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  • Mi familia sirve unida a Jehová

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  • Mi familia sirve unida a Jehová
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1996
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  • Feliz en el servicio de tiempo completo
  • Disfruto de algunos cambios en mi vida
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1996
w96 1/10 págs. 24-28

Mi familia sirve unida a Jehová

RELATADO POR ANTONIO SANTOLERI

Mi padre tenía 17 años cuando salió de Italia, en 1919. Se mudó a Brasil en busca de una vida mejor. Con el tiempo adquirió una barbería en una pequeña población del interior del estado de São Paulo.

CIERTO día de 1938, cuando yo tenía siete años, un hombre que pasó por la barbería le dio a mi padre un ejemplar de la versión Brasileira de la Biblia. Dos años después mi madre enfermó de gravedad y quedó inválida hasta su muerte. Mi padre también enfermó, de modo que todos nosotros, mis padres, mi hermana Ana y yo, nos fuimos a vivir a la ciudad de São Paulo con unos parientes.

Durante mis años escolares en São Paulo me convertí en un apasionado lector, especialmente de obras de historia. Me llamaba la atención el hecho de que de vez en cuando hicieran alusión a la Biblia. Cierto libro de ficción que tomé prestado de la biblioteca pública de São Paulo hacía referencia varias veces al Sermón del Monte. De modo que decidí obtener una Biblia para leer aquel sermón por mí mismo. Busqué la Biblia que mi padre había conseguido años atrás, y finalmente la encontré en el fondo de un baúl, donde había estado siete años.

Nuestra familia era católica, por lo que nunca me habían animado a leer la Biblia. Aprendí por mi cuenta a buscar los textos. No solo leí con gran placer el Sermón del Monte, sino todo el Evangelio de Mateo, así como otros libros de la Biblia. Lo que más me impresionó fue el tono de realidad que tenían las enseñanzas y los milagros de Jesús.

Al darme cuenta de lo distinta que era la religión católica de lo que leía en la Biblia, empecé a asistir a la Iglesia Presbiteriana junto con Ana. No obstante, seguía sintiendo un vacío en el corazón. Llevaba años buscando ansiosamente a Dios. (Hechos 17:27.) Cierta noche estrellada en la que me encontraba pensativo, me pregunté: ‘¿Por qué estoy aquí? ¿Qué propósito tiene la vida?’. Busqué un lugar apartado en el patio, me arrodillé y oré: ‘Señor Dios, ¿quién eres? ¿Cómo puedo conocerte?’. La respuesta llegó poco después.

Aprendo la verdad de la Biblia

Cierto día de 1949, una mujer joven se acercó a mi padre mientras este bajaba del tranvía, y le ofreció las revistas La Atalaya y ¡Despertad! Mi padre se suscribió a La Atalaya e invitó a la joven a visitarnos en nuestra casa tras explicarle que tenía dos hijos que asistían a la Iglesia Presbiteriana. Cuando nos visitó, la joven le dejó a Ana el libro Hijos y le comenzó un estudio bíblico. Más adelante yo me uní al estudio.

En noviembre de 1950 asistimos a nuestra primera asamblea de los testigos de Jehová. Allí se presentó el libro “Sea Dios veraz”, con el que proseguimos nuestro estudio bíblico. Al poco tiempo nos dimos cuenta de que habíamos encontrado la verdad, y en abril de 1951 nos bautizamos en símbolo de dedicación a Jehová. Mi padre se dedicó unos años después y murió fiel a Dios en 1982.

Feliz en el servicio de tiempo completo

En enero de 1954, cuando solo contaba 22 años, me aceptaron para servir en la sucursal de los testigos de Jehová, conocida como Betel. Al llegar, me sorprendió ver que el superintendente de la sucursal, Richard Mucha, era un hombre tan solo dos años mayor que yo. En 1955 surgió una necesidad de superintendentes viajantes, y estuve entre los cinco hombres a quienes se invitó para participar en este servicio.

Mi asignación fue el estado de Rio Grande do Sul. Cuando empecé, solo había ocho congregaciones de testigos de Jehová, pero en cuestión de dieciocho meses se formaron dos nuevas congregaciones y veinte grupos aislados. En esta zona hay actualmente quince circuitos de testigos de Jehová, cada uno compuesto por unas veinte congregaciones. A finales de 1956 me dijeron que habían dividido mi circuito en cuatro más pequeños que se asignarían a cuatro siervos de circuito, y me pidieron que regresara a Betel para recibir una nueva asignación.

