asistieron a la reunión que finalmente se celebró en el espacioso terreno deportivo llamado Sydney Sports Ground. Regocijados por la experiencia, estábamos ansiosos de regresar a nuestra asignación misional.

Emocionante testificación en Sumatra

Poco después de regresar a Indonesia, Clem decidió que se debía volver a predicar la isla de Sumatra, así que formamos un equipo con Henry Cockman (otro australiano) y predicamos por todas las montañas y arrozales de la isla. Nos alojábamos en hoteles de viajeros, algunos de ellos bastante cómodos, pero otros dejaban mucho que desear.

En una ocasión predicamos en una aldea compuesta casi en su totalidad de pequeñas tiendas chinas, y colocamos toda una caja de libros en chino en aproximadamente una hora. Los tenderos habían visto muy pocas mujeres blancas y jamás había llamado una a la puerta de sus humildes negocios. No sé si esta fue la razón por la que dejé un libro en cada tienda, pero coloqué tantos, que Clem y Henry se pasaron la mayor parte del tiempo trayéndome más del automóvil.

En otra aldea, regresaba al automóvil para recoger más publicaciones, cuando vi que estaba rodeado de gente que gritaba y gesticulaba. Parecía que había problemas, así que corrí hacia allí, preocupada, y me sorprendió ver a Clem de pie, medio dentro y medio fuera del automóvil, sacando revistas lo más deprisa que podía. Se pasaban las contribuciones de una persona a otra por encima de la cabeza y Clem enviaba la revista de la misma manera al que había entregado la moneda. Fue sorprendente ver que la gente casi se peleaba por obtener publicaciones.

Una tarde llegamos al pequeño pueblo de Banko. Como la balsa que cruzaba el río había terminado su servicio hasta el día siguiente, conseguimos alojamiento en la casa de huéspedes. El dueño nos aconsejó que nos duchásemos inmediatamente, una petición que parecía extraña procedente de una gente que por lo general era muy educada. Clem preguntó si teníamos tiempo para beber un poco primero, pero el dueño nos instó a ducharnos lo antes posible, ya que la ducha estaba fuera.

Empezábamos a pensar que dudaba un poco de nuestra limpieza personal, cuando explicó: “Esta es zona de tigres, y la mayoría de las tardes, cuando anochece, los tigres merodean por ahí fuera”. Nos encontrábamos en la recepción, donde estaban expuestas seis grandes pieles de tigre. Estaban enteras, y todavía lucían las enormes cabezas y los dientes de estas magníficas criaturas. Ni que decir tiene que nos duchamos de inmediato, y es probable que aquella fuese la ducha más rápida que jamás me he dado.

Para cuando regresamos a Yakarta, Hitler había invadido Polonia y había comenzado la segunda guerra mundial. En Indonesia reinaba una gran tensión política.

Arrecia la oposición a nuestra obra

Muchas de nuestras publicaciones fueron proscritas, y las autoridades confiscaban todos los libros proscritos que encontraban. Una vez un policía insistió en revisar las cajas de libros apiladas en la parte de nuestro automóvil en la que solía estar el asiento trasero. Se nos encogió el corazón, pues acabábamos de recibir un nuevo envío del libro proscrito Enemies (Enemigos). Examinó laboriosamente todas las cajas de la parte superior, pero no encontró ninguno de los libros prohibidos.

Cuando iba a empezar con las cajas de abajo, donde se encontraban los libros Enemies, cayó una repentina lluvia torrencial. El policía y Clem corrieron a cobijarse cerca de allí, pero a pesar de la corta distancia, ambos se empaparon. No obstante, los chaparrones tropicales terminan con tanta brusquedad como empiezan, así que el policía corrió y siguió examinando las cajas. Imagínese su decepción y la incredulidad de Clem cuando siguió sin descubrir ninguna publicación proscrita.

No me atreví a hablar del “milagro” hasta que estuvimos bastante lejos de allí: había puesto abajo las cajas de arriba, y las de los libros Enemies, arriba, donde el policía ya había mirado. Así que sin darse cuenta examinó las mismas cajas dos veces.

