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  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1998
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1998
w98 1/9 págs. 22-23

Betel: ciudad del bien y del mal

ALGUNAS ciudades adquieren buena o mala fama según los sucesos que les dan notoriedad. En este sentido Betel es singular, pues se dio a conocer tanto por el bien como por el mal. Fue el patriarca Jacob quien le puso ese nombre, que quiere decir “Casa de Dios”. Pero mil años más tarde, el profeta Oseas la llamó “Casa de Nocividad”. ¿Por qué cambió esta ciudad el bien por el mal? ¿Y qué podemos aprender de su historia?

Betel entró en la historia del pueblo de Dios en 1943 a.E.C., durante la vida de Abrahán. En aquel tiempo la ciudad se llamaba Luz, que era su nombre original cananeo. Se hallaba unos 17 kilómetros al norte de Jerusalén, en una zona montañosa. Imagínese a Abrahán y a su sobrino Lot observar desde una de las cumbres que rodean Betel las fértiles llanuras del valle del bajo Jordán. Con tacto, Abrahán saca a colación el problema de la distribución de pastos entre las grandes manadas que ambos tenían: “Por favor, que no continúe riña alguna entre yo y tú y entre mis manaderos y tus manaderos, porque somos hermanos. ¿No está a tu disposición todo el país? Por favor, sepárate de mí. Si tú vas a la izquierda, entonces yo ciertamente iré a la derecha; pero si tú vas a la derecha, entonces yo ciertamente iré a la izquierda” (Génesis 13:3-11).

Abrahán no hizo valer su derecho de escoger primero. Antes bien, permitió que el más joven optara por la mejor parte. Nosotros podemos imitar su buena actitud. Podemos suavizar las desavenencias tomando la iniciativa de hablar con calma y actuar con altruismo (Romanos 12:18).

Años después, cuando Jacob, nieto de Abrahán, acampaba en Luz, tuvo un sueño insólito. Vio “una escalera situada sobre la tierra, y su parte superior alcanzaba hasta los cielos; y, ¡mire!, allí estaban los ángeles de Dios ascendiendo y descendiendo por ella. Y, ¡mire!, allí estaba Jehová apostado por encima de ella” (Génesis 28:11-19; compárese con Juan 1:51). Aquel sueño tenía un significado importante. Los ángeles que Jacob vio le servirían en cumplimiento de la promesa que Dios le había hecho en cuanto a su descendencia. La posición elevada de Jehová sobre la escalera indicó que dirigiría a los ángeles en esa tarea.

Aquella promesa de apoyo divino conmovió profundamente a Jacob. Cuando despertó del sueño, llamó a ese lugar Betel, que significa “Casa de Dios”, e hizo un voto a Jehová: “En cuanto a todo lo que me des, sin falta te daré la décima parte de ello”a (Génesis 28:20-22). Reconocía que todas sus posesiones venían de Dios, y quería devolver una parte generosa de estas como muestra de su gratitud.

Los cristianos de hoy también cuentan con la ayuda de los ángeles (Salmo 91:11; Hebreos 1:14) y pueden demostrar su gratitud por todas las bendiciones que reciben siendo “ricos con muchas expresiones de gracias a Dios” (2 Corintios 9:11, 12).

Con el tiempo, los descendientes de Jacob se convirtieron en una nación. Su caudillo, Josué, derrotó al rey pagano de Betel al principio de la conquista de Canaán (Josué 12:16). En el tiempo de los jueces, la profetisa Débora vivió cerca de Betel y enseñó a la gente la palabra de Jehová. Samuel también visitó Betel con frecuencia cuando juzgaba a la nación de Israel (Jueces 4:4, 5; 1 Samuel 7:15, 16).

Betel se convierte en un centro de apostasía

No obstante, Betel dejó de guardar relación con la adoración pura tras la división del reino en 997 a.E.C. El rey Jeroboán convirtió la ciudad en un centro de culto a un becerro, que supuestamente representaba a Jehová (1 Reyes 12:25-29). Por eso, cuando Oseas profetizó la destrucción de Betel, la llamó “Bet-aven”, que significa “Casa de Nocividad” (Oseas 10:5, 8).

Aunque se había convertido en un centro de dolor espiritual, los sucesos relacionados con Betel continuaron suministrando lecciones importantes (Romanos 15:4). Una de ellas tiene que ver con cierto profeta cuyo nombre no se menciona, a quien se envió de Judá a Betel para predecir la destrucción de sus altares y sacerdotes. Además, Jehová le dijo que regresara a Judá, unos pocos kilómetros más al sur, sin comer ni beber. El profeta pronunció con valor ante el rey de Israel, Jeroboán, una profecía que invocaba el mal sobre el altar de Betel. Pero luego desobedeció a Dios al comer en la casa de un profeta anciano de Betel. ¿Por qué lo hizo? El viejo profeta había afirmado falsamente que un ángel de Jehová le había ordenado brindar hospitalidad a otro profeta. El profeta de Judá sufrió una muerte temprana debido a su desobediencia (1 Reyes 13:1-25).

Si un hermano en la fe sugiere que hagamos algo que nos parece cuestionable, ¿cómo debemos reaccionar? Recuerde que hasta un consejo bienintencionado puede resultar dañino si es el equivocado (compárese con Mateo 16:21-23). Para no caer en el mismo trágico error del profeta desconocido, tenemos que buscar la guía de Jehová mediante la oración y el estudio de su Palabra (Proverbios 19:21; 1 Juan 4:1).

Unos ciento cincuenta años después, el profeta Amós viajó hacia el norte para profetizar contra Betel. Denunció con firmeza a sus hostiles oyentes, uno de los cuales, el sacerdote Amasías, le dijo altivamente que fuera “corriendo a la tierra de Judá” (Amós 5:4-6; 7:10-17). Pero Amós le informó con audacia acerca de las calamidades que le sobrevendrían a su casa (Amós 5:4-6; 7:10-17). Este ejemplo nos recuerda que Jehová puede infundir valor a sus ministros humildes (1 Corintios 1:26, 27).

Con el tiempo, el fiel rey Josías de Judá demolió el ‘altar que estaba en Betel, quemó el lugar alto; lo molió hasta que quedó hecho polvo, y quemó el poste sagrado’ (2 Reyes 23:15, 16). Los ancianos de la actualidad pueden imitar su buen ejemplo siguiendo las instrucciones divinas con persistencia y llevando la delantera en mantener limpia la congregación.

Los citados incidentes de la historia de Betel constituyen una muestra palpable de las consecuencias de la justicia y la maldad, de la obediencia y la desobediencia a Jehová. Muchos años antes, Moisés había colocado a la nación de Israel ante la siguiente disyuntiva: “De veras pongo delante de ti hoy la vida y lo bueno, y la muerte y lo malo” (Deuteronomio 30:15, 16). Meditar en la historia de Betel, nos motivará a identificarnos con la “Casa de Dios”, un lugar de la adoración verdadera, y no con la “Casa de Nocividad”.

[Nota]

a Tanto Jacob como Abrahán ofrecieron diezmos por iniciativa propia.

[Ilustración de la página 23]

Ruinas situadas en la ubicación de la antigua Betel, donde Jeroboán estableció un centro de culto a un becerro

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