Me llevé la agradable sorpresa de ser asignado al norte de Brasil en calidad de siervo de distrito, ministro viajante que atiende unos cuantos circuitos. Brasil tenía en aquel entonces 12.000 ministros de los testigos de Jehová, y el país estaba dividido en dos distritos. Richard Wuttke atendía el distrito del sur y yo el del norte. En Betel nos enseñaron a utilizar un proyector para presentar las películas producidas por los testigos de Jehová, a saber, La Sociedad del Nuevo Mundo en acción y La felicidad de la Sociedad del Nuevo Mundo.

Viajar en aquellos días era bastante diferente. Ningún Testigo tenía automóvil, de modo que me vi obligado a viajar en canoa, en bote de remos, en carreta, a caballo, en camión y una vez en avioneta. Fue emocionante sobrevolar la selva amazónica para llegar a Santarém, una ciudad a mitad de camino entre Belém, en la desembocadura del Amazonas, y Manaus, la capital del estado de Amazonas. En aquel tiempo los siervos de distrito atendíamos pocas asambleas de circuito, por lo que yo pasaba gran parte de mi tiempo proyectando las películas de la Sociedad. En las grandes ciudades la asistencia llegaba a centenares.

Lo que más me impresionó del norte de Brasil fue la región amazónica. Mientras servía allí, en abril de 1957, el río Amazonas y sus afluentes se desbordaron. Tuve el privilegio de mostrar una de las películas en la selva, para lo cual extendí una pantalla improvisada entre dos árboles. La energía para el proyector provino de una lancha motora anclada en un río cercano. Para la mayor parte del auditorio aquella era la primera película que jamás habían visto.

Poco después regresé al servicio de Betel, y al año siguiente, en 1958, tuve el privilegio de asistir a la histórica Asamblea Internacional de los Testigos de Jehová “Voluntad Divina”, celebrada en Nueva York. Entre las 253.922 personas que llenaron el Estadio Yanqui y el cercano Polo Grounds el último día de aquella asamblea de ocho días, había representantes de 123 países.

Disfruto de algunos cambios en mi vida

A poco de regresar a Betel conocí a Clara Berndt, y en marzo de 1959 nos casamos. Nos asignaron a la obra de circuito en el estado de Bahia, donde servimos por aproximadamente un año. Clara y yo todavía recordamos con gozo la humildad, la hospitalidad, el celo y el amor de aquellos hermanos; eran pobres en sentido material, pero ricos en fruto del Reino. Posteriormente nos cambiaron al estado de São Paulo. Mi esposa quedó encinta en aquella localidad en 1960, por lo cual tuvimos que dejar el ministerio de tiempo completo.

Decidimos mudarnos a un lugar del estado de Santa Catarina, donde había nacido mi esposa. Nuestro hijo, Gerson, fue el primero de nuestros cinco hijos. Le siguió Gilson en 1962, Talita en 1965, Tárcio en 1969 y Janice en 1974. Gracias a Jehová y a su excelente consejo, logramos superar las dificultades de criarlos en “la disciplina y regulación mental de Jehová”. (Efesios 6:4.)

Valoramos muchísimo a cada uno de nuestros hijos. El salmista expresó muy bien nuestros sentimientos: “¡Miren! Los hijos son una herencia de parte de Jehová”. (Salmo 127:3.) Pese a los problemas, hemos cuidado de ellos como habríamos cuidado de cualquier “herencia de parte de Jehová”, teniendo presente las instrucciones de su Palabra. Las recompensas han sido muchas. Nos ocasionó una alegría indescriptible el que cada uno de ellos expresara por voluntad propia su deseo de bautizarse en símbolo de su dedicación a Jehová. (Eclesiastés 12:1.)

La elección de nuestros hijos

Nos alegró mucho que Gerson, poco después de terminar un curso de procesamiento de datos, nos dijera que deseaba servir en Betel, lo que implicaba que elegía el ministerio de tiempo completo en vez de una carrera profesional. No obstante, al principio la vida en Betel no se le hizo fácil. Cuando llevaba solo cuatro meses allí lo visitamos, y me impresionó la tristeza que reflejaba su rostro al marcharnos. Por el espejo retrovisor del auto, vi cómo nos miraba hasta que doblamos la primera curva de la carretera. Mis ojos estaban tan llenos de lágrimas que tuve que detenerme a un lado de la carretera antes de proseguir el viaje de 700 kilómetros a casa.

Con el tiempo Gerson llegó a disfrutar del servicio de Betel. Cuando llevaba allí casi seis años, se casó con Heidi Besser y sirvieron juntos en Betel por otros dos años, hasta que Heidi quedó encinta y tuvieron que marcharse. Su hija, Cintia, que ahora tiene seis años, los acompaña en las actividades del Reino.

