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  • Los colaboradores de Pablo: ¿quiénes eran?

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  • Los colaboradores de Pablo: ¿quiénes eran?
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1999
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Los colaboradores de Pablo: ¿quiénes eran?

EN EL libro bíblico de Hechos y en las cartas de Pablo se menciona a unas cien personas, miembros de la congregación cristiana del siglo primero, que tuvieron relación con el “apóstol a las naciones” (Romanos 11:13). Se sabe mucho acerca de algunas de ellas. Posiblemente esté familiarizado con las actividades de Apolos, Bernabé y Silas. Por otro lado, es probable que le resulte más difícil decir algo sobre Arquipo, Claudia, Dámaris, Lino, Pérsida, Pudente y Sópater.

En distintos momentos y en diversas circunstancias, muchas personas apoyaron activamente el ministerio de Pablo. Algunas como Aristarco, Lucas y Timoteo sirvieron al lado del apóstol durante muchos años. Otras permanecieron con él cuando estuvo en prisión o le atendieron mientras se desplazaba, ya sea como compañeros de viaje o como anfitriones. Tristemente, también hubo quienes no perseveraron en la fe cristiana, entre ellos Alejandro, Demas, Hermógenes y Figelo.

En lo que concierne a varios amigos de Pablo, como por ejemplo Asíncrito, Hermas, Julia o Filólogo, para mencionar solo unos cuantos, lo único que se conoce de ellos son sus nombres. En el caso de la hermana de Nereo, la madre de Rufo o los de la casa de Cloe, ni siquiera sabemos eso (Romanos 16:13-15; 1 Corintios 1:11). Sin embargo, el estudio de la escasa información que tenemos sobre los más o menos cien colaboradores de Pablo, arroja luz sobre el modo en que él trabajaba. Dicho estudio también nos muestra los beneficios de estar rodeados por un gran número de hermanos en la fe y de trabajar estrechamente con ellos.

Compañeros de viaje y anfitriones

El ministerio del apóstol Pablo implicaba viajar mucho. Un escritor calcula que la distancia que recorrió tanto por tierra como por mar, según se recoge tan solo en Hechos, se aproxima a los 16.000 kilómetros. Viajar en aquel entonces no era solo agotador, sino también peligroso. Entre las amenazas a las que tuvo que enfrentarse estuvieron el naufragio, peligros de ríos y de salteadores, peligros en el desierto y peligros en el mar (2 Corintios 11:25, 26). Con razón, Pablo casi nunca estaba solo durante sus desplazamientos de un lugar a otro.

Los cristianos que acompañaron a Pablo debieron de ser una fuente de compañerismo y ánimo para él, además de prestarle ayuda práctica en su ministerio. En ocasiones, el apóstol los dejó atrás para que pudiesen satisfacer las necesidades espirituales de los nuevos discípulos (Hechos 17:14; Tito 1:5). Igualmente, ir acompañado era esencial para su seguridad y una ayuda para afrontar los rigores del viaje. De modo que los compañeros de Pablo, entre ellos Sópater, Segundo, Gayo y Trófimo, tuvieron mucho que ver con los buenos resultados que obtuvo este en su ministerio (Hechos 20:4).

También era de agradecer la ayuda que le ofrecieron sus anfitriones. Cuando Pablo llegaba a una ciudad para efectuar una campaña de predicación o sencillamente para pasar la noche, era primordial que encontrase un lugar donde alojarse. Alguien que viajara tanto como Pablo tendría que dormir obligatoriamente en muchísimas camas diferentes. Siempre le quedaba la opción de acomodarse en una posada, pero los historiadores dicen que estos lugares eran “peligrosos y desagradables”, así que, lo más probable es que Pablo se hospedara en casa de sus hermanos en la fe cuando fuera posible.

Conocemos los nombres de algunos de los anfitriones de Pablo: Áquila y Prisca, Gayo, Jasón, Lidia, Mnasón, Filemón y Felipe (Hechos 16:14, 15; 17:7; 18:2, 3; 21:8, 16; Romanos 16:23; Filemón 1, 22). En Tesalónica, Corinto y Filipos, dichos alojamientos le proporcionaron a Pablo una base desde donde organizar su actividad misional. En Corinto, Ticio Justo le abrió también su hogar para que el apóstol pudiese así continuar con su predicación (Hechos 18:7).