En un principio nos dijeron que proscribían nuestras publicaciones porque eran anti-Hitler. Después que Hitler invadió Holanda, perdió el favor de los funcionarios holandeses, y entonces preguntamos si podían levantar la proscripción de nuestras publicaciones, y eso fue lo que hicieron. Pero la libertad para llevar a cabo nuestra obra de predicar sin interrupción no duró mucho.

Cierta mañana estaba sentada escribiendo a máquina en la oficina cuando las puertas se abrieron de par en par y entraron en formación tres oficiales holandeses con todo su atuendo militar: plumas en los sombreros, espadas de ceremonia y medallas. Anteriormente se había proscrito la obra en Australia y ahora se proscribía en Indonesia. En noviembre de 1941 la Sociedad sugirió que todos los misioneros regresásemos a Australia, y eso fue lo que hicimos.

¡Qué raro me parecía sentarme en las reuniones y escuchar más inglés del que había oído en años! Otro cambio grande nos vino cuando fuimos bendecidos con un precioso hijito. Poco después, Clem fue invitado a Perth para atender el depósito de literatura de la Sociedad, desde donde se enviaban las publicaciones a todo el estado de Australia Occidental, y continuamos en el servicio de precursor.

Volvemos a visitar Indonesia

En 1971 Clem y yo regresamos a Java para asistir a una asamblea. ¡Qué diferencia! Por un lado, yo ya no tenía treinta y un años, sino sesenta y uno. Estábamos emocionados de encontrar a tantos de los que habíamos conocido. Un hermano nos recordó que Clem le había bautizado en un arrozal cuando tenía dieciséis años. Ahora, a los cuarenta y seis, nos presentó a sus nietos. Después de la asamblea pasamos la noche con viejos amigos. Todo estaba igual, nos quedamos en la misma casa, en la misma habitación y en la misma cama. Hasta los peces de colores parecían los mismos. Era como si nos hubiésemos acostado para despertar treinta años después.

Algunos de nuestros queridos amigos vivían en Bandung, un pueblo adentrado en las montañas a 96 kilómetros de allí. La esposa me dijo lo contenta que estaba de ver que yo por fin gozaba de buena salud. Comentó que años atrás le había preocupado que una mujer tan delgada trabajase en los trópicos. Tuve que sonreír por las diferencias culturales subyacentes en nuestras respectivas opiniones de lo gorda que debería estar una persona.

Mientras continuamos con nuestra nostálgica gira, un amigo nos explicó que cuando los holandeses se marcharon, muchos de los libros que se les habían distribuido durante los primeros años terminaron en tiendas de libros usados y los compraron personas que buscaban algo que leer. Algunos de los que obtuvieron publicaciones de ese modo adquirieron un profundo entendimiento de la Biblia y con gusto empezaron a predicar tan pronto como se contactó con ellos.

En cierto lugar, un Testigo fue a enseñarle a su padre las verdades de la Biblia que había aprendido, pero este insistía en que ya había encontrado la religión verdadera. Había reunido a unas cien personas para adorar según había descubierto. ¡Imagínese la sorpresa del Testigo cuando vio que este grupo estudiaba las publicaciones de la Sociedad Watch Tower! Ignoraban que existiese una organización mundial que ya adoraba a Jehová según esas pautas.

Feliz con la decisión que tomé

Ya han pasado sesenta años desde que me bauticé, y he tenido el gozo de servir de precursora durante cincuenta y ocho de esos años. Clem, el compañero de mi vida, contrajo la enfermedad de Parkinson y progresivamente se fue debilitando y desconectando de la realidad, hasta que llegó a necesitar mucha ayuda incluso para vivir en su silla de ruedas. En 1987 murió en paz mientras dormía. Me alegro de que descanse, pero siento un vacío enorme. Le echo mucho de menos.

El servicio de precursor sigue siendo un gran gozo para mí y me produce una profunda felicidad y satisfacción. Llevo una vida muy ocupada, y si alguna vez tengo un momento libre, miro atrás con cariño a la vida tan rica que mi querido esposo, Clem, y yo, hemos compartido. ¡Qué contenta estoy de la decisión que tomé hace sesenta años!—Según lo relató Jean Deschamp.

[Fotografía en la página 11]

La embarcación Lightbearer, en enero de 1935

[Fotografía en la página 13]

Con Clem, cuando éramos jóvenes

[Fotografía en la página 15]

Yo en la actualidad

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