No mucho tiempo después de visitar a Gerson en Betel, Gilson, que acababa de terminar el primer año de administración de empresas, dijo que él también deseaba servir allí. Planeaba reanudar sus estudios en cuanto hubiera trabajado un año en Betel. Pero cambió de planes y se quedó allí. En 1988 se casó con Vivian Gonçalves, una precursora, como se conoce a los ministros de tiempo completo. Han servido en Betel desde entonces.

Nuestra alegría continuó cuando nuestra tercera hija, Talita, decidió ser precursora en 1986 después de tomar un curso de delineación. Tres años más tarde también ella fue invitada a Betel. En 1991 se casó con José Cozzi, que llevaba diez años sirviendo en Betel. Siguen trabajando allí como matrimonio.

Mi esposa y yo volvimos a sentir una alegría enorme cuando Tárcio, el siguiente en edad, repitió la misma frase que ya habíamos oído tres veces: “Papá, quiero ir a Betel”. Se aceptó su solicitud, y en 1991 él también comenzó su servicio en Betel, donde trabajó hasta 1995. Nos alegra que aprovechara su vigor juvenil para fomentar así los intereses del Reino de Jehová por más de tres años.

La más joven, Janice, también tomó la decisión de servir a Jehová y se bautizó a los 13 años. Fue precursora auxiliar durante un año mientras iba a la escuela. El 1 de septiembre de 1993 empezó a servir de precursora regular en nuestra congregación de la ciudad de Gaspar.

El camino del éxito

¿Cuál es el secreto de mantener unida a una familia en la adoración de Jehová? No creo que existan fórmulas mágicas. Jehová ha suministrado consejo en su Palabra para los padres cristianos, así que todo el mérito por los excelentes resultados que hemos obtenido debe adjudicarse a él. Sencillamente hemos tratado de seguir sus instrucciones. (Proverbios 22:6.) Todos nuestros hijos heredaron de mí la emotividad latina, y de su madre, el espíritu práctico germánico. Pero lo más importante que han recibido de nosotros es un legado espiritual.

Nuestra vida de familia giró en torno a los intereses del Reino. Mantenerlos en primer lugar no resultó fácil. Por ejemplo, siempre se nos hizo problemático tener un estudio de familia regular, pero nunca nos dimos por vencidos. Desde que nacieron nuestros hijos, los llevamos a las reuniones cristianas y a las asambleas. Solo las enfermedades o alguna otra emergencia impedían que asistiéramos. Además, los niños nos acompañaron en el ministerio cristiano desde tierna edad.

A los 10 años de edad más o menos, empezaron a dar discursos en la Escuela del Ministerio Teocrático. Al principio les ayudamos a preparar las asignaciones, animándolos a utilizar un bosquejo en lugar de escribirlo todo. Después, todos preparaban sus propios discursos. Entre las edades de 10 y 12 años comenzaron a participar regularmente en el ministerio. Este fue el único estilo de vida que conocieron.

Mi esposa, Clara, desempeñó un papel importantísimo en la crianza de nuestros hijos. En su tierna infancia, etapa en que el niño absorbe como una esponja todo lo que se le enseña, Clara les leía todas las noches un relato bíblico y oraba con cada uno. Aprovechó al máximo los libros De paraíso perdido a paraíso recobrado, Escuchando al Gran Maestro y Mi libro de historias bíblicas.a También utilizamos los casetes y los vídeos producidos por los testigos de Jehová.

Nuestra experiencia como padres cristianos confirma que los hijos necesitan atención diaria. Algunas de las necesidades fundamentales de los jóvenes son: amor intenso, interés personal y mucho tiempo. No solo consideramos que era nuestra responsabilidad de padres satisfacer estas necesidades lo mejor que pudiéramos, sino que, además, nos causó mucho placer.

Sin duda alguna, es gratificante para los padres comprobar el cumplimiento de las palabras del Salmo 127:3-5: “¡Miren! Los hijos son una herencia de parte de Jehová; el fruto del vientre es un galardón. Como flechas en la mano de un hombre poderoso, así son los hijos de la juventud. Feliz es el hombre físicamente capacitado que ha llenado su aljaba de ellos”. No hay duda de que servir a Jehová toda la familia unida nos ha dado motivos para regocijarnos.

[Nota]

a Editados por Watchtower Bible and Tract Society of New York, Inc.

[Ilustración de la página 26]

Antonio Santoleri con su familia

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