Multitud de amigos

Como era de esperar, Pablo recordó a sus amigos por distintas razones debido a que los conoció en diferentes circunstancias. Por ejemplo, elogió a María, Pérsida, Febe, Trifena y Trifosa —todas ellas hermanas en la fe de Pablo— por su esfuerzo y su duro trabajo (Romanos 16:1, 2, 6, 12). Bautizó a Crispo, Gayo y a la casa de Estéfanas. Dionisio y Dámaris aceptaron el mensaje de la verdad que les dio Pablo en Atenas (Hechos 17:34; 1 Corintios 1:14, 16). A Junias y Andrónico, hombres “insignes entre los apóstoles” que habían sido creyentes por más tiempo que Pablo, los llama sus “compañeros de cautiverio”. Quizás estuvieron en prisión con él en alguna ocasión. Llamó “parientes” a ambos, al igual que a Herodión, Jasón, Lucio y Sosípatro (Romanos 16:7, 11, 21). Aunque la palabra griega que utiliza puede significar “paisano”, su significado primario es “parientes consanguíneos de la misma generación”.

Muchos de los amigos de Pablo viajaron por motivo de las buenas nuevas. Además de sus compañeros más conocidos, estuvieron también Acaico, Estéfanas y Fortunato, que fueron desde Corinto a Éfeso para consultar con Pablo la condición espiritual de su congregación. Ártemas y Tíquico estuvieron dispuestos a viajar para encontrarse con Tito, que estaba sirviendo en la isla de Creta, y Zenas emprendería un viaje con Apolos (1 Corintios 16:17; Tito 3:12, 13).

Pablo proporciona algunos pequeños detalles interesantes acerca de algunos cristianos. Nos informa, por ejemplo, que Epéneto era “primicias de Asia”; Erasto, “el mayordomo de la ciudad” de Corinto; Lucas, médico; Lidia, vendedora de púrpura, y Tercio, el secretario que utilizó para escribir su carta a los romanos (Romanos 16:5, 22, 23; Hechos 16:14; Colosenses 4:14). Para los que desean saber más acerca de tales personajes, estos datos aislados son sumamente interesantes.

Otros acompañantes de Pablo recibieron mensajes personales que han llegado a formar parte de la Biblia. En su carta a los colosenses, por ejemplo, Pablo dijo a Arquipo: “Sigue vigilando el ministerio que aceptaste en el Señor, que lo cumplas” (Colosenses 4:17). Es obvio que Evodia y Síntique tenían un problema entre ellas que debían resolver. Por eso Pablo les aconsejó, por medio de un “compañero de yugo” de Filipos no identificado, que “[fuesen] de la misma mente en el Señor” (Filipenses 4:2, 3). Con toda seguridad, este es también un buen consejo para todos nosotros.

Recibe apoyo leal mientras está en prisión

Pablo estuvo en prisión varias veces (2 Corintios 11:23). En esas ocasiones los cristianos que vivían cerca debieron de hacer todo lo posible por ayudarle a sobrellevar su situación. Cuando fue arrestado en Roma por primera vez, se le permitió vivir en su propia casa alquilada por dos años y pudo recibir visitas de amigos (Hechos 28:30). Mientras permaneció allí, escribió cartas a las congregaciones de Éfeso, Filipos y Colosas, al igual que a Filemón. Estos documentos nos dicen mucho acerca de aquellos que estuvieron junto a Pablo durante su detención.

Por ejemplo, aprendemos que Onésimo, el esclavo fugado de Filemón, se encontró con Pablo en Roma, como le ocurrió a Tíquico, que acompañaría a Onésimo en el viaje de vuelta a su amo (Colosenses 4:7-9). También conocemos a Epafrodito, que realizó un largo viaje desde Filipos portando un regalo de su congregación y cayó enfermo (Filipenses 2:25; 4:18). Trabajando al lado de Pablo en Roma estuvieron Aristarco, Marcos y Jesús, llamado Justo, por lo que dijo de ellos: “Estos son mis colaboradores para el reino de Dios, y estos mismos han venido a ser para mí un socorro fortalecedor” (Colosenses 4:10, 11). Junto con todos estos hombres fieles se encontraban Timoteo y Lucas, que nos resultan más familiares, y Demas, quien más tarde, por amar al mundo, abandonó a Pablo (Colosenses 1:1; 4:14; 2 Timoteo 4:10; Filemón 24).

Parece ser que ninguno de ellos era de Roma y, sin embargo, permanecieron al lado de Pablo. Quizás acudieron específicamente para ayudarle durante su reclusión. Algunos de ellos quizá le hicieron recados, otros fueron enviados a misiones distantes, y a otros les dictó sus cartas. Estos hombres dieron un elocuente testimonio de su intenso afecto y lealtad a Pablo y a la obra de Dios.

De la conclusión de algunas de las cartas de Pablo se deduce que estaba rodeado por gran cantidad de hermanos cristianos, muchos más de los que él llama por nombre. En distintas ocasiones, escribió: “Todos los santos les envían sus saludos” y “todos los que están conmigo te envían sus saludos” (2 Corintios 13:13; Tito 3:15; Filipenses 4:22).

Durante su crítico segundo encarcelamiento en Roma, cuando se avecinaba su martirio, Pablo pensó constantemente en sus colaboradores. Todavía estaba activo supervisando y coordinando las actividades de al menos algunos de ellos. Había despachado a Tito y Tíquico en misiones especiales, Crescente había partido para Galacia, Erasto había estado en Corinto y Trófimo se quedó enfermo en Mileto, pero Marcos y Timoteo se dirigían a Roma para estar con Pablo. En cambio, Lucas permaneció junto a él, y cuando el apóstol escribió su segunda carta a Timoteo, otros hermanos en la fe se hallaban cerca, como Eubulo, Pudente, Lino y Claudia, que enviaron sus saludos. Con toda seguridad, estos estaban haciendo lo sumo posible por ayudar a Pablo. Al mismo tiempo, él envió también saludos a Prisca y Áquila y a la casa de Onesíforo. Tristemente, sin embargo, Demas le abandonó en estos momentos difíciles y Alejandro le hizo muchos males (2 Timoteo 4:9-21).

“Somos colaboradores de Dios”

Pablo no estuvo apenas solo durante su predicación. “La imagen que da —afirma el comentarista E. Earle Ellis—, es la de un misionero que cuenta con un gran número de compañeros. De hecho, casi nunca se le encuentra sin ellos.” Con la dirección del espíritu santo de Dios, Pablo pudo movilizar a mucha gente y organizar campañas misionales eficaces. Estuvo rodeado de compañeros íntimos, de ayudantes temporales, de personalidades enérgicas y de numerosos siervos humildes. Pero estos no fueron tan solo sus colaboradores. Sin importar hasta qué punto hubieran trabajado o se hubieran relacionado con Pablo, el vínculo de amor cristiano y de amistad personal que les unía era inconfundible.

El apóstol Pablo tenía lo que se ha llamado “talento para conseguir amigos”. Aunque hizo mucho por llevar las buenas nuevas a las naciones, no intentó hacerlo solo. Cooperó con la congregación cristiana organizada y se valió de todas sus provisiones. Pablo no se atribuyó ningún mérito por los resultados obtenidos, sino que humildemente reconoció que era un esclavo y que toda la honra le pertenecía a Dios como el único responsable del crecimiento (1 Corintios 3:5-7; 9:16; Filipenses 1:1).

Los tiempos de Pablo eran diferentes de los nuestros, pero aun así, nadie de la congregación cristiana debería pensar que puede o necesita ser independiente. Más bien, debemos trabajar siempre con la organización de Dios, con nuestra congregación y con nuestros hermanos en la fe. Necesitamos su ayuda, apoyo y consuelo en los buenos y en los malos momentos. Tenemos el inestimable privilegio de formar parte de ‘toda una asociación de hermanos en el mundo’ (1 Pedro 5:9). Si trabajamos lado a lado con fe y amor y cooperamos con todos ellos, entonces, al igual que Pablo, nosotros también podremos decir que “somos colaboradores de Dios” (1 Corintios 3:9).

[Ilustraciones de la página 31]

Apolos

Tíquico

Aristarco

Tercio

Lidia

Bernabé

Onesíforo

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